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Relatos de Andrés Moreno Nájera

Palabras Nahuas con el castellano / Los Albañiles

La Manta y La Raya # 16                                                      marzo  2024 ________________________________________________________________________

Palabras nahuas con el castellano

Andrés Moreno Nájera

 

Carlos Hernández Dávila, 1995.

 

Nuestro pueblo descansa en un asentamiento indígena llamado inicialmente Tzacoalco, luego San Andrés Tzacoalco y finalmente San Andrés Tuxtla.

La lengua madre fue el nahua- pipil, lengua de los macehuales (de la gente del pueblo, obreros, artesanos y campesinos), esta variante del náhua clásico esta emparentada con las etnias de Pajapan, Ver., Guatemala y otros grupos centroamericanos.

Cada rincón de nuestra región: los cerros, los ríos, lagos, arroyos, arboles frutos y gran parte de los apellidos de los lugareños son nahua.

Actualmente los pocos hablantes que hay en la zona combinan el nahua del altiplano con el pipil de la región.

Hace sesenta años cuando aún había nahua-parlantes era común mezclar en el dialogo palabras nahuas con el castellano.

Ejemplo;

Juanito Memeche siempre deseo una jarana, al ver que algunos vecinos se reunían en los patios de sus casas para tocar y se divertían, pero además porque sonaban bonito, le gustaba el sonido de esa música.

Su madre Porfiria Xoca no se la podía comprar, pues viuda con tres hijos subsistía con la venta de productos como las hojas de bexo, verijao, abasbabi o xoxogo que le prodigaba el campo. Un día después de haber terminado su venta en la plaza, ya de regreso se encontró en el camino un tronco de xiote y pensó en su hijo. Como pudo se lo echo al hombro y lo llevo a la casa de Alonso Maxo que era quien hacia los instrumentos de por el rumbo.

Cuando Juanito regreso del campo le pregunto a la abuela:

– Nunoya ¿dónde está mi mama? ¿no ha regresado de la plaza?

– Sí, ya regreso –contestó la abuela

– se llevó a tu gogo y dejó a tu pipi moliendo el nixtamal.

– ¿Y para dónde se fue?

– Sabrá teotécut

Pasaron los días y la vida siguió su curso, hasta que una tarde la mamá de Juanito llego con un bulto envuelto en un viejo periódico.

– ¡Mutzotzonah¡  ¡mutzotzonah¡ para que la toques como lo hacía tu abuelo, que suene bonito, esta wehweyi nucoconet.

El rostro del niño se llenó de alegría al quitar la envoltura y dejar ver una blanca jarana, ese instrumento con el que siempre había soñado.

Desde ese día Juanito se sentaba en su butaque y debajo del xinasti se ponía a acariciar las cuerdas de su instrumento.

Un día paso un ancianito y le pregunto:

–qué tocas xogot

–nada tata, no sé, pero me gustaría aprender a tocar la música.

Entonces el anciano le dijo: 

–mira xogot, yo fui amigo de tu abuelo y durante muchos años tocamos juntos, a veces yo lo invitaba en otras él me invitaba y salíamos largos caminos buscando la fiestecita y así nos hicimos viejos hasta que él nos dejó. Ven conmigo te voy a enseñar a tocar.

A partir de ahí Juanito puso todo su empeño y aprendió a tocar la jarana, aprendió varias posturas que pocos dominaban y así con la música se hizo viejo hasta que nutatanoy lo llamo y por allá toca con otros hombres.

Gracias a Onésimo Cordero, nahua hablante de Pajapan por su amistad y sacarme de las dudas. Gracias al Dr. Antonio García de León por su amistad y apoyo a mis inquitudes.

Andrés Bernardo Moreno Nájera.                                                             22 abril 2023

 

Los albañiles

Mi padre fue un humilde obrero que cada día se levantaba para sudar el jornal y llevar el pan a la casa, con él aprendí las labores de la construcción desde los ocho años, edad en la que caminé junto a él en los trabajos de aquellos tiempos.

El aprendió a leer con un exiliado español que formo una escuelita a donde asistían campesinos y obreros después de concluir sus labores, ahí acudió mi abuelo y mi padre para aprender las letras. Patricio Redondo, que era el nombre de aquel exiliado español, no se esmeró en que tuvieran buena letra al escribir, se esmeró en que pudieran leer bien y hacer todo tipo de cálculos, para aplicarlos en la construcción de un arco, una bóveda o la cantidad de material que requerían en una obra.

La gran mayoría de los obreros de la década de los treinta tenían en la memoria a aquel benefactor que los alejo de la oscuridad del analfabetismo.

Los obreros de la construcción tenían presente cada año el día de la Santa Cruz, fecha de agradecimiento de tener un trabajo para llevar el sustento al hogar, de no haber tenido ningún accidente en el trabajo y de iniciar una nueva etapa como obreros.

Este día todos llegaban temprano al trabajo y desde las seis de la mañana se empezaban a soltar cohetes de arranque, anunciando el festejo, ellos se organizaban y lo que les pudiera regalar el patrón, era ganancia. 

Al medio día se paraban las labores y se repartían enchiladas y champurrado, en ocasiones la generosidad de los patrones les permitía escuchar una marimba, o un trío para amenizar la fiesta, disfrutando al máximo de aquel sublime acto.

En recuerdo de Jesús

Aquel noble nazareno

Aquel maestro tan bueno

Que nos brindó el pan y luz.

Hoy hablaremos de la cruz

Donde fue crucificado

Con un hondo significado

Desde oriente a occidente

El hombre tiene presente

Que es un signo sagrado.

 

Símbolo de vida y muerte

De ruina y reparación,

Ocaso y resurrección

El emblema más fuerte

Pero te digo al verte:

Es principio fecundante,

movimientos constantes

Del sol y los planetas

las estaciones concretas, 

Y los caminos andantes.

 

La cruz ha representado

Los movimientos del sol

Es ese místico crisol 

Donde se ha amalgamado

Un mundo espiritualizado

Y la vida material,

En ese estado causal

De axiomas y de leyes 

que redime hasta reyes

del principio al final.

 

El alma transformada

Logra alcanzar la luz

Como el Cristo de la cruz

Que en una dura jornada

Su vida en plena alborada

Se transmuto en el madero

Por eso invitarte quiero

Reflexionar con sabiduría

Busca la paz y armonía

En estos tiempos severos

 

Andrés Bernardo Moreno Nájera                                      3 mayo 2020

 


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El son y la muerte

La Manta y La Raya # 15                                                      septiembre  2023 ________________________________________________________________________

El son y la muerte

 

Andrés Moreno Nájera

 

 

La música del campesino tuxtleco tuvo una importancia relevante tanto en el génesis de la vida como en su ocaso. Costumbre era que cuando moría un angelito, los músicos se congregaran en la casa del finado para tocar, con la idea de que los niños no se habían divertido en los huapangos y tenían que irse al otro mundo contentos, para que su alma no vagara en las sombras de la eternidad. La música se tocaba pausada, bien marcada y asentada, como una forma de solidarizarse con el dolor que deja la pérdida de un familiar. Los sones obligados eran El Huerfanito, Los Enanitos, El Trompito entre otros, cantándose de vez en cuando.

Con música se llevaba al panteón una cruz hecha con mamón de plátano cubierta de flores blancas, así como coronitas, hojas, ramos y todo lo que se usaba en la ceremonia de la media velada, salían temprano rumbo al panteón antes que saliera el sol.

A los adultos rara vez se les tocaba, solo si habían sido músicos, cantadores o bailadores, y si sus familiares tenían gusto de hacerlo los compañeros músicos se acercaban, tocando en pausado y bien declarado cada son, cantando coplas de cuando en cuando alusivas al momento:      

No llores cuando me muera 

Ni cuando me veas tendido

Llórame cuando me lleven

Para el panteón del olvido.                                                                               

 

No llores cuando me muera

Ni cuando tendido esté    

Llórame cuando me arranquen                 

¡Ay, del corazón de usted!

 

Para el panteón del olvido                                                     

Ahí me conduce tu ausencia                               

Que me quieras no te pido                                  

Ni que me tengas clemencia                               

Porque un corazón herido                                  

Muere por la indiferencia. 

       

Escucha mi triste llanto                                                                          

Ya se ha quebrado mi voz                                     

Y comprende mi quebranto                               

Que son los deseos de Dios                                

De llevarte al camposanto.  

                                 

Si no me quieres hablar

Negra, yo no soy un santo

Si muero me has de llevar

Una flor al camposanto

No me vayas a olvidar.

 

Le pongo un real a mi suerte

Que esta noche has de llegar

Y apenas comience a verte

Más y más he de cantar

Aunque me lleve la muerte.

 

Si muerto me llego a ver

Solo te pido un favor

Nunca dejes de poner 

Sobre mi tumba una flor.

 

Antes de partir te aviso                                          

Cuál es la regla de amar                                         

Que si Dios me llama a juicio                                 

No te pretendas casar                                          

Si el Señor me da permiso

Te he de venir a buscar.

 

Adiós mi tesoro amado

Adiós radiante lucero

De ti, Dios, se ha acordado

Por eso decirte quiero

Ve tranquilo sin cuidado

Que al juicio final te espero.

 

Campanas tocan a duelo                                        

Van llamando a la oración                                  

El alma que sube al cielo                                         

Se lleva mi corazón                                                   

Dejando gran desconsuelo.  

 

No dejaré de quererte

Te lo digo desde ahorita

Si me castiga la suerte

Y tu presencia me evita

De los brazos de la muerte

Te arrancare mi negrita.

                               

Si tu nombre he ofendido                                     

Te pido que me perdones                                       

Y aquí donde estás tendido                                     

Que el cielo silencio impone                                 

Sea tu nombre bendecido.

 

Hoy le pregunté a la luna

Cómo le haría para verte

No dio respuesta ninguna

El silencio de la muerte

Me brindó como fortuna.  

                                 

Maldigo la mala suerte                                            

Que a ti te tocó cargar                                             

De los brazos de la muerte                                     

Ya no te pude arrancar                                            

Hoy te vine a saludar                                             

Y por última vez… a verte.

 

Maldigo mi mala suerte                                              

También mi mala fortuna                                          

Cómo no vino la muerte                                         

Cuando chiquito en la cuna                                   

Por haberte querido                                                  

Con esperanza ninguna. 

                                             

¡Ay! Papá lloro por ti                                                    

Le dije cuando murió                                                    

Porque la vida es así                                                   

Porque de mí te arranco                                              

Mi cielo se oscureció                                               

Cando yo te vi partir. 

 

Mi amor ha sido afligido

Por eso lo doy de prenda

Me vas a dar un recibo

Antes que la muerte venga

Una vez que esté tendido 

Harás lo que te convenga.    

                                             

Si yo me llego a morir                                                   

De mi muerte no hagas duelo                                

Triste te podrás sentir                                             

Y aumentar tus desvelos                                          

Pero nunca podrás decir                                              

Que mi muerte es tu consuelo.  

                                 

Si yo me llego a morir                                                    

Triste quedaran los llanos                                        

Y les digo a mis hermanos                                            

Lástima que me muera                                                 

Y me coman los gusanos.

 

Abrázame fuerte fuerte

Para sentir tu calor

El deseo de quererte 

Pudo más que mi dolor

Y los brazos de la muerte.

 

Si quieres que yo te olvide

Pídele a Dios que me muera

Porque vivo es imposible

Pedirme que no te quiera.

 

Por el temor de no verte                                           

Nunca te quise dejar                                                     

Solo el carro de la muerte                                             

De mí te pudo arrancar                                              

Y de mis brazos perderte.

                                             

Mis ojos lloran por verte                                                

Sin poderlo remediar                                                     

Tan negra ha sido mi suerte                                          

Que cuando te pude amar                                           

Con el velo de la muerte                                                                                  

De mí yo te vi alejar.

 

Tanto llegué a quererte

Como nadie sabe amar

Del carretón de la muerte

Loco te quise bajar

Por el temor de perderte.

 

A Dios le pido la muerte

Y no me la quiere dar

Ábranme la sepultura

Que vivo me han de enterrar.

 

A los niños le celebraban la media velada a los siete días de fallecido y a los adultos el novenario y de la misma manera se invitaba a los músicos a tocar antes de iniciar la ceremonia litúrgica. Lo mismo se hacía a los cuarenta días en el levantamiento de la cruz y era al cabo de año cuando se despojaban del luto, llegaban los músicos con un ambiente festivo, los familiares ponían la tarima para desarrollar el huapango, entonces se alternaba los rezos y cantos de alabanzas con el baile en la tarima.

En la actualidad el son está presente en los acarreos de imágenes religiosas, que por lo regular es una celebración de cabo de año, manda o de otra índole, en los diversos velorios que se realizan en la zona, conjugándose lo profano con lo místico, pero todos haciendo la fiesta en torno a una imagen religiosa combinando cantos sacros de las rezanderas con música y cantos profanos de los jaraneros.

De esta manera se han despedido a los amigos soneros de este pueblo, a Juan Polito, Juan Mixtega, Clemente Mixtega, Sabino Toto, Manuel Arres, Severo Cortes, Nayo Baxin, Pedro Rosario. Pascual Toga, Chano Toga, Domingo Escribano, entre otros.

 

 

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La nostalgia de los huapangos nopalapeños

La Manta y La Raya # 14                                                              marzo  2023 ________________________________________________________________________

La nostalgia de los huapangos nopalapeños 

Andrés Moreno Nájera

Silvia González de León

 

En la década de los 1930-1940 Nopalapan era una comunidad pequeña con sus casas de adobe y techos de palma en la mayor parte de los casos, sus hombres dedicados a sembrar la tierra o la ganadería. Se respiraba paz y tranquilidad que lo daba un destacamento militar y la guerrilla nombrada por la comunidad, las personas acudían a realizar sus compras a San Andrés Tuxtla través del ferrocarril cuya parada se encontraba en Cañada, lugar hasta donde acudía la gente a esperar a sus familiares para llevarlos a sus comunidades montados a caballo, en carretas tiradas por bueyes o a pie. 

Los pobladores del lugar eran muy alegres y divertidos, había muchos músicos y bailadores porque la única forma de divertirse de las personas era el fandango, estos se realizaban cada ocho o quince días en el centro de la comunidad, ubicado en ese tiempo entre la escuela primaria y la farmacia del lugar. Los músicos se organizaban con los bailadores para llevarlos a cabo y se corría la voz invitando a las personas de gusto. En ese tiempo la comunidad no contaba con luz eléctrica, por lo que se mandaba a buscar al campo cuatro horquetas, mismas que se enterraban cerca de las esquinas de la tarima, amarrando en cada una de ellas un toche o bruja, (candiles de petróleo de doble mecha), de esta manera se iluminaba el lugar. Los fandangos por lo regular iniciaban al caer el sol, momento en que las personas empezaban a congregarse, prolongándose hasta altas horas de la noche, por lo común eran puras personas mayores quienes acudían a la diversión, cada familia llevaba sus taburetes o largas  bancas que se colocaban al frente y a los costados de la tarima donde se sentaban las bailadoras, colocándose los músicos en uno de los costados.

 Los más esperados eran los fandangos de medalla que iniciaban a partir del tres de mayo, día de la Santa Cruz y terminaban el veinticuatro de junio con la fiesta de San Juan, patrono del lugar, entonces se hacían cada semana y las damas organizadoras elegían a la familia a la que había que ponerle la medalla para realizar el fandango.

Hubieron buenos músicos, destacando Cutberto Martínez (papa de Teodoro Martínez) con su guitarra entera, Eliodoro Ortiz Arano (tío Chíchiri) que tocaba una guitarra grande (leona) de cuerdas entorchadas, le llamaban a su instrumento “la vaca”, porque mugía como una de ellas y se escuchaba muy lejos su sonido, Leobardo Jiménez (recién acaba de fallecer en diciembre pasado a los 102 años de edad) con jarana y su hermano Nicolás Jiménez con un requintito, Tomas Cruz y Sebastián Cruz con jaranas terceras, posteriormente surgieron más músicos como Manuel Enríquez Lara (Peludo), Eliodoro Cortes (Yoyo), Cutberto Parra (Mocorrito), don Adauto el del panteón, entre otros.

Los cantadores de mucho renombre en la zona fueron Sebastián Parra, Faustino Herrera, Melquiades Herrera, Cirilo Hidalgo (tata Reo) y Arcadio Hidalgo. Había un señor que solo versaba en diciembre con el canto de las limas llamado Valente Domínguez, tenía muy buena voz y sabía muchos versos, pero no le gustaba cantar en los fandangos.

Las bailadoras de gusto y retozo en la tarima, las más entusiastas de esos tiempos fueron Mercedes Cruz, Estefanía Ortiz, María Cruz, Anacleta Cruz, Felipa Ortiz, Severina Ortiz, Rosa Reyes Ortiz, Eduarda Román, Juana Patraca, Imelda Patraca, Susana Domínguez, María Domínguez, Rita Domínguez, Natividad Domínguez, Teodora Cortes (hoy cuenta con cien años de edad), Abrahana Monterrubio, Elena Parra Pimentel, y posteriormente sus descendientes, que también fueron buenas y grandes bailadoras de tarima como María Ruiz Navarrete, Tita Domínguez, Genara Cruz Domínguez, Alejandra Cruz Domínguez, Julia Parra, Lina Cruz Martínez, Lorenza Cruz Cortes, Josefa Cortes, Cristina Cárdenas, Natividad Cruz Domínguez, Aidé Cruz Domínguez, Piedad Cruz Domínguez, entre otra más.

Entre los viejos bailadores de antes estaban Emiliano Parra Hernández, Manuel Vázquez Armas, Cutberto Martínez, Leonardo Cruz, Crescencio Cruz Ortiz, Pedro Ortiz, y sus descendientes Juan Cortes Román, Teodoro Martínez, Genaro Martínez, David Martínez, Tomas Martínez.

Era costumbre de esos tiempos que los bailadores acudían hasta donde estaban sentadas las bailadoras frente al entablado y le colocaban el sombrero en la cabeza para invitarlas a bailar cuando se trataba de sones de pareja o cuadrilla, si la muchacha no deseaba bailar se quitaba el sombrero y lo entregaba con respeto disculpándose, si salía a bailar, pero ya tenía pretendiente, este le colocaba el sombrero sobre el sombrero del bailador para dar a entender que ya había compromiso.

En los fandangos de medalla asistían muchos bailadores y bailadoras de otros lugares, quienes llegaban a caballo desde San Benito, Mata de Caña, Isleta, Palo blanco, la Cañada o el Blanco.

Otra de las fechas esperadas por esos viejos bailadores nopalapeños era la celebración de las fiestas de la Virgen de la Candelaria que se realizaban en el Blanco, la tierra de Goyo Acevedo, buen cantador de su tiempo, estas festividades se realizaban los días primero y dos de febrero, eran las fiestas grandes del lugar, dos días de fandango hasta el amanecer, a caballo o en carretas llegaban las mujeres de por todos los rumbos a toparse con otros músicos, otros cantadores y bailadores.

Hoy Nopalapan vive de la nostalgia, después de tantos músicos solo quedan Cutberto Parra (Mocorrito) y Eleodoro Cortez (Yoyo) entre los de mayor edad, y algunos jóvenes interesados en esta expresión cultural del pueblo que están trabajando para recuperar parte de ese esplendor del son de un ayer lejano.

 

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La cosmovisión de un  huapango campesino

La Manta y La Raya # 13                                                        septiembre 2022 ________________________________________________________________________

La cosmovisión de un  huapango campesino

 

Andrés Moreno Nájera

 

Deborah Small

 

Un instrumento para el músico campesino, representa una extensión de su cuerpo y un bálsamo para su alma. Le permite complementar su vida anímicamente a través de la diversión, llega a conocerlo  tanto que sabe cómo encordarlo, que afinación le acomoda y como tocarlo para obtener los mejores sonidos, por eso  lo cuida, le da mantenimiento, lo restaura cuando lo requiere y lo protege contra todo mal. 

La jarana o la guitarra de son,  por su forma o sonoridad despierta la admiración de unos y la envidia de otros, ya que a todos le gusta que suene y destaque entre los demás, siendo a través de una buena encordadura o las afinaciones pertinentes que se logra hacerlos resaltar durante un huapango.

La envidia  nace de las  personas que no saben reconocer la capacidad del ejecutante, la calidad del instrumento y el conocimiento que se tiene sobre el mismo,  esto ha dado origen  a  una  serie de artificios que llevan la intención de causar daño ya sea en el músico o lo que el músico ejecuta.

Hace tiempo, esta forma de concebir el mundo entre la gente del campo, era práctica común, y sobre todo cuando se asistía a algún huapango, hoy solo quedan algunos remanentes entre los viejos tocadores.

En algunos lugares los músicos  ponían los tonos muy altos, de tal manera que, cuando otros participantes se afinaban a la misma altura, se les arrancaba el puente, o les reventaban las cuerdas. 

Había quienes cuidaban que no le echaran humo de cigarro a la boca de su instrumento, porque  tenían la idea que perdía  la voz y una jarana sin sonido dejaba de ser útil, cosa difícil de asimilar para un músico que se encariña con  el objeto que toca.

Otros más, estaban atentos de  que nadie escupiera la tapa de su jarana, ya que se creía   que  en el escupitajo iba una maldición que la podía romper.

O aquellos que creían que algún rival en la música le rezaba alguna oración mala, en los momentos en que a su instrumento se le empezaba a reventar las cuerdas o  no se podía afinar, entonces tenía que echar mano de la contra y si no la traía, dejaba de tocar.

Estas  mismas ideas llevaron a los músicos a buscar la forma de cómo protegerse y proteger su instrumento: Todo tocador se cuidaba siempre las manos, no mojándolas cuando tocaba por largos periodos, untándose petróleo cuando dejaban de hacerlo. 

Algunos esperaban el primer viernes de marzo  para ir a buscar otro tipo de protección, entonces se hacían poner  tres puntos en forma de triángulo, hechos con una extraña tintura que le llamaban unicornio, y por lo regular se lo hacían entre el  dedo pulgar y el dedo índice o en la muñeca de la mano, esto era para protegerse  contra todo mal que le quisieran hacer o  todo mal aire que le pudiera llegar.

Pero también encontraron la manera de proteger ese madero que les brindaba placer y diversión de  formas diversas: Había quienes limpiaban o rameaban su instrumento con arrayan al pie del altar, por la creencia de que así como el arrayan apaciguaba las tormentas, de la misma manera alejaría cualquier negro nubarrón dirigido hacia él. Aún hay músicos  que cuando llegan a  un velorio, lo primero que hacen es  encaminarse al altar para ramearse y limpiar su jarana.

A muchos les  gusta pegar en el fondo de su jarana  una estampita del santo de su devoción,  con la firme idea de que el santo les cuidara en su andar por donde vaya.

Otros acostumbran amarrar en el cabezal (clavijero) una cinta colorada, o atar un hilo  con siete colorines, o incrustar algunas piedras coloradas, porque el color rojo brinda protección y representa la llama ardiente del espíritu santo, y con esto se protegía de todo  mal, esto es lo mismo que se hace cuando se tiene un hijo de brazos, para protegerlo de los chaneques o evitar el mal de ojos se le ata en la mano una cinta roja, o colorines o un ojo de venado.

Otros más pegaban un espejito, para evitar que los malos aires u oraciones malas llegaran al instrumento y el espejo pudiera reflejarla hacia la persona que enviaba las malas energías.

Esta era la lucha silenciosa entre lo divino y lo maligno que se libraba en un huapango campesino de un ayer lejano.

 

 

 

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El baile de tarima

La Manta y La Raya # 12                                                             marzo 2021 ________________________________________________________________________

El baile de tarima

Andrés Moreno Nájera

Deborah Small

 

La transmisión de los saberes del son jarocho y su ejecución en la tarima se ha dado siempre, así lo marca la historia de cada comunidad. A través del tiempo se han formado buenos músicos y bailadores, la tradición oral así nos lo hace saber. Este hecho ha sido relevante en la conservación de las costumbres y tradiciones, patrimonio cultural de nuestros pueblos.

La mayor parte de las personas que viven donde aún están manifiestas estas expresiones culturales, aprenden por la observancia e imitación del baile en los huapangos, otras aprenden por la transmisión de saberes en el núcleo familiar, pero hay quienes acuden a las academias o talleres para aprender la música y el baile.

Hoy como ayer, hay muchos jóvenes que desean divertirse en la fiesta del huapango por su peculiar forma de convivir, de encontrar afinidad en gustos y placeres o de olvidarse por un momento del rutinario mundo del trabajo.

En aquellos tiempos el baile era asentado, marcadito y dibujado en la tarima confundiéndose el bordoneo de la guitarra con el golpe de los botines del bailador, la música no era abreviada lo que permitía hacer todo tipo de suerte en la tarima entre los bailadores que subían a la tarima con el afán de impresionar a los presentes. 

En el baile del borracho había mujeres que se ponían una botella de cerveza colosal o de ron Urquiola (el del viejito anchado) en la cabeza, guardando el equilibrio en el bamboleo del baile, había quienes disfrutaban bailando de rodillas al ritmo del zapateado, o los que recogían monedas o billetes de un peso o de cinco pesos con la frente que les arrojaban en la tarima.

Don Francisco Maldonado fue un diestro bailador en cuyo entorno se crearon leyendas como el de creer que los chaneques subían hasta el patio de su casa a enseñarle algunos secretos del baile, una de sus grandes habilidades era la de amarrar la banda con los pies en el son de la bamba.

Una de las primeras academias de enseñanza del huapango tradicional en nuestro pueblo la impulso por finales de los años cincuenta y principios de los sesenta una virtuosa jovencita, diestra en el baile de tarima, Flora Marina Turrent Fernández, hija de don Eugenio “Cheno” Turrent Rosas, quien al ver la inquietud de su hija mando a tumbar dos árboles de súchil y a lomo de bestia acarrearon las tablas para hacer en el jardín de la casa el entarimado, su gusto por el baile tradicional la llevo a incursionar en otras expresiones dancísticas del folclor nacional e internacional impulsando en la ciudad de México el Ballet Folclórico Ahuiyani.

Otro de los diestros bailadores fue Tirso “Ticho” Bustamante a quien buscaban los jóvenes y señoritas de los años sesenta-setenta para que les enseñara a bailar y ahí en el corredor de su casa en el barrio de San Pedro se ponía a enseñar, hasta ahí llegaban familiares, amigos y conocidos que llevaban el gusto de aprender a bailar.

Abundio Aparicio Cárdenas y su hermano Apolinar “Poli” acudían a los domicilios de las personas que querían aprender a zapatear, eran clases personalizadas con un estilo evolucionado. 

Cada uno de los bailadores de la época traía impreso el sello de la persona con quien habían aprendido y a su vez los instructores reproducían las formas y estilos difundidos en alguna película de la época. 

Otros bailadores con estilos propios más tradicionales fueron, el Negrito bailador del barrio de Campeche, Jacinto “Chinto” Medel del barrio de San Francisco, Primo Zamudio de estación Cuatotolapan pero asentado aquí en San Andrés, las Zúñiga de Morelos, las Mortera de San Pedro por mencionar a algunas, fueron personajes a seguir por sus estilos y formas de bailar.

 

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Los violineros

La Manta y La Raya # 11                                                    septiembre 2020 ________________________________________________________________________

Los violineros

Andrés Moreno Nájera

 

Deborah Small

El violín en los Tuxtlas fue un elemento que no podía faltar en un huapango, construido de manera rustica en la mayor parte de los casos, vaciados como se hace con  las jaranas, pegado con sajcte en los tiempos en que no existía el resistol, cuyo arco o vara se tallaba con sangre de palo mulato para poder sacarle los sonidos.

Instrumento relacionado con el mundo cosmogónico del campesino en estas tierras de encantos y de magia, cuya función era alejar el mal o al “amigo” de la fiesta para que no hubiera violencia, generada en muchas ocasiones por el apasionamiento de los músicos y cantadores.

De la década de los sesenta para atrás había muchos músicos en las comunidades y varios ejecutantes de ese instrumento, ya que la música cubría parte de las necesidades cívico-religiosas en los asentamientos nahuas y mestizos de nuestra región. 

Se tenía la idea que cuando moría una persona los ángeles lo recibían con música, por esta razón ellos lo despedían del mundo terrenal con música y cantos. Se tocaba durante el deceso, en la media velada, (siete días), durante el novenario en el levantamiento de la cruz, a los cuarenta días con el recogimiento de la sombra y en el cabo de año, en el despojo del luto.

También la música estaba presente en una velación de santos, en las bodas, en las entregas, o amenizando la fiesta de la comunidad, en cada una de ellas no podía faltar la presencia del violinero.

En cada comunidad había más de uno, así se pueden mencionar a Genaro Sixtega y Tranquilino Malaga en Tepancan, Rodolfo Cobix y Manuel Catemaxca en Texcaltitan, Ignacio Bustamante en Buenos Aires Texalpan, Pascual Mozo en San Isidro Texcaltitan, Santos Escribano en el Nopal, Rosendo Escribano y su hijo Carlos Escribano en Benito Juárez, Modesto Xolo en San Andrés, Santos Xolio en los Méridas, Sabino Toto en Xoteapan, entre otros, la presencia de ellos daba tranquilidad y estabilidad emocional en los músicos de un huapango.

El oficio de músico se trasmitía de padres a hijos y no era remunerado económicamente, pero se compensaba con la buena atención hacia ellos y sus acompañantes, la generosidad de la gente les procuraba alimentos (tamales, pan, tatabiguiyayo, pinole, etc.), para ese momento y para llevar a casa. En más de una ocasión eran compensados también con gallinas, huevos, maíz, frijol, queso, plátano, etc.

Al perderse las razones que hacia posible la presencia del violín, se fue perdiendo el gusto por su ejecución y su alejamiento de los huapangos.

Genaro Sixtega fue un violinero de la comunidad de Tepancan recordado por los ancianos del lugar, quien desde muy joven aprendió a tocar, según ellos el instrumento más fácil, tocaba un medio violín que emitía un sonido dulce de las cuerdas de tripa de su época, trascendiendo a distancia las notas de esos viejos sones de rancho.

Cuando un niño moría ahí estaba presente tocando piezas extrañas que solamente los músicos de antes sabían, lo hacía con respeto y seriedad. Se guardaba un silencio profundo y en las notas de los instrumentos parecía escucharse el llanto del niño con esos antiquísimos sones que solo ellos conocían y que casi no se cantaban. 

Solo era interrumpido el silencio espontáneamente por el ruidoso llanto de la madre que se extendía a otras mujeres, pero los músicos inmutables seguían con su cometido y se volvía a restablecer la quietud.

Don Genaro tocaba también la jarana y la guitarra de son, pero se inclinaba más por el violín porque le parecía más sencillo y le gustaba hacerlo hablar, además enseñar a los jóvenes que tenían interés por la música, Félix Cagal, con sus ochenta años encima continúa tocando, lo que su tío le enseño de niño, el es sobrino nieto de aquel legendario violinero.

Le gustaba limpieza en la ejecución y mantener el ritmo, por esta razón en los huapangos era animoso, guiando a los demás músicos, conservando el ritmo cuando algún bailador correteaba la música, no dejando que la descompusieran.

Hoy día la presencia del violín está casi desaparecida, solo se cuenta con un reducido número de ejecutantes todos ellos mayores de ochenta años que ya cansados por la edad y el trabajo no desean participar en los huapangos.

La esperanza es que el joven músico Joel Cruz Castellano, quien aprendió la ejecución de este instrumento con estos últimos maestros, no cese en su intento de transmitir el conocimiento aprendido entre los jóvenes y niños de Santiago y San Andrés Tuxtla, con la intención de recuperar la presencia del violín en los huapangos de la región.

 

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Las formas de medir y contar de los abuelos

La Manta y La Raya # 10                                                                 marzo 2020 _________________________________________________________________________

Las formas de medir y contar de los abuelos

Andrés Moreno Nájera

 

 

Al triunfo de la Revolución francesa se introduce un método moderno para medir y pesar, capaz de unificar todos los criterios habidos en ese tiempo. El 10 de diciembre de 1799 se aprueba el nuevo sistema de pesas y medidas firmado dicho decreto por Napoleón, denominado: sistema métrico decimal.

En México se introduce y aprueba durante el mandato de Ignacio Comonfort el 15 de marzo de 1857, confirmando y decretando su obligatoriedad en 1861 el presidente Benito Juárez. Mas sin embargo por el analfabetismo predominante, la resistencia a cambiar sus viejas formas de medir y pesar que por generaciones venían haciendo y lo dificultoso de los medios de comunicación era difícil alcanzar el objetivo.

Con la llegada de Porfirio Díaz en 1876 se intensifica el esfuerzo de introducir el sistema métrico decimal, mas sin embargo no se consigue, aunque se logra avanzar en materia de comunicación, se retrocede al sumir al grueso de la población en una miseria lacerante, además de la degradante condición campesina y obrera en las hacienda del país y en las zonas de explotación masiva e inhumana de los mismos, como fueron la región henequenera , la región chiclera, valle nacional etc., donde no tenían la menor oportunidad de instruirse.

Hasta la actualidad quedan reminiscencias de ese antiguo sistema de pesas y medidas que emplearon nuestros bisabuelos.

El trabajo del campo iniciaba con la preparación de las tierras, el campesino acudía a las labores con su chahuastle en la mano para limpiarlas y prepararlas para la siembra. El trabajo lo realizaba por tareas, les pagaban por las que lograba hacer en el jornal. Una tarea era un área de 30 por 30 varas, y cada vara equivale a 0.83m.

Cuando la milpa tenia elotes, estos se vendían y compraban por manos. Después de la pizca, el maíz también se podía vender o cambiar por otros artículos que cubrieran las necesidades del momento y esto se hacía por manos o en zontles; una mano contempla 5 piezas y el zontle 80 manos o un total de 400 mazorcas.

Si el maíz ya estaba desgranado o cualquier otro grano como el frijol y el arroz, entonces se vendía por arroba cuyo símbolo siempre ha sido @ y estaba tasada en 11.5 kilogramos, por esta razón los hombres de campo hacían las canastas de una arroba, media arroba y un cuarto de arroba, rasada, sin colmo.

Si era una cantidad mayor se empleaba la fanega que tenía un peso promedio de 70 kilogramos, pero podía variar también de acuerdo al grano o a los comerciantes. Así la fanega de maíz pesaba 65 kg, la de frijol 75 kg, la de trigo 70 kg, dos fanegas hacían una carga, que era lo que aguantaba un animal de herradura sin forzarlo, para andar largas distancias.

Las cebollas, las flores, las velas de sebo y los cohetes se vendían en gruesas, una gruesa tiene 12 docenas o 144 piezas y media gruesa son 72 piezas.

La leña, los costales de granos, los matules de tabaco se miden en tongas, que varía en cuanto a cantidades específicas, así una carga de leña tiene cien pencas y con diez cargas se hace una tonga.

El tomate chiquito, la chilpayita, la semilla de cilantro se vendía en medidas que eran unas canastitas de junco hechas para tal fin, sustituidas posteriormente por tapas metálicas de algún frasco, donde la marchanta después de la medida daba la ñapa al comprador.

Para hacer una jarana, el campesino medía el grueso de la madera en palmos; los trazos de la caja, el brazo y el clavijero también empleaba el palmo, dedos, cuartas o jemes. Para apuntarlas o trastearlas usaba una cuerda y el oído para definir los sonidos que debía dar cada traste.

La distancia entre un pueblo y otro se media en leguas, que equivalía aproximadamente a 5500 metros, o una hora de camino a buen paso.

El sistema monetario también fue complejo, el campesino ganaba en su jornal un real o un real y una cuartilla si bien le iba con el patrón, el real tenía el valor de 12.5 centavos y equivalía a 2 medios y cada medio a dos cuartillas.

Un peso eran 8 reales, que era igual a 16 medios, o 32 cuartillas, o 100 tlacos, un tlaco era igual a un centavo. Un Imperio era un peso de tiempos del Imperio de Maximiliano acuñado en plata.

Este sistema monetario de México del ayer se expone en esta versión de unas décimas recogida hace unos treinta años en la comunidad de Dos Amates, legado que nos dejó don Simón Baxin, oriundo de Cerro Amarillo de arriba del municipio de San Andrés Tuxtla y corresponden a el canto por argumento mayor del zapateado en la región de los Tuxtlas.

Ahora que estoy en porfía

Quiero ver lo que argumentas

Pá que me saques la cuenta

De plazo te doy diez días

Porque sigue tu osadía

Y quiero bajarte del trono

Claramente a tu abono

Versos con quien comprenda

Dime que tanto arrienda

Cien pesos empleados en manos.

.

Parece cosa sencilla 

O difícil de sacarla

Bien puedes acomodarla

A ochenta por cuartilla

Ya apareció en esta villa

Quien cause tu perdición

Perderás el galardón

Suma la cuenta y veras

Y al momento me dirás

Que cuantas manos son.

.

Comienzo yo los cien pesos

Cien pesos empleados en manos

Quiero subirme del tono

Con tlaco y reales empiezo

Pá que no tengas tropiezo

Un real son cuatro cuartillas

Esto no es cosa sencilla

Pon en consideración

Y dime bien la proporción:

Mil seiscientas maravillas.

.

Ochocientos son dos y medio *

Mil seiscientos cinco reales *

Cuatrocientos seis cabales *

Ochocientos veinte imperios

Seis mil cuatrocientos sin remedio *

Son cinco pesos contados

Doce mil ochocientos sumados *

Son diez pesos sin faltar

Y otros cinco has de agregar

Súmale con cuidado.

.

Comienzo por lo sutil 

Si por cuartillas lo pones

Cierra las numeraciones

Son ciento veintiocho mil *

Esto lo hace un hombre civil

Que en este punto honrado

Con otro te has encontrado

Y lo que te dio este sujeto 

Lo has hallado completo

En la cuenta que te he dado.


 

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Las cuerdas

La Manta y La Raya # 9                                                                         marzo 2019 ___________________________________________________________________________

Las cuerdas

Parte de la música popular de los pueblos del Sotavento, fue la ejecutada con instrumentos de cuerdas, entre los que se contaban jaranas de diferentes formas y tamaños, guitarras de son, punteadores y violines. Instrumentación con la que se hacia la música que cubrían las necesidades festivas o ritualistas de cada comunidad: sus fiestas, sus decesos, sus rituales y los festejos más importantes de la comunidad. Encordar los instrumentos era complejo en los tiempos pasados, debido a que no se conseguían las cuerdas con mucha facilidad, sobre todo los músicos de las comunidades más apartadas del pueblo, ya que las traían los arrieros procedentes de Puebla o Michoacán, quienes por lo regular llegaban coincidiendo con las fiestas tradicionales de los pueblos a surtir las tiendas de cada lugar o a exponer su mercancía al público para su venta. Estas cuerdas usadas por los músicos de aquellos años eran de tripas de cordero que hacían con diferentes grosores, las tiendas grandes las adquirían por gruesas y la vendían al músico por docenas o medias docenas, porque su tiempo de utilidad era corta, ya gastadas disonaban, los ancianos decían “ya desdicen”, además servían para tres o cuatro huapangos bien tocados de aquellos ayeres y luego se reventaban. Había que untarles aceite para que no se resecaran y de protegerlas porque las cucarachas se las comían. En algunos lugares se aventuraron a fabricar las cuerdas con hilos entorchados de la planta llamada rabo de gato o cola de zorro, de ahí se sacaba una fibra fina y resistente, cuyas hebras de hilo se entorchaban para obtener el grosor deseado, aunque no muy largas, otros intentaron hacer sus propias cuerdas con las tripas de los gatos porque se decía que aguantaban más el tirón. Hasta los años treinta todas las cuerdas eran de tripa, muy semejante a la usada en la instrumentación de cuerdas europea, las cuerdas de nylon, (polímero descubierto por Wallace Carothers, quien trabajaba para la compañía de explosivos Du Pont en 1935) surgen durante la segunda guerra mundial, cuando la compañía Du Pont fabrica, a petición especial de un agregado militar del consulado británico, el general Lindeman, hilos nylon para el guitarrista Andrés Segovia, más sin embargo el sonido metálico de dichas cuerdas no agrado al concertista, además de que la mencionada compañía no se dedicaba a la fabricación de este tipo de productos.  Fue el luthier danés Albert Augustine, radicado en Estados Unidos, quien trabajó arduamente para cubrir las necesidades sonoras de Andrés Segovia, creando un material agradable al oído del guitarrista, desde ese entonces todo músico quería obtener las cuerdas empleadas por Segovia y se sustituyen las cuerdas de tripa por cuerdas nylon. Antes que llegaran las cuerdas nylon a la música jarocha, aparecieron las cuerdas romanas que eran de seda recubiertas con un fino entorchado metálico, estas cuerdas al decir de los ancianos músicos, duraban poco porque una vez que se gastaba el metal se desparpajaban y ya no servían, además de que eran más caras y se vendían por piezas. Uno de los problemas que había con las cuerdas de tripa era que no se podían afinar muy alto los instrumentos, ya que no aguantaban la tensión, en comparación con la afinación actual de las cuerdas nylon, pero era algo normal para el músico de campo. Los instrumentos se afinaban bajo, cuidando que la cuerda aguantara la tensión, pero eso llevaba a los cantadores a cantar muy alto, a esa forma de canto se le llamaba abajeño. Hoy los músicos actuales emplean cuerdas nylon porque al bajar la demanda quienes se dedicaban a hacerlas para este fin, abandonaron el oficio en el país, se fabrican en Italia, Francia y Argentina entre otros, pero comprarlas ya representa un lujo muy caro para el músico. Fue así como entendí porque cada músico de rancho tiene sus formas muy particulares de encordar y de afinar su instrumento.

 


Revista # 9 en formato PDF (v9.1.0):

Ah, que la afinación!

La Manta y La Raya # 8 / septiembre 2018 ___________________________________________________________________________

Mi primera jarana fue una primerita que le regalo a mi padre un anciano de apellido Toga quien a sus más de ochenta años había dejado de tocar y la tenía arrumbada, de eso ya pasaron cincuenta años.

Me gustaba la música pero no sabía tocar ni había donde aprender por aquellos años. En ese tiempo se hacían huapangos en los barrios y velorios, lo que permitía disfrutar de la música en el silencio de la noche. Escuchar la alegría de las jaranas y el repiquetear de la tarima era el arrullo de muchas personas y la desesperación de otras.

Al pretender afinar esa jaranita sin saber, hizo que se reventaran las cuerdas que ya estaban gastadas y viejas. Conseguí hilo y se lo lleve a un señor para que se los pusiera porque había que amarrarlas en el puente. Se las colocó, la afinó y se puso a tocar. Sonaba muy bonito la jarana en manos del señor.

Días después me acerque a un velorio y se la di a un señor para que la afinara y me dijo:

-Cámbiale las cuerdas muchacho, está mal encordada, ponle en los bordones hilo más grueso para que suene bien.

Le hice caso, le cambie los bordones y se la lleve a otro señor para que me la afinara, pero me dijo:

-¿Quién te la encordó muchacho?, esta mal encordada y no te dará los tonos, déjala te la voy a encordar y la vienes a recoger mañana.

Así fue que la deje y al otro día al irla a recoger el señor la estaba tocando, sonaba muy bien. Tiempo después, feliz con mi jarana me acerque a un velorio y la di para que la afinaran, mi sorpresa fue que me dijo el señor al que se la di:

-Primero hay que arreglar las cuerdas porque están mal colocadas.

A este punto ya no entendía que pasaba, lo que para uno estaba bien para el otro estaba mal. Entonces me acerque a un anciano para que me explicara donde estaba lo malo y quien tenía la razón. El anciano con toda la paciencia del mundo me dijo:

-Mira hijo, contaban los mayores que hace muchos años, en aquellos tiempos de los arrieros ellos traían las cuerdas de tripa de la parte de Puebla y Michoacán, los músicos las compraban por docenas o por gruesas ya que no llegaban seguido al pueblo, todas eran de un mismo grueso por lo que una jarana tenía todas las cuerdas iguales. Esas cuerdas había que untarles aceite para que las cucarachas no se las comiera, costaban dos centavos la docena y solo servían para dos o tres tocadas porque se gastaban y se reventaban, así que cada músico cargaba su rollo de cuerdas en la bolsa del pantalón.

Por esos tiempos se ponían tonos bajitos para que la cuerda aguantara el tirón y combinando las diferentes posturas se hacían sonar los instrumentos, entonces el cantador tenía que gritarle más fuerte al canto.

Esta forma de tocar muy pausado y cantar muy alto por el tono de los instrumentos se le llamo tono abajeño.

Después apareció la cuerda llamada romana que era parecida a las cuerdas de seda, estas cuerdas se desparpajaban, después de algunas tocadas ya no servían y había que cambiarlas. Finalmente aparecieron las cuerdas de nylon que tienen un sonido chillón paro aguanta más, ésas cuerdas si vienen de diferentes grueso y ahora muchos músicos las combinan. Los señores que te afinaron la jarana con anterioridad cada uno está acostumbrado a posturas diferentes, si la afinas por media bandola el bordón de abajo no se usa, va suelto y se sigue conservando la prima pero si la afinas por chinalteco entonces el bordón de arriba es el que no se usa y la prima se pone en el sobre bordón y así cada postura tiene su gracia.

Fue así como entendí porque cada músico de rancho tiene sus formas muy particulares de encordar y de afinar su instrumento.


                                                                                              

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La jarana del chino

La Manta y La Raya # 7                                                                marzo 2018


La jarana del chino * 

Relato campesino anónimo

En una ocasión, a un fandango celebrado en una de las comunidades de la región sanandrescana habían acudido varios músicos y cantadores. Muchos habían llegado temprano acompañando a los recién casados, pues era costumbre llevarlos con jaranas. En el patio había grandes mesas improvisadas y sobre ellas las mujeres ponían tacualones repletos de tatabiyiyayo y cubetas de pinole. Las tortillas calientitas las hacían otras mujeres, quienes tenían en el suelo tenamaste donde ponían el comal.

Al caer la tarde, los músicos se fueron acercando a la tarima que estaba bajo un manteado. Con el primer son, todos se apresuraron para estar en el entablado. Habían iniciado los músicos pero los cantadores no se atrevían a cantar. Los bailadores tampoco se animaban a subir a la tarima. El casero, que estaba observando, se subió a la tarima y le dijo a los presentes:

–Señores, esta noche es de diversión ¡A divertirse todos! Por el gusto de que a mi hija hoy se la lleva su marido. –¡Voy a dar una botella de jerez y una garrafa de aguardiente al mejor de los verseros. A la media noche la entrego para que la comparta con los músicos!

Se bajó de la tarima y volvió a escucharse “El Pájaro Cu”. Nadie se atrevía a contestar, había recelo entre los verseros. Las mujeres tampoco subían a bailar. De pronto un ancianito se subió a la tarima tratando de imitar groseramente a las mujeres al bailar. Enojadas, las mujeres se subieron a la tarima bajando al ancianito, dando de esta manera inicio al fandango. Todos los verseros recorrían sus memorias buscando versos. Las mujeres subían y bajaban de la tarima. El fandango se estaba animando bastante. Había un músico poco conocido por los presentes, de color moreno y pelo chino que hasta entonces había permanecido callado, que se acercó a los músicos. Templó bien su jarana y se puso a tocar. La música de su instrumento era buena, sobresalía de las demás jaranas. Dejó que los demás cantaran en un principio, luego se puso a cantar con fuerza. Su voz era clarita dándole forma a cada son que cantaba.

Los asistentes estaban atentos a los músicos y versadores. El negro de pelo chino, con mucho cuidado agarraba su instrumento y tocaba con delicadeza. El sonido de esa jarana era inconfundible. Daba una voz diferente a todas, confundiéndose con la del chino. Cantó versos de entrada, de relación, de argumentar y tantos otros que nunca se habían escuchado por el rumbo, con “El Zapateado”, que tenía cerca de dos horas de haber comenzado. Pero ni los músicos ni los cantadores se querían dar por vencidos.

Los asistentes estaban nerviosos porque algún perdedor podía comenzar con versos picones y saldrían entonces los machetes a relucir. Sin embargo el son siguió de frente. Se tocó tanto tiempo que muchos jaraneros tenían su jarana salpicada de sangre, por los dedos reventados. El chino cantó versos como nunca antes se habían cantado. Llegó un momento en que los demás cantadores se callaron para escucharlo cantar. Los músicos no querían dejar de tocar para que siguiera cantando.

Cuando por fin terminó el son, se dirigió en silencio hacia una mesita donde estaba el vino y la garrafa de aguardiente, los agarró y se alejó con el triunfo. Nadie sabía quién era ni de dónde había venido. Lo vieron alejarse callado sin pronunciar palabras.

Había caminado unas veinte varas cuando desapareció en medio de un remolino. Cuando se disipó el remolino, en el lugar quedó una botella de vino y una garrafa de aguardiente.

 

*  Presas del encanto. Crónicas de son y fandango, Programa Desarrollo Cultural del Sotavento, CONACULTA, pp. 51-52, 2009.

 


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