La Manta y La Raya # 13 septiembre 2022 ________________________________________________________________________
Sayula, un pueblo de Veracruz 1949-1952
Calixta Guiteras Holmes
Presentación
En la historia del quehacer antropológico en México la obra de Calixta Guitera Holmes (1903-1988) ocupa un sitio en la primera línea. Concluidos sus estudios en la Escuela Nacional de Antropología e Historia (antes obtuvo el doctorado en Filosofía y Letras en la Universidad de La Habana), desarrolló investigaciones etnográficas en Chiapas y Veracruz.
Nacida en 1905 en Filadelfia (hija de padre cubano y madre norteamericana) Calixta Guiteras Holmes llega a Cuba cuando contaba apenas con 10 años de edad. Durante su vida universitaria participó en la lucha contra el tirano Antonio Machado, siguiendo los pasos de su hermano Antonio Guiteras Holmes, sobresaliente lider antiimperialista. En 1935 escapa de la sangrienta represión del dictador Fulgencio Batista, refugiándose en México con su madre María Teresa. Cuatro años más tarde inicia sus estudios de antropología. Despues de graduarse se convierte en titular de la cátedra de Etnología. En 1961 a su regreso a Cuba fue nombrada asesora del Instituto de Etnología de la Academia de Ciencias.
Calixta Guiteras Holmes escribe Sayula como resultado de su participación en el Proyecto de Antropología Aplicada a los Problemas de la Cuenca del Papaloapan, dirigido por Alfonso Villa Rojas. A partir de 1949 realizaría el registro etnográfico en la cabecera municipal y sus cinco congregaciones, localidades en las que sus habitantes miraban optimistas el futuro, considerando que el presidente de la República Miguel Alemán Valdés (quién nació, precisamente, en ese poblado popoluca que hoy lleva su nombre: Sayula de Alemán) estaba obligado “a volcar el cuerno de la abundancia sobre la zona…”, según lo apunta la autora. El trabajo de campo se prolongaría hasta enero de 1952, comprendiendo un total de setenta y cuatro días de estancia en la comunidad y sus alrededores. Ese mismo año se publica Sayula en los Talleres Gráficos del Estado de Veracruz.
El objetivo de esta obra se orientó, básicamente, hacia el diagnóstico de la problemática social confrontada por los popolucas de Sayula, así como al análisis de las actitudes que la población expresaba frente a las dinámicas planteadas por la modernidad.
Calixta nos ofrece una puntual descripción etnográfica y un panorámico atisbo sociológico en el que advertimos los efectos de la explotación económica, manipulación política, insalubridad y analfabetismo, determinantes de la condición subalterna característica a los pueblos indígenas de entonces y de hoy.
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Se reproducen aquí estas notas en torno a la salud, las enfermedades, su cura y sanación en el México rural y campesino de mediados del siglo XX, producto del trabajo de campo que la antropóloga Calixta Guitera Holmes realizara en Sayula, Veracruz y que aparecieron publicados en su libro Sayula, cuya primera edición data de 1952 y reeditado más recientemente por la Universidad Veracruzana en 2005.* El pueblo indígena de Sayultepec, existente al momento del arribo de los europeos en la tercera década del siglo XVI, es reconocido en la actualidad por ser uno de los municipios donde aún se habla la lengua mixe-popoluca, aunque es justo decir que, desafortunadamente, ésta se encuentra en riesgo de desaparecer. Para poner en conocimiento de las lectoras, la trayectoria académica de la antropóloga Guitera Holmes reproducimos también unos párrafos de presentación escritos por el reconocido antropólogo Félix Báez-Jorge, y que aparecen igualmente en la citada edición de 2005.
Ideas acerca del origen de las enfermedades
El temor y el asco predisponen a la enfermedad.
Las enfermedades causadas por la pérdida del alma o del espíritu favorecen la presentación de otras o acentúan las que ya se padecen.
La llamada espanto se encuentra íntimamente ligada a la pérdida del espíritu que en todos los casos ha sido hurtado por los chaneques. La perdida del espíritu se produce por una caída, por la vista de una víbora, por apariciones raras en la noche, o ruido de pasos cuando no hay nadie, por haber visto u oído a los chaneques, por haber percibido el olor de los chipiles donde no los hay (hojas con que se alimentan los chaneques), por sentir a la “muerte” que pasa, por tocar o tomar alguna cosa que “tiene dueño”, sin antes haber pedido la venia a los chaneques”, por haberse perdido “porque se lo han llevado los chaneques”, por haber sido “jugado de chaneques”, por permanecer mucho tiempo dentro de la casa, con lo cual pesa sobre el individuo “la sombra de la casa”, por asustarse uno sin saber por qué, lo que se atribuye al “aire malo del monte”, etc.
El espanto puede ser directo o indirecto. Directo cuando es la persona que enferma la que experimenta las impresiones arriba enumeradas; e indirecto cuando alguno de la casa enferma, explicándose esto por el hecho de haber sido traídos desde el monte los chaneques por algún miembro de la familia o una visita.
El ojo es originado por un deseo frustrado. La persona que enferma no es aquella que ha tenido el deseo sino aquella que lo ha provocado. El deseo o impulso de besar, abrazar o tocar a una criatura, cuando no se satisface, se enferma a la criatura. Una persona que despierta admiración, alegría o deseo intenso en otra puede ser víctima de “ojo”. Esto es explicado diciendo que le “han calentado la cabeza” aquellas cualidades que le han llamado la atención intensamente. También se atribuye el “ojo” a los “ojos fuertes” o a la “mirada fuerte” de ciertas personas. En este caso se supone que es un mal recíproco, ya que el causante también siente malestar.
En cuanto a enfermedades que tienen un carácter epidémico y por lo tanto carecen de la cualidad de ser personales, se considera que “son mandadas por Dios”. Estas son: el sarampión, la tosferina, la viruela, la varicela, el vómito con diarrea, etc.
El aire. Es necesario considerarlo bajo dos aspectos: 1) como simple vector, y 2) como causa directa de males, una vez que se ha introducido en el organismo.
En el primer casi se encuentran ciertas manifestaciones patológicas que se atribuyen al paso por un panteón o junto a un muerto, y el llamado “mal viento” o “viento malo del monte”, en el que “te pueden enviar algún mal”.
En el segundo caso están comprendidos la mayor parte de los dolores: de cabeza, de oído, de muelas, de garganta, dolores musculares, cólicos, espasmos, catarro, tos, etc. El aire que se introduce en el organismo, generalmente es calificado de caliente o frío, y están más expuestos a ello los individuos que se encuentran en estos estados extremosos de temperatura, los espantados y las criaturas.
El calor. La presencia de un cadáver y de una mujer embarazada o menstruando agravan cualquier enfermedad o la complican, pudiendo provocar la muerte. Tanto el muerto como las mujeres en esos estados expiden calor, lo cual es muy dañino. Una persona que ha sido picada por una víbora, aun cuando se encuentre en vías de franca curación, muere irremisiblemente a la vista de una mujer embarazada. Un granito o un arañazo se gangrena en la presencia de un muerto o de una persona que regresa de un mortuorio o entierro “trayendo el calor del muerto”.
La vista de un muerto afecta también a la mujer embarazada, haciendo que la criatura nazca en zurrón [sic].
Males Anímicos. Un disgusto serio, el coraje, el enojo o un desengaño, producen bilis, que se manifiesta con un dolor de estómago y que puede causar la muerte. Una mujer murió de una parálisis intestinal, lo que se atribuyó a un disgusto que había tenido con uno de sus hijos.
Antojos. El deseo frustrado de comer una cosa determinada produce granos en diferentes partes de la cara.
Eclipse. El labio leporino es atribuido a que estando una mujer embarazada, mira un eclipse de luna y la luna come el labio del hijo aún no nacido.
Causa sobrenatural. Hay muertes que se atribuyen a un castigo sobrenatural, porque se ha sabido que el difunto cometió alguna falta grave, se expresó irreverentemente acerca de algún santo, etc. En estos casos se habla del “castigo de Dios”, pasando por alto la sintomatología de la enfermedad que padeciera antes de su deceso. Esta explicación es la que acompaña generalmente a la muerte repentina o a una enfermedad incurable.
Herencia. El concepto de la herencia patológica se expresa con respecto al congelo y al pinto, hablándose de “raza de pintos”, y de cómo antiguamente los padres tenían mucha culpa porque dejaban a sus hijas casarse con pintos.
Otras causas. La sífilis se origina por el contacto con mujeres que la tienen.
El “mal de ojo” (conjuntivitis epidémica), se atribuye al calor y se dice que “al pisar la tierra húmeda se sube el calor” a los ojos.
Un malestar o trastorno puede ser provocado porque un alimento “cayó mal” en el estómago.
Comer tierra o barro cocido se dice que produce un estado edematoso (sic).
El “daño” siempre es algo “puesto” o “echado” por “uno que sabe”, ya sea un brujo u otra persona. Existen en Sayula dos tipos diferentes de daño: 1) una forma antigua y muy extendida, en la que el mal es enviado en el viento o introducido en el organismo de la víctima en forma de animalito o de diminuta piedra. El nahual juega un papel importante; conceptualmente ligado al daño, las personas con nahual se transforman en puerco, perro, mazate, venado, tecolote, león, tigre, borrego, o “en lo que quieren” para enfermar o matar. Un hombre relata el hecho de haberle colocado una trampa a un borrego molestoso que después fue quemado y concluye diciendo que “amaneció muerto de quemaduras un brujo”. La transformación en nahual se debe aquí a una fuerza o don especial que poseen ciertos individuos; y 2) una forma reciente que parece tener su centro en la región de Los Tuxtlas, y no aceptada por la gran mayoría de la población sayuleña. En este tipo de brujería, la transformación en nahual se atribuye a “un pacto con el Diablo”. Entre aquellos que la practican se cree que toda enfermedad es daño, es decir, tiene este único origen. Aquí el daño se debe principalmente a muñecos hechos de trapo con la figura de la víctima, que son enterrados en las afueras del pueblo, en un lugar escogido por donde éste acostumbra a pasar camino a su trabajo; el muñeco roba el espíritu del individuo, lo cual es la causa de su enfermedad. En otras ocasiones se trata de un “entierro”: alguien entierra en una casa o en la puerta de ella un hueso de muerto sustraído del panteón, o un frasco conteniendo substancias abominables (sobre las que se guarda un gran secreto), que causa la enfermedad y la muerte de una familia, atribuyéndose a ello cualquier mal que les pueda acontecer.
El daño siempre es atribuido a una venganza por parte de una persona por un mal recibido injustamente, así como por envidias, por el deseo de anular a un competidor –como cuando un brujo quiere eliminar a otro–, en pleitos por una herencia, o cuando una mujer desea deshacerse de otra quien se siente atraído su esposo o amante.
Otro daño es el que consiste en un envenenamiento producido por la ingestión de substancias nocivas, ya de ciertos vegetales, ya de polvo de hueso de muerto, que se ha logrado introducir en la comida o la bebida de la presunta víctima.
Todas las enfermedades pueden a la larga ser atribuidas al daño –salvo las epidémicas–, así como también los golpes, las heridas y la muerte. Las primeras son caracterizadas como daño cuando se resisten a ser curadas por los medios conocidos y practicados. Llagas que se agusanan, que son purulentas, son “puestas”. Los golpes, las heridas y la muerte que no tienen una explicación natural, se deben a “daño echado”. Una mujer que cae en su patio, lastimándose una pierna que se le infecta y muere, se supone que es víctima de la mala voluntad de otra persona, ya que “su esposo había limpiado el patio el día anterior y no tenía por qué caerse”. Un hombre que se hiere con su propio machete “sin dar un golpe en falso”, es decir, sin tener idea de haber manipulado con descuido su instrumento de trabajo, es víctima de un daño.
Las etapas más generales en la curación de las enfermedades
La primera tentativa de curación es la del espanto o la del “ojo”, aunque esta última es más bien practicada a las criaturas cuando se presenta una descomposición intestinal, o en adolescentes y adultos cuando han proporcionado un motivo, como lo es el hecho de que una muchacha se pasee con su hermosa cabellera suelta.
Se considera indispensable eliminar el espanto, ya que si existe la condición de espantado “ni el paludismo se cura”. Los curanderos dicen que estando espantado “las medicina sólo envenenan el cuerpo”.
Hay algunos que comienzan por un purgante o una infusión cuando el mal empieza por un trastorno del estómago, pasando a la cura de espanto cuando no se siente alivio.
Aun en el caso de que se trate de un daño, éste muchas veces va acompañado del espanto, como cuando es traído en forma de un animal, de ruidos extraños, del graznido de un tecolote o de un pájaro. La presencia de estos agentes, causa, en primer término, el espanto.
Cuando estas curaciones no producen el resultado apetecido, se recurre al curandero o yerbatero, siendo esta la segunda etapa en la curación. Es aquí donde parece más fácil la intervención del médico, aunque debería comenzar por la primera para impedir que tome incremento un mal cuya sintomatología pudiera ya estar expresada en ella.
Quizás desde el primer momento el curandero advierte la presencia del daño y trate de conjurarlo, pero hay ocasiones en que, sólo después de una lucha infructuosa con los medios a su alcance, llega a la conclusión de que se trata de daño al no ceder la enfermedad.
La curación del daño es la tercera etapa. Una vez llegado a esta conclusión, en el caso de que no se logre la curación y el paciente muera, la muerte, desde luego, es atribuida a la hechicería.
Pudiera citarse muchos ejemplos acerca de las reacciones personales frente a un malestar, pero baste con uno muy sencillo que no tuvo mayores consecuencias:
Una mujer que no tiene deseos de levantarse por la mañana y cuando lo hace siente el cuerpo pesado, piensa: “¿será porque salí después de la plancha, o será que me ojearon?”. “Debe ser que me ojearon porque mi brazo está bueno”, dice moviendo en todas direcciones el brazo derecho. Al ser preguntada por qué la ojearon, contesta que porque “dije unas cosas que le parecieron chistosas a mi comadre y le debo haber calentado la cabeza, porque mucho se reía”. Una vez convencida mandó a llamar al viejo Juan Sandalio, ensalmador, quien le quitó el “ojo”; la ensalmó y la hizo permanecer en su casa el resto del día “porque el copal es muy caliente”. A la mañana siguiente estaba perfectamente curada.
Los curanderos
Para suplir la falta de médicos en Sayula, hay personas que poseen diversos conocimientos y experiencia, y que se han especializado en la curación de males.
Hay cuatro parteras, mujeres.
Cinco componedores de huesos o talladores, cuatro hombres y una mujer.
Doce culebreros, hombres.
Diez o doce curanderos, yerberos o brujos, hombres y mujeres.
Las cuatro parteras de Sayula son mujeres de más de 40 años que visten de refajo, dos de ellas muy viejecitas. Ninguna mujer joven comienza a atender partos; siempre es una casada y con hijos. Se aprende con una partera de reputación establecida, a quien la novicia acompaña durante cinco o más años. Es generalmente a la muerte de la maestra cuando la discípula ejerce por cuenta propia. Por un parto se cobran $10.00, más la comida y el aguardiente o tequila.
Los componedores de huesos o talladores atienden las roturas de huesos, venas torcidas, descomposturas, zafaduras, venas encogidas (“cuando se siente una bolita en la vena”), quebraduras, viento o aire. Dan masajes con aguardiente o grasas; untan sebo caliente y envuelven en hojas para conservar el calor; entablillan; vendan; sangran; prescriben dietas; emborrachan al paciente cuando se trata de una cura dolorosa.
Los culebreros se han especializado en la curación de los piquetes de víbora y de la araña capulina. Ayunan durante la Cuaresma desde el Miércoles de Ceniza hasta el Domingo de Resurrección. Mientras están atendiendo a un enfermo deben guardar abstinencia sexual. Pueden tomar bebidas alcohólicas, pero se abstienen de comer carne y chile. Antes de ir a curar a un enfermo, “si cometió algo con su mujer ese día”, tiene que bañarse y mudarse de ropa.
Un culebrero nunca puede matar una víbora, sólo puede sacarle los colmillos. Habla y llama a la víbora mediante una pequeña flauta o chirimía. Los aprendices de culebreros son sometidos por su maestro a ciertas experiencias, en que han de permanecer sin hacer el menor movimiento ni expresar temor cuando las culebras reptan por sus cuerpos desnudos. Dicen que nunca se ha dado el caso de que un culebrero haya sido picado por una víbora.
Usan los colmillos de serpiente venenosa para localizar el piquete: moviendo la aguda punta sobre y alrededor de la parte adolorida, conocen el punto exacto porque “allí se hunde el colmillo” que ellos manejan.
Cuando comenzaron en la zona de Acayucan los trabajos de la Comisión del Papaloapan, quince hombres murieron picados de víbora, pese a los esfuerzos de los médicos. Después de esto y siguiendo los consejos de gente conocedora de la región, el Ing. Beltrán resolvió tener un culebrero a sueldo en cada brigada de trabajadores, desde entonces ninguno murió de piquete de víbora.
Los culebreros son muy celosos en lo que se refiere a las yerbas que emplean en sus curaciones; sin embargo, cuando se mencionó el llamado “bejuco de culebra”, conocido en la huasteca veracruzana, confesaron que ese era uno de los ingredientes que usaban y que debía cortarse el primer viernes del mes de marzo, para conservar su potencia. También se habla de que antiguamente había viejecitos que curaban con su saliva: éstos comían víboras y hacían suertes con ellas, inmunizándose poco a poco. Los culebreros administran ciertas infusiones de yerbas, chupan, dan masajes y tienen cuidado de colocar al enfermo en un lugar de la casa donde no pueda ser visto por una mujer embarazada, lo que sería fatal.
Los curanderos, yerbateros o brujos, conocen las yerbas “buenas y malas”. Curanderos y yerbateros son palabras sinónimas, empleándose la de brujo cuando se hace referencia a un daño o mal causado por ellos, y yerbatero o curandero, cuando se trata de una curación. Entre los curanderos de Sayula hay dos de fama: don Octaviano García y Palermo Hernández. El primero tiene presunciones de médico, estuvo adscrito durante el exilio impuesto por la Revolución y la destrucción del pueblo, al cuerpo médico del ejercito durante los años de 1926-1931, donde, como él dice, aprendió con un doctor. Tiene ahora 75 años. Cuando regresó a Sayula traía un bagaje de ideas acerca de la higiene, algunos nombres de enfermedades, y sabía poner inyecciones intramusculares e intravenosas. Sin embargo, los conocimientos adquiridos fuera no eliminaron su creencia en la brujería. Ahora se lamenta de no poder aplicar sus ideas modernas y, aunque inyecta, receta medicina de la botica y no está de acuerdo con las sangrías que se hacen con colmillos de serpiente para curar los dolores de los miembros, se ha unido al curandero Palermo Hernández, siendo ambos muy respetados y colmados de obsequios, por temérseles como brujos. Palermo es discípulo de un negro de San Andrés Tuxtla llamado Severiano, que vive en Acayucan, donde goza de gran renombre.
Entre aquellos que han adquirido la reputación de brujos existe gran temor; se oye decir que Palermo tenía miedo a la vieja Eulogia, y sólo después de su muerte trabaja él con más tranquilidad.
Los curanderos o yerbateros curan toda clase de enfermedades, excepción hecha de aquellos males que han dado origen a las especialidades mencionadas, como la partería, culebrero, copalero, etc.
La gran mayoría de los curanderos posee exclusivamente el conocimiento de las yerbas con que fabrican sus remedios y los antídotos de los venenos más usuales. Una minoría “que ha platicado con el Diablo”, tiene un jefe de acuerdo con el cual actúa previa consulta. Estos últimos tienen que haber ido a los tres cerros de la región de Los Tuxtlas: al San Martín, al Mono Blanco y al Santa Marta, “donde viven los jefes de los brujos”. Los aprendices de brujo escalan uno de estos cerros el primer viernes del mes de marzo, después de quemar unas velas ante la Virgen del Carmen de Catemaco. “Al subir al Mono Blanco deben ir dejándolo todo; allí deben cortar las yerbas que “salen de noche”, descender a las diez de la mañana, antes de oír los tronidos del cerro que empieza a moverse por el dragón infernal”. Estos curanderos son los que conocen la manera de desenterrar muñecos, localizar y extraer “entierros”, etc., deshaciendo definitivamente de esta clase de amenazas a sus clientes. Por una operación como ésta, que se ejecuta rodeada de misterio ante la familia sobre3cogida por el espanto, cobran hasta $300.00.
Debido al hecho de que la mayor parte de los sayuleños no cree en esta forma de daño, los curanderos que la conocen también suelen ser buenos yerbateros, que se pliegan a la antigua manera de curar cuando sus sugerencias acerca de un posible “entierro” son rechazadas.
Existe entre ambos tipos de curanderos o brujos, una diferencia en la manera de realizar el diagnóstico de la enfermedad, así como en los métodos curativos. Los del tipo más antiguo diagnostican mediante el pulso o sólo mirando al enfermo y generalmente haciéndole preguntas. Los del segundo tipo utilizan la baraja española: “La baraja dice lo que le han dado al enfermo; se ve si es en la copa o en la comida; si es para morir salen juntos los bastos, ya no tiene vida, es de luto, allí también se mira si es entierro”. En este caso, las curaciones deben ser nocturnas y el viernes es el día favorable.
Así como los culebreros practican el ayuno, también lo hacen los curanderos y yerbateros o brujos. Si un curandero abusa de una mujer como pago de una curación, muere al poco tiempo.
Los curanderos dan masajes y fricciones, usan sangrías, cataplasmas, purgantes, vomitivos, dietas, lavados intestinales; soplan con aguardiente o con yerbas y aguardiente la parte afectada; desinfectan heridas y llagas; lavan y vendan, lavan los ojos, fabrican remedios de todas clases, prohíben el baño en días determinados, recetan medicinas de patente, uno sabe poner inyecciones, beben y dan de beber aguardiente al enfermo en ciertas circunstancias, desentierran objetos mágicos tirándolos al agua o enterrándolos para evitar toda contaminación, etc.
Para los lavados intestinales existe ahora un recipiente moderno que es propiedad de don Octa, quien lo facilita a sus pacientes. En caso de no poderlo pedir prestado, se recurre a lo que antes usaban: una botella, una tripa y un pedazo de carrizo cortado en el monte.
Los ensalmadores o copaleros curan el espanto y el “ojo”. No todos curan ambos males –hay más curadores de espanto que de “ojo”–. Algunas veces los curanderos y las parteras también saben curar estas enfermedades. Se aprende con uno que sabe, que generalmente es de la familia y se comienza a trabajar, cobrando fama con el éxito obtenido. El copal y el rezo son indispensables en estos tipos de curaciones.
Manera de curar el espanto: En muchos casos es necesario ir al lugar donde la persona se espantó, aunque se cura sin hacer esto en la propia casa del paciente. En el primer caso, se encaminan, ensalmador y familiares del enfermo, al sitio indicado. Se habla con el chaneque, quien tiene en su poder el espíritu, diciéndole: “Suéltalo, suéltalo”, a la vez brindándole aguardiente, cigarros, tamalitos de chipile, y se mata una gallina que después comen todos al regresar a la casa. El aguardiente se riega en el suelo y allí se depositan los demás obsequios tentadores. Durante todo el camino de regreso el ensalmador va llamando al espíritu por su nombre.
Otras veces se cura haciendo una cruz en el piso y echando aguardiente sobre ella “para convidar al chaneque”; encima se coloca una jícara con agua del pozo o de un cántaro de donde ha sacado agua; se riega con aguardiente el suelo en circunferencia alrededor de la jícara. El copalero toma siete bolitas de copal que va echando en el agua; aquellas que se van al fondo se extraen para sustituirlas por otras nuevas hasta que todas flotan y se colocan alrededor de las paredes de la jícara. Una vez logrado esto el enfermo debe estar curado. Durante este proceso, los copales giran en el agua y el ensalmador dice que esto se debe a que no saben qué hacer porque “el chaneque los va persiguiendo”. Entonces aquél habla con voz monótona pero con énfasis, diciendo: “Levántate, espíritu. Santo Cristo, Santo Cristo, Santo Cristo, María. No hay trago, chaneque. Levántate, espíritu. Santo Cristo, Jueves Santo, Santo Cristo. No hay trago, no hay casa; sin trago, sin casa; Santo Cristo, etc. Levántate espíritu”. Y los están revueltos. El ensalmador dice: “Te espantaste por una víbora en el agua donde te ibas a bañar”. Y efectivamente, el enfermo había visto a la luz de la luna una víbora en el pozo en que se bañaba. Continúa el rezo; poco a poco se van eliminando los copales que se hunden “porque los jala el chaneque”, y cuando todos están a flote y siguiendo el contorno de la jícara, el espíritu del hombre ha sido devuelto. El copal, una vez echado al agua, no vuelve a servir porque “lo lleva su amo”, y con él el enfermo es copaleado o sahumado. A veces es necesario repetir la curación varias veces. En algunas ocasiones también se administra algún remedio al enfermo.
El “ojo” se cura de la manera siguiente: Se talla el cuerpo y la cabeza del enfermo en forma de cruz con un huevo acabado de poner, “y si es de gallina negra, mejor”. Después se rompe el huevo dentro de un vaso de agua o de aguardiente y “allí se mira el ojo, allí queda cocido”. Luego se echa aguardiente en la cabeza, frotándose con fuerza. Inmediatamente se talla al enfermo con un manojo de yerbas mojadas con aguardiente, poniendo énfasis en la cabeza, la espalda y las articulaciones de los miembros superiores e inferiores, y finalmente se atan estas yerbas a la planta de los pies para “bajar el calor”. El ensalmador reza y habla con el enfermo mientras realiza las operaciones antes descritas.
Los animales son atendidos por los curadores de personas según la enfermedad que padecen: curanderos, culebreros, copaleros, parteras; aunque en la mayoría de los casos sus propios dueños saben curarlos o buscan a uno que sabe y aprenden.
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