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Los otros relatos de la memoria social

Origen de los africanos

La Manta y La Raya # 16                                                      marzo  2024 ________________________________________________________________________

Origen de los africanos

 

Gonzalo Aguirre Beltrán

 

 

Gonzalo Aguirre Beltrán, médico y científico social veracruzano fue pionero en los estudios etnohistóricos sobre la población africana en México. Su libro La población negra en México fue publicada por primera vez en 1946. Los editores de LMyLR hemos querido compartir con nuestros lectores algunos fragmentos de su importante investigación, a fin de recordarnos que África es un continente rico y diverso (no un país, como muchas veces se sugiere con profunda ignorancia) y que las herencias africanas que durante siglos han nutrido y enriquecen a la sociedad mexicana provinieron de distintos pueblos, regiones,, idiomas y culturas. En el esfuerzo colectivo de reconocer el aporte de los pueblos y comunidades afromexicanas del México de hoy resulta preciso revisitar nuestra historia y reconstruir nuestra memoria colectiva. Las herencias africanas en México están más vivas que nunca.

*  *  *

Pobladores del Papaloapan: Biografía de una hoya,                              CIESAS, México, 1992, pp-91-92.

Se cita textualmente:

Origen de los africanos

¿De dónde procedían los esclavos? Esta pregunta hoy mas que nunca necesita una resolución documentada. Es creencia común entre los actuales pobladores de la hoya que los negros existentes en la región, así como sus productos, los mulatos, vinieron de Cuba u Santo Domingo. Es indudable que durante el siglo pasado negros y mulatos de las Antillas inmigraron a la zona para trabajar en la construcción de la red ferrocarrilera; su número, aunque escaso, favoreció, por extensión, el pensamiento de que todos los individuos de color procedían de las islas. Los hechos, sin embargo, fueron otros. Directamente, sin verificar escala prolongada alguna, nuestros abuelos negros fueron importados del África.

Pero el África es un accidente geográfico demasiado extenso para que una respuesta de carácter general pueda ser satisfactoria. Los negros vinieron efectivamente, más no de todos los lugares del continente cordiforme. Procedieron de puntos definidos.

Las listas de esclavos de ingenios y haciendas, las cartas de compraventa y documentos similares son una ayuda valiosa para localizar la procedencia de los negros; tan valiosa, que por medio de ellos podemos llegar a definir hasta la gens o tribu de donde fueron arrancados.

En el contrato celebrado entre Cortés y Lomelín, al cual ya hemos hecho referencia, se asienta que los esclavos debían de ser extraídos de Cabo Verde, región del occidente africano, que en la actualidad tiene como centro comercial y político al puerto de Dakar, sumamente conocido por las frecuentes alusiones que a él se hicieron durante la pasada conflagración mundial. En 1542, fecha del contrato, el centro comercial y político de la región se encontraba radicado en la isla de San Iago, lugar donde los portugueses, que la posían, establecieron su más importante y famosa factoría. A la isla de San Iago iba a parar toda la mercadería –entre ella los negros, que como tal era considerados– de la costa continental inmediata y de los numerosos ríos que en ella desembocan.

En las listas de esclavos del ingenio de Tuztla aparecen los nombres de estos negros caboverdianos con la designación de la tierra o nación -tribu- de su procedencia. Siguiendo una antigua práctica romana, los españoles imponían a los esclavos un primer nombre cristiano, seguido, como apellido, de su origen tribal. Los apellidos de los esclavos eran en la mayoría de los casos -podríamos decir- gentilicios, denominaban la gens a la cual pertenecía el negro.

De las relaciones de los “negros bozales, que han muerto en el ingenio de Tuztla, años de 1584 y 1585, recogemos la siguiente información: 

1) un negro Bran, largo, de los 40 que envió el marqués a la hacienda; 

2) Rodrigo Biafara; 

3) Lorenzo Biafara, por otro nombre Cazangue; 

4) Jorge Bran, murió de una puñalada que le dio Juan Mandinga porque lo tomó con su mujer; 

5) Antón Zape, por otro nombre Cazanga; 

6) Alonso Zape, por otro nombre Obero, de tierra Zape Zimba; 

7) Diego Bran, murió de cámaras de sangre;

8) Domingo Gomero; 

9) Daniel, criollo, hijo de Juan de Biafara y de María Cazanga;

10) Joan Zape, desjarretado de un pie; 

11) Marta Bran, mujer de Alonzo Muza; 

12) Manuel Berbesí; 

13) Catalina Biafara, mujer de Juan Vaquero; 

14) Francisco Cengue Cengue, de casta Zape; 

15) Brianda de Terranova, mujer de Pedro Zape; 

16) Ana Berbesí; 

17) Antón Ñengue Ñengue, de casta Biafara; 

18) Catalina, criolla, hija de Francisco Bañón; 

19) Francisco de Cazambungue, lo mataron Vicente Zape y Juan Congo; 

20) Sebastián Cazanga; 

21) Dominga, criolla hija de Catalina Chongolo; 

22) Alejo Barbado; 

23) Juan Marcos, hijo de Francisca Joloffo;

24) Pedro de Alvarado, de casta Berbesí; 

25) Hernando Bomba; 

26) Melchor Bioho, lo mató un negro cimarrón llamado Antón Mandinga; 

27) Cristóbal Berbesí; 

28) Antón Manicongo; 

29) Diego Balanta; 

30) Cristóbal Conyl, de hinchazón de barriga y cara; 

etcétera (AGN, Hospital de Jesús 247.7.11).

La lista continúa, para nuestros propósitos nos basta con los asentados para localizar, como negros caboverdianos a individuos procedentes de las tribus: Wolof, Berbesí o Serer, Cazanga o Dyola, Terranova, Bañón, Mandinga, etcétera. Tribus todas situadas en las márgenes de los ríos Senegal, Salum, Gambia, Cazamancia, Grande, Santo Domingo y el el archipiélago de los Bissagos.

Algunos de los individuos arriba mencionados no procedían, sin embargo, de Cabo Verde, entre ellos Domingo Gomero, que seguramente fue arrancado de la isla Gomera, en las Canarias; Antón Manicongo, originario del Congo, y quizá algún otro más que escapa a nuestros conocimientos; más, de cualquier manera, los caboverdianos formaban la inmensa mayoría. Podemos, por tanto, afirmar que durante el siglo XVI los esclavos procedían de las regiones africanas que hasta hace poco designábamos como Senegal francés, Gambia Británica y Guinea portuguesa; es decir, eran negros del grupo racial conocido por “verdaderos negros o negros del Sudán”.

Más si examinamos las listas de esclavos de principios de la centuria siguiente notaremos que la procedencia había variado. En la hacienda de Uluapa, existían, entre otros, los esclavos siguientes: 

1) Agustín y Magdalena su mujer, negros de tierra Angola de la de Anchico; 

2) Francisco Angola; 

3) Juan de Angola; 

4) Simón de la O, negro de tierra Congo; 

5) Simón, negro de nación Angola; 

6) Bernabé, negro de tierra Angola; 

7) Juan Piñeiro, negro bozal de tierra Jolofe; 

8) Pedro Biafara; 

9) Garciguela, negro de nación Congo; 

10) Manuel Congo; 

11) Miguel Congo; 

12) Miguel Tuerto, negro de nación Angola; 

13) Sebastián Huehe, negro de nación Congo; 

14) Catalina Bran, mujer del susodicho; 

15) Miguel Chato, negro de nación Angola; 

16) Mateo Mocho, negro de nación Angola; 

17) Manuel Cavanga, negro de nación Angola; 

18) Antonillo, negro de nación Angola; 

19) Luis Palao, negro de tierra Bran; 

20) Alonso Zape, por otro nombre Obero, de tierra Zape Zimba;

21) Catalina Locumí, negra, y un negrito suyo, chiquito, que se llama Agustín; 

etcétera, (AGN, Tierras, 74.9).

En la lista que antecede los esclavos proceden en su mayoría del Congo y Angola, es decir, fueron negros originarios del África occidental y, por tanto, de los conocidos como negros bantús” racial y culturalmente diferentes de los negros del Sudán. En la misma lista, además, aparecen, aunque en escaso número, negros caboverdianos -Wolof, Bran, Biafara y, lo que es más interesante, esclavos procedentes de la Nigeria, como Catalina Locumí-. Locumí fue el mejor modo como los negreros portugueses pudieron pronunciar el vocablo Ulkamy que designaba a la gran nación hoy conocida como Yoruba. Un estudio detallado de los orígenes tribales de los esclavos en el país ya fue hecho por nosotros en otro lugar (Aguirre Beltrán, 1946). A ella remitimos al lector que desee hondar en tales asuntos. Para este ensayo, que pretende abarcar españoles, negros e indígenas, basta y sobra con los datos anotados.


 


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Exploración del Istmo de Tehuantepec

La Manta y La Raya # 16                                                      marzo  2024 ________________________________________________________________________

Exploración del Istmo de        Tehuantepec

Crame  1774 

 

Archivo General de Indias (Sevilla, España),  Estado, 20, N. 6 – 2, f 1 v.

Paleografía: Alvaro Alcántara López,                 Centro INAH Veracruz.

 

 

En el contexto de la geopolítica europea de la segunda mitad del siglo XVIII y de los intentos de las potencias por hacerse del control de nuevos territorios o proteger los que ya poseían, la corona española reactivó un viejo proyecto: la posibilidad de comunicar la costa pacífica y atlántica del Istmo de Tehuantepec. Ésta, que fue una idea proyectada por el mismo Hernán Cortés, tuvo algunos tímidos intentos de realización en las primeras décadas del siglo XVIII que, sin embargo, no fructificaron. Fue en tiempos del virrey Antonio María de Bucareli (1771-1779) que se realizaron dos expediciones. La más conocida fue la encabezada por Miguel del Corral y Joaquín de Aranda por la costa de Sotavento, aunque también alcanzó la costa pacífica del Istmo mexicano [Siemens y Brinckmann, “El sur de Veracruz a finales del siglo XVIII”, Historia Mexicana, Vol. 26, núm. 2 (102), 1976]. La otra expedición realizada en tiempos del virrey Bucareli, previa a la de Corral y Aranda, fue la que estuvo a cargo de Agustín Crame en 1774 y cuyo informe general presentamos aquí transcrito, acompañado de un mapa que tiene la particularidad que la costa pacífica (Tehuantepec) se encuentra hacia el norte de dicha representación cartográfica, mientras que la costa de Coatzacoalcos se observa al sur.

Ambos documentos fueron consultados y reproducidos en el Archivo General de Indias, Sevilla (AGI) a finales del siglo pasado. Con la digitalización documental que ha venido realizando el gobierno español en los años recientes, esta documentación puede ser consultada por cualquier usuario de internet a través del portal:

https://pares.mcu.es/ParesBusquedas20/catalogo/search

* * *

Excelentísimo Señor:  Muy señor mío, la carta que le escribí a V.E. de[sde] Tecoantepeque estaba algo tañida con el sentimiento de no haberse encontrado, hasta entonces, el camino que pudo llevar la artillería. Salí de aquella villa con este disgusto, y antes de dar la vuelta por el camino que me habían informado, me empeñé en el reconocimiento por la sierra que está 9 leguas de Tecoantepeque y buscando de unos cerros en otros los parajes más aparentes, como si mi idea hubiese sido abrir camino nuevo di, por fortuna mía, no sólo con el camino por donde pudo pasar la artillería, sino por donde efectivamente pasó, siendo prueba incontestable de esta verdad los desmontes repetidos que hallé en las laderas de los cerros para formar camino espaciosos para ruedas, cosa que en estos países no pudo practicarse sino para semejante fin, pues en el camino real, por no dar los indios cuatro golpes de azada, van los pasajeros, al pasar la sierra, con peligro de despeñarse, como sucedió con una de mis cargas y ha sucedido a otros muchos, especialmente cuando hay nortes.

Con el gusto de ésta descubierta seguí hasta la hacienda del Marquesado [del Valle] llamado Chivela, doce leguas de Tecoantepeque y donde ya las vertientes corren para el norte. Después reconocí el camino de que me habían informado, que es más largo y viene también a Chivela, dando vuelta por la venta de Chicapa. Casi todo es bueno y la parte de tierra que atraviesa no es muy elevada y puede componerse.

Cerca de esa venta pasa el río de San Miguel que corre para el sur y cerca de La Chivela, el de Molota que va para el norte, como de vuelta encontrada y la travesía de uno a otro, que es de ocho a nueve leguas es, la mayor parte, buen terreno.

Allí me detuve a examinar sobre la buena disposición que ofrecen, así el terreno como los ríos, para la comunicación de ambos mares y fueron muchas las ideas que nacieron de esta reflexión.

Después seguí mi viaje andando, en lo que es camino, dos días y medio por tierra desde Tecoantepeque y día y medio por agua hasta el Paso de Tacojalpa, que es el paraje donde me embarqué y que dista diez leguas, por el río, de la costa [del Golfo de México, es decir la barra de Coatzacoalcos]. De aquí bajaré a la barra [de Coatzacoalcos] para examinarla y sondearla y concluiré mi viaje reconociendo otros ríos, que se dan la mano con los reconocidos.

Para que Vuestra Excelencia vea las principales resultas de mis reconocimientos las he expuesto por puntos, en papel separado. Es inútil recargar más explicación hasta que Vuestra Excelencia vea el mapa de todo este país.

Para desempeñar la confianza de Vuestra Excelencia me parece que no me ha quedado quehacer, he tardado poco pero tampoco he parado. La noche sería para volver por los parajes que había reconocido y el día para reconocer otros nuevos. Y en fin si Vuestra Excelencia tuviese nuevas órdenes que enviarme podrán tal vez alcanzarme en Tlacotalpa[], donde como en todas partes, uno de mis más vivos deseos será obsequiar a Vuestra Excelencia y lograr desempeñar lo que pusiere a mi cargo.

Nuestro Señor dilate la vida de Vuestra Excelencia los muchos años que deseo y necesito. Cosoliacaque, el 2 de enero de 1774.

2 de enero de 1774.

Agustín Crame (rúbrica)

 

al Excmo. Señor don Antonio Bucareli y Ursúa [virrey de la Nueva España]

1. Que no sólo pudo pasar la artillería, sino que efectivamente pasó por el camino que he descubierto.

2. Que la artillería, probablemente sólo fue por tierra hasta Malatengo, que entra después en [el] Coatzacoalcos y que aprovechan la estación de medianas crecientes.

3. Que pudo también bajar por el río Saravia, aunque está más distante.

4. Que, en ciertos tiempos del año, así en Malatengo como Saravia, no tienen agua suficiente para dicha navegación.

5. Que bajar la artillería por Goazacoalco es un juguete y que el subir, aunque con trabajo, se lograría también con canoas que deberían hacerse aparentes para el fin.

6. Que el seguir el camino desde Tecoantepeque hasta Goazacoalco, sin servirse de los ríos Malatengo y Saravia pudo practicarse, pero que hubiera sido trabajo costoso y mal entendido para el sólo fin de pasar algunos cañones; y más, debiendo abrir cinco o seis leguas de camino en terreno desigual y bosque muy fragoso.

7. Que si se tuviese la idea de comunicar ambos mares ofrece buena disposición el terreno y aun mejor los ríos, consistiendo lo principal de la obra en comunicar los de Cituna (sic) y Molota que entran en Malatengo, con el de San Miguel o la venta de Chicapa, que corre al mar del sur, siendo el intervalo entre ellos de 8 a 9 leguas, la mayor parte de buen terreno, y aunque hay que atravesar algunas lomas, puede ser que con sola una mina se consiguiera la comunicación.

8. Que de la venta de Chichicapa a Tecoantepeque y a la costa del sur es todo el terreno perfectamente llano y sin obstáculo alguno para establecer la navegación.

9. Que prescindiendo de cualquiera motivo que pudiera haber para establecer dicha navegación, ofrecen las provincias de Acayucan, Tecoantepeque y demás inmediatas muchas ventajas en su recíproco comercio, del cual se podrá hablar por extenso.

10. Que la provincia de Goazacoalco, que fue la más poblada que encontró Cortés, está enteramente despoblada en todo el curso del río e, internándose un poco la población más inmediata, está doce leguas de dicho río, siendo todo lo despoblado excelente terreno.

11. Que en la costa no hay puerto en las inmediaciones de Tecoantepeque, pero que hay buenos surgideros y proporción para formarlo sin gasto excesivo.

12. Que la Barra de Goazacoalco, según los mejores informes es invariable suficiente para fragatas y no muy difícil proporcionarla para navíos, pero que esto se verá bien para informar mejor.

13. Que si se tratase de la expresada comunicación entre ambos mares seguirá como consecuente el pensamiento de establecer por ella el comercio de Perú, reuniendo aun punto todo el comercio de las dos Américas, pensamiento muy practicable, pero sobre el cual y sobre otros puntos no parece necesario anticipar idea.

 


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Juan Rulfo y sus trabajos en la cuenca del Papaloapan

La Manta y La Raya # 15                                                      septiembre  2023 ________________________________________________________________________

Juan Rulfo y sus trabajos en la cuenca del Papaloapan *

 

Paulina Millán

 

 

La trayectoria fotográfica del escritor Juan Rulfo abarca treinta años, de 1932 a 1962, y consta de una producción de aproximadamente siete mil negativos de fotografías de paisaje, arquitectura y retrato. Sus imágenes se publicaron, entre 1949 y 1964, en las revistas América, Mapa, Mexico This Month, Sucesos Para Todos, Guía de Caminos, Ferronales y Acción Indigenista, así como en el suplemento “México en la Cultura” del periódico Novedades.(1)

Entre 1955 y 1957, cuando trabajaba en las tierras de la cuenca del Papaloapan,(2) Juan Rulfo realizó uno de sus trabajos fotográficos más sugerentes, pues incursionó en la fotografía aérea, en el retrato indígena y en el uso de la película a color. Además, utilizó algunas de sus fotografías para ilustrar un texto de su autoría titulado “The Papaloapan”, publicado en 1958 en la revista Mexico This Month.(3)

Varias de sus imágenes fueron publicadas entre 1955 y 1977 en las revistas Mexico This Month, Sucesos para Todos y Acción Indigenista; en el suplemento dominical “México en la Cultura”, en el informe de labores de la Comisión del Papaloapan de 1962 y en algunas publicaciones del instituto Nacional indigenista. Es decir, estamos ante el trabajo fotográfico más difundido de Juan Rulfo.

En Ciudad Alemán, Veracruz, el 1 de febrero de 1955, el señor Juan Rulfo Vizcaíno quedó contratado como director “G” por la Comisión del Papaloapan, representada por su vocal ejecutivo, el ingeniero Raúl Sandoval Landázuri, y el vocal Secretario, el ingeniero José Ramos Magaña. El sueldo estipulado para el escritor fue de $2,800 pesos mensuales, más dinero extra para gastos de permanencia y los traslados que hiciera fuera de la residencia oficial.(4)

Ocho meses atrás, Rulfo había concluido su segundo periodo como becario del Centro Mexicano de Escritores. Entre julio y agosto de 1954, entregó al Centro una copia al carbón del borrador final de la novela Pedro Páramo, con lo que el apoyo económico llegaba a su fin. Para septiembre, los editores del Fondo de Cultura Económica tenían en sus manos el segundo libro del escritor, que terminaría de imprimirse en marzo de 1955, con el número 19 de la colección Letras Mexicanas.

No enclavado en una vocación y sin una entrada fija de dinero, fue invitado por el ingeniero Sandoval a sumarse a la vasta lista de especialistas —ingenieros, arquitectos, economistas, agrónomos, biólogos, geógrafos, antropólogos y fotógrafos—, que conformaban el equipo de la Comisión del Papaloapan. El señor Rulfo Vizcaíno se integró al proyecto desarrollador durante el sexenio de Adolfo Ruiz Cortines, cuando ya tenía por lo menos ocho años de haberse creado.

Tras la gran inundación ocasionada por el desbordamiento del río Papaloapan, en 1944, el gobierno de Manuel Ávila Camacho vio la necesidad de crear un organismo secretarial consultivo que estudiara las necesidades básicas de los habitantes de la cuenca fluvial del Papaloapan. Pero fue hasta febrero de 1947, en los inicios del sexenio de Miguel Alemán Valdés, cuando se creó por decreto presidencial la Comisión del Papaloapan, un organismo dependiente de la Secretaría de Recursos hidráulicos que se encargaría de planear, diseñar y construir todas las obras requeridas para el desarrollo integral de la comarca y frenar los constantes desbordamientos del río de las Mariposas.(5)

El gobierno del licenciado Alemán tomó como ejemplo la Comisión del Valle de Tennessee(6) para crear el primer proyecto de cuenca fluvial en México, con el cual se haría la primera inversión pública a gran escala en el trópico, y se llevaría a cabo “el proyecto de desarrollo regional de mayor relevancia durante el periodo posrevolucionario en México”.(7)

El programa de desarrollo debía llevarse a cabo de forma general y unificadora en una superficie de aproximadamente 46,517 km², con 1,126,280 habitantes, en su mayoría indígenas, ubicados entre los estados de Veracruz, Oaxaca y Puebla; es decir, por todo el territorio que recorre el río Papaloapan. El progreso tenía que llegar tanto a las tierras altas, montañosas y abruptas de la Sierra Madre oaxaqueña como a las tierras bajas veracruzanas; debía atravesar por una gran diversidad de climas, vegetación y por un complejo mosaico cultural. La cuenca del Papaloapan se ubica exactamente sobre la vertiente del Golfo de México y comprende todas las corrientes que tienen su salida al mar a través de la Laguna de Alvarado.

Provisto de su inseparable Rolleiflex 6×6, Juan Rulfo colaboró en la Comisión del Papaloapan haciendo investigaciones sobre la situación social de la cuenca,(8) organizó programas de riego,(9) proyectó una revista para el organismo(10) y elaboró escritos sobre la comisión, la labor del ingeniero Sandoval y de los indígenas mixes, habitantes de la parte sur de la cuenca. También participó en la reubicación de la población indígena afectada por la| construcción de la presa Miguel alemán(11) y realizó el documental Danzas mixes al lado del cineasta y fotógrafo Walter Reuter.(12)

Trabajó para la comisión durante dos años (1955-1957), y aunque no fue contratado expresamente como fotógrafo, en sus andares por las tierras del río de las Mariposas produjo alrededor de trescientas cincuenta fotografías del paisaje, la arquitectura y los indígenas de la cuenca. En los trayectos, las visitas y los asesoramientos que realizó, Juan Rulfo no olvidó su Rolleiflex.

El grupo fotográfico más importante realizado por Rulfo en las tierras del Papaloapan, cuantitativamente hablando, es la serie de los mixes que hizo en la sierra del estado de Oaxaca, en la ascensión al cerro del Zempoaltépetl. Esta serie permite observar su interés por el retrato indígena, lo que es digno de subrayarse, ya que exploró este género por primera vez en aquella cuenca, sobre todo en el área mixe.

Entre los meses de febrero y junio de 1955, el escritor y fotógrafo viajó al lado de Walter Reuter(13) al distrito mixe del estado de Oaxaca. La Comisión del Papaloapan les había encargado realizar un documental sobre dicho grupo indígena, que se tituló Danzas mixes. Éste sería uno de los primeros trabajos de Rulfo en la comisión. Al respecto, Reuter recordó:

Viajé con Juan Rulfo por la sierra de Oaxaca. Él llevaba su cámara, era bueno…, casi no hablaba. Trabajaba en la Comisión del Papaloapan. No sé qué hacía, pero un día llegamos a un pueblo porque la comisión quería una película de 16 milímetros de las danzas de los indios mixes.(14)

Para llegar al territorio mixe, cineasta y fotógrafo debieron ir a la ciudad de Oaxaca, para de ahí trasladarse al distrito de Tlacolula, ubicado en la región de los valles centrales, pasar por la cabecera municipal y llegar al pueblo de Mitla. Transitar por una brecha hasta la agencia municipal de Santa María Albarradas, poblado zapoteco de donde parten las veredas que han de comunicar con los pueblos altos de la sierra mixe, Ayutla, Tamazulapan y Tlahuitoltepec.(15)

Durante este trayecto, Rulfo se dedicó a fotografiar el paisaje, pero sobre todo la arquitectura característica de cada uno de los sitios visitados. Como en años pasados enfocó su lente a las construcciones, a la serranía y a los valles, con la notable diferencia de que en esta ocasión implementó el uso de la película a color; con lo que captó el Convento de Santo Domingo, la iglesia de Santa María del Tule, el sabino milenario y el Palacio de las Grecas en Mitla.

Fue hasta Santa María Albarradas cuando Rulfo empezó a dirigir la cámara de manera directa a los indigenas, donde, además de hacer fotografía del paisaje, realizó un retrato en el que el rostro de un hombre zapoteco ocupa casi la totalidad de la imagen. Por primera vez, Rulfo capta de frente a un hombre, aunque sus ojos miran hacia fuera del cuadro fotográfico.

De Santa María Albarradas, los fotógrafos anduvieron a caballo durante veintiséis kilómetros, para finalmente parar en “donde abundan las tortugas”, significado del nombre del primer poblado mixe del camino al Zempoaltépetl, San Pedro y San Pablo Ayutla. a diferencia de los otros sitios por los que habían pasado, en esta ocasión Juan Rulfo no se interesó por fotografiar la iglesia y tampoco el paisaje, su mirada se quedó detenida en un grupo de mujeres y niños ubicados debajo de un campanario, frente a una barda hecha con piedra y lodo.

Puso su atención en los rostros, en la gestualidad, tomó de pie a las mujeres y, en ocasiones, lo hace solamente de la cintura hacia arriba, en plano americano. Esta pequeña secuencia sería la primera realizada por nuestro fotógrafo de los habitantes de la región mixe; provisto de la Rolleiflex, con los ojos puestos en el visor de enfoque, se permitió entrar en mayor contacto con sus retratadas; en dos de las tomas algunas de ellas miran con detenimiento a la cámara.

A veces a pie y otras a lomo de mula, cineasta y fotógrafo recorrieron nueve de los dieciséis municipios que comprende el distrito mixe, mientras Walter Reuter filmaba con película a color sus travesías por la sierra, Juan Rulfo tomaba fotografías. La relación visual existente entre las imágenes de Juan Rulfo y el documental Danzas mixes filmado por Reuter es por demás sugerente. al ver el filme, pareciera que se están mirando las fotografías en movimiento y a color; a su vez, al observar las imágenes de Rulfo pareciera tenerse frente a los ojos los stills de la película del alemán.

En varias ocasiones hicieron encuadres desde posiciones contiguas; es difícil saber quién dirigía a quién, es casi seguro que primero uno tomaba una situación o un personaje y luego el otro hacía lo mismo; es decir, se contagiaban, se encontraban visualmente bajo el mismo ánimo gráfico-descriptivo. Como sucede con las imágenes de las mujeres de Cotzocón, trabajando la tierra, en particular la escena de la mujer que siembra con su niño en brazos, o aquellas de las representaciones dancísticas en Tlahuitoltepec, donde para tomar a los músicos uno se encontraba adelante, al lado o atrás del otro con sus respectivas cámaras.

En el viaje por la sierra oaxaqueña, Rulfo aprovechó la experiencia fotográfica de Reuter, quien se movía con gran soltura y naturalidad entre los músicos y danzantes para documentarlos; atrás o a un lado de él se colocó Rulfo con su Rolleiflex. Sin embargo, cada uno conservó su estilo fotográfico, Rulfo ponía mayor distancia entre el retratado y su cámara, tratando de pasar desapercibido, se colocaba por debajo o a un costado. Mientras que Reuter se hacía notar, con intención documental y cámara en mano, se ubicaba de frente o a la misma altura del músico que deseaba fotografiar.

Los recorridos por el distrito mixe y la interacción con sus pobladores resultaron fundamentales para que el fotógrafo se interesara en el retrato indígena, pero, sobre todo, para que rompiera las barreras que años atrás le impedían tomar a los indígenas de frente. En más de una ocasión, los mixes miran directamente a la lente de Rulfo, a diferencia de su trabajo anterior, en donde evitaba captarles la mirada.

De manera gráfica, muestra a los mixes enclavados en las montañas, dueños de su geografía, plantados en uno de los puntos más altos del paisaje, dominando la terrible superficie agreste a través de la mirada. Los mixes de Rulfo están integrados por completo a esas tierras montañosas, difíciles de transitar para el resto de la gente pero no para ellos, quienes, dueños de su lugar, posan para la cámara rulfiana.

De las mujeres de Tlahuitoltepec trabajando la tierra hizo una secuencia fotográfica de veinte imágenes. a través de la lente fotográfica de Juan Rulfo, observamos cómo se multiplican las subidas y las bajadas en la sierra, y a decenas de mujeres mixes que se suceden de manera interminable en las tierras de cultivo. Sobre un vasto terreno, al unísono, todas trabajan o todas descansan, manteniendo siempre la pala entre sus manos.

El rostro de cada una es anónimo. En esta ocasión Rulfo no está interesado en una mujer en particular, ahora ha quedado perplejo ante tal número de mujeres barbechando en una coordinación insospechada, tanto en el ritmo de trabajo como en su vestir, todas ellas podrían ser la misma, los bordados y los colores de sus ropas quedan unificados por la escala de grises de la fotografía.

En otra región de la cuenca, en Valle Nacional, Oaxaca, realizó una serie fotográfica de los procesos que implica la producción del tabaco, en la que también captó a los indígenas mirando a la cámara. inspirado, muy probablemente, por el México Bárbaro del periodista estadounidense John Kenneth Turner, escrito en 1908,(16) Rulfo tomó alrededor de treinta imágenes, en las que captó a niños y hombres trabajando el tabaco, a veces cortando la planta de la tierra y en otras ocasiones colgándola y exponiéndola al sol para su secado. Retrató en varios momentos a una niña, que con su instrumento de trabajo en la boca, posó para su lente.

En el sitio icónico de la esclavitud, de las malas condiciones de trabajo y del abuso del régimen porfirista sobre la población indígena del país, nuestro fotógrafo se concentró en capturar todos los procesos que implica la producción de tabaco: hizo tomas de la planta, de la recolección, pero lo que más llamó su atención fue el curado y secado de la hoja; su mirada quedó atrapada por las decenas de hileras de hojas de tabaco colocadas en palos de madera y puestas en los “secaderos”, construcciones arquitectónicas para que las hojas pierdan el agua y se sequen en las condiciones idóneas de humedad y temperatura.

En el área cercana a su residencia oficial, a cuatro kilómetros de Ciudad Alemán, a un lado del poblado Papaloapan, en la frontera entre los estados de Veracruz y Oaxaca, cruza el río un puente ferroviario de estructura metálica al que Rulfo no dudó en fotografiar. Realizó cuatro tomas del puente; en una de las imágenes se ve al ferrocarril avanzando sobre uno de los ríos más peligrosos del país, el que año con año causa terribles inundaciones, a veces tan graves como aquella en la que Tuxtepec, Oaxaca, quedó bajo el agua y que le hizo perder toda su arquitectura antigua. Juan Rulfo metió al cuadro fotográfico la naturaleza salvaje del agua en combinación con el progreso, representado por la locomotora de vapor.

De pie sobre las vías, captó por dentro y por fuera la gran estructura metálica del puente, enmarcando la secuencia geométrica que forman los marcos cuadrados que la componen. Rulfo nos traslada a la fotografía de vanguardia al estilo de Agustín Jiménez, interesado sólo en la forma y en cómo las cosas cotidianas podían convertirse en objetos estéticos cuando son captados por la lente fotográfica desde cierto ángulo, cierta distancia y un enfoque preciso.(17)

Documentó gráficamente cómo los indígenas mazatecos adaptaron a su vida cotidiana la presa Miguel Alemán, la gran obra de ingeniería hidroeléctrica del proyecto, construida en Temazcal, Oaxaca, entre 1947 y 1955. Registró, con la cámara, la labor social del ingeniero Sandoval en Vigastepec, Puebla, haciendo entrega de algunos documentos que bien podrían ser títulos de propiedad o algún contrato o convenio de la comisión con la gente.

En varias ocasiones recorrió en avioneta el territorio del Papaloapan. Desde los cielos, realizó fotografías de las tierras bajas del río de las Mariposas y del paisaje de la cuenca. Imágenes en las que, en el ángulo superior o inferior, puede observarse el ala o una parte de la avioneta. Al parecer, sería la única vez que Juan Rulfo practicara la fotografía aérea.

La participación del fotógrafo en la Comisión del Papaloapan se vio truncada el 13 de noviembre de 1956 por un accidente aéreo. Mientras el ingeniero Sandoval realizaba un vuelo rutinario por la cuenca del Papaloapan al lado del fotógrafo Carlos Leal, la máquina falló y sufrió un accidente desastroso en el que murió el vocal ejecutivo.(18) Con la muerte de Sandoval llegaría a su fin la colaboración de Juan Rulfo, al parecer pocos meses después, en 1957.(19)

Las imágenes que Juan Rulfo realizó en la cuenca del río de las Mariposas son las de un fotógrafo consumado, ya tenía por lo menos veinticinco años trabajando con la cámara con una técnica precisa y con gustos definidos, y se atrevió a practicar la fotografía desde una avioneta, a meter a la cámara los ojos de los indígenas y a usar película a color en su Rolleiflex. Con ello podemos anotar que el escritor Juan Rulfo no fue un aficionado de la fotografía, sino que la ejerció como todo un profesional; de modo que logró espléndidos resultados en la práctica de escribir con luz.

Notas

1. Para mayor información sobre la trayectoria fotográfica de Juan Rulfo, y en específico de sus trabajos en la Comisión del Papaloapan, véase Paulina Millán, Trayectoria fotográfica de Juan Rulfo: una visión panorámica (1917-1962), tesis de licenciatura en historia, Universidad Nacional autónoma de México-Facultad de Filosofía y Letras, México, 2008. Paulina Millán, Las fotografías de Juan Rulfo en la Comisión del Papaloapan, tesis de maestría en historia del arte, Universidad Nacional autónoma de México-Facultad de Filosofía y Letras, México, 2010.

2. Papaloapan viene del náhuatl Papalotl (mariposa), y de apan (lugar).

3. Juan Rulfo, “The Papaloapan”, Mexico This Month, Vol. V, núm. 5, mayo de 1958, pp. 12-13, 18-19, 26.

4. Contrato de Prestación de Servicios celebrado por la Comisión del Papaloapan y el Sr. Juan Rulfo Vizcaíno, resguardado por la Fundación Juan Rulfo.

5. Informe que rinde la comisión de CC. Diputados y Senadores que visitó la Cuenca del Papaloapan, México, S/E, 1954, p. 8.

6. Valeria E., Estrada Tena, Gestión de cuencas fluviales en México. Un acercamiento a la historia de la Comisión del Papaloapan, 1947-1988, tesis de licenciatura en historia, Universidad Nacional autónoma de México-Facultad de Filosofía y Letras, México, 2003, pp. 42-43

7. Ricardo Pérez Montfort, “Plátano, caña y piña (1910-1940). Economía y política regional durante la consolidación del Estado posrevolucionario mexicano”, presentado en el Seminario de Investigación Fronteras interiores: desarrollo regional y resistencia en la cuenca del Papaloapan, Tepoztlán, Morelos, octubre de 2005.

8. “Juan Rulfo: pescador de mares profundos. Entrevista a Walter Reuter”, México indígena, INI, núm. extraordinario, 1986, p. 57.

9. Alfonso Villa Rojas, “El secreto de don Juan”. México indígena, INI, núm. extraordinario, 1986, p. 34.

10. En la Fundación Juan Rulfo se conservan dos proyectos de revista para la Comisión del Papaloapan.

11. En la Fundación Juan Rulfo se conserva un documento de seis cuartillas en el que Rulfo anotó datos correspondientes al reacomodo de los indígenas mazatecos afectados por la construcción de la presa Miguel alemán.

12. Danzas mixes, Fotografía de Walter Reuter y guión de Juan Rulfo, México, Producción comisión del Papaloapan, 1955.

13. Walter Reuter desde 1951 había sido contratado por el ingeniero Adolfo Orive alba, presidente de la Comisión entre 1947-1952, para hacer un informe fotográfico sobre la cuenca y un documental sobre el río Temazcal titulado historia de un río (1953).

14. John Mraz y J. Vélez. “Walter Reuter. Entrevistas realizadas en la ciudad de México (enero-marzo de 1992). Walter Reuter. El viento limpia el alma, Barcelona, Lunwerg, 2009, p. 22.

15. La reconstrucción de la ruta seguida por Juan Rulfo y Walter Reuter para llegar al distrito mixe del estado de Oaxaca, se realizó a partir de un mapa resguardado por Reuter sobre los puntos a cruzar para llegar al Zempoaltépetl. La información arrojada por el mapa se corroboró en uno de los primeros estudios antropológicos realizados sobre los mixes, Salomón Nahmad en el libro Los mixes. Estudio social y cultural de la región del Zempoaltépetl y del Istmo de Tehuantepec registra de manera exacta el camino al área mixe y los trayectos en kilómetros y distancias entre un pueblo y otro.

16. John Kenneth Turner, México Bárbaro, México, Editores Mexicanos Unidos, 2007.

17. Para mayor información sobre el fotógrafo Agustín Jiménez véase Carlos Córdoba, Agustín Jiménez y la vanguardia fotográfica mexicana, México, RM, 2005.

18. Fernando Hiriart, “La muerte de un joven mexicano”, México en la cultura, 20 de enero de 1957, núm. 407, p. 2.

19. Juan Rulfo, Pedro Páramo, 1ra. Ed., Gallimard (La Croix du sud), 1959, pp. 7-8.

 

* Artículo publicado anteriormente en la revista Alquimia,  año 14, núm. 42 mayo-agosto 2011, INAH, México

 

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Los Fandangos de Caballo Viejo en Tlacotalpan

La Manta y La Raya # 14                                                              marzo  2023 ________________________________________________________________________

Los Fandangos de Caballo Viejo en Tlacotalpan

 

Cristobal Cuitláhuac Torres Herrera

 

 

Una noche tomé la decisión de visitar a un famoso barbero y amigo tlacotalpeño de nombre Juan Antonio López Silva mejor conocido como “Toño Palma”, quien trabajó para Miguel Ramírez conocido como Caballo Viejo. Toño fue peluquero y barbero durante 64 años, y realicé esta indagación a partir de una de mis tantas visitas a su peluquería. Llegué junto con mi familia hasta la puerta de su casa sin avisar, preguntó quién llamaba y me identifiqué por mi nombre y apellido, inmediatamente abrió y nos invitó a pasar. Le dije que deseaba hacerle una entrevista ya que la última vez que fui a cortarme el cabello con él me había contado un poco de los famosos fandangos de Caballo Viejo. 

Conocí a don Toño desde pequeño, tenía seis años cuando mi padre me llevó por primera vez a su barbería. Durante el espacio de tiempo que abarcan ms primeros 35 años de vida, don Palma mantuvo su negocio a la vuelta de la casa de mi madre. Fue gracias a esa cercanía que nos hicimos buenos amigos. La calle donde don Toño prestaba sus servicios era paso obligado para ir de compras al mercado, así que conocía perfectamente que mis hermanas y yo éramos “fandangueros” y también sabía que Julio Corro y Juan Varela (Estanzuela) eran compañeros nuestros. A veces, pasaba por nuestro domicilio cuando iba rumbo a su negocio y nos veía tocando en el corredor de la casa o tomándonos un refresco con las jaranas en descanso.

Don Toño sabía que habíamos aprendido en la Casa de la Cultura con don Cirilo Promotor y Evaristo Silva Reyes. Siempre que yo llegaba solicitando sus servicios a la peluquería, él me preguntaba por cuestiones musicales. Unas veces se disculpaba por no haberse quedado a escucharnos el resto de la noche en el fandango; otras tantas, me preguntaba por Juan Varela y Julio Corro, además, “Juanito” -como le decía a mi ahora compadre- también era su cliente.

Toño Palma nació en el 34 del siglo pasado, fue huérfano desde pequeño, criado por sus tíos y de quienes recibió el apellido “Palma”, apellido por el cual la gente lo identificaría de por vida en el pueblo. Desde muy joven, aprendió el oficio de peluquero y una vez que aprendió lo suficiente con su mentor Ricardo López, se fue a probar suerte por su cuenta. Así es como el destino lo llevó a trabajar para Caballo Viejo, quien era dueño de una barbería y una cantina. Don Toño se encargaba de “trasquilar” a la clientela, la cual contaba con tres sillones “Koken” americanos, según su descripción. Al parecer, Caballo Viejo gustaba de atender la cantina y confiaba en su entonces joven peluquero, quien había llegado a hacer sus pininos con la tijera y la navaja. Ahí, don Toño sería testigo de los que hasta ahora han sido los fandangos más memorables de Tlacotalpan.

Miguel Ramírez tenía ubicado su local en lo que actualmente son Los portales de la ciudad, específicamente en el negocio contiguo al del “Compadrito” y el famoso “Tobías”. Eran los años cincuenta y nuestro informante recuerda que Caballo Viejo tenía sus tarimas y que cada fin de semana se realizaban grandes fandangos, gustaba de pagar bebidas a los músicos y a las mujeres bailadoras (a quienes recuerda muy bien ataviadas portando una flor en el cabello) les apartaba sus copitas de anís.

Los músicos que daban vida al fandango venían de distintas rancherías y comunidades bañadas por los ríos San Juan y Papaloapan, ya que el acceso a la ciudad era principalmente fluvial. Don Toño recuerda que había músicos que viajaban “a remo” para llegar al fandango. Es el caso de don Cirilo Promotor Decena, procedente de Mata de Caña, que cada semana remaba hasta Tlacotalpan para llegar a los fandangos de don Miguel. Fue en uno de esos encuentros que don Cirilo conoció a Andrés Aguirre Vera “Viscola” y así se convertiría en un integrante más del famoso “Conjunto Tlacotalpan”, agrupación que después viajaría por muchas partes del mundo exponiendo la música veracruzana.

Don Toño recuerda que los fandangos duraban hasta las dos o tres de la mañana y que había muchas bailadoras experimentadas que venían de comunidades aledañas, otras tantas eran locales. Entre los nombres de bailadoras destacadas que llegaron a la memoria en nuestra plática fueron doña María Tenejapa, Chefina Candal, Inés Gamboa, Chalía Fonseca y aparecen en su recuerdo algunos músicos que asistían de manera regular como “Viscola”, “El Mapache”, “El Cocuyo”, Andrés Alfonso Vergara, Cirilo Promotor y “Chico” Vázquez.

A pesar del auge que tenían los fandangos de Caballo Viejo, nuestro informante externó que durante las fiestas de la Candelaria el fandango no era una actividad que se realizara como parte de los festejos, ni como motivo de reunión durante la adoración a la Virgen de la Candelaria. Posiblemente el fandango, al ser una actividad bastante cotidiana los músicos y bailadores preferían darle cierto descanso. Aunque también aseguró que en algunas ocasiones se llevaron a cabo fandangos “espontáneos” o “improvisados” durante las fiestas. Al respecto, don Toño comentó que los jaraneros siempre cargaban con sus jaranas y por tal motivo era fácil improvisar la fiesta sobre el tablado. Agregó que la calle donde se realizaba el fandango se llenaba de puestos de colación, ya que la fiesta se concentraba exclusivamente alrededor del parque Zaragoza y se extendía a lo largo de una sola avenida, hasta el corral de toros, ubicado en un amplio terreno frente al hotel “Los Jarochos”. 

Al término de nuestra plática me comentó que antes de que existieran los fandangos de Miguel Ramírez, se llevaban a cabo en distintos puntos del pueblo. Recordó con exactitud la esquina de la cinco de mayo y Eduardo Lara, el barrio de San Miguel y la Alameda Juárez. Explicó que había construcciones con techo de palma (algunas con techo de lona) llamadas “palapas”, iluminadas con lámparas de petróleo donde se daban cita los músicos, bailadoras y bailadores.

 

Revista núm. 14  en formato PDF (v.14.1.1):

 

Artículo suelto en formato PDF (v.14.1.1):

 

 

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Sayula, un pueblo de Veracruz

La Manta y La Raya # 13                                                        septiembre 2022 ________________________________________________________________________

Sayula, un pueblo de Veracruz 1949-1952 

 

Calixta Guiteras Holmes

 

 

Presentación

En la historia del quehacer antropológico en México la obra de Calixta Guitera Holmes  (1903-1988) ocupa un sitio en la primera línea. Concluidos sus estudios en la Escuela Nacional de Antropología e Historia (antes obtuvo el doctorado en Filosofía y Letras en la Universidad de La Habana), desarrolló investigaciones etnográficas en Chiapas y Veracruz. 

Nacida en 1905 en Filadelfia (hija de padre cubano y madre norteamericana) Calixta Guiteras Holmes llega a Cuba cuando contaba apenas con 10 años de edad. Durante su vida universitaria participó en la lucha contra el tirano Antonio Machado, siguiendo los pasos de su hermano Antonio Guiteras Holmes, sobresaliente lider antiimperialista. En 1935 escapa de la sangrienta represión del dictador Fulgencio Batista, refugiándose en México con su madre María Teresa. Cuatro años más tarde inicia sus estudios de antropología. Despues de graduarse se convierte en titular de la cátedra de Etnología. En 1961 a su regreso a Cuba fue nombrada asesora del Instituto de Etnología de la Academia de Ciencias.

Calixta Guiteras Holmes escribe Sayula como resultado de su participación en el Proyecto de Antropología Aplicada a los Problemas de la Cuenca del Papaloapan, dirigido por Alfonso Villa Rojas. A partir de 1949 realizaría el registro etnográfico en la cabecera municipal y sus cinco congregaciones, localidades en las que sus habitantes miraban optimistas el futuro, considerando que el presidente de la República Miguel Alemán Valdés (quién nació, precisamente, en ese poblado popoluca que hoy lleva su nombre: Sayula de Alemán) estaba obligado “a volcar el cuerno de la abundancia sobre la zona…”, según lo apunta la autora. El trabajo de campo se prolongaría hasta enero de 1952, comprendiendo un total de setenta y cuatro días de estancia en la comunidad y sus alrededores. Ese mismo año se publica Sayula en los Talleres Gráficos del Estado de Veracruz.

El objetivo de esta obra se orientó, básicamente, hacia el diagnóstico de la problemática social confrontada por los popolucas de Sayula, así como al análisis de las actitudes que la población expresaba frente a las dinámicas planteadas por la modernidad. 

Calixta nos ofrece una puntual descripción etnográfica y un panorámico atisbo sociológico en el que advertimos los efectos de la explotación económica, manipulación política, insalubridad y analfabetismo, determinantes de la condición subalterna característica a los pueblos indígenas de entonces y de hoy.

 * * *

Se reproducen aquí estas notas en torno a la salud, las enfermedades, su cura y sanación en el México rural y campesino de mediados del siglo XX, producto del trabajo de campo que la antropóloga Calixta Guitera Holmes realizara en Sayula, Veracruz y que aparecieron publicados en su libro Sayula, cuya primera edición data de 1952 y reeditado más recientemente por la Universidad Veracruzana en 2005.* El pueblo indígena de Sayultepec, existente al momento del arribo de los europeos en la tercera década del siglo XVI, es reconocido en la actualidad por ser uno de los municipios donde aún se habla la lengua mixe-popoluca, aunque es justo decir que, desafortunadamente, ésta se encuentra en riesgo de desaparecer. Para poner en conocimiento de las lectoras, la trayectoria académica de la antropóloga Guitera Holmes reproducimos también unos párrafos de presentación escritos por el reconocido antropólogo Félix Báez-Jorge, y que aparecen igualmente en la citada edición de 2005.

 

Ideas acerca del origen de las enfermedades

El temor y el asco predisponen a la enfermedad.

Las enfermedades causadas por la pérdida del alma o del espíritu favorecen la presentación de otras o acentúan las que ya se padecen.

La llamada espanto se encuentra íntimamente ligada a la pérdida del espíritu que en todos los casos ha sido hurtado por los chaneques. La perdida del espíritu se produce por una caída, por la vista de una víbora, por apariciones raras en la noche, o ruido de pasos cuando no hay nadie, por haber visto u oído a los chaneques, por haber percibido el olor de los chipiles donde no los hay (hojas con que se alimentan los chaneques), por sentir a la “muerte” que pasa, por tocar o tomar alguna cosa que “tiene dueño”, sin antes haber pedido la venia a los chaneques”, por haberse perdido “porque se lo han llevado los chaneques”, por haber sido “jugado de chaneques”, por permanecer mucho tiempo dentro de la casa, con lo cual pesa sobre el individuo “la sombra de la casa”, por asustarse uno sin saber por qué, lo que se atribuye al “aire malo del monte”, etc.

El espanto puede ser directo o indirecto. Directo cuando es la persona que enferma la que experimenta las impresiones arriba enumeradas; e indirecto cuando alguno de la casa enferma, explicándose esto por el hecho de haber sido traídos desde el monte los chaneques por algún miembro de la familia o una visita.

El ojo es originado por un deseo frustrado. La persona que enferma no es aquella que ha tenido el deseo sino aquella que lo ha provocado. El deseo o impulso de besar, abrazar o tocar a una criatura, cuando no se satisface, se enferma a la criatura. Una persona que despierta admiración, alegría o deseo intenso en otra puede ser víctima de “ojo”. Esto es explicado diciendo que le “han calentado la cabeza” aquellas cualidades que le han llamado la atención intensamente. También se atribuye el “ojo” a los “ojos fuertes” o a la “mirada fuerte” de ciertas personas. En este caso se supone que es un mal recíproco, ya que el causante también siente malestar.

En cuanto a enfermedades que tienen un carácter epidémico y por lo tanto carecen de la cualidad de ser personales, se considera que “son mandadas por Dios”. Estas son: el sarampión, la tosferina, la viruela, la varicela, el vómito con diarrea, etc.

El aire. Es necesario considerarlo bajo dos aspectos: 1) como simple vector, y 2) como causa directa de males, una vez que se ha introducido en el organismo.

En el primer casi se encuentran ciertas manifestaciones patológicas que se atribuyen al paso por un panteón o junto a un muerto, y el llamado “mal viento” o “viento malo del monte”, en el que “te pueden enviar algún mal”.

En el segundo caso están comprendidos la mayor parte de los dolores: de cabeza, de oído, de muelas, de garganta, dolores musculares, cólicos, espasmos, catarro, tos, etc. El aire que se introduce en el organismo, generalmente es calificado de caliente o frío, y están más expuestos a ello los individuos que se encuentran en estos estados extremosos de temperatura, los espantados y las criaturas. 

El calor. La presencia de un cadáver y de una mujer embarazada o menstruando agravan cualquier enfermedad o la complican, pudiendo provocar la muerte. Tanto el muerto como las mujeres en esos estados expiden calor, lo cual es muy dañino. Una persona que ha sido picada por una víbora, aun cuando se encuentre en vías de franca curación, muere irremisiblemente a la vista de una mujer embarazada. Un granito o un arañazo se gangrena en la presencia de un muerto o de una persona que regresa de un mortuorio o entierro “trayendo el calor del muerto”.

La vista de un muerto afecta también a la mujer embarazada, haciendo que la criatura nazca en zurrón [sic].

Males Anímicos. Un disgusto serio, el coraje, el enojo o un desengaño, producen bilis, que se manifiesta con un dolor de estómago y que puede causar la muerte. Una mujer murió de una parálisis intestinal, lo que se atribuyó a un disgusto que había tenido con uno de sus hijos.

Antojos. El deseo frustrado de comer una cosa determinada produce granos en diferentes partes de la cara.

Eclipse. El labio leporino es atribuido a que estando una mujer embarazada, mira un eclipse de luna y la luna come el labio del hijo aún no nacido.

Causa sobrenatural. Hay muertes que se atribuyen a un castigo sobrenatural, porque se ha sabido que el difunto cometió alguna falta grave, se expresó irreverentemente acerca de algún santo, etc. En estos casos se habla del “castigo de Dios”, pasando por alto la sintomatología de la enfermedad que padeciera antes de su deceso. Esta explicación es la que acompaña generalmente a la muerte repentina o a una enfermedad incurable.

Herencia. El concepto de la herencia patológica se expresa con respecto al congelo y al pinto, hablándose de “raza de pintos”, y de cómo antiguamente los padres tenían mucha culpa porque dejaban a sus hijas casarse con pintos.

Otras causas. La sífilis se origina por el contacto con mujeres que la tienen.

El “mal de ojo” (conjuntivitis epidémica), se atribuye al calor y se dice que “al pisar la tierra húmeda se sube el calor” a los ojos.

Un malestar o trastorno puede ser provocado porque un alimento “cayó mal” en el estómago.

Comer tierra o barro cocido se dice que produce un estado edematoso (sic).

El “daño” siempre es algo “puesto” o “echado” por “uno que sabe”, ya sea un brujo u otra persona. Existen en Sayula dos tipos diferentes de daño: 1) una forma antigua y muy extendida, en la que el mal es enviado en el viento o introducido en el organismo de la víctima en forma de animalito o de diminuta piedra. El nahual juega un papel importante; conceptualmente ligado al daño, las personas con nahual se transforman en puerco, perro, mazate, venado, tecolote, león, tigre, borrego, o “en lo que quieren” para enfermar o matar. Un hombre relata el hecho de haberle colocado una trampa a un borrego molestoso que después fue quemado y concluye diciendo que “amaneció muerto de quemaduras un brujo”. La transformación en nahual se debe aquí a una fuerza o don especial que poseen ciertos individuos; y 2) una forma reciente que parece tener su centro en la región de Los Tuxtlas, y no aceptada por la gran mayoría de la población sayuleña. En este tipo de brujería, la transformación en nahual se atribuye a “un pacto con el Diablo”. Entre aquellos que la practican se cree que toda enfermedad es daño, es decir, tiene este único origen. Aquí el daño se debe principalmente a muñecos hechos de trapo con la figura de la víctima, que son enterrados en las afueras del pueblo, en un lugar escogido por donde éste acostumbra a pasar camino a su trabajo; el muñeco roba el espíritu del individuo, lo cual es la causa de su enfermedad. En otras ocasiones se trata de un “entierro”: alguien entierra en una casa o en la puerta de ella un hueso de muerto sustraído del panteón, o un frasco conteniendo substancias abominables (sobre las que se guarda un gran secreto), que causa la enfermedad y la muerte de una familia, atribuyéndose a ello cualquier mal que les pueda acontecer.

El daño siempre es atribuido a una venganza por parte de una persona por un mal recibido injustamente, así como por envidias, por el deseo de anular a un competidor –como cuando un brujo quiere eliminar a otro–, en pleitos por una herencia, o cuando una mujer desea deshacerse de otra quien se siente atraído su esposo o amante.

Otro daño es el que consiste en un envenenamiento producido por la ingestión de substancias nocivas, ya de ciertos vegetales, ya de polvo de hueso de muerto, que se ha logrado introducir en la comida o la bebida de la presunta víctima.

Todas las enfermedades pueden a la larga ser atribuidas al daño –salvo las epidémicas–, así como también los golpes, las heridas y la muerte. Las primeras son caracterizadas como daño cuando se resisten a ser curadas por los medios conocidos y practicados. Llagas que se agusanan, que  son purulentas, son “puestas”. Los golpes, las heridas y la muerte que no tienen una explicación natural, se deben a “daño echado”. Una mujer que cae en su patio, lastimándose una pierna que se le infecta y muere, se supone que es víctima de la mala voluntad de otra persona, ya que “su esposo había limpiado el patio el día anterior y no tenía por qué caerse”. Un hombre que se hiere con su propio machete “sin dar un golpe en falso”, es decir, sin tener idea de haber manipulado con descuido su instrumento de trabajo, es víctima de un daño.

Las etapas más generales en la curación de las enfermedades 

La primera tentativa de curación es la del espanto o la del “ojo”, aunque esta última es más bien practicada a las criaturas cuando se presenta una descomposición intestinal, o en adolescentes y adultos cuando han proporcionado un motivo, como lo es el hecho de que una muchacha se pasee con su hermosa cabellera suelta.

Se considera indispensable eliminar el espanto, ya que si existe la condición de espantado “ni el paludismo se cura”. Los curanderos dicen que estando espantado “las medicina sólo envenenan el cuerpo”. 

Hay algunos que comienzan por un purgante o una infusión cuando el mal empieza por un trastorno del estómago, pasando a la cura de espanto cuando no se siente alivio.

Aun en el caso de que se trate de un daño, éste muchas veces va acompañado del espanto, como cuando es traído en forma de un animal, de ruidos extraños, del graznido de un tecolote o de un pájaro. La presencia de estos agentes, causa, en primer término, el espanto.

Cuando estas curaciones no producen el resultado apetecido, se recurre al curandero o yerbatero, siendo esta la segunda etapa en la curación. Es aquí donde parece más fácil la intervención del médico, aunque debería comenzar por la primera para impedir que tome incremento un mal cuya sintomatología pudiera ya estar expresada en ella.

Quizás desde el primer momento el curandero advierte la presencia del daño y trate de conjurarlo, pero hay ocasiones en que, sólo después de una lucha infructuosa con los medios a su alcance, llega a la conclusión de que se trata de daño al no ceder la enfermedad.

La curación del daño es la tercera etapa. Una vez llegado a esta conclusión, en el caso de que no se logre la curación y el paciente muera, la muerte, desde luego, es atribuida a la hechicería.

Pudiera citarse muchos ejemplos acerca de las reacciones personales frente a un malestar, pero baste con uno muy sencillo que no tuvo mayores consecuencias:

Una mujer que no tiene deseos de levantarse por la mañana y cuando lo hace siente el cuerpo pesado, piensa: “¿será porque salí después de la plancha, o será que me ojearon?”. “Debe ser que me ojearon porque mi brazo está bueno”, dice moviendo en todas direcciones el brazo derecho. Al ser preguntada por qué la ojearon, contesta que porque “dije unas cosas que le parecieron chistosas a mi comadre y le debo haber calentado la cabeza, porque mucho se reía”. Una vez convencida mandó a llamar al viejo Juan Sandalio, ensalmador, quien le quitó el “ojo”; la ensalmó y la hizo permanecer en su casa el resto del día “porque el copal es muy caliente”. A la mañana siguiente estaba perfectamente curada.

Los curanderos

 Para suplir la falta de médicos en Sayula, hay personas que poseen diversos conocimientos y experiencia, y que se han especializado en la curación de males.

Hay cuatro parteras, mujeres.

Cinco componedores de huesos o talladores, cuatro hombres y una mujer.

Doce culebreros, hombres.

Diez o doce curanderos, yerberos o brujos, hombres y mujeres.

Las cuatro parteras de Sayula son mujeres de más de 40 años que visten de refajo, dos de ellas muy viejecitas. Ninguna mujer joven comienza a atender partos; siempre es una casada y con hijos. Se aprende con una partera de reputación establecida, a quien la novicia acompaña durante cinco o más años. Es generalmente a la muerte de la maestra cuando la discípula ejerce por cuenta propia. Por un parto se cobran $10.00, más la comida y el aguardiente o tequila.

Los componedores de huesos o talladores atienden las roturas de huesos, venas torcidas, descomposturas, zafaduras, venas encogidas (“cuando se siente una bolita en la vena”), quebraduras, viento o aire. Dan masajes con aguardiente o grasas; untan sebo caliente y envuelven en hojas para conservar el calor; entablillan; vendan; sangran; prescriben dietas; emborrachan al paciente cuando se trata de una cura dolorosa.

Los culebreros se han especializado en la curación de los piquetes de víbora y de la araña capulina. Ayunan durante la Cuaresma desde el Miércoles de Ceniza hasta el Domingo de Resurrección. Mientras están atendiendo a un enfermo deben guardar abstinencia sexual. Pueden tomar bebidas alcohólicas, pero se abstienen de comer carne y chile. Antes de ir a curar a un enfermo, “si cometió algo con su mujer ese día”, tiene que bañarse y mudarse de ropa.

Un culebrero nunca puede matar una víbora, sólo puede sacarle los colmillos. Habla y llama a la víbora mediante una pequeña flauta o chirimía. Los aprendices de culebreros son sometidos por su maestro a ciertas experiencias, en que han de permanecer sin hacer el menor movimiento ni expresar temor cuando las culebras reptan por sus cuerpos desnudos. Dicen que nunca se ha dado el caso de que un culebrero haya sido picado por una víbora.

Usan los colmillos de serpiente venenosa para localizar el piquete: moviendo la aguda punta sobre y alrededor de la parte adolorida, conocen el punto exacto porque “allí se hunde el colmillo” que ellos manejan.

Cuando comenzaron en la zona de Acayucan los trabajos de la Comisión del Papaloapan, quince hombres murieron picados de víbora, pese a los esfuerzos de los médicos. Después de esto y siguiendo los consejos de gente conocedora de la región, el Ing. Beltrán resolvió tener un culebrero a sueldo en cada brigada de trabajadores, desde entonces ninguno murió de piquete de víbora.

Los culebreros son muy celosos en lo que se refiere a las yerbas que emplean en sus curaciones; sin embargo, cuando se mencionó el llamado “bejuco de culebra”, conocido en la huasteca veracruzana, confesaron que ese era uno de los ingredientes que usaban y que debía cortarse el primer viernes del mes de marzo, para conservar su potencia. También se habla de que antiguamente había viejecitos que curaban con su saliva: éstos comían víboras y hacían suertes con ellas, inmunizándose poco a poco. Los culebreros administran ciertas infusiones de yerbas, chupan, dan masajes y tienen cuidado de colocar al enfermo en un lugar de la casa donde no pueda ser visto por una mujer embarazada, lo que sería fatal.

Los curanderos, yerbateros o brujos, conocen las yerbas “buenas y malas”. Curanderos y yerbateros son palabras sinónimas, empleándose la de brujo cuando se hace referencia a un daño o mal causado por ellos, y yerbatero o curandero, cuando se trata de una curación. Entre los curanderos de Sayula hay dos de fama: don Octaviano García y Palermo Hernández. El primero tiene presunciones de médico, estuvo adscrito durante el exilio impuesto por la Revolución y la destrucción del pueblo, al cuerpo médico del ejercito durante los años de 1926-1931, donde, como él dice, aprendió con un doctor. Tiene ahora 75 años. Cuando regresó a Sayula traía un bagaje de ideas acerca de la higiene, algunos nombres de enfermedades, y sabía poner inyecciones intramusculares e intravenosas. Sin embargo, los conocimientos adquiridos fuera no eliminaron su creencia en la brujería. Ahora se lamenta de no poder aplicar sus ideas modernas y, aunque inyecta, receta medicina de la botica y no está de acuerdo con las sangrías que se hacen con colmillos de serpiente para curar los dolores de los miembros, se ha unido al curandero Palermo Hernández, siendo ambos muy respetados y colmados de obsequios, por temérseles como brujos. Palermo es discípulo de un negro de San Andrés Tuxtla llamado Severiano, que vive en Acayucan, donde goza de gran renombre.

Entre aquellos que han adquirido la reputación de brujos existe gran temor; se oye decir que Palermo tenía miedo a la vieja Eulogia, y sólo después de su muerte trabaja él con más tranquilidad.

Los curanderos o yerbateros curan toda clase de enfermedades, excepción hecha de aquellos males que han dado origen a las especialidades mencionadas, como la partería, culebrero, copalero, etc.

La gran mayoría de los curanderos posee exclusivamente el conocimiento de las yerbas con que fabrican sus remedios y los antídotos de los venenos más usuales. Una minoría “que ha platicado con el Diablo”, tiene un jefe de acuerdo con el cual actúa previa consulta. Estos últimos tienen que haber ido a los tres cerros de la región de Los Tuxtlas: al San Martín, al Mono Blanco y al Santa Marta, “donde viven los jefes de los brujos”. Los aprendices de brujo escalan uno de estos cerros el primer viernes del mes de marzo, después de quemar unas velas ante la Virgen del Carmen de Catemaco. “Al subir al Mono Blanco deben ir dejándolo todo; allí deben cortar las yerbas que “salen de noche”, descender a las diez de la mañana, antes de oír los tronidos del cerro que empieza a moverse por el dragón infernal”. Estos curanderos son los que conocen la manera de desenterrar muñecos, localizar y extraer “entierros”, etc., deshaciendo definitivamente de esta clase de amenazas a sus clientes. Por una operación como ésta, que se ejecuta rodeada de misterio ante la familia sobre3cogida por el espanto, cobran hasta $300.00. 

Debido al hecho de que la mayor parte de los sayuleños no cree en esta forma de daño, los curanderos que la conocen también suelen ser buenos yerbateros, que se pliegan a la antigua manera de curar cuando sus sugerencias acerca de un posible “entierro” son rechazadas. 

Existe entre ambos tipos de curanderos o brujos, una diferencia en la manera de realizar el diagnóstico de la enfermedad, así como en los métodos curativos. Los del tipo más antiguo diagnostican mediante el pulso o sólo mirando al enfermo y generalmente haciéndole preguntas. Los del segundo tipo utilizan la baraja española: “La baraja dice lo que le han dado al enfermo; se ve si es en la copa o en la comida; si es para morir salen juntos los bastos, ya no tiene vida, es de luto, allí también se mira si es entierro”. En este caso, las curaciones deben ser nocturnas y el viernes es el día favorable.

Así como los culebreros practican el ayuno, también lo hacen los curanderos y yerbateros o brujos. Si un curandero abusa de una mujer como pago de una curación, muere al poco tiempo.

Los curanderos dan masajes y fricciones, usan sangrías, cataplasmas, purgantes, vomitivos, dietas, lavados intestinales; soplan con aguardiente o con yerbas y aguardiente la parte afectada; desinfectan heridas y llagas; lavan y vendan, lavan los ojos, fabrican remedios de todas clases, prohíben el baño en días determinados, recetan medicinas de patente, uno sabe poner inyecciones, beben y dan de beber aguardiente al enfermo en ciertas circunstancias, desentierran objetos mágicos tirándolos al agua o enterrándolos para evitar toda contaminación, etc.

Para los lavados intestinales existe ahora un recipiente moderno que es propiedad de don Octa, quien lo facilita a sus pacientes. En caso de no poderlo pedir prestado, se recurre a lo que antes usaban: una botella, una tripa y un pedazo de carrizo cortado en el monte.

Los ensalmadores o copaleros curan el espanto y el “ojo”. No todos curan ambos males –hay más curadores de espanto que de “ojo”–. Algunas veces los curanderos y las parteras también saben curar estas enfermedades. Se aprende con uno que sabe, que generalmente es de la familia y se comienza a trabajar, cobrando fama con el éxito obtenido. El copal y el rezo son indispensables en estos tipos de curaciones.

Manera de curar el espanto: En muchos casos es necesario ir al lugar donde la persona se espantó, aunque se cura sin hacer esto en la propia casa del paciente. En el primer caso, se encaminan, ensalmador y familiares del enfermo, al sitio indicado. Se habla con el chaneque, quien tiene en su poder el espíritu, diciéndole: “Suéltalo, suéltalo”, a la vez brindándole aguardiente, cigarros, tamalitos de chipile, y se mata una gallina que después comen todos al regresar a la casa. El aguardiente se riega en el suelo y allí se depositan los demás obsequios tentadores. Durante todo el camino de regreso el ensalmador va llamando al espíritu por su nombre.

Otras veces se cura haciendo una cruz en el piso y echando aguardiente sobre ella “para convidar al chaneque”; encima se coloca una jícara con agua del pozo o de un cántaro de donde ha sacado agua; se riega con aguardiente el suelo en circunferencia alrededor de la jícara. El copalero toma siete bolitas de copal que va echando en el agua; aquellas que se van al fondo se extraen para sustituirlas por otras nuevas hasta que todas flotan y se colocan alrededor de las paredes de la jícara. Una vez logrado esto el enfermo debe estar curado. Durante este proceso, los copales giran en el agua y el ensalmador dice que esto se debe a que no saben qué hacer porque “el chaneque los va persiguiendo”. Entonces aquél habla con voz monótona pero con énfasis, diciendo: “Levántate, espíritu. Santo Cristo, Santo Cristo, Santo Cristo, María. No hay trago, chaneque. Levántate, espíritu. Santo Cristo, Jueves Santo, Santo Cristo. No hay trago, no hay casa; sin trago, sin casa; Santo Cristo, etc. Levántate espíritu”. Y los están revueltos. El ensalmador dice: “Te espantaste por una víbora en el agua donde te ibas a bañar”. Y efectivamente, el enfermo había visto a la luz de la luna una víbora en el pozo en que se bañaba. Continúa el rezo; poco a poco se van eliminando los copales que se hunden “porque los jala el chaneque”, y cuando todos están a flote y siguiendo el contorno de la jícara, el espíritu del hombre ha sido devuelto. El copal, una vez echado al agua, no vuelve a servir porque “lo lleva su amo”, y con él el enfermo es copaleado o sahumado. A veces es necesario repetir la curación varias veces. En algunas ocasiones también se administra algún remedio al enfermo.

El “ojo” se cura de la manera siguiente: Se talla el cuerpo y la cabeza del enfermo en forma de cruz con un huevo acabado de poner, “y si es de gallina negra, mejor”. Después se rompe el huevo dentro de un vaso de agua o de aguardiente y “allí se mira el ojo, allí queda cocido”. Luego se echa aguardiente en la cabeza, frotándose con fuerza. Inmediatamente se talla al enfermo con un manojo de yerbas mojadas con aguardiente, poniendo énfasis en la cabeza, la espalda y las articulaciones de los miembros superiores e inferiores, y finalmente se atan estas yerbas a la planta de los pies para “bajar el calor”. El ensalmador reza y habla con el enfermo mientras realiza las operaciones antes descritas.

Los animales son atendidos por los curadores de personas según la enfermedad que padecen: curanderos, culebreros, copaleros, parteras; aunque en la mayoría de los casos sus propios dueños saben curarlos o buscan a uno que sabe y aprenden.

 

 

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El granero del mundo

La Manta y La Raya # 12                                                             marzo 2021 ________________________________________________________________________

El granero del mundo

 

Relato de la tradición Tének

(Huastecos de San Luis Potosí)

José Cándido (relator)

Román Güemes Jiménez (entrevistador)

Armando Herrera Silva (edición)

 

Presentación

En diversas culturas indígenas de nuestro país, el mar y el agua, siempre han estado presentes dentro de su concepción cosmogónica. 

En el siguiente relato, contado por el sr. José Cándido, indígena Tének (Huasteco) de la comunidad de Tanjasnec, municipio de San Antonio, San Luis Potosí, podemos advertir estos elementos. Para los Tének, al igual que los mayas, el maíz no sólo es alimento, sino que representa su origen, de aquí que una de las deidades principales para los Tének sea Dhipák, Dios Maíz, quien tiene similitud con Yum Kaax, entre los Mayas. Por otro lado, la tortuga, es uno de los animales que se encuentra en muchas de las simbologías de las culturas mesoamericanas.

Este relato fue registrado en octubre de 1999. La entrevista la condujo el Antrop. Román Güemes Jiménez; la transcripción, corrección del texto y edición del mismo, de Armando Herrera Silva.

* * *

Un día, un arriero de la Huasteca, conducía sus bestias por la sierra y al pasar por el cerro puntiagudo que se llama Huitzmalotépetl, oyó cantar a muchos pájaros, lo cual llamó su atención. El arriero se detuvo a ver por qué tantos pájaros cantaban y hacían tanto escándalo; al momento de asomarse, vio que las hormigas arrieras formaban un camino y salían de adentro del cerro con granos de maíz, lo traían en la cabeza agarrados con sus colmillos. Los pájaros aprovechaban los granos que dejaban las hormigas tirados o regados, entones revoloteaban para comerlos. El cerro era muy alto, tan alto que llegaba hasta el cielo; por ahí es que las hormigas arrieras solían subir a cortar flores en el jardín del Creador. 

El hombre muy sorprendido salió y siguió su camino, pero como ya era tarde, llegó a un pueblo, ahí se quedó a dormir. Por la noche, contó lo que había visto en el camino, al pie del cerro. Fue así que uno de los sabios de ese lugar contó que, —hacía muchos años, cuando todo era el principio, el Dios del maíz, Dhipak, y los primeros hombres, guardaron allí el maíz en ese cerro, era como el granero del mundo.

Por esos días casi no había llovido y había mucha hambre. Así, que al oír al arriero, los ancianos se reunieron y decidieron ir primeramente a pedir a los seres divinos, a los Truenos Chicos, a ver si podían ayudarlos a sacar de ahí el maíz. Ellos, como son unos seres muy obedientes, todo el día hicieron la lucha por sacarlo, pero no pudieron. Ya cansados, les dijeron: —ya no tenemos fuerzas, mejor vayan a ver al Trueno Mayor que está en el oriente, donde nace el sol; ahí, en medio del mar es que vive. 

Entonces se organizaron los ancianos para ir a buscar al Trueno Mayor para ver si él podía hacer el favor de venir a sacar el maíz que estaba en ese cerro. Fijaron la fecha y salieron; caminaron mucho hasta llegar a la orilla del mar. Pero entonces no sabían cómo hacerle para cruzar y llegar hasta donde estaba El Mayor. Estuvieron ahí llamándolo, hasta que de pronto, vieron venir una tortuga gigante, como del tamaño de una casa. Llegó hasta donde ellos se encontraban parados, se detuvo delante de ellos y se volteó hacia el horizonte, entonces se subieron en su concha y empezaron la travesía por el mar, hasta llegar donde estaba El Mayor.

Cuando llegaron, se sorprendieron, pues era igual que un hombre, sin embargo, era a la vez un ser divino. Entonces El Mayor les dijo, − ¿qué hacen aquí ustedes?, ¿a qué han venido? Los mensajeros empezaron a contar lo que habían encontrado y lo que querían: “nosotros venimos a pedirle que vaya usted a sacar el maíz que han encontrado en un cerro, nuestro pueblo muere de hambre y necesitamos comer”. Él les respondió que ya estaba viejo y cansado; les dijo, —a mi edad ya no tengo fuerzas para caminar.

Sin embargo, los señores no se dieron por vencidos y le insistieron mucho, hasta que lo convencieron de ir a sacar ese maíz. Les dijo, —está bien, sí iré, pero necesito que me traigan una silla y un bastón que esté hecho de esa hierba que le llaman “ortiga”; también le dicen “mala mujer”. 

Los ancianos reunieron las cosas que él solicitaba y entonces lo llevaron cargado en las espaldas hasta el pie del cerro aquel donde se estaba enterrado el maíz, ahí lo bajaron. Él se paró y miró el cerro de abajo hacia arriba. 

El Mayor subió al lugar alto y con el bastón golpeó fuertemente el cerro y resplandeció un gran relámpago azul y el cerro empezó a arder. Después de eso, el cerro se partió en tres pedazos grandes y salió todo el maíz y se empezó a regar por el mundo. El Mayor levantó con la mano un pedazo de cerro y lo tiró hacia el este; de la misma forma tomó el segundo pedazo y lo tiró hacia el norte, y el último pedazo, con una sola mano lo tiró hacia el sur. 

Entonces extendió sus manos y ya con la fuerza del trueno, se fue por el aire hacia el lugar donde él vive en el mar.

Fue de esa manera como el pueblo se pudo alimentar y tuvo semillas para la siembra. Con el relámpago y la quemazón surgieron las diferentes clases de granos de maíz. Con el calor de las brasas, el maíz que estaba hasta abajo se puso morado por la fuerza del carbón, es al que le llaman chulum; luego el anaranjado se quemó un poco menos, siguió el maíz amarillo y el que estaba hasta arriba quedó blanco pues el calor casi no le llegó. 

Igualmente los pedazos de cerro que El Mayor arrojó, hoy los podemos ver desde lejos en la amplia región de la huasteca: al este, la sierra de Otontepec y Chicontepec (lugar de siete cerros), al norte la sierra de Tanchipa y el cerro de Bernal, al sur, la Sierra Madre donde vive la gobernadora, Tamazunchale (Tam, lugar; Uzum, mujer y Tzale, gobernar)…

 

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Las rezanderas

La Manta y La Raya # 11                                                    septiembre 2020 ________________________________________________________________________

Las rezanderas 

José Samuel Aguilera Vázquez

 

 

SAN JOSÉ DE ABAJO es un ingenio azucarero. La tierra es roja; porosa en tiempos de zafra pero barrialuda en tiempos de agua. El camino que corre rumbo a levante se bifurca y su mano derecha pasa frente al panteón en que descansan los huesos de mi padre. Casi llegando al viejo palo de mango jobo se da el envión a mano zurda, cruza dos arroyuelos, pasa frente al brocal de pozo que construyera Guadalupevelásquez y remata en un caserío; remataba porque ya nomás quedan los huapinoles y el recuerdo de casi nada. 

Hasta aquellos terregonales llevaron sus pasos a Macaria, la curandera de almas, negra espigada siempre de mandil a cuadros ribeteado de encaje blanco. La recibimos con alegría yo, las gallinas y los tecomates.

Luzbravo mi abuela tenía los ojos emocionados como el agua de la jarra en que menguaba su fatiga la visitadora. Cuando Macaria lo dispuso, pasó a la casa grande junto con mi abuela y ordenó señalándome con el arco de las cejas. 

—Tú vente pa’ que ayudes. Entramos. En la cama, toda tapada de pies a cabeza estaba mi tía Paulina temblando de las calenturas. Al pie sobre una silla, un desenfriol y dos mejorales. 

Mi abuela sacó del ropero un cesto con siete huevos de gallina, luego trajo una vela de a real, tres veladoras en vaso grande, un medio de aguardiente y media vara de listón carmín. Macaria metió las manos a su mandil y sacó los ingredientes que de su parte traía; varios alfileres nuevos, dos alcanforinas, tabaco en hoja y unas hierbas desconocidas entre las cuales mi abuela reconoció el azomiate. El resto lo mandaron a buscar conmigo; ramas de cocuite y brotes de mulato. Cuando regresé del patio la casa estaba extrañamente iluminada; eran las doce del día pero parecían las cinco de la tarde. Mi abuela se había cubierto la cabeza con su rebozo de hilo azul y Macaria tenía recogido el pelo por la nuca con un amarre de listón que me dejaba ver dos arracadas de oro. Las veladoras estaban colocadas en ambos lados de la cabecera y una más en la piecera. La vela grande brillaba encima de la cara de Paulina que tenía una cara de mujer en agonía. 

—Se está muriendo pero no lo sabe— dijo Macaria y yo sentía ganas de llorar y de salir corriendo hasta los cañales para decirle a mi tío que se le moría su negra.

—No te muevas hijo —dijo mi abuela tocándome la nuca— pase lo que pase, no te muevas, nomás quédate quietecito en un rincón y reza con tus manitas cruzadas un ángel de la guarda.

Macaria pidió una sábana blanca que mi abuela le entregó y luego solicitó la botella de aguardiente. Le quitó el olote a la botella y le dio dos tragos largos y asentados, luego hizo un buche y lo roció con fuerza sobre del cuerpo inerme de Paulina que se retorció con el aroma.

—No te vayas que todavía falta —dijo Macaria con una risotada y supe claramente que los dos tragos de aguardiente la pusieron borracha porque cerraba los ojos y neceaba con las manos igual que mi abuelo los domingos en la noche que regresaba tragueado de la tienda de Machorro.

La ventana de la casa gimió cuando Macaria comenzó a decir cosas con su voz estropajuda: 

Tú no te muere nega. Si con ala de imán volara con ella me arrejuntaba contigo que lo male que te tratan son mayore por tanta envidia que te tié. Voy a prendé la santa vela del milagro y con su lú te alumbro lo camino: quédese quieta sombra de misterio que la onda divina aluza la oscurana. Santa mare en gracia, princesa quieta que morite del vagido malino de sultán y a media noche recobrate aliento de animá y güelve sin ojo sin tato a soplá la nuca del ejpanto… 

Aquí prendió la curandera un cigarro puro con un cerillo de vela blanca mientras que mi tía Paulina se incorporaba del catre viejo con una mirada sin rumbo en sus ojos perdidos. 

Apiádate purísima María que me arremajo lumbre de humo y de tabaco y subo escalera de marfí en tierra mora ¡ay, Santa Cecilia bendita! virgen y mártir obligada en martirio de amore que sufrite al malino Valeriano y obligá te llevaron a la Roma de lo Césare ¡ay cantadora! Santa como tú e La Madalena; enciende y prende tu labio dulce en ete vino que derramo y a falta de uva, rejponso e caña me conviene que a lomo de mula fermenta guarapo e trapiche.

Paulina se incorporó y se quitó de golpe el camisón quedando al aire su cuerpo de canela como si fuera ella sola sin sus pensamientos y vi el fulgor oscuro de su carne dura iluminado por la lumbre de las veladoras que chisporroteaban por la voz animada de la rezandera 

…Oh piedra legua, júchite cascorbo, pingüica, lezna y faca de Fermine, abredura en roca, debastadora lima, santo machete, sapientísimo Abelardo, prudente Juana, sancocho eterno, braza y talimana; Oh visión que llega, tembladera regia, a ti resisto y rendija soy pó donde cuela café y canela, piedra lumbre, santa laja, imana y generala. Ay vientre dulce de guayaba, retorcida flama… 

En ese punto Macaria envolvió a Paulina en la sábana blanca y tornó a darle buches a la botella y atomizarlos a lo largo de la curada que se fue inclinando sobre el catre como si fuera caña de los caminos, al punto que mi abuela rezaba la magnífica y Macaria cantaba un lelelé prodigioso: 

aleléeee, leléle, lele leléeeee, le, alelé, lele, lele, le lé,leleleeeeeé, lele, le,le, eeeeeeé… 

Cuando la curada quedó totalmente recostada las dos mujeres se tomaron de la mano y mi abuela cerró los ojos y comenzó a recordar sus juegos de chiquilla al mismo tiempo que la morena se estremecía de los hombros y soltaba palabras desmayadas… 

Siento que llega cantando viene que viene y va bali bamá, bantiquera, baltique, yemayá, señor del gallo como retorcida espuma, danelayá, ventisquera, ventí venera veranera, azumaya y acuyá, yerba santa, adormidera por ti mi mano se levanta, tu ere la vara, la que florea, la regidora, sitio y muralla, yo soy camino, arroyo de agua, luna de llama, serpenteadora, collá de monte, noche y aurora, tu ere el humo, leña y pandora, breve esperanza, cama cantora, cantido y canto, ave canora, cañuela etérea, peñón que llora. Mira tu hija resquebrajáa, sin monte y mata, leña mojáa, bejuco y palma, ¡dime que tiene! ¿No sabe náa? ¡perro malváo que te repren¬do, a ropa y pita, la negra e brava y si se enoja a la candela sí que te manda! Así que suelta, dime la gracia, el nombre, el temple, dime la cuadra…!

Se convirtió en silencio la negrura de la casa y en ese mar de calma solo vibraba la oración reposada de mi abuela, al estilo de las viejas parteras de la tierra. 

Santa vara que doblada en el espinazo de nuestro señor amantísimo empapaste tu vena con su preciada sangre, e aquí que te llamo y que te imploro, por tu poder bendito oh santo chicote que a los santísimos varones infundes miedo y pavor, cuantimás a los seres oscurísimos que se atreven a enlodar tu santo nombre y con ello, el vaso sagrado de la fé. Por los cuarenta clavos del aromático madero que se resguardan en secretísimo lugar, imploro tu beneficio y tu fuerza para que ésta tu sierva pueda ser el camino de tu sagrado paso, he aquí que te hago sacrificio en virtud de la sangre simbolizada en mi dolor y te ofrezco vientre fertilísimo para que tu dulce hombría hoy cimbre la cadera de la tierra y con la fervientísima semilla de tus dones, la plata de tu fuerza nos dicte tus magníficos deseos. 

En ese instante despertó de su letargo la oficiante y abriendo los descomunales brazos, miró directamente a los ojos de Paulina, redondos ya como platos. 

Oh santísima malanga que de tu olorísimo sancocho detiene con tu fuerza piquete de culebra y ponzoña de alimaña. Oh ajo bendito; detén la furia que erremete esta casa y que su turbio hedor rebote en el acero de la yagua. Oh vendaval que detiene la bocana y arrebola la crencha e la palma. Retén en el aire la tarasca filosa de la muerte y que esta sierva que me pone en la mano sea salva de todo mal. Te lo pido por la santa gracia que te dinate poné en fuelza de eta tú vasalla ¡Oh señora onipotente! 

Al pronunciarse la última palabra Paulina escupió sin fuerza una pasta rojiza que empapó la sábana. Cuatro pollitos aún sin emplumar también arrojó por la boca y fueron a rodar desguanzados a los pies de ambas rezanderas que al unísono se trenzaron en un rezo circular y sollozante. 

Si limpiaste las llagas de tu hijo, conjura este dolor en la bondá del que te honrra santa fuerza del milagro eterno, rescoldo de Bruñilda, peñón de oro, regio acantilado, barba de elote, invisible ogú, oh santo bembé, mítica fiebre, por tu nombre, por tu santísimo nombre, oh príncipe de los que nada tienen, señor de mis dolores, padre de nuestras lágrimas, sombra e malanga, talimán, gallo berrendo, oblita sacra, misericordia divina y lanza de furor dame tu luz y aleja de esta tu niña todo dolor, toda envidia y por los dones que este día has dispensado recibe de tus siervas gratitud eterna y lealtad a tu divino nombre. 

Todas estas cosas vi y oí. Oí más pero no las recuerdo y vi más pero no quiero contarlas. Solo diré que Macaria abrió los ojos como si hubiera dormido cuatro noches seguidas y con ellos lloró su letanía de perlas blanquísimas porque sabía que esta vez había salido vencedora de la muerte.

Esa tarde, mi tío Pascual tomó las medicinas de patente y las tiró sin rabia rumbo al arroyo del apompo viejo. Cayeron con un ruidito parecido al zumbido de una cigarra, luego se quedaron quietos en el silencio de la hojarasca. Pascual se caló el sombrero hasta más debajo de las cejas y se sentó en cuclillas a la orilla del camino. Lo vi sonreír; mi abuela también reía pero no con la boca sino con los ojos. Esa noche cenamos un conejo y Embajador —mi perro— se dio un banquete con las tripas.

Paulina vivió muchos años. El día de su muerte todos la lloramos… yo todavía la lloro. 

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El otro Tomás Segovia

La Manta y La Raya # 10                                                                marzo 2020 _________________________________________________________________________

El otro *

                                        Tomás Segovia 

 

Mario Hernández

 

Hasta el cuarto donde estoy tratando de proseguir mi tarea de traducción, me llegan desde la huerta las voces de Jesús y don Andrés. Imposible continuar, hablan demasiado alto. No les es tan fácil entenderse, en ese español que cada uno usa de diferente manera: el uno a la manera del huertano murciano, que llaman panocho; el otro a la manera del campesino veracruzano que llaman jarocho. Sin darse cuenta, van subiendo cada vez más la voz, como si así se dieran a entender mejor. Panocho y jarocho riman, pienso bobamente. No son las únicas cosas que han rimado aquí estos días, que nos han dado repetidamente esa gozosa sorpresa saboreable que da una rima bien encontrada.

Don Andrés, sesentón con gafas, algo mayor que Jesús es, como éste, campesino hasta los huesos. Pero además toca la jarana, la guitarra de son y sobre todo la jarana requinto. Nunca ha visto un pentagrama y apenas podría poner por escrito, a trompicones con ortografía, las coplas que canta de memoria. Pero estoy seguro de que si yo hiciera oír a algún culto ciertos fragmentos de improvisaciones suyas al requinto que tengo grabadas, lo pondría en un aprieto preguntándole si son o no son de Bach. Su padre fue músico, su abuelo fue músico, algunos de sus hijos son músicos y sus hijas bailadoras. Uno de ellos, Octavio, de 22 años, está con él. Toca los mismos instrumentos que su padre, y maravillosamente, el arpa veracruzana. Forman parte de un conjunto que toca sones de su tierra y que desde hace unos años, en la ciudad de Veracruz (en el puerto como dicen ellos), se dedica a recoger y transmitir esa tradición, no sólo rescatando coplas y músicas de esa parte de México, sino enseñando a construir los instrumentos, a tocarlos, y a bailar esos zapateados con el torso inmóvil y suelto que son típicos de la región. El conjunto vino hace poco a la Exposición de Sevilla, donde por supuesto no les hicieron ni mucha publicidad ni mucho caso. El alma del grupo y promotor de esas actividades que acabo de decir, Gilberto, es viejo amigo mío, y después de Sevilla él y otros vinieron a verme a mi casa de la huerta, murciana. Se alojaron allí porque los presupuestos, ya se sabe, los de México y España como los de cualquier país, tienen demasiados gastos de publicidad, ceremonias, visitas oficiales, instalaciones, personal administrativo, para poder pagar un modesto hotel a unos músicos extraordinarios pero de poco valor político-publicitario, campesinos ellos, provincianos ellos, y que de todos modos van a tocar porque, Dios los perdone, aman más la música que el dinero y hasta que las entrevistas en la televisión o en las revistas a todo color.

La aman tanto, que en mi casa no paraban de tocar a cualquier hora y sin necesidad de ningún pretexto. Pero yo tengo en Murcia, algunos amigos tan poco postmodernos como estos jaraneros, tan atrasados de noticias que siguen entusiasmándose con la buena música, la buena pintura, la buena literatura, con la autenticidad, la calidad y la verdad, y siguen creyendo, los muy ingenuos, que esos son valores que algunas cosas tienen de por sí, no porque se los hayan conferido las bienales, los catálogos y currícula, las famas o las modas o las connivencias con el poder. De modo que se apasionaron cuando oyeron tocar a estos jarochos, comprendieron enseguida que en aquella música que no habían oído nunca había la misma verdad que en la que tanto habían oído en la voz de la Niña de los Peines, de Bernardo el de los Lobitos y del Agujetas. Y se propusieron con asombrosa tenacidad que el grupo fuera invitado a tocar en público en Murcia, y de ser posible en otros sitios de España. 

Bueno, pero no fue fácil, cosa que a mí desde luego no me extraña nada. Ni fácil, ni muy agradable. El festival de folclore del Mediterráneo que se organiza en Murcia, dijo primero que sí, luego que no, luego otra vez que sí, regateó el dinero desoladoramente, los ninguneó de mil maneras y llegó al extremo de que la tarima sobre la que debían zapatear tuvieron que encargarla y pagarla deprisa y corriendo nuestros amigos murcianos. La embajada de México aceptó gastar una pequeña suma que apenas cubría el transporte y el alojamiento (pero también en Madrid había bastantes amigos para alojarlos, siquiera en colchones en el suelo, distribuyéndolos entre varias casas). Cuando ya los músicos estaban en España, la embajada decidió ahorrar esa suma ridícula y no se tentó el corazón para no cumplir la oficialmente prometido. Menos mal que la Caja de Murcia y la Casa de América salieron al quite. De otro modo no habrían podido cubrir ni siquiera los gastos de transporte que ya habían hecho; don Andrés por lo menos no hubiera podido pagar esa deuda, porque este año, en México como en España, la cosecha no ha sido buena. 

Pero lo importante es que acabaron por venir, que acabaron por tocar y cantar, y que Jesús y don Andrés acabaron por hablar. No necesitaron gran promoción ni patrocinio para acabar, cada vez que tocaron, despertando el entusiasmo emocionado de quienes los escucharon, como Jesús y don Andrés no necesitaban en realidad subir la voz para entenderse: ese mutuo descubrimiento real no es estentóreo. Todos los que presenciamos esa brusca llama de amistad entre los dos campesinos no lo olvidaremos nunca. Jesús estuvo todos esos días con las enjutas mejillas encendidas, los ojos relumbrantes, la boca sonriendo o riendo de par en par, los brazos casi siempre alzados como si esas explicaciones que daba con la sonora alegría con que se da una buena noticia, no quisiera sólo decirlas, sino bailarlas. Apenas podía creer que ese músico que tanto habíamos esperado, que aplaudíamos a rabiar, que había grabado casetes, fuera un hombre de la tierra como él, menos familiarizado incluso que él con la televisión, los aviones, los coches, que no podría ir a sus sembrados en vespino (1) como él, porque nunca se ha subido a uno, sino que sigue yendo a caballo hasta su milpa. Don Andrés, cuando no estaba punteando su requinto por algún rincón, deambulaba por la casa haciendo tiempo hasta la llegada de Jesús, para irse entonces con él a la huerta y sentirse por fin a sus anchas. Parece mentira, pero fue la semana pasada, después de esos famosos 500 años, cuando un huertano español enseñó a hacer injertos a un campesino de América, que a su vez explico a aquél cómo se cultiva el café.

Esto no sucedió en ningún “foro”, ni entre dos aparatosos discursos, ni ante las cámaras de televisión. Sucedió entre dos hombres, y sucedió entre dos culturas que esos hombres, como sus frutales, sus hortalizas, han chupado de la tierra y no de la publicidad o de la enseñanza patriótica con sus fórmulas propagandística, sucedió en medio de unos amigos sin ningún programa ni ambición particulares, en la penumbra olorosa de la huerta, en una clase de libertad de la que estamos perdiendo hasta la memoria. 

El día que tocaron en el pueblo, don Andrés se acercó al micrófono tropezando un poco con él, para dedicar su improvisación “a un amigo que se llama Jesús”. En ninguno de los interminables discursos que las celebraciones de Quinto Centenario han hecho pulular, puede sonar así la verdad en la palabra “amigo”. Don Andrés acabó por decir “patata” en lugar de “papa”, para que le entendieran. Jesús aprendió que el higo chumbo se llama tuna y comió nopales, o sea, pencas de chumberas (que tampoco llama así, sino “paleras”), que abundan en su tierra sin que nadie sepa que se comen.

¿Encuentro de culturas? Pero ¿dónde se produce? Ningún programa oficial enseñará eso a unos campesinos separados por un océano. Yo sigo convencido de que este encuentro de verdades hubiera podido producirse sin las pocas coincidencias relacionadas con la celebración que lo favorecieron, gracias a otras coincidencias que hubiéramos aprovechado o provocado, como lo hicimos en realidad. Es cierto de todos modos que tal como sucedió, esas coincidencias existieron y ayudaron. Pero tuvimos que luchar bastante, y esa lucha era contra las instituciones encargadas, según declaran de favorecer ese encuentro. Sé que puedo aceptarse que vaya lo uno por lo otro. Sólo que por eso mismo no hay que olvidar que hay lo uno y lo otro, y yo por supuesto no me atrevería a hacer balance, pero ese balance existe.

 


(*) Este texto aparece incluido en el libro Monogramas, recopilado por Juan Pascoe y editado en segunda edición por la Universidad Veracruzana en su colección Ficciones. La primera edición de Monogramas fue hecha por el taller Martín Pescador en 2004. Los editores de La Manta y La Raya agradecemos la generosidad de María Luisa Capella quien nos autorizó reproducir este texto del maestro Tomás Segovia. De igual manera queremos hacer patente nuestro agradecimiento con Francisco Segovia y Juan Pascoe por sus amables gestiones.

(1) Se refiere a un ciclomotor de patente española también conocido en México como bici-moto. Las cursivas son de los Editores.

 

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mantarraya 2

 

Toña la Negra, sombras de una silueta redondísima.

La Manta y La Raya # 9                                                                         marzo 2019 ___________________________________________________________________________  Toña la Negra:                                                             sombras de una silueta redondísima (*)

Andrea López Monroy

 

Cuántas horas, cuántos días, cuántos años,      Toña, buscando tu figura sin encontrarla.             Tratando de alumbrar un tiempo imaginario siguiendo cada paso de tu vida […] un espacio mitad soñado, mitad vivido.

   Joel Carazo, Pauta,                         “Caleidoscopio de Toña la Negra” 

 

 

“Cuando estoy en escena ni veo nada. Sólo pienso en la canción que interpreto y me hundo, me entrego, me olvido, vuelvo a vivir mis cosas”, confió Toña la Negra a Cristina Pacheco dos años antes de su muerte. Estas palabras confirman lo reservado de su carácter y el profundo sentimiento que imprimía a cada canción, rasgo personal que le permitió motivar las emociones más profundas de sus escuchas. La mayor parte de su vida transcurrió entre bambalinas, frente a un público que disfrutó verla y escucharla cantar las composiciones del momento con su inigualable voz. Los telones cubrieron los detalles de su ciclo vital, alrededor del cual se han construido infinidad de mitos. La mezcla de talento, misterio y circunstancias la convirtieron en una de las figuras más populares de México y de Veracruz, su terruño.

Raíces de una gran intérprete 

Antonia del Carmen Peregrino Álvarez nació en el puerto jarocho el 2 de noviembre de 1912, según consta en el acta de nacimiento número 168 expedida el 31 de enero de 1920 por la Oficina de Registro Civil. Este documento consigna que sus padres habitaban en la calle Doblado (predio Villa Verde, interior 6), en el legendario barrio de La Huaca. La infancia y adolescencia de Toña se desarrolla en este territorio, considerado arrabalero por ubicarse en la antigua zona extramuros de la ciudad. Al correr de los años se convirtió en una de las más importantes reservas de la cultura popular. De la lectura de su acta de nacimiento se desprenden las primeras hipótesis acerca de su vida: fue registrada varios años después de haber nacido, situación que parece normal si recordamos los conflictos sociales y la inestabilidad institucional de aquella época revolucionaria. Se antoja deducir que fue registrada con la finalidad de contar con un documento que acreditara su origen y edad, e inscribirla en la escuela. A sus ocho años era necesario que aprendiera a leer y escribir, que cursara grados escolares mínimos para enfrentar los difíciles retos sociales de ese periodo turbulento. Antonia del Carmen Peregrino Álvarez nació en el seno de una familia proletaria. De origen haitiano, su padre, Timoteo, trabajaba como abridor de contenedores en la aduana, integrado a un gremio organizado que más tarde se convertiría en sindicato; fue miembro fundador de esa agrupación. Daría, la madre de la Sensación jarocha, vivía dedicada a las labores del hogar y al cuidado de sus tres hijos (Doroteo, Antonia y Manuel). Cuando las actividades cotidianas terminaban, la extensa familia se reunía (incluyendo a dos tías paternas de Toña) para cantar y hacer música: Timoteo y Manuel tocaban la guitarra, Daría cantaba y Doroteo ponía ritmo con los bongós y las maracas. Considerando la disposición habitacional de La Huaca (de casas hacinadas) no es difícil imaginar a los vecinos acercándose a escuchar la trova de los Peregrino, sumando sus voces a las de ellos, o bien participando con algún instrumento. Este convivio todavía es característico de los habitantes de esta zona de la ciudad, a quienes distingue su particular forma de ver la vida; de sus estrechos callejones han salido músicos, bailarines y toda clase de artistas identificados en otros espacios geográficos gracias a su carácter desenfadado, a su alegría (real o aparente) y a la empatía que, sin rodeos, establecen con los demás. Son, en verdad, genuinos habitantes de Jarochilandia. Diversos autores (entre los que destacan Francisco Rivera Paco Píldora) han escrito páginas memorables sobre el singular ambiente de La Huaca. Observan en particular los minúsculos cuartos que forman las vecindades donde todos habitan como si fueran miembros de una misma familia. Comparten un solo baño y el espacio para lavar la ropa, que bien puede compararse con el diván psicoanalítico, ámbito ideal para hablar de las penas amorosas o de los problemas familiares, impar para comentar la vida de los demás, ante la imposibilidad física de guardar los secretos. Ahí las historias personales son inevitablemente compartidas.  En ese ambiente bullanguero, las tardes musicales de los Peregrino Álvarez no podían pasar desapercibidas. Una familia que tocaba para que los demás bailaran o cantaran cubría las expectativas de la comunidad vecinal. En esta actividad plena de esparcimiento, Toña pasó los primeros años de su vida, inmersa en un ambiente musical con la inclinación hacia el canto heredada de sus progenitores, alentada por su círculo de amigos y vecinos. A pesar de la alegría que los motivaba a hacer música, la vida de los Peregrino Álvarez no fue sencilla; enfrentaban las carencias de una familia numerosa sostenida por el raquítico salario del padre, lo cual no impedía que concurrieran a eventos sociales en los que la voz de la pequeña Toña era el centro de atención. Escenas que seguramente moldearon su carácter y la dotaron del arrojo necesario para superar obstáculos y desencuentros. En 1914 (sólo dos años después de que naciera) el puerto fue invadido por las tropas norteamericanas. Como es sabido, en el marco de la compleja problemática que vivía el país, barcos de guerra arribaron de manera inesperada a Veracruz. Los marines tomaron los edificios más importantes, por lo que la heroica defensa de la ciudad estuvo a cargo de un puñado de cadetes de la Escuela Naval Militar y de sus profesores, así como de valerosos ciudadanos que no dudaron en arriesgar su vida frente a un enemigo superior en número y en armamento. Considerando su ubicación territorial y condición social, es posible que entre los defensores de Veracruz participara Timoteo Peregrino; de cualquier forma, lo que resulta indudable es que este suceso histórico afectó la vida cotidiana de la familia.  En 1922 otro gran acontecimiento se gestó en los estrechos pasillos del barrio de La Huaca. Cuando la Negra Peregrina tenía diez años, surgió el Movimiento Inquilinario liderado por Herón Proal, protesta social contra la explotación que ejercían los propietarios de cuartos y casas, aprovechando la gran demanda de espacios para vivir. En aquel entonces, los patios de vecindad estaban integrados por varios cuartuchos convertidos en pocilgas, resultado del descuido de sus propietarios. Lejos de darles mantenimiento, los arrendadores obligaban a los miserables moradores a pagar exorbitantes cantidades que superaban en mucho el salario. El descontento no tardó en convertirse en manifestación popular y uno de los organismos que participó activamente en las protestas fue el Sindicato de Cargadores y Abridores del Comercio, agrupación de la cual, como ya se dijo, Timoteo Peregrino era un destacado miembro. Como en muchos otros aspectos de la vida de la cantante, no se ha documentado (acaso por falta de fuentes) cómo su familia superó esa difícil época que seguramente implicó cambios radicales.  Fue en aquellos agitados años cuando Toña ganó su primer concurso de canto. Hacia 1923, la compañía de cigarros “El buen tono” (cuyos propietarios eran también de la estación de radio xeb) regalaba equipos radiofónicos a cambio de cajetillas vacías. Así, en el marco de sus promociones comerciales, lanzó una convocatoria para participar en un concurso. Ella triunfó pese a competir con cantantes aficionados adultos. La virtuosidad que poseía su timbre fue la base de su éxito; su voz llamó la atención de quienes la escucharon, aunque le faltaba madurar y acumular las experiencias que le permitirían vivir intensamente cada canción.  En su adolescencia, Antonia del Carmen participó en las serenatas que su hermano Manuel interpretó con Ignacio Uscanga Matías, con quienes cantó eventualmente. La época estuvo marcada por el arribo a Veracruz del bolero cubano y por la influencia de la industria radiofónica. Este ambiente es recreado fielmente por el talentoso e inigualable cronista Francisco Rivera Paco Píldora, cuya atinada pluma nos muestra el ayer de La Huaca con sus noches convertidas en alegres bailes animados por voluptuosas jarochas:

Quien a tus patios volviera,

y en la noche veraniega,

se enredara en la refriega

de una bullanga rumbera.

Viejo barrio de La Huaca,

largas siestas en hamaca,

con abanico y guitarra, y

una mulata que embarra

sus senos como maraca.

Al referirse a este asentamiento urbano, Francisco Rivera aludió en reiteradas ocasiones a los incontables cantantes y grupos musicales que se formaron en sus callejones: el Cuadro Estrella, Nacho Uscanga, Félix Bolaños, etc. La música del Trío Matamoros dispersada por la brisa desde alguna ventana de La Huaca y otras notas llegaron indudablemente a los oídos de la joven Toña, que disfrutaba de los nuevos ritmos provenientes de la otra orilla del Golfo de México. Seguramente entonó con su voz melódica las innovadoras canciones para el deleite de sus paisanos. A través de los versos compuestos por el popular decimero Paco Píldora sabemos que la Negra Peregrina, siendo aún jovencita, participó en una función de gala en el teatro Principal, a beneficio de la Cruz Roja. Acompañada por el Cuadro Estrella interpreta “Longina”, emblemática canción cubana de Manuel Corona que, de alguna manera, retrata el don fundamental de Toña: “Y es la cadencia de tu voz tan cristalina, tan suave y argentada de ignota idealidad, que impresionada por todos tus encantos, se conmovió mi lira y en mí la inspiración”. Como bien lo indica Francisco Rivera, en aquellos años, la cantante mostraba ya el privilegio de su voz y lucía los rasgos de su juvenil belleza, característica de la clásica mujer jarocha. El ambiente cotidiano la moldeó; ella supo absorber de su barrio pobre “las interminables rumbatas y alegrías […] pregones de los vendedores y cantares montunos al compás de las caderas que marcaban el chancualeo de mezclillas y nansures en lavaderos y bateas, y rodaban chismes y cuentos que despertaban carcajadas maliciosas”.

… continua

(*) Publicado en Personajes populares de Veracruz,     Félix Báez-Jorge (coord.), Gob. Edo. Veracruz / Sec. Educación Edo. Veracruz / Universidad Veracruzana, México, 2010.  

 


Revista # 9 en formato PDF (v9.1.0):

Persistes

La Manta y La Raya # 8 / septiembre 2018 ___________________________________________________________________________

 

Persistes

A Andrés Flores                                                                                                 In memoriam

En días recientes, después de tu deceso, la tarja me susurra. 

Habla con tu voz y repite una única frase “eres buena para muchas cosas, pero esto del aseo no’más no se te da”. 

Las letras de esta locución destellan en el fregadero.

Se prenden y se apagan.

Son fosforescentes: rosas y amarillas.

Te traen de vuelta a mi.

 

Tu regreso me enajena y me punza.

No sé si la fuente del dolor es la privación ahora sí perenne de tus manos,

el conocimiento de que no oiremos más tu voz cantar, 

o la rabia de tu precoz partida.

Sé que la alegría que acompaña mi estupor viene de tus ojos.

De los ríos profundos que en ellos habitaban,

de la luz que ellos emiten aun después de haber cesado de existir.

De la sencillez que te vestía, 

de tu sonrisa que -como la del gato de Cheshire- subsiste.

De tu voz que me susurra una y otra vez: “esto del aseo…, esto del aseo…, esto del aseo”.

 

María López

 


                                                                                                       

Revista # 8 en formato PDF (v.8.1.3):

 

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