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Las canastas viajan en tren

La Manta y La Raya # 16                                                      marzo  2024 ________________________________________________________________________

Las canastas viajan en tren

              Los peones de vía, el tlacualero y                     las canasteras del ferrocarril *

José Antonio Ruiz Jarquín

 

* Este artículo se publicó inicialmente en la revista electrónica Mirada Ferroviaria, núm. 44, enero-abril del 2022. Los editores agradecemos a Román Moreno Soto, Coordinador del Centro de Documentación e Investigación Ferroviarias, del Centro Nacional para la Preservación del Patrimonio Cultural Ferrocarrilero, su apoyo para reproducir este texto en nuestra revista.

 

José Antonio Ruiz Jarquín

 

“Comer es un acto biológico, cocinar es un acto cultural. La cocina es cultura”. Así inicia su texto don José N. Iturriaga en su libro Las Cocinas de México I,2 y continúa diciendo…

“La cultura no es el atesoramiento de libros en los estantes de las bibliotecas y en los cerebros de los sabios. La cultura popular se integra de diversas maneras y con muy diferentes elementos. Es la forma de ser de los pueblos. La gastronomía es una de las manifestaciones culturales más importantes del ser humano y dentro de dicho término no debe entenderse sólo a la llamada “alta cocina” sino a todas las expresiones culinarias de las diversas regiones y estratos sociales, incluida la cocina indígena. El término “culturas populares” hace alusión a procesos, por lo general colectivos, que crean y recrean tradiciones. Tal es el caso de las cocinas de México. La alimentación de los pueblos merece la más alta consideración y respeto. No es sólo el sustento material de las personas, de alguna manera es también un sustento del espíritu”.

Si bien, la historia de los ferrocarriles mexicanos se liga a la historia del arte, a la literatura, a la economía, también se liga a las culturas populares, a la vida cotidiana de sus trabajadores y a su memoria. De esta manera, la gastronomía ferroviaria aparece como una de las expresiones de la cultura popular, cuando este medio de transporte va haciendo camino por el territorio desde mediados del siglo XIX. 

Con el arribo del ferrocarril se modificaron hábitos, usos y costumbres de la vida cotidiana, especialmente en aquellos lugares que utilizaron los trenes para trasladarse de un lugar a otro. Uno de esos hábitos fue comer durante el viaje, ya fuera en las propias estaciones del ferrocarril donde se instalaron restaurantes; en los andenes con la venta de comida que ofertaban las señoras con sus canastas, entre gritos y pregones; o en los coches, en el trayecto de una estación a otra, donde se ofrecían alimentos o podían consumirse en los coches comedor.

En otras palabras, el acto de comer en la estación, en el andén y durante el viaje, con el tiempo se convirtió en parte de la cultura intangible que se generó en torno al ferrocarril. Incluso, podríamos afirmar que no existe un viajero que no guarde en su memoria alguno de esos momentos. Por ejemplo, para algunos pueblos, la llegada del tren se convirtió en todo un acontecimiento, tal como sucedió con Oriental, en el estado de Puebla, en donde el paso del tren nocturno –se le llamaba la “hora azul”, según cuentan algunos ferrocarrileros de esa localidad– marcó su ritmo. El pueblo se iluminaba con el bullicio y algarabía que provocaba el arribo o la partida de los trenes de pasajeros, y el silencio de la noche se veía interrumpido por los gritos y pregones de sus vendedores, que ofrecían café con pan y todo tipo de antojitos que provocaban los olores y sabores que quedaron impregnados en la memoria de ferrocarrileros y viajeros del tren.

En efecto, existe en la tradición oral un sinfín de recuerdos, testimonios y relatos de esos momentos culinarios en el tren, así como también imágenes fotográficas de esos viajeros degustando en elegantes coches comedor, en los trenes de pasajeros y andenes de las estaciones, donde las vendedoras de las distintas regiones del país ofrecían esa riqueza gastronómica de México.

En palabras de Covadonga Vélez Rocha, abordar el estudio de la gastronomía en los ferrocarriles mexicanos conlleva a tomar en cuenta diversas variantes. Podemos hablar de ella desde los distintos espacios donde se ofrecía la comida, pero también, hay otras formas singulares, aquellas que se dan dentro de los espacios ferroviarios donde surge una forma muy particular de vida dentro del gremio, que se crea y recrea desde las propias condiciones laborales y da lugar a una identidad ferrocarrilera.

Identidad y cultura ferrocarrilera

El gremio ferrocarrilero, después del minero, es el más antiguo del país, por su larga tradición en el devenir histórico de México; es un sector preparado y consciente de las diferentes etapas que le ha tocado vivir. En efecto, el ferrocarrilero se distingue por enorgullecerse de su profesión, amar su oficio y entender que su fuente de trabajo era el nervio vital de una economía en la que participaba y defendía, como la conducta generosa que tuvo Jesús García Corona, quien ofrendó su vida al salvar al pueblo de Nacozari, Sonora, de una catástrofe.

De esta manera, la cultura que los ferrocarrileros asumen se deriva, en gran medida, de la organización y proceso laboral. Es a partir de esta premisa, donde se genera una serie de habilidades y conocimientos técnicos; se desarrolla un vocabulario común; se celebran una serie de festividades cívicas y religiosas que, en suma, se conforman en ciertos usos y costumbres compartidos por estos obreros que definen su identidad cultural.

La simple vida cotidiana en el ámbito laboral es un auténtico cuadro cultural, porque en él se dan no sólo formas de trabajo, sino la conjugación de diversos tipos de relaciones y maneras de convivencia. En él se estructuran un conjunto de comportamientos motores y mentales: formas simbólicas, elementos de orden artístico, creados y ejercidos por ellos mismos, que surgen de su forma de vida, como sus testimonios, cuentos, poesía, canciones, relatos y corridos que se erigen en elementos valiosos de la memoria histórica ferrocarrilera. En dichas manifestaciones se hace evidente no sólo la capacidad inventiva de los ferrocarrileros, sino también la forma en cómo se anima el modo de vida que se ha generado y desarrollado en torno a este medio de transporte, el cual tuvo su máxima expresión durante los años de la época del vapor y la transición al diésel. En la actualidad existen miles de ferrocarrileros jubilados que vivieron ese periodo tecnológico y sus familias, que siguen siendo portadores de esa cultura intangible, que hay que preservar y revalorar dentro del contexto de cultura nacional, por medio de la oralidad y sus testimonios.

Por otro lado, la cultura ferrocarrilera no se ha alcanzado por actos deliberados, tiene una estructura orgánica que ha favorecido la transmisión de destrezas y conocimientos de una generación a otra. Los ferrocarrileros de las distintas ramas (Transportes, Vía y Estructuras, Alambres, Oficinas y Talleres) desempeñan su oficio por sí mismos, a manera de ejemplo: el maquinista debe conducir el tren a su destino; el mecánico debe reparar las descomposturas o fallas del equipo; el peón de vía, reparar y dar mantenimiento a vías y durmientes, etc. Sin embargo, la cultura ferrocarrilera no es la simple suma de las diversas actividades encadenadas, sino que en esos procesos de trabajo subyacen una serie de relaciones, valores materiales y simbólicos, que los diferencia del resto del sector obrero con los que han coexistido.

Por lo tanto, la vida cotidiana en el ámbito laboral genera un auténtico cuadro cultural en el que no sólo coexisten distintas formas de trabajo, sino diversos tipos de relaciones y formas de convivencia de orden cultural, que los ferrocarrileros desarrollan en el ejercicio de sus actividades diarias. Estos cuadros culturales dentro del mundo del ferrocarril, en especial los relacionados con la gastronomía o espacios culinarios, sólo los podemos conocer mediante la recuperación de testimonios que los propios obreros guardan en su memoria.

Los peones de vía, el tlacualero y las canasteras del ferrocarril

Como ya se mencionó con anterioridad, con la llegada del ferrocarril surgió una cultura inmaterial en torno a la comida, que se ha denominado “gastronomía ferroviaria”, la cual no sólo involucra a quienes se encargan de elaborar o vender los alimentos en una región geográfica o en un espacio culinario especifico –estación, andén, coche comedor, coche de pasajeros, taller y vías del ferrocarril–, sino también a quienes consumen los alimentos, ya sean pasajeros o ferrocarrileros en su entorno de trabajo.

De esta manera, en el espacio culinario confluyen agentes o personajes que construyen estas representaciones culturales, tal como sucedió en las vías donde surgieron dos personajes singulares que eran los responsables o encargados de proveer y cocinar los alimentos a los peones que trabajaban en las cuadrillas de mantenimiento y reparación de las vías del ferrocarril: el tlacualero6 y las canasteras del ferrocarril.

Los reparadores o peones de vía eran los trabajadores que ocupaban los puestos más duros del gremio ferrocarrilero y, no obstante, estaban colocados en la base de la pirámide jerárquica y salarial de este ámbito. Incluso, las cuadrillas de reparadores de vía en los Nacionales de México llegaron a integrarse hasta por veinte trabajadores, que con herramientas manuales realizaban labores para el mantenimiento de las vías férreas y contaban, por lo menos, con uno o varios armones para realizar desplazamientos más rápidos a zonas más distantes de su base, y donde el espacio culinario podía surgir en cualquier lugar del camino para cocinar o calentar su comida de la canasta.

Finalmente, y como una manera de contribuir en el rescate de la memoria histórica de los ferrocarrileros en torno a la comida, a continuación les comparto la recuperación de cinco testimonios. Dos de ellos atienden a las vivencias que tuvieron los propios trabajadores de vía, mientras que los otros tres corresponden a mujeres que elaboraban los alimentos para los peones de cuadrilla.

Testimonios

Gabriel Villarreal Garcés, peón de vía, Div.Pue–Oax, FNM.

“[…]Para iniciar nuestro trabajo, el mayordomo de vía nos entregaba nuestra herramienta que era: un pico, una pala, un martillo para clavar, unas tenazas para cargar durmientes, una barreta de uña, una barreta de línea y esa era la herramienta que teníamos que llevar. Una cuadrilla de vía se conformaba de 22 trabajadores y un mayordomo. En una cuadrilla ambulante y en una sección eran seis reparadores vía, un guardavía y el mayordomo. En una sección regular chica, como la de Cuautla, Morelos, y como la de Puebla, era una sección tipo cuadrilla de veinte hombres, dos guardavías y un mayordomo… Nosotros, como trabajadores, nos despertábamos como 5:30 o 6:00 de la mañana, nos preparábamos nuestro desayuno y nuestro lonche para irnos a trabajar. El mayordomo nos pasaba lista a las 7:00 de la mañana y nos abría la bodega, cada uno cargaba su herramienta para echarla al armón. Después, cada uno sacaba los durmientes que iba a necesitar, el mayordomo nos decía: tú, tú y tú van a meter madera y tantos durmientes, cinco durmientes por cada trabajador y ya nos íbamos. Cuando había motor, nos íbamos en el motor y cuando no, íbamos empujando el armón toda la vía hasta llegar al tramo a reparar. Llegabámos a descargar nuestra herramienta y tirábamos los durmientes en los lugares que se iban a meter para que se repartieran a cada trabajador sus durmientes. Había secciones que no tenían motor para jalarnos, entonces había que empujar el armón hasta llegar al tramo. Imagínese, una sección tiene diez kilómetros y una sección se dividía en cinco kilómetros al sur y cinco kilómetros al norte, entonces, dependiendo del lugar, mínimo empujábamos cinco kilómetros el armón. Lo más pesado de nuestro trabajo era el cambio de durmientes, nos daban cinco durmientes por tarea, a nadie le tocaban menos durmientes y a la hora que terminabas tus cinco durmientes, esperabas la señal del mayordomo para descansar después de que le habíamos dado la friega. Eso era lo más pesado, el pico, pala, martillo y ese proceso de trabajo de cambio de durmientes. Subirle el riel podía tardar una hora por durmiente, escarbar, sacar, meter, clavar y calzar. Había que dejarlo bien calzadito y nivelar el balastro, la tierra que bajábamos con el pico, había que acomodarlo otra vez para que quedara como es la vía. El que supervisaba nuestro trabajo era el mayordomo de vía, quien corregía y nos decía qué nos había faltado. Y el supervisor de vía, supervisaba al mayordomo, pasaba en su recorrido y supervisaba a la sección correspondiente y si algo no quedaba bien, teníamos que ir a arreglarlo”.

“Respecto a nuestros alimentos dentro del trabajo, como andábamos solos normalmente, poníamos los frijolitos o lo que hubiera en los lugares donde estuviéramos, si había mercado o una tiendita, comprábamos que una sardinita, que un bistecito y que un pedazo de longaniza, hacíamos una salsita para desayunar en el campamento y pues llevar su canasta, así le decíamos a la canasta de lonche para comer en el trabajo”. 

“Llegábamos al lugar de trabajo a las 7:00 de la mañana y pasábamos lista, nos íbamos a trabajar y a las 8:30 llegábamos al lugar de reparación. Nos poníamos trabajar y a las 12:00 del mediodía, el mayordomo mandaba a un trabajador a calentar la comida de todos. Al que le tocara calentar, tenía que buscar la leña de los mismos durmientes que sacábamos podridos para hacer leña y se hacía la fogata. Siempre traíamos un comal grandote y una barrica con agua de 50 litros para todos. Entonces, al que le tocaba calentar buscaba su leña, hacía su fogata, ponía su comal y calentaba las tortillas, una por una, la de todos los trabajadores. Había que llevar pocillos de peltre o de aluminio, no de plástico, porque esos trastes se ponían encima del comal para que se calentara la comida. Cuando estaba caliente, avisaba: ¡Ya está la comida! llamaba a todos y hacían una rueda para comer. Cada uno se llevaba su servilleta y su canasta, cosa que calentaba, agarraba una servilleta, calentaba las tortillas y ahí mismo las volvía a poner, todos poníamos la comida en el comal, cada uno agarraba lo que quisiera”.

“Llevamos de comer no lo que nos gustara, sino lo que había y nos alcanzaba, a veces era una sardinita, otras veces era una salsita de huevo o un bistecito, un pedazo de longaniza y lo que hubiera en los lugares donde estuviéramos. El desayuno lo hacíamos en el campamento a las 6:00 de la mañana para estar listos a las 7:00; y ya en el campo, la comida era a las 12:00. La hora de comida era un espacio de convivencia y camaradería, era un momento relajado, todos trabajando echábamos relajo, silbándonos, diciéndonos cualquier piropo, trabajando y chanceando, pero ya a la hora de la comida todos tranquilos y nadie se peleaba, cada uno llegaba a lo suyo y comía lo que gustara y lo que había más sabroso; todos agarrábamos lo que quisiéramos y todos quedabámos satisfechos y contentos”.

“La hora de la comida no se perdonaba, al menos que hubiera un accidente o un descarrilamiento de un tren, por ejemplo. Nos íbamos varias cuadrillas o varias secciones, nos juntábamos allá bastante gente y había que estar trabajando en el descarrilamiento. No teníamos hora de comida, porque no había o porque no llevábamos en ese momento. Si no había que comer y alguien llevaba una tortilla dura, pues la tenía que compartir y sino, él mismo jefe que estuviera a cargo del descarrilamiento, el ingeniero o jefe de vía, enviaba a un muchacho a comprar algo para comer y nos cooperábamos todos, cada quien, con su gente, con su cuadrilla o su sección y lo que hubiera. A veces era chicharroncito con tortillitas, un pico de gallo o cosas que se podían hacer o cocinar al momento. Como yo tenía la habilidad para cocinar, mi mayordomo me decía: ´Oye Gabriel, como tú sabes hacer de comer y guisas muy sabroso, qué te parece si en vez de irte a ´meter negros´ (meter durmientes) te quedas a hacer de comer para todos, cómo ves’. ´Si me dejan dinero órale´, y todos cooperaban para que yo les hiciera de comer. Entonces le dije: ´Oiga mayordomo, pero necesito también un ayudante porque somos veintitantos, para que me ayude a hacer de comer´ y así fue como dejaron un ayudante”.

“Había lugares donde estaban cerca los mercados en el mismo pueblo para ir a comprar, y había lugares donde teníamos que caminar hasta media hora o 45 minutos para comprar lo de la comida y cuando ellos llegaban a las 3:00 pm, ya estaba la comida hecha y les gustaba como yo les cocinaba. Claro, no les cocinaba siempre, pero cuando el mayordomo quería algo especial, les preparaba un caldito de res, un pipián o me preguntaban: ´¿Qué sabes hacer?´. Pues cuando era niño mi mamá me enseñó a guisar y por eso podía hacer de comer a la cuadrilla y no era siempre, era de vez en cuando. A veces, cuando una cuadrilla con el motor se iba más lejos, vamos a suponer, unos diez o quince kilómetros a trabajar, porque llevaba el trabajo por tramos, entonces el mayordomo me decía, haznos de comer y cuando regresaban ya estaba la comida. Al llegar al campamento, eso sí, llegaban a bañarse y luego a comer para descansar y estar listos para el otro día. Para ser sincero, todo ese tiempo como trabajador de vía lo disfruté, porque había buena convivencia entre nosotros, nos llevamos todos, éramos una gran familia”.

Donato Blas Martínez 

“Aunque sean piedras, pero que estén bien guisadas”

“Inicié en Ferrocarriles Nacionales de México en la planta impregnadora de maderas de Juchitán, Oaxaca. Estas plantas tenían como función procesar que es impregnar, que en voz del pueblo o en voz popular se conocía como enchapopotar los durmientes, que era todo un proceso técnico. Después de remitirlos de los puntos de producción, que se ubican en el sureste Escárcega, Carrillo Puerto, Mérida, y todas estas partes, que eran los puntos donde se proveía el durmiente y una vez trasladados por ferrocarril hasta las plantas impregnadoras donde sufrían un proceso de la impregnación. La impregnación era técnicamente el proceso de alargar la vida de la madera en su uso en la vía y que no le afectara mucho la intemperie a la madera, claro, se amortizaban los costos para alargar la vida de la madera en la vía. Así me inicié, pero por la misma situación del ferrocarril y la invitación de algunos técnicos, me hicieron pisar otros niveles y otras áreas de ferrocarriles. Pero concretamente, me hice técnico en procesamiento de madera industrial, que es el procesamiento de la madera. Aquí cerramos ese punto”.

“Este trabajo era parte del Departamento de vía y mi segundo paso fue irme de secretario del Supervisor de vías, su nombre lo dice: supervisar la vía, la vía en su contexto es el punto prácticamente importante del transporte, sin una vía expedita no tenemos transporte, no podemos correr. Entonces, la función del Departamento de vía era tener las vías expeditas, que llamamos desde su contexto, el mantenimiento, la conservación, nivelación de la vía, etcétera. Ese trabajo lo hacíamos en motores de inspección para movernos desde un punto de referencia en la estructura de ferrocarriles, un ejemplo: de Medias Aguas a Coatzacoalcos y de Medias Aguas al sur, hasta Matías Romero. Toda esa vivencia se hacía en un motor de inspección, es un motor más chico que el de cuadrillas y, obviamente, había que pararse en distintos puntos y caminar para supervisar las vías para anotar los pequeños defectos”.

“Un día de trabajo en el sureste iniciaba a las 7:00 de la mañana, se presentaba uno en el área de la bodega, era una bodeguita para guardar el motor de inspección. Ahí se presentaba la tripulación, que se componían de dos elementos, el motorista y ayudante de motorista, su servidor y mi jefe inmediato que era el supervisor vía. Desde ese momento, nosotros nos trasladábamos al sur o al norte; al sur era a Medías Aguas y al norte rumbo a Coatzacoalcos. Cuando llegaba el horario de los alimentos, muchas veces lo hacíamos o buscamos alguna estación definida, en las cuales se vendía la comida y eso era para nosotros una algarabía, andar entre las señoras que ofrecían el alimento. En Medias Aguas, por razón natural y cultural, su pregonar era muy distinto, el acento y las comidas diferían un poquito. En el caso de Medias Aguas, las vendedoras con sus canastos con pollo eran muy singulares, era famoso el chile relleno en sus dos o tres presentaciones, con papas o con picadillo, etcétera, y algún adobo, ese era el clásico lonche del área de Medias Aguas a Coatzacoalcos. Así era como nosotros adquiríamos el alimento y sobre la tarima de lo que era el motor de vía almorzábamos, era el momento de la convivencia, ahí surgían los comentarios chuscos, tanto de los operadores del motorcito y ayudante; y el de nosotros sobre el trabajo y las cuestiones chuscas que sucedían en las cuadrillas. De esa manera transcurría el día, una vez que almorzamos continuábamos nuestro trabajo y cerrábamos la jornada a las 3:00 de la tarde en Coatzacoalcos”.

“Volviendo a recapitular cómo vivían y comían los trabajadores de vía, debo decir que ferrocarriles desde su nacionalización, en 1937, tuvo la necesidad de formar cuadrillas que le llamaban sistemales y estas designaron furgones que se habilitaron como campamentos. Un furgón se dividía para dos familias, entonces la cuadrilla se formaba de 25 hombres, eran doce carros y uno más de la herramienta. Si se requería ir al sur a trabajar, se iba al sur o al norte, esas cuadrillas tenían como objeto hacer trabajos de conservación intensiva, superior a la cuadrilla de las secciones. Cada sección en un lugar tenía su cuartería cerca de la estación, vivían ahí las familias y tenían un promedio general de 15 kilómetros a su resguardo y su responsabilidad era darles mantenimiento. Entonces, en mi andar, tuve a cargo la supervisión de una planta impregnadora en Muñoz, Tlaxcala; a un lado de Apizaco, y tenía que ver mucho con las cuadrillas. La cuadrilla desde que salían de sus campamentos o de sus secciones, la familia les preparaba su canasta; una canasta de carrizo que era la clásica y que aún todavía se produce en México. Allí llevaban su alimento, se los ponía la familia. Entonces, ya a las 9:00 de la mañana o 9:30, el mayordomo o el jefe inmediato de la cuadrilla decía: ´¡Vamos a almorzar!´ y se designaba a un compañero para calentar ´las gordas´. Era el léxico que se utilizaba, poner tres piedras para el comal, generalmente era la tapa de un tambo de 200 litros, que se utilizaba en Pemex y se habilitaba como comal. En esas tres piedras se hacía la leña de algún durmiente viejo para hacer el fuego. Todos se acercaban y al abrir sus canastas, como era un comal muy grande, todos aventaban las tortillas para calentarlas. Los platos generalmente eran de peltre y cada uno ponía su alimento. La camaradería y el fraternalismo del personal fueron muy marcados. Se cruzaba uno para comer, podías comer de un platillo y de otro platillo, no había ´fijón´, podías comer lo que te apeteciera. Era muy rico almorzar con estos compitas al pie del fogón o de la lumbre. De verdad era una forma exquisita de comer variado, era como una especie de buffet y se dejaba un cachito de comida, un tanto. Aquí va otra anécdota que se hizo popular, para qué era ese tanto de alimento en la canasta, era para que a la 1:00 o 2:00 pm, antes de terminar la jornada, se echaran el siguiente taquito y a ese taco le llamaron ´Vamos al re clave´, porque re-clavar vía se refería a poner un clavo ya al final de la jornada, era darle una pasadita a la vía que se había reparado, era darle unos golpecitos en el clavo, por aquello de que algunos se hubieran quedado ligeramente afuera y eso lo asociaban con el apetito. ´¡Vamos al re-clave!´, eso quedaba en la historia, el re-clave era echarse el último taco que había quedado”.

“También es importante comentar que siempre había un compañero que ayudaba muy solícito para hacer la comida o calentar. ´¡Yo me aviento!´, decía alguno, y ese era el compañero responsable para hacer la lumbre y preparar el comal. Les voy a contar otra anécdota, me mandaron a tender una pedrera en El Oro, Coahuila, en el desierto. Por allá me estuve unos meses para alinear la vía. Si alguien vio la película de “Viento negro” es cierto, no se podía llevar la familia a esos campamentos y vivíamos en carros furgones, tanto los de maquinaria de las calzadoras, niveladoras y el personal de vía vivimos en los furgones, al igual que el inspector de vía y de balasto tenía asignado un lugar y un espacio en un furgón que funcionaba como dormitorio y oficina para el trabajo de campo. Por razones de organigrama no existía el puesto del cocinero, sino que ya se había designado a alguien que tenía esa prestancia, porque no era un oficio, sino una prestancia para ser cocinero y su sueldo era como reparador vía y era habilitado como cocinero. Esto se acordaba dentro de la misma cuadrilla, dentro del mismo equipo y se le designaba. Nosotros teníamos un cocinero que se llamaba Mario y todos contribuíamos para la despensa que se hacía cuando pasaba el día quince o el día último de mes. Don Mario se iba en el tren minero que pasaba por El Oro, Coahuila, a Monclova, entonces se iba a proveerse de la despensa y se fue adaptando. Él con su rodillo hacía las tortillas para 25 hombres bien comelones y era una tarea difícil para el muchachón. Mario era como la mamá, algunos decían: ´Voy a ver a la mamá, voy con nuestra madre´, ese era el apodo del cocinero habilitado. Así se habilitaba en las cuadrillas sistemales al compañero que se prestaba para calentar o para hacer los alimentos y este fue caso de El Oro, Coahuila”.

“Era difícil y complicado el trabajo. Yo como hombre de campo a ningún taco le hacía el feo, en una ocasión, a orilla de vía, en una casita le pedí de favor a una señora que nos hiciera un almuerzo, y nos dijo: ´A lo mejor los ingenieros comen muy bien, y yo no tengo más que huevitos de rancho, una salsa martajada en el molcajete y una olla de frijoles´, pues esa comida era un manjar lo que nos ofrecía pobremente y le dije: ´¡Jefa! no le hace que sean piedras, nomás que estén bien guisadas´, y así se quedó el dicho para los que andan en camino. No le ponga moños, no se ponga exigentes, hay que comer lo que hay. Mario nos enseñó una vez que se le había terminado ya la despensa, yo no sabía;regó la voz de que ya no había para la despensa. Sólo tenía arroz, pero no algo para el platillo fuerte y todos los trabajadores ya sabían, entonces, con la pala de cuchara, comenzaron a excavar en la raíz de una planta que crecía en el desierto a una distancia una de otra y se llama la Gobernadora, donde anida la ratita del desierto. No es una rata común que come cochinadas, estas se alimentan nomás de raíces, y se dieron a la tarea de juntar muchas ratitas entre todos y nomás Mario les voló la cabeza y la cola, las limpio bien del cuerito e hizo una gran cazuela de esas ratitas en adobo, tipo molito, con arroz blanco con mucho ajo, muchas tortillas y frijoles bayos que se consumen en el norte. Eso fue un manjar y entonces me dijo un muchacho: ´Oiga Donato, y ¿va a comer de eso?´. ´Tú no me conoces, pero nosotros en el sureste comemos armadillo y hasta carne de chango allá en Tapachula, en Chiapas´.

Así que el hombre de camino tiene que aprender a comer de todo y repito ese dicho, aunque sean piedras pero que estén bien guisadas, va pá dentro…”

Victoria Romero Bravo,  canastera de Boca del Monte.

“Yo nací en una comunidad que se llama Potreros, rumbo a Esperanza, que es comunidad del municipio de Esperanza, Puebla. Me casé con el señor Francisco Alvarado Mora y me vine a vivir a la comunidad de Benito Juárez. Él era ferrocarrilero y trabajó como peón de vía aquí en Boca y hacia arriba en Nazareno, en los Reyes, en Apizaco, en Tlaxcala, y otros puntos como Tecámac, rumbo a México. De aquí de Boca para abajo, trabajó en Bota, allá por el cerro en las Cumbres de Maltrata, es un lugarcito donde los ponían a trabajar; luego se fue acá por Balastrera, después a Maltrata y a Fortín, allá por Córdoba. A Fortín me invitó una vez, recuerdo que había muchas flores, había muchas Buganvilias y esa flor blanca muy bonita que eran Gardenias. Luego se fue a trabajar a Potrerillos o Potrero viejo, después a Soledad de Doblado, donde también me invitó a conocer. Allá hacía mucho calor y me invitó a que pasara todo el fin de semana con él. Me fui un miércoles con mis tres hijos chicos y no se hallaron, en la noche lloraban, se querían regresar porque hace mucho bochorno en la noche. Mi esposo desesperado me dijo: ´Báñalos y mañana temprano te vas´ y, así pues, me regresé en el tren que pasa bien temprano, me embarcó y nos regresamos, ya no pude estar otros días para conocer más. Después de Soledad de Doblado, se fue a Camarón y Atoyac. De todos esos puntos donde se fue a trabajar pude conocer finalmente dos. Él anduvo por varios lugares y fue ganando poco a poco derechos y ya lo empezaron a jalar más para acá, porque ya ve, que todo el que empieza tiene que salir a ganar derechos y le dieron trabajo aquí, en Balastrera, cerca de Ciudad Mendoza, y empecé a mandarle su canasta”.

“Para preparar la canasta yo me levantaba bien temprano, a las 6:00 de la mañana para atender a mis animalitos, a cegar pastura y traerlos temprano a un terrenito. Teníamos que acarrear el agua desde el pozo de la estación hasta mi casa, la veníamos a traer en burritos porque no teníamos agua potable, el pozo de aquí de Boca del Monte era el que nos abastecía a toda la comunidad. Veníamos a traer agua, llenaba siete tonelitos de agua para tres días y para los animales. Dejaba a mis niños ya almorzando. Para esto ya había ido al molino temprano y se había quedado la masa esperándome, mientras yo hacía esos trabajos. A las 10:30 empezaba yo a cocinar, mis hijitos sentaditos por allí y yo cocinando; dándoles taquito para entretenerlos, porque el tren no espera. El tren aquí pasaba a la 1:00 de subida para arriba, a la Ciudad de México. Cuando traía la canasta vacía y a las 2:00 pm de la tarde bajaba el que iba para Veracruz. Entonces, me apuraba a hacer la comida y atender a los niños; terminaba de hacer la comida para que se enfriara y luego hacer las tortillas porque le mandaba su racimo de tres y media docenas de tortilla, mientras la comida se estaba enfriando. Le enviaba lo que Dios nos socorría, salsita con papas, huevitos con frijol, salsita con huevo, variándole así sus alimentos”.

“La carne solamente le preparaba a la quincena porque había gastitos y ellos ganaban poquito en aquel tiempo. La carnita era a lo mejor dos veces, cuando era quincena. Cuando rayaban comprábamos que unas costillitas, que un pedacito de chicharrón para hacerles de comer y mandarles. La comida tenía que ir bien fría, porque si uno la mandaba caliente o la echaba caliente en los jarros y no se enfriaba bien, cuando llegara con ellos se podía echar a perder. Por ejemplo, si estaba trabajando en Soledad de Doblado o Camarón y llegaba caliente, la comida se echaba a perder. La comida tenía que ir bien hervidita, bien sazonada y fría para el viaje. Se amarraban los trastecitos y se echaban las tortillas y cafecito. Cuando llegaba el tren, bajaba un señor que le decíamos el canastero o tlacualero y era a quien le dábamos la canasta”.

“Antes de entregar la canasta, yo amarraba mi canasta, la preparaba y me venía a la estación para recibir la canasta vacía; a veces se me hacía tarde. Como veinte minutos antes de la 1:00 se escuchaba que el tren venía silbando por el puente del Wimmer, pero como es subida, el tren no venía tan rápido y a toda carrera agarraba mi canasta y a correr. El tren entrando aquí por las fábricas y yo entrando cerca de los cambios en el patio de Boca del Monte y me daba tiempo. Llegaba a la estación con todas las canasteras para recibir la canasta vacía que venía de allá para acá, rumbo a México. La canasta llevaba una etiqueta que decía: ´Francisco Alvarado Mora a Fortín, Veracruz, y regreso a Boca del Monte´. Con esto ya sabía el canastero a dónde iba dirigida. De bajada se la llevaba el canastero y ellos buscaban su nombre con su canasta y con el tren de subida regresaba la canasta vacía y nosotros la recogíamos también con nombre”.

“La comida la mandábamos en unos jarritos como de medio litro, jarritos de comida donde les mandábamos caldillo de coliflor, coliflores capeadas, tesmolito de ejotes, frijol con calabacitas, así lo que uno pudiera combinarles y mandarles, que no se echará a perder. También le mandaba arroz preparado, arrocito con rebanadas de papitas, le mandaba sopa de fideo, porque a mi señor no le gustaba otra, más que sólo de fideo. Cuando era semana santa y les tocaba quedarse a trabajar en la cuadrilla para solventar algún accidente o algo, entonces les mandaba molito de torta o tortitas de camarón como le decíamos, o pescado seco o capeado en sus jarritos de comida, con papas doradas y teníamos que ir combinándoles para que no llevaran lo mismo. A él le gustaba mucho el arroz con papas y me decía: ´Me haces mi arrocito, pero ya sabes, bien suavecito y grasocito, no me vayas a mandar un arroz muy pacudo´. También le gustaban las coliflores capeadas con huevo y en caldillo, con su hojita de laurel en cajetito con salsa macha que hacía en molcajete o salsa verde con cilantro. Le gustaba que saliera verde, verde, porque eso sí, si se pasaban los jitomates me decía ´esa salsa estaba gris´”.

“Él venía a casa cada quince días, una vez regresó y me dijo: ´Oye tu comida se me echó a perder´, le digo, ´pero ¿cómo?´. ´Te digo que sí, llegó hirviendo; ponle más empeño y cuídame la comida, porque si no, qué voy a comer. Esa de seguro no la enfriaste bien´. ´Sí, tienes razón, se me hizo tarde, amarré la canasta y me fui´. Por eso procuraba hacer las cosas más tempranito, para que se enfriaran bien los alimentos. Luego le preguntaba si todo había llegado bien, ´Sí, muy bien vieja, pero ahora quiero para esta semana que me cocines más papas doradas, pero hazme muchas porque luego allá los cuates, ya ni me dejan´. Me cuenta que ellos intercambiaban comida, ponían su comalito, metían la leña de los durmientes de la vía y hacían su leña cuando cocinaban en la sección. Él me platicaba que cuando se iban al campo a trabajar a la vía, allá calentaban su comida, había alguien que la calentaba en un comal grande y todos intercambiaba y comían de todo, que tantita salsa de huevo, frijolito, sopita, arrocito, pero el caso es que todo se compartían”. 

“Aquí en la estación de Boca del Monte nos reuníamos todas las canasteras de varios lugares y nos llegábamos a juntar más de treinta canasteras y, mientras esperábamos el tren, nos poníamos a coser servilletas, nunca estábamos sin hacer nada, nos poníamos a coser todas las señoras servilletas de varias puntadas. Recuerdo al maquinista Barragán, se bajaba con toda la tripulación y les gustaba andar por aquí y de aquel lado de la estación estaba el sentadero de mujeres y todas cosiendo sus servilletas y se ponían a ver todas las canastas y decía el señor Barragán: ´Que servilletas tan bonitas´ y me compró dos servilletas, eso recuerdo. Eso se fue transmitiendo de generación, ya luego mis hijas también empezaron a coser servilletas. Dejó de pasar el ferrocarril y muchas canasteras comenzaron a vender servilletas que ellas cosían y ahora nos ayudamos vendiendo servilletas”.

Paquita, canastera

“Mi nombre es Francisca Romero García y me dicen Paquita. Desde los trece años ayudaba a mi mamá a hacer la comida para mis hermanos que eran ferrocarrileros. Me paraba temprano para ir al molino y nos poníamos a ´tortillar´ y luego hacíamos la comida. Nosotros vivíamos muy cerca de la estación de Boca del Monte y estábamos al pendiente de la llegada del tren. Cuando escuchábamos el tren de subida teníamos que estar preparadas para venir a recibir las canastas. A la 1:00 llegaba el tren de subida y el otro tren de bajada llegaba a las 2:00 de la tarde. Yo debía tener seis canastas preparadas y como no trabajaban los dos en el mismo lugar, les hacíamos lo mismo de comida. Hacíamos tesmole de pollo y arroz, les llenábamos dos pocillos de pollo y dos de arroz y cada uno su racimo de tortillas, porque cada canasta se iba a diferente lugar. Una canasta se iba a Paso del Macho y otra se iba a Soledad de Doblado. Se preparaban sus tortillas, su café, sus tacos. Todo eso hacíamos tempranito, tacos dorados, de papas, de frijoles y de huevito. Como vivíamos cerquita, yo venía a recoger y dejar las canastas. A veces llegaban a tardar los trenes y la comida tenía que ir bien preparada para que no se agriara, tenía que ir fría para que llegara bien la canasta. Cuando preparábamos tesmolito de pollo hacíamos arroz y cuando preparábamos salsa de carne hacíamos frijoles o ejotes con huevo y frijoles; salsa de huevito, sopa o frijoles, lo íbamos combinando. Mandábamos todo eso, a veces papas, salsa de papas, calabazas, todo eso y hasta chiles rellenos. Ellos no se comían solos la comida, se repartían entre todos. Nunca nos dijeron: ´A mí no me manden eso, porque no me gusta´, nosotros mandábamos de todo”.

“Me casé a los quince años, pero tardé poco tiempo sin hacer canasta, mi esposo entró también al ferrocarril y fue lo mismo, seguí mandando canasta. Vivía aquí, cerquita de la estación, con mi señor, y cuando el tren llegaba yo salía de mi casa y ahora era quien cocinaba para mi esposo y mi mamá le siguió cocinando a mis hermanos. La canasta llevaba dos pocillos, un pocillo de frijolitos, un pocillo de salsa de carne de puerco, su racimo de tortillas, su racimo de tacos, su pomo de café y yo le echaba unas tres naranjitas, unos plátanos. Recuerdo que aquí, en Boca del Monte, se llegaban a juntar hasta cuarenta canastas y tenías que echar las canastas rapidito al tren, porque duraba más o menos entre cinco o siete minutos. Mi tío Federico Márquez, esposo de mi tía Rosa, él fue canastero y seguía preparando la canasta hasta que dejó de pasar el ferrocarril”.

La canasta era el medio de comunicación con mi papá…

“Mi nombre es María Alejandra Huerta Sánchez y mi padre fue Felipe Huerta Zúñiga. Trabajó como ferrocarrilero regularmente en Orizaba. Cuando lo llegaban cambiar de lugar nos decía: Áhora me vas a cambiar la etiqueta de la canasta, porque voy a ir el lunes a Paso del Macho´. Así lo iban cambiando, pero casi siempre trabajó en Orizaba”.

“Nosotros somos originarios de Boca del Monte y comencé a hacer la canasta y ayudar a mi mamá, porque según ella yo corría para alcanzar el tren. Así tomé su lugar y tenía que salir cinco minutos antes y, cuando escuchaba el tren, allá por Alta Luz, donde comenzaba a silbar, yo salía corriendo desde mi casa y me daba tiempo. Cuando venía llegando aquí, a la estación, el tren igual venía entrando. Entonces yo ya sabía que, silbando el tren en Alta Luz, tenía que salir de mi casa para llegar a tiempo o cuando venía el tren de bajada, silbando en Esperanza, tenía que salir a su encuentro para llegar a tiempo. Corría para alcanzar el tren de la 1:00 de la tarde para recibir la canasta de un día antes, veníamos a recibir la canasta vacía y en el de las 2:00 de la tarde se llevaba la canasta llena para abajo. Entonces, ya traía el lonche preparado para el tren de la 1:00. Recibía la vacía y ya no regresaba a mi casa, me quedaba a esperar el tren de bajada de las 2:00 de la tarde, para no hacer doble viaje. Me quedaba esperando mejor el de bajada, porque luego a veces había cruce de trenes y no me confiaba”.

“Como mi mamá luego salía a vender ropa usada, me dejaba a cargo de la canasta. Desde los once años aprendí a echar tortillas, como veía mi mamá que me salían bien, yo le preparaba a mi papá su racimo de tortillas y las tortillas para sus tacos. Como veía que me gustaba guisar, me decía: ´Muévele a la cazuela, pícate el chile, pon los jitomates, muele la salsa´, entonces, así aprendí a cocinar. De ahí en adelante, comencé a prepararle la canasta a mi papá desde los once años con su pocillo de frijoles, con su salsa de carne, su pomo de atole, porque a él le gustaba el atole y no el café. Decía: ´No me pongan café, pónganme atole de masa y le echan leche al atole´. Mi mamá ese atole de masa lo hacía muy sabroso y yo aprendí”.

“Cuando preparaba la canasta, en algún momento extrañaba y recordaba a mi papá por no verlo durante una semana; le echaba una paleta, venía aquí a la tienda con doña Herme y en una orilla de la canasta le echaba la paleta, un dulce o un chicle. Cuando me ganaba la tristeza le escribía un recadito donde le preguntaba: ´Papá, ¿cuándo vienes, el viernes o el sábado?´. Y él me respondía en la canasta vacía de regreso. Él escribía con letra manuscrita, yo por interesarme que me había contestado mi papá, yo empecé a analizar muy bien esas letras y aprendí a leer la letra manuscrita y me emocionaba cuando mi papá me escribía: ´Te quiero hija´ y así fue la manera de comunicarnos, con la escritura a través de la canasta”.

“Recuerdo, también, que entre las compañeras canasteras había comunidad, si una de mis compañeras que le tocaba recoger canasta en el tren de subida y no podía, nosotros le recogíamos su canasta. Nos decían: ´No seas malita, la canasta es de mi hermano o mi papá, por favor recógela´. Veíamos que venía la dueña de la canasta a toda carrera y le decíamos: ´Ya tenemos tu canasta´. Cuando nos dábamos cuenta de que faltaba alguien que no llegaba a tiempo, de la misma manera le recogíamos su canasta. Nos echábamos la mano entre todas las canasteras que llegaban de Potrero, Chicalote, la Cumbre, Rueda de Ocote y otros lados”.

“La canasta tenía que ir bien preparada con sus pocillos, que tapábamos con bolsa de plástico que amarrábamos con ligas, pues antes no había recipientes de plástico o tupper. Le poníamos su atole a mi papá, en un pomo de vidrio de Nescafé, o le mandábamos un jarro de a litro para que lo calentara. Mis hijas me preguntaban: ´¿Cómo te comunicabas con mi abuelito, si quería él que cambiaran la comida?´, les digo: ´Él siempre respetaba todo lo que se le ponía, ya sabíamos lo que a él le gustaba, sus huevitos hervidos y su salsa macha´. Mi mamá siempre bien precavida, todo iba en orden como a él le gustaba y yo aprendí también de la misma manera”.

“La infancia para mí fue muy bonita, aprendí a guisar y ahora mis hijas les enseño, les digo hay que hacer la comida como si la estuvieras acariciando les digo, tengan sazón. Nunca hagan la comida al trancazo. Les pongo de ejemplo a todas esas señoras canasteras que sabían hacer una buena salsa de huevo, un atole, tesmole con bolita de masa. Les decía que mi papá una vez abrió su pocillo para comer y todos sus compañeros le dijeron: ´Se ve muy sabroso tu tesmole de pechuga de pollo´ y cuandolo probaron se dieron cuenta que eran hongos y estaba muy rico”.

“Recuerdo cuando había el cruce de trenes en Boca del Monte, porque se bajaban las que traían los plátanos, los mangos de Atoyac y Paso del Macho. Venían las señoras con todas sus frutas de allá. Aquí se bajaban las del pulque, las que vendían los platillos de pollo con papas y lechuga con dos tortillas y guisados tan sabrosos de las de allá debajo de las Cumbres y las de Esperanza, con gorditas, memelitas. En el cruce se veía de todo y entre ellas había intercambio de comida por frutas. Yo a una señora de Atoyac le daba leche y ella me daba mangos y plátanos.

Para terminar, volviendo a la canasta, cuando empezábamos a prepararla metía primero los dos pocillos. Primero el de Tesmole y luego el del arroz, a un lado acomodado el atole y en un huequito que quedaba ponía las tortillas o los taquitos. A un ladito le metía algo que él quisiera, o mis cartas o una paleta para sorprenderlo. Con esto nos vienen buenos recuerdos de la canasta, mi papá sabía cuando yo amarraba la canasta y me decía: ´Sé que tú hiciste la canasta, porque tú amarras la canasta de lado izquierdo y tu mamá de lado derecho´, yo nunca me había dado cuenta de ese detalle. Ahora que preparé esta canasta, me vinieron los recuerdo del ferrocarril de mi papá, de la infancia, se me vinieron todos los recuerdos, la canasta era el vínculo con mi papá”.

Referencias consultadas

Covadonga Vélez Rocha, “De tráfico y gritería: un acercamiento a los restaurantes y a la vendimia en algunas estaciones del ferrocarril en México” en Revista digital Mirada Ferroviaria, 3ª. época, mayo-agosto 2009, número 8, pp. 25-49.

____, “Un restaurante sobre ruedas: el coche comedor en los Ferrocarriles Nacionalesde México” en Revista digital Mirada Ferroviaria, 3ra. época, septiembre-diciembre 2011, número 15, pp. 30-42.

N. Iturriaga, José. Las Cocinas de México I, México, Fondo de Cultura Económica, 1998. Colección de bolsillo.

Ferrocarriles Nacionales de México. Reglamento de Conservación de Vías y Estructuras, México, FNM, 1946.

Ferrocarriles Nacionales de México. Reglamento de Transportes. Vigente 1 de enero de 1944 Reglas para movimiento de auto-armones. México, FNM, 1944.

Entrevistas

– Entrevista al señor Gabriel Villareal Garcés, ferrocarrilero jubilado. Puebla, Puebla. 14 de enero 2022.

– Entrevista al señor Donato Blas Martínez, ferrocarrilero jubilado. Puebla, Puebla. 21 de enero 2022.

– Entrevista a la señora Victoria Romero Bravo, canastera de Boca del Monte, Puebla. 23 de enero 2022.

– Entrevista a la señora Francisca Romero García, canastera de Boca del Monte, Puebla. 23 de enero 2022.

– Entrevista a la señora María Alejandra Huerta Sánchez, canastera de Boca del Monte, Puebla. 23 de enero 2022.

 


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El Negro Ojeda: fandango que no cesa

La Manta y La Raya # 15                                                      septiembre  2023 ________________________________________________________________________

El Negro Ojeda:                           fandango que no cesa

 

Raul Eduardo González

 

 

El 19 septiembre de 2009 Salvador el Negro Ojeda afrontó a su manera el llamado telúrico de la ciudad donde nació el 27 de enero de 1931, y para celebrar entonces nada menos que siete décadas como cantante se presentó en el Multiforo Ollin Kan de Tlalpan con un programa que hacía eco de la música antillana y de la trova latinoamericana al que tituló valientemente como “Monólogo… Va mi resto”, citando la canción de Silvio Rodríguez y aludiendo a la que puede ser la frase postrera de los jugadores de naipes; como él lo señaló en una entrevista a Tania Molina de La Jornada en los días cercanos al recital:

“Va mi resto es aventar todas las fichas, a ver si estoy blofeando… Al final del concierto, como vea la cara del público, sabré si habré ganado o no”.

Fruto de esa audición que congregó a multitud de personalidades y amantes de la música tradicional y popular de México es el disco del mismo título, en el que el cantor de 78 años a la sazón salía definitivamente airoso del lance: aquella tarde, acompañado por los músicos Rocío Gómez, César Machuca, Pepe de Santiago y Gonzalo Sánchez, puso de pie al auditorio en uno y muchos aplausos; en el disco, uno reconoce el corazón y el oficio de quien fuera poseedor de una voz inconfundible, de una vitalidad que el escenario simplemente potenciaba, de un oído sensible, puesto siempre al servicio de la armonía y el canto de voces e instrumentos.

La voz del Negro Ojeda conmovía y conmueve por su timbre dulce, que hace pensar en el viento manso de una tarde feliz, y que sin embargo posee la contenida tempestad del zapateado y el azote tenaz de la jarana:

Mocambo, Yanga y Mandinga

me hablan con el tambor. 

Así dicen los versos de David Haro que él interpretó tan a su manera. El aliento sonoro del Negro rezuma vida y pasión, con él aprendimos a escuchar zambas y boleros, sones montunos, canciones rancheras y de trovadores contemporáneos, sones jarochos… Poesía y tonadas que al materializarse en su voz hacían pensar a quien lo escuchaba que cantar era lo más natural del mundo, como pueden serlo el oleaje del mar, el vuelo de un pájaro, la sonrisa de un niño.

Y como cantar parecía muy fácil cuando el Negro lo hacía, y porque él siempre entendió la música como una irrenunciable forma de realizarse prodigando el don y el gusto a los demás, fue maestro de muchos músicos y cantantes a lo largo de algo así como medio siglo: ponderaba, ante todo, que la música fuera para quien la hiciera una necesidad vital y no tanto una obligación. En la conversación que sostuve con él en septiembre de 2009, me decía:

“no, nunca quise dedicarme a cantar; en mi juventud usaba la música para divertirme y, ¡bueno!, la necesitaba para vivir conmigo mismo y soportarme yo solito, porque tenía sembrada la cosa. La música me llamaba la atención demasiado. Entonces, siempre andaba yo buscando hacer música, con gente que estaba más o menos como yo”.

Así, fundó a principios de los años sesenta su hoy mítico café Chez Negro, un espacio abierto a la música tradicional la rumba, el son jarocho, la canción y el folclor latinoamericanos desde donde se fue delineando el gusto particular de un público de universitarios, profesionistas y amas de casa clasemedieros y urbanos muchos, como el propio Negro, de ascendencia provinciana, quienes ciertamente con un ánimo de resistencia cultural y con muchas ganas de cantar en su propia lengua retomaban los movimientos folcloristas que en Sudamérica y en Europa iban cobrando una gran importancia.

En el Chez Negro confluyeron músicos como el desaparecido René Villanueva, Pepe Ávila, Rubén Ortiz y Gerardo Tamez, quienes con el impulso de gente como Jas Reuter y Jorge Saldaña fundaron, bajo la dirección del Negro Ojeda, el grupo Los Folkloristas, que reunía y reúne hasta nuestros días gente que, como él, “sabía hacer música sin ser músicos, nada más lo hacíamos por diversión”, algo que el Negro buscó siempre a lo largo de su vida, como lo recordó en la conversación que sostuvo con Jesús Alejo Santiago para Radio Educación:

“lo que me interesaba era tocar, cobrara o no cobrara yo, por eso prefería tocar con gentes amateur, para que no anduvieran poniéndose moños de que ‘vamos a tocar sólo cuando nos paguen’; no, no, no, había que estar tocando todo el tiempo, y acá y acullá, y si no había dónde tocar, inventábamos a ver dónde”.

Hoy, luego de su partida, al escuchar su voz en discos, uno se pregunta adónde se ha marchado aquel hálito vibrante. Es un lugar común decir que ha quedado en el recuerdo, y que vive en cada uno de los que lo escuchamos y lo escucharemos; no cabe duda que hay mucho de verdad al pensar que vive en los corazones de quienes la estimamos entrañable. Antonio García de León ha dicho al respecto:

“te hemos puesto cerca de nosotros para que nos impregnes de futuro. Te vamos a embarcar, te vamos a largar a sotavento. Te pondremos en un barco de papel que desde el río de las mariposas te lleve hasta el mar, hasta el azul brillante del mar matutino. Te seguiremos por las dunas del Conejo y Chocotán hasta que te disperses en el mar profundo y desde allí veremos cómo te totalizas en el horizonte de las aguas y los rayos soberanos, mientras miles de aires, sones y tonadas retornen a tierra fertilizados por tu larga travesía”.        

Pienso además que aquella voz sigue vibrando, como vibra y late el eco de un fandango vital cuando uno ha decidido irse a dormir y los jaraneos, los cantos, el punteo del requinto y los taconeos siguen escuchándose en los oídos y siguen inundando todo el ser, como el licor que ha dejado en la boca un gusto que no sólo se resiste a desaparecer, sino que va acusando nuevos toques no percibidos en el paladeo ni en el trago. Como nuevas melodías que se van revelando en ese regusto del íntimo fandango de la duermevela, así la voz del Negro nos sigue cantando y vive porque alguna vez la escuchamos y aquí sigue y seguirá, para decirnos las cosas como nadie lo hizo.

Él mismo descubrió y fue víctima desde niño del hechizo del fandango y se apropió de su palpitación para toda la vida: a los cinco o seis años llegó a Tlacotalpan, donde conoció el ambiente del son jarocho tradicional: “me gustó tanto que en cuanto llegaba a Tlacotalpan me metía yo al fandango y de ahí no salía”.

En aquella ciudad aprendió a zapatear, en los fandangos que se hacían afuera de la cantina de Caballo Viejo, donde  “ponían un entarimado ahí enfrente; el fandango era por nada, simplemente por el gusto de estar oyendo trova y bailar, bailar; eso sí, el caso es que siempre estaba atascado, jueves y domingos estaba atascado”.

En aquellos bailes populares, el Negro fue conociendo el pulso de aquella música “de versos refocilantes”, como dijera su gran amigo, el arquitecto Humberto Aguirre Tinoco, con quien planearía en Tlacotalpan, ya por el año de 1978, la organización de un Concurso de Música jarocha durante las fiestas de la Virgen de la Candelaria, patrona de aquel pueblo singular donde el Negro, como Agustín Lara y como todo el que lo visita siente que nació con la luna de plata, trovador de veras; dejar aquel lugar es sentir la honda nostalgia de irse lejos de Veracruz.

De raíz jarocha, el Negro tuvo la doble fortuna de ser un tlacotalpeño nacido en la ciudad de México, pues rindió culto y sin duda ha dado fama a sus dos tierras: en la capital del país fundó el Chez Negro, dirigió distintas agrupaciones y formó a cantidad de cantores y músicos. Un buen día, cumpliendo el sueño del Músico-Poeta, volvió hasta aquellas playas lejanas, hasta el llano sotaventino para fundar el Encuentro de Jaraneros de Tlacotalpan, para promover su difusión por Radio Educación, y para formar parte de la vida de aquella fiesta como un músico destacado, ciertamente, que sabía departir con viejos y jóvenes para hacer sonar su jarana y su voz en la patria sonora que fuera para él el son jarocho; decía:

“me gusta mucho El Toro Sacamandú, porque tiene una fuerza, un ímpetu cabrón; me gusta El Cascabel, me gusta El Pájaro Cu, El Pájaro Carpintero me encanta…, y muchos más”.

Y al escuchar el canto del Negro resuenan los contratiempos, las síncopas, lo atravesado de aquellos sones que tanto le gustaban y cuyas coplas cantaba con picardía; recordaba de los fandangos de su infancia y juventud que “ya cuando se metía alguien con calidad, que llamaba la atención de toda la gente, pues obviamente tú parabas la oreja también, para oír, cuando se formaba, por ejemplo un duelo de versadas. Empezaba a versar uno y empezaba a picar al adversario. Entonces era cuando se ponía más sabroso el fandango. Entonces la gente tenía que estar al pendiente de lo que oía. Había gente muy callada ahí porque había que guardar silencio para oír las ocurrencias de los que están improvisando y que muchas veces no improvisaban: hay gentes que saben tanto verso que lo hacen pasar por improvisación, pero también la gente se da cuenta de eso y entonces los desenmascara: Oye, cabrón, este verso es sabido… Ya después, ya no se oían ese tipo de duelos”.

De aquellas coplas escuchadas en fandangos y controversias, decía: “muchas me las aprendí, pues yo nunca fui improvisador, yo era repetidor, recopilador de versadas, y recopilé muchas versadas, y así como he aprendiendo unas se me iban olvidando otras”.

Entre las que grabó, recuerdo aquella de “El Buscapiés” en que se reconoce el carácter de jarocho desenfado que el Negro forjó en su propia imagen:

Soy el peje tiburón

que vivo en la mar salada,

el que me quiera pescar

ha de poner de carnada

una pierna de mujer,

que si no, no agarra nada.

Versos como estos los cantaba nada menos que el Negro, pues, como él mismo se lo confesó a Jesús Alejo:

“Bueno, el Negro Ojeda es un desmadre, es un desparpajado, un cuate que no le teme a nada, que se sube al escenario y se muestra y se encuera, como es; pero el otro personaje, que es el creador del Negro Ojeda, se llama Salvador Ojeda, es tímido, es vulnerable, es terriblemente… ¿qué dijéramos?, muy sentimental también”.

Y aquel hombre tímido se imponía a fuerza de amor por su oficio y sentía la necesidad profunda de volver al escenario, que era a un tiempo su enemigo íntimo y su medio natural, así como un bálsamo, un remanso en la vida, según se lo refiriera a Tania Molina en la entrevista citada.

Haciendo lo que siempre le gustó de corazón, cantar, el Negro fue un amante profundo de la música, como pocos los ha habido en México, 

“cuando amas a la música, amas a la música más que a las mujeres, más que a todo”.

Se lo confesó a Jesús Alejo; tuvo la generosidad de hacernos cómplices de su largo idilio, sin esperar por ello reconocimiento ni fortunas, y con esa honda verdad que llevaba dentro y que regalaba con su voz, nos dio y nos dará momentos gratos al escucharlo. En cada frase, en cada inflexión sutil de su timbre, renace la maravilla de sus vivencias tlacotalpeñas de la infancia, el embrujo que retoñaría luego en escenarios por muchos lugares del mundo, donde el Negro recuperó su íntimo decir y enfrentó con aparente desenfado y con profundo compromiso el reto de presentarse en público, para vivir y hacernos vivir, para amar y hacernos amar, para sufrir y gozar con él, en fin. Personalmente, le agradezco por ese fandango que floreció de su voz y que sigue resonando.

 

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Recuerdos de un jaranero que no fue

La Manta y La Raya # 15                                                      septiembre  2023 ________________________________________________________________________

Recuerdos de un jaranero        que no fue

 

Para Luz Gayol

Victor Gayol

 

Mariana Yampolsky

 

Ayer fue cumpleaños de Luz, mi madre. Cumplió 92 años. Con ellos a cuestas, cada vez que suenan las jaranas se alegra, se levanta y se pone a bailar lo que el peso de los años le permite. Su bastón acompaña su zapateo. Lo disfruta. Un, dos (pies), tres (bastón); repica y redobla feliz mientras le pregonamos algún son tras la comida dominical familiar.

Escribo esto a escasos días de emprender el viaje desde el Bajío michoacano al XLIV Encuentro Nacional de Jaraneros y Versadores de Tlacotalpan. Una cascada de rememoraciones acuden a mi mente y me interpelan: ¿cómo demonios caí en las redes del son jarocho? Pues gracias a Luz, hace ya más de cuarenta y cinco años.

Porque fue justo antes de que se inauguraran los encuentros tlacotalpeños como los conocemos al día de hoy. Corría, creo, el mes de noviembre el año de 1978 y mi madre, gran melómana que aprecia tanto la música de concierto como la tradicional, me dijo: “Nos vamos a Tlacotalpan porque anunciaron por Radio Educación que el Negro Ojeda preparó algo allá como homenaje a Agustín Lara”. Y para allá nos fuimos. No está por demás decir que mi madre, a la menor provocación, agarraba su coche, me metía en él, y recorría una cantidad inmensa de kilómetros hasta llegar al destino que había elegido. Era característica de su personalidad, de su libertad e independencia que siempre he admirado, lo que nos llevó a recorrer una buena parte del territorio mexicano y centroamericano.

Llegamos a Tlacotalpan justo para comer después de haber pernoctado en el puerto y pasado parte de la mañana viendo los barcos entrar. La Flecha era el único lugar decente para comer y ahí caímos, para luego buscar la Casa de la Cultura que dirigía Humberto Aguirre. Cuando llegamos ahí era todo un desgarriate pues los técnicos de Radio Educación tenían problemas para colocar la antena y enlazar la transmisión. Creí reconocer la voz de Emilio Ebergengy, aunque luego nunca estuve seguro. Lo que sí puedo decir con seguridad es que el evento tardó en comenzar y a quienes nos alejamos un rato mientras se organizaban, nos tocó escuchar todo después desde la puerta. ¡No cabía ni un alfiler! En cuanto se arrancaron, la gente se apelotonó en la casa, que entonces era pequeña y residía en otro lugar distinto, más céntrico.

A pesar de que estábamos a pie de calle, lo que escuché ahí esa tarde cambió completamente mi idea del son jarocho, que solamente había escuchado en las grabaciones comerciales y en los portales del puerto. Algo me pasó en el cuerpo y en el alma. Y aunque me encontraba enojado por no haber podido escuchar y ver desde adentro todo lo que pasó, mi persona había cambiado.

Más tarde, después de oscurecer, fuimos a tomar algo a esos comederos construidos con tablones de madera que penden al lado del malecón, sobre el río. Yo me estaría comiendo una tostada o algo así cuando a mis espaldas reconocí una voz que me era familiar por lo que se escuchaba en casa. ¡El Negro Ojeda! Echándose unos toritos le sonsacaba a alguien que no puedo identificar versadas de diferentes sones.

Tan encantado estaba que a las pocas semanas yo estaba de regreso en Tlacotalpan para quedarme en casa de un compadre de mi tío Raymundo, don Manuel Naranjo Naranjo, que vivía al ladito de San Miguelito. Yo estaba dispuesto a aprender todo eso de la jarana y la versada. Pero eran vacaciones de diciembre. Los jaraneros que comenzaban a dar talleres en la Casa de la Cultura se habían regresado a sus localidades y no había nadie que te enseñara el rasgueo. Así, a mis catorce años me pasé una semana y pico llenándome los sentidos de las ramas tlacotalpeñas.

 

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Alfredo Delgado Calderón. Discurso

La Manta y La Raya # 14                                                              marzo  2023 ________________________________________________________________________

Discurso pronunciado por el 

Dr. Alfredo Delgado Calderón 

al recibir la medalla “Gonzalo Aguirre Beltrán” 

que otorga el Instituto Veracruzano de la Cultura, 

en el marco del 

XXVI Festival Internacional Afrocaribeño.

 

Héctor Juárez

Antes que nada, quiero agradecer esta medalla que significa mucho para mí, no sólo para mí. Es una medalla que en realidad sintetiza los esfuerzos de mucha gente, quiero reconocer a muchos que me han acompañado en el camino. Hay gente que vino de Acayucan, de Coatzacoalcos, de Xalapa, que vino para acompañarme en este momento. ¿Por qué digo que es una medalla que hemos ganado muchos? Porque me han acompañado en el camino, mucha gente, especialmente de dos instituciones, como la Dirección General de Culturas Populares y el Instituto Nacional de Antropología e Historia. También mucha gente del movimiento jaranero donde empezamos a destacar la presencia Afro en la región del Sotavento y en distintos aspectos. 

No es posible conocer la influencia Afro si no nos metemos a los pantanos, a las isletas que quedan cuando se inunda la cuenca del Coatzacoalcos, la cuenca del Tesechoacán, del Papaloapan; hablar con los vaqueros, hablar con los descendientes de aquellos antiguos esclavos a quienes la revolución no les hizo justicia, hijos de ejidatarios. Mucha gente que pidió el reparto agrario de las haciendas donde sus abuelos, sus tatarabuelos fueron vaqueros o fueron esclavos, y no se lo concedieron. Hay un proceso de largo plazo, hay muchas emociones en medio, mucho sufrimiento de aquella gente que fue arrancada de África, traída a la fuerza y que entró por San Juan de Ulúa, por el muro de las argollas. Miles de ellos y miles más que entraron de contrabando y muchos más que obtuvieron su libertad, ya sea porque la compraron, porque eran hijos de españoles o cuyos padres esclavos se casaron con indígenas. 

Eso fue conformando distintas regiones en México, regiones culturales. Muchas regiones como la Tierra Caliente de Guerrero y Michoacán o la Costa Chica de Guerrero y Oaxaca o los Altos de Jalisco o el Sotavento o la Huasteca serían impensables sin el aporte Afro. Esa gente que, ya sea libre o esclavizada, trabajó en trapiches, en obrajes, en haciendas, en los conventos y que fue dejando su impronta. ¿En dónde? En la gastronomía, en la música en las artesanías, en la medicina tradicional… y muchas veces no la sabemos saber. Hemos tenido que bregar en los archivos, consultar miles y miles de expedientes los últimos 35 años, para más o menos entender qué estaba pasando en las regiones, dónde están esos aportes y qué es lo que queda de ellos.

No podríamos escribir todo lo que hemos escrito si no vamos a conocer las ruinas de esas haciendas ganaderas, los caminos que trillaban con las manadas de ganado salvaje que llevaban los vaqueros negros y mulatos de Nopalapan, de Chiltepec, de Corral Nuevo, para alimentar también a los esclavos de las minas de Taxco, de Cuautla; llevar también carne de res a la Ciudad de México o a la ciudad de Puebla. No podríamos entenderlo si no vamos a conocer lo que queda de los viejos trapiches de la zona de Córdoba, de Huatusco, que ocupaban esclavos por miles. ¿Para qué? Para utilizar un producto como el azúcar, que era muy preciado en Europa y Nueva España, el azúcar que fue “azúcar de sangre”. 

Muchas personas esclavizadas escaparon y fundaron los palenques(1) en la sierra, muchos palenques. De allí es cuando uno de estos líderes, Yanga, se rebela y va fundando una serie de palenques en los alrededores de Córdoba (Veracruz) y negocia con las autoridades virreinales. Pero no fue el único: Francisco Congo, Diego Macute y muchos más, que finalmente lograron que las autoridades virreinales les concedieran también fundar otro pueblo: Nuestra Señora de Guadalupe de los morenos de Amapa. 

Los cascos de las haciendas se convirtieron en pueblos, pueblos con esa impronta afromestiza: Nopalapan, Cuatotolapan, Corral Nuevo, etcétera. Pero también pueblos que originalmente eran pesquerías, como Tamiahua. También pueblos que originalmente eran indígenas y que los vaqueros de las haciendas robaban mujeres y se fueron convirtiendo, después, en pueblos de negros, como Tesechoacán o Chinameca. Hay mucho que pudiéramos platicar. 

Yo agradezco infinitamente este reconocimiento. Y agradezco especialmente al Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) y al Centro INAH Veracruz que me ha acompañado estos últimos 15 años.

Muchísimas gracias, es cuánto.

Ciudad y Puerto de Veracruz,        a 6 de octubre del 2022.           XXVI Festival Internacional 

 

El Dr. Alfredo Delgado Calderón es Profesor-Investigador Titular del Centro INAH Veracruz, miembro del Sistema Nacional de Investigadores del CONACYT y actualmente dirige el Museo de Antropología de la ciudad de Xalapa, Veracruz.

(1) Palenque o kilombo son términos utilizados en America latina para referirse a aquellos asentamientos fundados por las y los negros cimarrones que se huyeron de sus dueños escapando así de la esclavitud forzada, entre los siglos XI al XIX. Muchos de estos palenques fueron inicialmente pequeños campamentos desde los cuales los negros cimarrones hacían sus incursiones a lugares cercanos a fin de resolver la sobrevivencia cotidiana. En algunos casos, con el paso del tiempo estos lugares de resistencia lograron convertirse en rancherías que dieron lugar a la fundación de pueblo [nota de los Editores].

 

Revista en formato PDF (v.14.1.0):

 

 

 

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Bertha Llanos

La Manta y La Raya # 14                                                              marzo  2023 ________________________________________________________________________

Bertha Llanos

Testimonios recogidos por Alec Demster       en Santiago Tuxtla, 2005 

 

* Entrevista y grabados tomados del libro: Ni con pluma ni con letra. Testimonios del canto jarocho. Investigación y grabados de Alec Dempster. 2° edición 2022, Fogra Editorial, México.

 

 

Mi papá murió en 1955. El 21 de mayo cumplió cincuenta años, y él murió de cincuenta y cuatro años. Ahora, échale cuál fue su año; de muerto tiene cincuenta. Aquí hay muchas personas que lo conocieron, pero ya muchos han muerto, personas muy ancianas. Mi papá era campesino, sabía muchas cosas. Él aquí tenía una tiendita. Aquí, esta casita estaba arriba de un barranco, era de caña, era de palos de antes. Pero él desde chamaco dice que empezó a componer palabras. Toribio Guzmán fue su maestro. Aprendió tercer año, y ya. Supo muchas cosas, sabía leer y escribir. No aprendió más que tercer año, pero es que antes era tercer año, no que ahora las niñas de tercer año no saben ni cuántos gramos tiene el kilo. Entonces, yo estudié dos meses de primer año, dos meses de primaria tengo; ni siquiera me medio explico. Muchas veces la atención, ¿verdad? A mí me ha gustado mucho leer libros. En libros, en revistas, en periódicos, se encuentran palabras que se pueden utilizar. Mi papá también lo miraba. Llegó el tiempo que ya no miraba: mi mamá y yo le leíamos, y si venía una persona, y decía: “Le voy a hacer una poesía; ¿cómo es?”. Le decía cómo es, porque no lo miraba. Se relacionaba con el gobierno, cuando fue presidente de la república Lázaro Cárdenas; fue en el cuarenta y seis. La relación del código de Ley de Tierras Ociosas. Él se hizo representante, y con la ley en la mano invadió las tierras de por acá que estaban ociosas. Pero ya después ya no lo dejaron, porque aquí hubo un tiempo que todo eso por acá eran ejidos; todavía, donde viven ahí Margarita y mi hijo Diego. Es ejido en La Octava. Ahí todos eran ejidos. Entonces vino la ley, que todo el que tenía el ejido lo  entregara a su dueño. Los terrenos los volvieron a entregar. Los de Ángel Carvajal, Rosario Carvajal, todos esos terrenos habían agarrado para sembrar: sembraron mango, cedro, chagani, muchas cosas, y se los dejaron a los señores dueños, porque así vino la ley. Hasta mataban; como en la política. Pero ahora no hacen lo de antes. Un tostón y pa’dentro. Un tostón, y a comprar gente. Porque unos cincuenta centavos ganaba un hombre trabajando en el campo. Claro: les dan su tostón y pa’dentro. Así les quitaban gente. ¡Era una cosa! Se mataron, y se hicieron. Peligroso. Mi papá cantaba en mexicano. Tiene unas décimas en español y mexicano: 

Al pie de una colina 

donde la rosa creció 

vine a contemplar tu nombre 

con todo mi corazón. 

Pero ese dice en mexicano: 

Itzintlan ce tepetontli, 

campa xochitl mohuapana, 

iceizoctzin noyolotzin quitilana. 

Él lo aprendió todo en mexicano y los arregló; como usted sabe su idioma, usted arregla a su idioma, y ya lo compuso. Pero usted puede fundarse. No deje pasar el tiempo. Ponga su fun-damento, que el libro lo tiene aquí [señala su cabeza]. Bueno, póngate a pensar. 

Mi papá estaba durmiendo y decía: —¡Catalina, levántate! Mi mamá se levantaba. —¿Qué quieres, Juan? —¡Escribe! —ya se ponía a escribir un sueño que soñó—: 

Soñé con una fortuna hace muchísimos días, que algún día yo sería hombre de mucho poder, que llegaría a tener lo que ninguno tenía. 

Esos estribillos, mi papá los hizo. 

Según decían antes mis antepasados, lo embrujaron. No sé qué. Él ya estaba malo, estaba enfermo. Era muy enamorado, así como estaba, todo chueco, todo chirrisco, y él para el amor fue “del alacrán la cola”: 

He llegado a esta función 

a ver si doy golpe en bola, 

para cantar este son 

entre rosas y amapolas, 

porque yo para el amor 

soy del alacrán la cola. 

Fue muy enamorado, pero borracho no. Eso fuelo que tuvo Juan Llanos. 

Chano Escribano es su consuegro de Manuel, mi hijo. Ese tiene mucho verso que le ha comprado. Le compró a mi papá mucho verso. Ese tiene unos versos que dicen: “¿Cuáles son las cuatro esquinas / del reglamento sumario?”. Pero ya no me acuerdo. Tengo muchos escritos, pero mi gente no quiere luchar, arreglarlos. Pero si ellos me los leyeran, yo los compongo. Tanto que cantaba era Manuel Valentín. Venía aquí: mi papá le enseñó todas las tonadas. Aquí fue conocido cantador, pero ya los cantadores viejos, ahora ya no dan. Nicho Vichi sabe muchos versos, porque aquí compró también, y aquí venía a aprender con mi papá. Le apilaban con su jarana, con su requinto, la segunda, la tercera, violín, y era un alboroto que hacía mi papá, y tenía una tiendita. Vendía mercancía de abarrotes. Vendía entonces, no era alcohol, era aguardiente: un poquito, así, en un vaso, verde, verde. Era yerba. Dos centavos. Te lo tomabas. Ya, venían: 

—Un dos. 

—¿Qué quiere? 

—Hierba. 

Al aguardiente le metían hierbabuena, y salía verde, verde. Muchos licores hacia mi papá: manzana, perón, membrillo; muchas cosas hacía. Hacían vino; vendían aquí, en las fiestas, las botellas. Nanches. ¿Cuánto, no? Todavía nanche, pues, está privando; pero los demás, ya. Gabriel Arnau es el que hacía también. Aquí venía con mi papá. ¡Bueno! Muchas cosas que hoy no las oigo. Eso fue antes. Aquí venían muchos cantadores a cantar y no sé qué tanto. Venían de por allá, hablándole en mexicano, y él contestaba. Cantaban en mexicano y contestaba como hoy que cantan en inglés. Cantan como quieren. Por ejemplo, usted llega y me dice: 

—Chimotal. 

—Ya nana (`buenos días’). 

Ya sé que me dijo buenos días, pero yo le respondo: “chimotal”; siente, pero ahorita hay todavía personas grandes de edad que saben mexicano. 

Había un compositor que le decían el Vate Comoapefío, era Crescenciano Brígido. Lo vino a saludar en versos, y mi papá contestando, y se lo dijo hablado y luego cantado. Ya mi papá le siguió cantando, y ya no dio el otro la medida. En Comoapan hay personas que saben mucho, y en Soconusco. En San Andrés hay mucho anciano que toca jarana y la guitarra, o, como digo, guitarra de sones. ¡Mi papá, pa’l requinto! Requinto, segunda, tercera, de todo. Guitarra de son. Canciones. Don Ricardo Castellanos también hizo mucho verso; un señor que se llamaba Manuel Guzmán, Felipe Palma: eran cantadores. También se alcanzaban con cualquier cosa. Mi hija, Rosa Lara, también se alcanza. Mi hija mayor sacó el corrido de Colosio, cuando mataron a Colosio, y La Laguna Verde: de repente, cuando puede, le alcanza. Mi papá se vivía nada más escribiendo. Por eso, cuando le venían hablando en verso, enseguida contestaba. No eran versos ya sabidos, sino nacidos del pensamiento. Hubo uno que llegó bien pelado, todo rapado, y estaban dos ahí, y le sale uno: 

En la cumbre de un taray 

cantó un pájaro gorrión. 

¡Hombre, qué tijeras traes! 

Es bonito ser pelón, 

pero no de a tiro ráiz. 

Entonces, el otro le dio coraje: 

—Contéstalo. 

—No vaya a haber tiros. 

—No. Si hay tiros, yo respondo. Yo aquí traigo. 

Porque era en Cabada. Porque ahí la gente le gusta mucho. Entonces, dice mi papá: 

En una naranja vana, 

yo recuerdo que te di. 

Anda, avísale a tu nana 

que si me rasuré así 

fue porque me dio la gana, 

no por darte gusto a ti. 

Hay que tener coco. El cerebro es pura bolita que está trabajando. Inmediatamente, acomodar esa palabra; ahí está el chiste. Pero en un huapango llega uno y canta y el otro le contesta; como el argumento, ¿no? Los versos picones. El poeta nace, no se hace. Ahora estudian poesía, para componer estudian poesía. 

Antes le decían a mi papá: 

—Tú tienes el bastón del diablo, porque enseguida respondes. 

—Déjenme de salvajadas. Busquen ustedes el motivo en su propia cabeza, que para eso la tienen. 

Y así es. Póngase a pensar. Cuando duerme, cuando está solo, póngase a meditar, y va a ver cómo las palabras le nacen y usted las pone. Por ejemplo, estás viendo la tele y de todas las musarañas que están naciendo, ¿usted se alcanza un verso? Ahí lo saca. 

Digo que ahora las palabras son otras, hay que buscar. Como viene usted, de por ahí, viene buscando otra palabra, otra idea, y la encuentra. Porque todavía hay. Yo voy a dejar muchas cositas el día que me marche de aquí eternamente, pero mis hijos pues no las aprecian. Yo no, yo aprecié todo lo de mis pa-dres, pero ahora, en esta época que ya estoy perdiendo la vista, ¡cuántos papelitos ando guardando! Cuando me muera, me van a buscar todo. 

Yo hice una poesía conforme a la Biblia, pero esa poesía es de un texto. Salmo 105 o 119. Ya no me acuerdo. Ese dice: 

Sostenido por la fe, 

llegaré yo a mi destino, 

porque Tu palabra es 

Tu altísimo Dios divino: 

lámpara a mis pies,

 lumbrera a mi camino. 

Es un texto; porque la Biblia dice: “su pálabra es lámpara a tus pies y lumbrera a mi camino”. Es salmo, 105, 119. 

Ya no me dieron esperanza de que vuelva a ver. Pero, si Dios quiere, ¿verdad? Todo lo sabe Dios. Nosotros queremos componer, pero para nosotros todo es dificil. Pero para Dios todo es fácil. Muchas veces, lo que a nosotros se nos hace dificil —pues somos mundanos, somos terrenales—, pero el Padre Celestial lo sabe todo. Ya no hay otro. ¿Cuántos dioses hay? Un solo Dios verdadero, y si hay mil dioses se encierra en uno. Aquí en el mundo, pues, muchos dioses y diosas. ¿Cuántos quieren ser dioses y diosas? Pero no se puede. 

¿Ya no se acuerda de Salomón? 

Cuando me pongo a trovar, 

en versos dibujo historia. 

Ahora te voy a contar 

lo que hizo la reina mora: 

a Salomón fue a tantear 

dónde estaba su memoria. 

Yo quisiera adivinar 

como el Sabio Salomón, 

pero me pongo a pensar 

que puedo perder la acción 

en la suma de quebrar. 

Una reina a Salomón 

lo tanteó de tal manera, 

como hombre adivinador, 

que al momento le dijera: 

“Dígame, de estas dos flores, 

¿cuál será la verdadera?”. 

Luego dijo Salomón 

que lo esperara la reina, 

y al momento sacó 

la abeja real montera, 

y ni así le adivinó 

cuál sería la flor de cera. 

Arrodillada la Reina, 

no le pudo adivinar. 

Dijo la reina: `¿Cuál era 

la rosa más natural, 

porque una es hecha de cera?”. 

Salomón quedó pensando, 

cómo podía adivinar, 

en su mente descifrando, 

dijo que: “La abeja real 

puede irme asegurando 

cuál será la natural”. 

Profundamente, no pudo 

el gran sabio Salomón: 

quedó en duda y no seguro, 

no le dio contestación. 

A tiempo dicen mis labios, 

sin perder las amistades: 

¿para qué tener agravios? 

Toditas son vanidades, 

ni Salomón siendo sabio 

adivinó las verdades. 

Ni el gran sabio Salomón 

adivinó la verdad: 

según su declaración, 

fue la reina de Sabá 

la que le ganó la acción. 

No quiero ser Salomón, 

ni tampoco un adivino. 

Será la declaración 

que la ley de los destinos 

es del cielo a la mansión. 

Me dicen que Salomón 

era un sabio muy profundo; 

no tenía competidor, 

porque era un rey sin segundo, 

pero le ganó la acción 

una reina de este mundo. 

Y él, que era sabio, nada… 

Todos los versos los debe de tener en la memoria. Hay que argumentar en cuentas. El otro que dice del “artículo sesenta”, cómo se quiebra una cuenta. Muy bonito. De quebrados y multiplicados: 

Si yo tuviera cien pesos, 

no los había de cambiar, 

porque después del ingreso 

a no se puede contar, 

porque en tostones hay progreso 

de a veinte ni decimal. 

La suma y resta es unión 

a la cuenta de un ingreso. 

Dividir una porción 

es muy poquito progreso. 

Doscientos tostones son 

la cantidad de cien pesos. 

De plano lo que argumente 

esta contabilidad, 

que suma y resta se cuente, 

multiplicando igualdad, 

que son quinientos de a veinte 

cien pesos la cantidad. 

Las cuentas son muy cabales, 

todas van en progreso; 

suma y resta son iguales, 

multiplicando es impreso: 

mil monedas decimales 

es el total de cien pesos. 

En las notas de este verso

 los dos totales se ven. 

Si quieren ver el progreso, 

no lo traten con desdén: 

mil décimos son cien pesos, 

y dos mil quintos también. 

La suma y la resta pone 

igual multiplicación; 

la división dispone 

a verificar la acción; 

la quiebra es la que compone 

la cuenta y aclaración. 

Cuando me pongo a trovar, 

mi corazón se contenta. 

Los versos de argumentar 

del artículo sesenta, 

en la forma de sumar 

cómo se quiebra una cuenta. 

Hay que sumar y restar 

y multiplicar también. 

Dividir, primer lugar, 

como aquí se nos presenta, 

que sea sin modificar 

el artículo sesenta. 

Vamos a poner: cien pesos, 

¿cuánto viene a resultar? 

En la cuenta de progreso 

hay que sumar y restar, 

y en la división, por eso 

la voy a multiplicar. 

—¿En tostones, cuántos son 

la cantidad de cien pesos? 

—De la misma cuenta hoy 

en la suma del progreso: 

doscientos tostones son 

la cantidad de cien pesos. 

El argumento es patente; 

lo que de plano confieso 

con mi humilde pensamiento, 

digo lo que es el ingreso: 

que son quinientos de a veinte 

la cantidad de cien pesos. 

Primero buscaban que rime el verso, y ahora ya no. Ya no hay rimo. Na’más como sale. El rimo va con tres o cuatro palabras adelante, y no es como primero. Son versos viejos: 

Por esta calle me voy, 

por la otra doy la vuelta, 

porque me tienen cautivo 

los claveles de tu huerta. 

Fíjate. Antes no creas que eran tontos los viejos; que viejos antiguos no sabían, también. Los versos viejos que hicieron, que dice: 

La tierra no sé en dónde 

celebran no sé qué santo 

y rezando no sé qué 

se gana no sé qué tanto. 

Tenían su cabecita. Antes cantaban y hablaban, y ahora no. Cantaba mi papá: comentaba y cantaba y hablaba, y luego volvía a tocar a la última palabra. Otra vez ya cantaba. Si alguien se atreve a cantar como antes, va a ser admirado, porque ya nadie canta así. Nicho Vichi cantaba también, pero no le da. El que daba muy bien era Venancio Mendoza; ese sí cantaba muy bonito, Manuel Valentín, ya se murieron. 

“El borracho”, nada más que lo sepan bailar. Aquí habían unos señores que bailaban muy bonito “El borracho”. Cada quien agarraba su botella y se ponían a danzar. Hasta chocaban las botellas muy bonito. 

El que toma aguardiente 

de sinvergüenza se pasa, 

de la tienda se hace cliente 

y se olvida de su casa. 

Hoy nada más están gritando. “El palomo”, ya cuando mundanceaban, para atrás, para atrás, para atrás. Para ‘lante, para ‘Iante, para ‘Iante. Muy bonito, pero hay que saberlo bailar. “La guacamaya”, “El pájaro manzanero”, “Los chiles”, “El venado”; pero la danza del venado, ya no. Ya todo es moderno. Antes no eran brincoteos, como ahora. Bailaban “La bamba”, pero bien asentadito: estiraban una banda, sea de cinta o sea de tela, lo estiraban con los pies, y como ellos saben bailar “La bamba”, lo amarraban. Amarraban la banda y la desataban entre los dos bailadores. Aquí se rifaron con reloj en mano, y ganaron los de Catemaco. 

Versos del pájaro manzanero 

Vengo de la serranía 

de los campos de Guerrero; 

qué suerte será la mía, 

y qué viaje tan rastrero, 

les diré cómo decía 

el pájaro manzanero. 

Qué bonita cuando llueve, 

que suena la songonera: 

dan las ocho, dan las nueve, 

y yo sin verte siquiera. 

Vámonos, si tú me quieres, 

a la tierra manzanera. 

Cantando dijo un gorrión 

cuando levantó su vuelo: 

“Mira qué bonitos son 

los ojitos de mi cielo”, 

como dijo el guapetón 

pajarito manzanero. 

Cantaba el pecho amarillo, 

y le contestó el jilguero: 

“Vámonos para el castillo 

de los campos de Guerrero, 

adonde se oye el silbido 

del pájaro manzanero”. 

Ya me voy a mi cantón, 

amigos y compañeros; 

es la última oración 

que les dice un misionero, 

porque aquí se acaba el son 

del pájaro manzanero. 

Muy junto de tu ventana 

voy a poner un letrero: 

“Levántate de mañana, 

y verás lo que te quiero; 

mira, paloma, que te ama 

el pájaro manzanero”. 

Un pajarillo volando 

dijo al pájaro vaquero: 

“Mi pala ando buscando; 

dime, tú que eres matrero, 

adónde nos encontramos, 

soy pájaro manzanero”. 

Para cantar este son 

del pájaro manzanero, 

hay que subir al balcón 

del castillo de Guerrero, 

para ver con atención 

dónde se anida el jilguero. 

 

El pájaro manzanero 

se paró en un arbolito, 

y le cantaba al jilguero: 

“¿Por qué lloras, chiquitito? 

Tu dolor es pasajero, 

dicen que eres muy bonito”. 

Yo le hablo común y corriente, según nuestra amistad, y que usted vea que yo siempre soy sincera. Me gusta el respeto y la sinceridad, la nobleza. Yo soy una mujer de criterio firme y honrado. No quiero más allá ni más acá, ni un punto más ni menos. 

En esta actualidad han cambiado las palabras, porque ya hay tanto estudio. Antes hablaban materialmente, pero hoy ya es de otro. Ya la canción, aunque no rime, habla la canción; ya no buscan el ritmo. 

“El buque de más potencia” lo hizo mi papá: 

¿Quién fuera el buque de más potencia, 

para arrojarme al fondo del mar? 

Para sacarte, perlita hermosa, 

que yo en tus brazos me he de arrullar. 

Tú me juraste un dichoso día, 

y de testigo pusiste a Dios, 

que me amarías sinceramente 

sin separarnos nunca los dos. 

Aquí te dejo estas tres canciones 

para que las cantes, yo ya me voy, 

porque la cantes con tu boquita, 

que son recuerdos que yo te doy. 

Ay, quién pudiera besar los labios, 

o son de azúcar o son de miel; 

pero en mi mente llevo grabado 

el bello nombre de esa mujer. 

Ese es “El buque de más potencia”. Ese, se lo llevó de aquí Gilberto Zapata a la difusora en Veracruz. Entonces, “El buque de más potencia” no era “El buque”, porque mi papá le decía “quién fuera el barco de más potencia”; pero el que se puso como el autor en Veracruz le puso “El buque”. Es todo lo que él le compuso.

“Peregrina de los ojos purpurinas” [sic], también. Muchas, muchas, canciones hizo mi papá. Venía así, una persona como usted, y venía y le decía: “A ver, escríbemelo, voy a aprender la tonada”. Por ahí lo iba a cantar en Veracruz. Ya eso se des-parramó y se desparramó. Ya luego, venían autores de Cosamaloapan, venían autores de Veracruz, venían autores de Xalapa, y así: en esas canciones que mi papá vendió a diez centavos y los versos, ya no me acuerdo. Era puro centavo. Por ejemplo, el que acabo de decir, ese de rosas y amapolas, es una cadena; eso es muy bonito, le habla de todo. 

Grábese un verso de amor. Yo le voy a decir:

 Quisiera que lloraras 

al escuchar mis versos, 

así como he llorado 

al escribirlos yo. 

Quisiera que sintieras 

en cada frase un beso, 

en que la letra vieras 

un sueño de los dos. 

Viene un señor y me compraba el macito de escritos que están todos de a pedacitos y rotos. Yo le digo: 

—No. 

—Se le van a perder. Véndamelos. 

—Ahí que se pierdan. Van a pudrir conmigo.

Un señor de San Andrés, un Isba, un compositor. 

También trataron de comprarme la libreta de pascuas, y ellos vienen a vender aquí porque la gente vienen y compran, y ahí los pasan y ahí los venden, de así, de letras de molde. 

En otro día que usted venga, yo voy con la memoria fresca y voy a buscar un librito, que tengo un librito que mi papá dejó, que habla muy bonito. Muy bonitas poesías, como “El año viejo”; ¿usted ya hizo la poesía del año viejo? Yo hice, pero ya no me acuerdo. Como los Reyes, cuando los Reyes llegaron, y todo eso. Eso tie-nen los nombres, lo que dieron. 

Me arrepentí. Ya no voy a ver. Que el Señor disponga lo que guste. Estoy en sus manos. 

[Entrevistada en 2005, Santiago Tuxtla] 

 

Revista núm. 14  en formato PDF (v.14.1.1):

 

Artículo suelto en formato PDF (v.14.1.1):

 

mantarraya 2

Los tiburones van a comer mucho verso

La Manta y La Raya # 13                                                        septiembre 2022 ________________________________________________________________________

Los tiburones van a comer        mucho vers*

Artemio Villeda 

 

 

 

* Textos y fotografías tomados del libro: Armando Herrera Silva (comp. y ed.), Los tiburones van a comer mucho verso. Historia de vida y cuaderno de versería de Artemio Villeda. Ediciones del lirio, México 2019.

 

Mi nombre es Artemio Villeda Marín, originario de Plan de Juárez, municipio de Xilitla, estado de San Luis Potosí. En 1938 me fui a vivir a Pánuco, a la edad de once años. En 1945 empecé tocando el violín, y con compañero en la guitarra, Hermenegildo Mendoza y, en la jarana, Alberto González; pero en el cuarenta y siete ya me junté con Genaro Martínez Alonso y Antero Tovar González y formamos ya el Trío Camalote, porque en el rancho Camalote había dos tríos y como el rancho no era muy grande, para no estorbarnos en las chambas, pues hicimos un solo trío. Por mis trovos ellos vieron que mejor agarrara la jarana que el violín y fue cuando se formó el Trío Camalote en 1947; tenemos 49 años como Camalotes.

El ejido Plan de Juárez está aquí por el camino que le nombramos de herradura, camino real, como a kilómetro y medio; y ahora que se hizo la carretera está como a dos kilómetros. Desde 1938 me vine a vivir a Pánuco, a la edad de once años. Por causa del destino yo quedé huerfanito de mamá en 1928. Yo nací en el veintisiete pero quedé con la abuelita de mi papá o sea con mi bisabuela y en el año que ella me faltó, me fui a Pánuco con la otra abuelita del ejido Camalote. Así fue como yo llegué a la huasteca veracruzana. Camalote es el nombre del ejido, pero también hay un zacate que se parece mucho al parán, se da a orilla del río y no lo quieren ni los burros porque es muy amargo. Nosotros pensamos ponerle otro nombre al trío pero ya la gente no nos dejó.

Bueno, mi papá también tocaba, porque somos gente, yo creo, ya con la sangre de músicos. Mi papá tocaba jarana y guitarra, pero mi tío Manuel Villeda hacía hasta los instrumentos y los tocaba todos; y a pesar de no saber ni una letra, por ahí le buscaba a los tonos. Un día le pregunté un tono que lleva la pasada como en La Malagueña y en El Rogaciano y le digo: “Oiga tío, este tonillo lo hallamos en la jarana y no sabemos ni qué…” “Y a ver suénale”—y él no sabía una letra— y le sueno, me dice: “Es un sol si bemol”. Y él no sabía nada de letras, no sabía la cosa de la nota y eso, era lírico, pero con un sentido muyespecial. Entonces por lado de los Villeda somos músicos de la música regional. Por el lado de mi mamacita, mi tío Carmen Marín tocaba el saxofón en una orquesta en aquellos años ahí en Tamasopo. Por ahí estuvo un tiempo y luego se fue a Valles. Siempre he trabajado. Trabajé muchos años de tractorista y como le decía endenantes, vale más haber nacido con suerte, a mí en la parcela que me tocó tengo un banco de material. Conforme me cae un billetito, como ahora, se vale comprar parcela, ya tengo para mis hijos 137 hectáreas, tengo como 23 de caña y lo demás de potrero y animalitos como unos 40. Tengo un toro brahmán, es del fierro de los Blanca Chip aquellos que están ya pa´ llegar a Tampico. Para nosotros los que menos tenemos, lo que nos ha ayudado mucho es que ya las subastas que había se han caído mucho. Porque un toro como ese que tengo, en una subasta anda arriba de unos veinticinco millones de los viejos y ahorita esto se ha estancado. Este me lo dieron en cuatro, torete, y hasta con facilidades de pago, ya pagué dos y para los otros me faltan como tres meses.

Yo no tomo, debo tener cerca de 20 años de no tomar definitivamente. Yo tomaba, pero en el trabajo nunca. A mí nunca me vieron ahogado o borracho en el trabajo. Algún día me citaba con un compadre, pero no en el trabajo, casi no acostumbraba estar tomando y estar trabajando. En San Joaquín, el día que fuimos la primera vez, a la hora que nos iban a pagar, el señor que nos llevó me dijo: “Lo felicito — dijo—, y me felicito al mismo tiempo”, y le digo: “¿Por qué?”, “Porque son los primeros músicos que vienen realmente a tocar. Aquí los músicos vienen a quedar tirados de borrachos, y me felicito yo porque me tocó traerlos”.

En el huapango huasteco hay que repartir bien las palabras

En el huapango huasteco puede cantar usted versos de cinco líneas y de seis, porque se vale repetir una cuando no lo hace de seis. Pero el celo que yo he tenido es que se haga la buena rima y el mensaje. Porque si nos vamos a agarrar a hablar de ese quiosco pa’ salir con una mata de café, muy lejos de lo que estamos, ¿entonces? Se necesita que el mensaje venga desde un principio. Para mí esa es la mejor trova, en el sentido de que sea la buena rima y el buen mensaje. Yo hice un trovo que el primer verso dice:

Yo de muchacho cantaba 

y tenía muy buena voz

y el talento me ayudaba, 

pero bendito sea Dios 

todo por servir se acaba.

Eso en lo que don Samuel Martínez Segura comentaba de que: en el trovo, los otros versos se van formando del primero en las puras terminaciones, ese es el trovo. Y en la cadena con la palabra que termina un verso, con esa empieza el otro, esa es cadena; como La Petenera que dice:

Es cosa muy temerosa 

oír el rugir del mar,

bella serafina ¡oh!, Diosa, 

si quieres ven a escuchar, 

en el centro de una rosa 

la sirena oirás cantar.

La sirena oirás cantar 

entre su pulida aldea, 

si la quieres retratar

con tinta papel de oblea, 

a orillas del ancho mar 

es donde ella se pasea.

Es donde ella se pasea 

con su vihuela tocando, 

año con año cambea, 

nuevos tonos entonando 

y una sardina cambrea

es la que la está peinando

Tenemos seis discos y casets tenemos cinco porque el primer disco Arriba Pánuco no se sacó caset. Para mí la mejor grabación fue la primera, la de Arriba Pánuco en 1966.

Con Pedro Rosas tocábamos mucho El Tecolote, La Chachalaca… Una vez hablando de ese huapango, mi compadre Nicandro Castillo me checaba, “Oiga compadre, ¿cómo ve ese huapango que se llama El Ranchero Potosino?” ¿Qué huapango es? —le digo— para mí es La Chachalaca, nomás le pusieron otra letra. “Ese es”, me dijo. Él era muy conocedor porque hizo muchas cosas. Yo sí lo admiré. Yo no puedo hacer tonadas, yo le hago un corrido diario, si quiere, nomás dígame de qué. Pero él hacia tonadas, ese “Ocaso” ya pa´ despedirse, una musiquita muy triste. Ya se acerca el plazo —decía—, ya era para despedirse, y hasta le hablaba al hermano Roque que ya estaba muerto: “allá nos vemos”, le decía.

Como buenos versadores recuerdo al Güero Nieto, Serapio Nieto, fue muy buen trovador. Yo le llegué a echar varios anzuelos a la gente para ver cómo me veían y sé que él siempre decía que yo, y yo siempre decía que él. Hay trovadores, pero algunos si no ofenden no pueden trovar. Para mí la trova es como que estamos platicando, si no me ofenden ¿por qué los voy a ofender?

Los Hermanos Calderón, potosinos también, tenían muy buena voz, mucha facilidad, en parte descompusieron el huapango. Tienen un Caballito que la cantada es pa´ que descanse el bailador; canta uno y luego el violín se opaca, el violín acompaña y luego entra el bailador con su mudanza y hace el cambio de zapateo. Y ellos tienen un Caballito que está cantando aquel y el violinista arriba con la música y el otro cantando… Pero según ellos lo estilizaron así. Luego El Querreque lo cantan corrido, cuando es contestado. Digo, que esto quede con todo respeto, pero esto lo hicieron ellos, estilizaron las cosas a su idea, pero para mí como que descompusieron. Yo a algunos les digo: “Mira, si un verso mío te lo doy o lo escuchas, no me lo descompongas, si no te gusta, haz uno, pero deja mis cosas como están”. Hay un verso de Las Flores que dice:

Nunca derrames tu llanto, 

desde ahorita te lo advierto

si es que me has querido tanto, 

cuando sepas que estoy muerto 

me llevas al camposanto 

muchas flores de tu huerto.

Entonces un compadre que tengo me lo canta, pero dice: “Si es que me quisiste”; “quisiste” quiere decir que ya no lo quiere y “querido” es que todavía.

En el Trío Tamazunchale, el de la guitarra canta un verso que dice:

Yo no sé qué voy a hacer 

contigo tan consentida, 

recuerdo y recordaré 

todos los días de mi vida

que en mis brazos te arrullé 

y ahí te quedaste dormida.

Empieza uno y termina otro, porque empieza terminando con “r” y no hay rima. Entonces ese verso dice:

Válgame Dios cómo haré 

contigo tan consentida, 

recuerdo y recordaré 

todos los días de mi vida

que en mis brazos te arrullé 

y ahí te quedaste dormida.

El otro dice:

Yo no sé qué voy a hacer 

cuando tú ya no me quieras, 

también te doy a saber

que mi amor te ama deveras 

y tú no lo quieres creer.

Aquí todo está rimado con “r” y eso no lo han observado ellos, entonces como que se van descomponiendo.

En La Presumida también el mero verso dice:

Yo miré a una presumida 

bailando con un soltero, 

andaba muy divertida

a él le sonaba el dinero, 

ella le decía: mi vida

¡Ay, señor, cuánto lo quiero!

Y ya me lo cantan de otro modo. Los del (Trío) Tamazunchale repiten dos veces “presumida”, Los Camperos lo cantan de otro modo y lo real es así. En el Cielito Lindo tienen un verso Los Camperos muy bonito:

De mi San Luis Potosí, 

cielito lindo,

les doy detalles 

tierra donde nací,

 cielito lindo

mi lindo Valles 

mi lindo Valles 

es cosa cierta

porque Valles es puerta, 

cielito lindo

de la huasteca.

Y ya no está la rima: “huasteca” con “puerta”, y ahí tienen las palabras, en lugar de que digan: “es cosa cierta” que digan: “porque de la huasteca / cielito lindo/ Valles es puerta”. Ahí están las dos cosas: rima y contenido, y está bien hecho porque sí está bonito ese verso.

Ahí en Tempoal, cuando nos hicieron el homenaje, había un concurso de composición de trovos. Como yo estaba de jurado, antes del concurso, les dije: Quiero que quede claro que no todos van a ganar, va a ganar uno, el que haga mejor las cosas, porque puede venir un trío de un rancho y trae porra y quiere ganar porque trae porra, que porque trae muchos que griten y le aplauden. En el huapango huasteco hay que repartir bien las palabras, si le pone más larga la palabra, le sobró caldo y le faltó pitanzas, como dicen aquí a la carne.

El otro día dijo uno un verso que dice:

Al otro lado del río 

oí cantar una ceiba, 

y en el cantido decía:

cuando mates tu puerco 

me das un elote.

Ni rima ni mensaje y yo lo oí. Le voy a poner un ejemplo de un verso con rima y mensaje:

Pues va de gustos a gustos 

en la nación mexicana, 

aunque les cause disgustos 

en tierra veracruzana,

me gusta Llano de Bustos, 

Tampico Alto y Ozuluama.

Ese es un verso con rima y mensaje. Ahí en Pánuco me tocó como jurado de tríos en composición y la maestra jefa del jurado, que venía de Bellas Artes, con todo respeto, cuando pasaron en plan de calentamiento Los Caimanes de Tampico, me dijo: “A estos los vamos a mandar al último lugar”, ¡y todavía no concursaban! Le digo: “¿y por qué?”, “Porque son profesionales”. Le digo: “Pero el público no sabe ¿Qué va a decir el público?: ¡mira qué jurado, no conocen!; a los mejores los está mandando al último”. Así nos fuimos y me preguntó: “¿Usted no va a calificar?” “No —le digo—, porque lo que ustedes hagan lo firmo nada más, porque veo que no vamos a salir de acuerdo”. Elaboraban los trovos y unos muy bien y querían dar el gano al trío de Huejutla porque ellos trovan los tres, y digo: “No trovan, contestan —le digo—, ¿qué califica usted?, cantidad o calidad”. Para mí uno le gana a cien. Uno que haga bien las cosas le gana a cien que hagan mal las cosas. Y fue como le saqué el campeonato a Los Caimanes porque los versos de Martín Godoy estaban más bien hechos y sería un error para mí, conociendo las cosas, no decirles cuál era el que estaba haciendo mejor las cosas. Por eso matan los concursos.

Los tiburones van a comer mucho verso

De la improvisada nosotros nunca pensábamos a dónde íbamos a llegar, pero en Las Mañanitas, en cualquier fiestecita en el rancho, yo le echaba versos a cualquiera, a veces hasta al gallo que iba pasando, así cosillas que eran tipo broma que nunca pensábamos que fuéramos a llegar a alegrar gente tan importante como don Fidel Castro, que anda más en Cuba. Y la primer vez que ya nos vio el público en un quiosco en Pánuco fue en 1952 en la gira de don Adolfo Ruiz Cortines, como candidato a la Presidencia de la República. Todavía me acuerdo de los versos que le canté, me acuerdo de uno que le gustó mucho porque le dije:

Mi Pánuco orgullo siente 

cuando lloran sus violines, 

le digo a toda la gente:

para alcanzar nuestros fines 

sólo con un Presidente 

como Adolfo Ruiz Cortines.

Ese verso le gustó mucho y me pidió todos los versos que le canté, que se los escribiera. Por ahí en una refresquería los escribí y se los di a uno de sus guardias y dijo: “No, lléveselos usted, él se los pidió”. Se los llevé personalmente y me regaló 50 pesos en 1952. Con eso me llevé a tomar café con pan a toda mi gente del ejido. El pan valía 10 centavos la pieza y la taza de café 15 centavos y, con 42 pesos, tomamos café con pan todos y nos sobró dinero de los 50 pesos.

Con don Luis Echeverría anduvimos en varias naciones, pero la más importante fue Cuba, por que casi hablan igual que nosotros, aunque medio mochito. En Estados Unidos cántate un verso y hay que traducirlo al inglés y como que pierde el sabor aquello. Nosotros allá con los cubanos nos entendíamos así como estamos ‘orita

Entonces me acuerdo que íbamos 82 mexicanos: iba María de Lourdes con el Mariachi México; el maestro Miguel Vélez Arceo llevaba el folklor veracruzano bailando el Chul, Matlachines, el huapango y nosotros acompañando la cosa del huapango. Eramos ochenta y dos gentes y llevaban a Rutilo Parroquín que era el trovador jarocho de allá del Santuario, Veracruz, ese era el que iba a trovar en plan de representar a México o a Veracruz en Cuba. Pero como que está difícil allí, ya ve cómo Tres Patines habla en puros versos… Andaban unos señores con su pañuelito aquí y hasta decía yo: “Bueno, ¿y esos qué?” ¡son los de la controversia! Yo no sabía que eran los que iban a contradecirse con Rutilo.

Yo iba como músico, no como trovador, pero el Gobernador que teníamos en Veracruz, don Rafael Hernández Ochoa, estaba cerquita cuando Rutilo empezó a patinar porque don Raúl Castro le dijo: “Mira, ¿quieres echarte a la bolsa a mi hermano?, recuérdale cuando estuvo en Tuxpan, eso le gusta mucho”. Ya empezó a patinar que el Tuxpan de Rodríguez Cano y se atrancaba y le daba. Entonces me habla el Gobernador: “Mira Camalote ven, cuando tú vayas le dices, no estuvo en Tuxpan, estuvo en Santiago de la Peña”. Le digo: “A ver si puedo” “Yo sé que sí puedes, yo por mí pa’que traíamos a aquél —dice—, pero ya lo trajimos”.

Bueno, nos tocó actuar. En mi verso primero es siempre sacar la atención, entonces dije yo el primer verso:

De Pánuco tierra mía

yo soy de los trovadores, 

cubanos yo les diría:

como buenos cumplidores, 

pa´ Castro y Echeverría 

venga un aplauso señores.

Ya saqué el aplauso. Entonces Velez decía que el que sacara más aplausos en la actuación, ése era el que iba mejorando su posición artística. Entonces el gobernador me pidió que cuando fuéramos a actuar que yo le dijera a Castro que no había estado en Tuxpan sino en Santiago de la Peña, entonces le dije yo:

Hoy mi canto lo saluda

y creo que nunca lo olvidas,

es cierto, no cabe duda

que entre las gentes amigas 

México y la Habana Cuba 

son dos naciones unidas.

Y otro aplauso. Entonces si ya dije aquí va el encargo del Gobernador dije:

De Castro les doy la seña, 

cuando su guerra empezó 

dice la gente tuxpeña, 

porque en México vivió, 

que en Santiago de la Peña 

ahí fue ‘onde se embarcó.

Allí fue cuando se fue a pelear contra Batista, entonces eso le gustó mucho a don Fidel. Nosotros teníamos una orden del director de que nadie se fuera a pasar de listo a ir a saludar a don Fidel.

Había que terminar la actuación y luego íbamos todo el grupo, pero éramos 82 y para tomarse una foto con él estaba difícil; pero él se viene sobre nosotros ¿cómo corríamos?, no teníamos mas que encontrarlo, nos abrazamos. Ya don Luis le dijo: “Mira Fidel, estos son los trovadores huastecos que tengo allá en Pánuco, criollitos de la huasteca”.

Esa foto estuvo más de un año en Jalapa, grande esa foto. Yo la tengo allá en mi casita que es la de ustedes. Esto fue entre ‘75 y ‘76. En el avión nos pidieron que los alegráramos. Yo pensaba que en el jet no se podía mover porque se ladeaba. Teníamos parranda allí tocando la pura jarana y el violín. Entonces dice el Gobernador: “¿Y por qué el de la guitarra no los acompaña?” entonces mi compadre le dice en broma, “Dígale al chofer que pare el avión para sacarla, porque va abajo en el equipaje,” entonces le dije un verso:

Este viaje es mi ilusión 

nunca lo podré olvidar, 

lo que siento en el avión, 

de que si llega a fallar, 

ya no vuelvo a mi nación

me voy a quedar en el mar.

Decía el del arpa, el compañero Rutilo, decía: “Los tiburones van a comer mucho verso”. Después ahí va Rutilo molesto por que lo habían apantallado los cubanos. Entonces en un verso también de broma, le dije yo:

En mi Veracruz vacilo 

para eso de la trovada, 

pero acá me salió filo 

la gente es muy preparada, 

viste al pobre de Rutilo

le dieron su revolcada.

Y entonces decía el del arpa, Mario dice: “Ni le muevas que va bien enojado”. Rutilo ya falleció, pero él siempre buscaba colocarse. Le presentaron a Jacobo Zabludowzki y luego no quería hacer otra cosa que andar detrás de él, tanto que yo me di cuenta que don Rafael Hernández Ochoa le dijo: “Vienes con Zabludowzki o vienes con nosotros”. Nomás porque era mucho mandar un avión a dejarlo y tuvimos que aguantarlo hasta que nos venimos.

Una vez me pasó un detalle en Pánuco con una cantadora que se llama Rosita del Ángel que por su buena voz y cantando le dicen La Charra, y la otra es mi comadre Emma Maza que está en el disco con los Cantores del Pánuco. Entonces mi comadre Emma tiene un verso que aplaca a cualquier cantador; ellas defendiendo a la mujer y el cantador atacando a la mujer.

Entonces ella al último tiene un verso que dice:

Emma Maza con honor 

defiende su ser sagrado, 

no seas ingrato y traidor,

por la leche que has mamado 

la mujer es lo mejor.

Con eso aplacan a cualquier cantador. Entonces esa vez me agarré con ella y dije, con eso me va a querer aplacar. Entonces más o menos me previne. Pero lo que más me molestaba es que Nacho Coronel, hermano de Juanito de Los Cantores del Pánuco, estaba mirando aquello, dije: “Aquí sí me apantalla, Nacho es el jurado”. Cuando ella me cantó ese verso que le contesto:

Esa es la época aquella, 

ahora ya no hay cariño, 

por presumirnos de bella 

ya no le dan pecho al niño, 

ahora mama una botella.

y entonces ya no me contestó y le digo:

Yo no te vengo a ofender 

y ni tampoco te riño, 

pero debes comprender

que la que le da pecho al niño 

pues se siente más mujer

y le tiene más cariño.

y se viene Nacho a felicitarme “yo aquí tenía que oír algo bueno”, dijo.

En Navolato, Sinaloa, me presentaron un jarocho, que tuviera yo una controversia con él y le digo “No, no se puede porque él canta jarocho, yo no puedo cantar jarocho, yo canto huasteco y él no canta huasteco y se va a ver mal”. Él era de un lugar que se llama El Viejón acá en la costa. Me dijo: “Yo canto El Querreque, ¿nos agarramos?”, “Bueno”, y que nos agarramos. Le dije:

Te demuestro mi amistad 

yo no te vengo a ofender, 

háblame con la verdad

porque yo quiero saber 

me digas cuál es la edad

cuando uno empieza a envejecer.

Entonces los compañeros le decían que a los 30 años, no que los 35, que bien conservado. Entonces él me contestaba “cuándo se siente” y yo estoy preguntando “cuándo se empieza”. Entonces se la tuve que decir yo:

Veo que en nada me ofendiste

¿por qué me voy a ofender?, 

la pregunta que me hiciste 

te la voy a hacer saber, 

desde la hora en que naciste 

empezaste a envejecer.

Después me empezó a atacar, que yo estaba gordo, que sacaba siete latas de manteca… echándome. Yo lo estuve dejando. Ya cuando según él se había sacado muchos aplausos, le digo:

Para alegrar la reunión, 

ya bastante te has burlado

te burlas que estoy panzón 

porque tú no has engordado;

¿y sabes porqué razón? 

porque tú estás afectado.

y que se enoja y el que se enoja pierde. Primero me levanté por delante para irlo frenando porque era muy grosero, le dije:

Como buen veracruzano 

yo te voy a contestar

y te pido de antemano 

no me vayas a faltar,

que yo con mi pecho sano 

soy muy decente en cantar.

Y me dijo que sólo que no fuera veracruzano no aguantaba groserías. Entonces le digo:

Sí, somos veracruzanos 

Pero no somos groseros

y a donde quiera que andamos, 

como humildes huapangueros, 

todo el tiempo nos portamos 

como buenos caballeros.

Hay palabras para hacer las cosas sin ofender.

Una vez doña María Esther Zuno nos llevó disfrazados de inditos, vestidos de manta para una película, que era netamente para el extranjero, que hasta nos decían “indios panzoncitos”. Porque nos vistió de inditos, pero todo eso se fue al extranjero. Tocando y echando verso, pero todo se fue a una filmación de una película para el extranjero. Nunca la vimos.

Mi compadre Lucio que es muy dicharachero, si va en la bicicleta y ve una raya dice, a lo mejor es la mía, y se regresa. Todos tenemos nuestra rayita en la que vamos a terminar. El cura yo lo oí una vez cuando un muchacho se accidentó y en la misa dijo: “Todos dicen: si no va no le pasa nada, él se iba a morir porque allí estaba su rayita”. Entonces por eso me baso yo, y fuera donde fuera, él iba a terminar. Dice:

Las vidas son puras rayas 

Para que nadie se sienta, 

La muerte no tiene fallas, 

si a buscarte se presenta 

te darás a las malhayas,

donde te escondas te encuentra.

¿A dónde se puede esconder que no le encuentre? Ya está que allí va a terminar y allí, así es.

No nomás el oro brilla…

De los músicos que yo conocí, con aquella facilidad de dedos, el Treinta Meses. En una cantina le hacía maravillas con los dedos como lo hace Heliodoro Copado; pero repartiendo un huapango para bailar como se acostumbra en Pánuco, Sinecio González fue lo máximo. Tocando el violín para bailar un huapango él sabía repartir los pasos cuando le dan el cambio de la mudanza. Eso era muy importante dentro del baile y eso lo hacía muy bien. De los músicos de violín hay muchos que se ponen a ensayar la tonada del huapango, y a él le gustaba ensayar entradas y salidas. Hay muchas entradas del huapango que todavía son de él. El que anduvo conmigo, Genaro Martínez, le agarró algunas muy importantes. Nomás que se fijen, el Trío Tamazunchale tiene muchas terminaciones de muchos huapangos que no le terminan con música, los terminan tipo mariachi: ay, ay, ay. Entonces como que le sacatean a terminar tocando. Digo, no vengo a hablar de ellos. Esa es su costumbre, eso es muy de ellos, pero el huapango tiene su salida con música. Entonces eso lo ensayaba Sinecio. Eso es muy de él.

Yo siempre lo recuerdo, músicos hubo muchos buenos y todo, pero en su especialidad para bailar, Sinecio González. Murió muy nuevo a la edad de 48 años. Originario de Pánuco, hijo de don Albino González que era el guitarrero y su hermano fue el dueño de la orquesta Albino González, la orquesta que tuvo en Tampico. Y Valente tocaba el tololoche también. Todos fueron músicos, nomás anda uno por allí que no aprendió, pero fue de una familia de músicos.

Yo conocí muchos jarochos: a los Zabaleta, aquellos Aguilar que por cierto se mataron allá en Pánuco en un accidente, estábamos en una feria. Nosotros tocamos mucho con Tomasita del Ángel la esposa de don Patricio Chirinos que fue el abuelo del gobernador que tenemos ahorita. Ella tocaba la jarana y cantaba muy bonito. Todavía por allí hay mujeres que cantan y bailan, pero que toquen ya casi no.

Yo tengo un verso que dice:

Son testigas estas canas 

de las cosas comprobadas,

cuando me querían las damas 

me acuerdo que sus miradas 

me servían de telegramas.

De cuando yo empecé a tocar, acá en Pánuco, el trío famoso que sonaba eran Sinesio González, Amado del Ángel y Sirenio Rivera: y a nivel de radio, y a nivel de la región eran los Cantores del Pánuco: Juan Coronel, Seferino Galindo e Inés Delgado. Esos eran los que más resaltaban.

Everardo Ramírez llegó después, cuando ya faltó Galindo porque le empezó a fallar la voz. Yo se lo he dicho a él y él lo sabe, puede ser hijo de nosotros tocando. Su papá se llamaba Epifanio Ramírez, era de Carbono, por allí.

La primera vez que nos escucharon fue en el quiosco de Pánuco, nos invitaron como campesinos y cuál sería la sorpresa de que habíamos ensayado La Huasanga para que bailaran unos chamacos que, por cierto todavía viven los dos, y que vamos viendo que bailaba don Camilo Guzmán con Genoveva Guzmán, la misma Huasanga tocando ese trío que le digo de Sinesio, Amado y Sirenio. Una diferencia, que ellos la llevaban en Sol y nosotros en tono de Re, más alta, más alegre. Pero traíamos pescuezo para hacer las cosas.

Entonces allí cambió tantito la cosa del huapango, en sentido que era el mismo, era la misma Huasanga, pero cambiada de tono. Esos eran los que se podían decir los mejores tríos. Y músicos de violín que conocí, Treinta Meses que era don Inocencio Zavala, pero casi nunca trajo trío organizado.

Después se metió con Los Cantores echando violín, pero yo cuando lo conocí era un señor grande, suelto, que tocaba con cualquiera, no como yo que he sostenido al Trío Camalote durante cuarenta y nueve años. Siempre a donde andamos, Camalotes y nunca me hallan por allí con otros que no sean mis compañeros aunque sea una hora.

Una vez nos hicieron un homenaje allá en Pánuco de puros trovadores, de los que cantan el huapango. Entonces me acuerdo de un verso que dice:

Ser músico es un problema, 

sufrido en ciento por ciento, 

porque aunque tenga una pena 

o lo agobia un sentimiento, 

cuando su instrumento suena 

demuestra que está contento.

Así pueda dejar un problema en la casa, su mujer muy mala o no sé, pero él en la fiesta tiene que estar como dice El Gusto:

Ya vine ya estoy aquí 

hasta que por fin volví 

para cantar el huapango 

el que más me gusta a mí.

Ese es un verso que me gusta cantarlo mucho en El Gustito porque es un huapango muy bonito y cada quien tiene su gusto. Algunos dicen: “Tócate el rey de los huapangos” ¿Cuál? “La Presumida”, otros que “El Cielito Lindo”, otros que “La Pasión” y cada quien tiene…, Fíjese que mi compadre Nicandro Castillo, el compositor de Las Tres Huastecas, puso a tocar El Zacamandú a todos los violinistas en Pánuco y había uno de El Molino que es el que más le gustaba cómo lo tocaba. Aparentemente todos tocan igual, pero no es igual, no le dan el mismo sabor. Él siempre se acordaba —dice— Oye que bonito toca el Zacamandú Hermilo Gómez, el papá de mi compadre Tomás Gómez que está en Victoria. El tiene una escuela de músicos de violín, chamaquitos tiene.

En El Zacamandú hay una paradita y hay que entrarle. Como le dije no vengo a ofender a nadie, pero lo cierto se habla; aquí hay tríos que en esa paradita dejan pasar tiempo. No digo que entren fuera de tiempo, pero dejan pasar un tiempo y nosotros allá se va uno derechito. Eso lo hacen en Valles, Tamazunchale…

De los bailadores, allí en Pánuco el que más ha salido por donde quiera es don Raúl Pazzi Sequera. Pero en los ranchos o como acá, Justino del Ángel que era de San Nicolás. Ese bailaba de aquí pa’ rriba silencito, para abajo lo que movía eran los pies. Arriba podía traer un vaso. Una especialidad bailando él, y mi compadre José Ortega de Chaquisí, que nada más lo conocían como el Negro Chaquisí, también bailaba muy bonito. Hubo muchos bailadores. El Molino fue muy famoso por sus bailadores, pero no eran de allí, venían de los ranchos.

Yo he visto que hay gente que salen a buscar, a rescatar nuestras raíces, nuestras costumbres y eso está ayudando. Eso no lo habíamos visto y sirve para que la juventud vaya agarrando cariño, porque esto es lo de nosotros. La música extranjera está como los idiomas, en lugar de aprender el náhuatl que es lo de nosotros, quieren aprender el inglés; porque allí hay más manera de conseguir trabajo, de conseguir billete. Así en la música.

Yo vi un reportaje en una revista donde medio se ponen en controversia Tito Guízar con Raúl Velasco, adonde le dice: “Tú te preocupas por sacar adelante artistas por su bonito cuerpo, y si son hijos de otro artista, eso es lo que te interesa, pero tú no te interesas por los talentos que valen más. Hay gente humilde que trae muy buen talento para hacer algunas cosas, eso no lo toman en cuenta”. Y eso es lo que él reclamaba y yo creo que sí. Como dijo el difunto Tariácuri, “No nomás el oro brilla, brilla más el pensamiento,” y eso son cosas muy bonitas.

En aquellos carnavales que se hacían en Tantoyuca, en la plaza me encontré a un señor, don Ignacio se llamaba. Me empezó a platicar la vida del viejo Elpidio. Decía que era nativo de Xoxocapa, municipio de Ilamatlán, Veracruz, caminaba doce leguas sobre el estado de Hidalgo, a ver a un español que se llamaba Salvador Murillo. La hacienda se llamaba Crisolco, donde vivía el español. Ahí iba el Viejo Elpidio a aprender el fandango español. Pero murió el señor y no aprendió bien. Por eso pensamos que el huapango es como una degeneración del fandango español. Y como le dije endenantes, cada huasteca le estiliza a su modo. Para nosotros, gente como el Viejo Elpidio son los pioneros, más atrás no sabemos. Pero para mí fueron los pioneros que sacaron el huapango para que nosotros siguiéramos ese camino, pero de ahí para atrás no sabemos. Y eso mismo lo ratifica mi compadre Nicandro Castillo, que lo que dijo ese señor era verdad. Él conoció al Viejo Elpidio, trabajó con él.

Yo oí una entrevista que le hacían a los Alegres de Terán. Ellos decían “Los Cadetes de Linares, Los Tigres del Norte, todos ésos, posiblemente sean mejores que nosotros, pero que reconozcan que nosotros hicimos la brecha pa’que ellos caminen. Abrimos la brecha con nuestra música norteña.” Así como ellos que también se sienten los pioneros de la música norteña, así nosotros reconocemos a El Viejo Elpidio, a mi compadre Nicandro Castillo, al difunto Roque… ya todos se adelantaron en el camino. Ellos son los pioneros de nuestra música huasteca.

 

 

 

Revista en formato PDF (v.13.1.0):

 

 

mantarraya 2

Las bailadoras del Sur

La Manta y La Raya # 12                                                             marzo 2021 ________________________________________________________________________

Las bailadoras del Sur

 

Rubí del Carmen Oseguera Rueda

 

Agustín Estrada

 

 

Parte de mi historia es que soy formado parte de una familia de músicos, bailadoras y cantadoras tradicionales de la región de los Tuxtlas, de una ranchería que se llama El Hato, municipio de Santiago Tuxtla. Los orígenes de mi familia paterna están ahí en ese caserío y mi madre es originaria  del istmo de Tehuantepec en Oaxaca, nací justo en esta zona del sur de Veracruz, punto constante, estratégico, de confluencias de muchas culturas y tradiciones (frontera con Tabasco, Oaxaca y Chiapas y la colita de Veracruz) entonces imagínense la diversidad cultural. Todos estos elementos nos ha formado como gente del sur, como habitantes de esta región.

Ustedes, que han estado aquí, todos estos días, han podido observar que Veracruz es todo esto y muchísimas cosas más. Para mí es muy importante ser bailadora de son jarocho pues ahora lo entiendo como un destino. Empecé a bailar muy chiquita, en los fandangos, aprendiendo de la abuela, de las primas y tías, porque en el rancho no había otra música que para bailar y poco a poco fui teniendo y entendiendo el sentido de una bailadora. Más adelante cuando estudie antropología, me di a la tarea de investigar los porqués del baile, de las bailadoras, ¿cuál es el significado? ¿Cuál es el sentido de ser una bailadora? Porque siempre vemos en los fandangos tradicionales a bailadoras viejas y no a jóvenes y ahora es al revés, hay más bailadoras jóvenes que bailadoras viejas. 

Hubo una época de mi vida fandanguera en que me tocó ver que las mujeres no querían ser bailadoras, sobre todo las jóvenes, que venían de la ciudad a formárse en los fandangos; no querían ser bailadoras porque les molestaba que los hombres les cantaran. Este “movimiento” femenino empezó a inquietarse por el canto y por tocar la jarana, de repente, no había bailadoras o éramos muy pocas, por eso hubo muchas confrontaciones entre mujeres que están en contra de bailar. Yo nunca tuve conflicto con eso. Para mí bailar renovar la tradición, bailar no es solo movimiento, bailar tiene que ver con la historia y con trasmitir lo que nos han heredado los abuelos. No es que ellos te sienten y te digan: “A ver mi hijita te voy a dar la clase de zapateado”.  Más bien es conviviendo con ellos que uno aprende. Mi historia también fue así, sin que nadie me explicara; fui de curiosa, preguntando, de metiche con las abuelas todo el tiempo con las abuelas y gracias a las herramientas metodológicas, que me dio el estudiar antropología, fui generando mis propias hipótesis.

Hace un momento, comentábamos con los compañeros, que se ha estandarizado muchísimo la forma de bailar y zapatear, una cosa es el escenario, que tiene que ver más bien con un trabajo, con el desarrollo más bien de la percusión y otra parte, que es la que a mí me interesa, es la del fandango, de la tradición, de cómo llevarlo a cabo a nivel musical. Lo mismo en las mujeres, es una gran responsabilidad ser bailadora, el zapateado es el corazón del fandango, las mujeres que se suben a hacer la percusión, tienen que tener un latido y muchas de las bailadoras lo hemos perdido. De saber llevar el golpe; por eso todo está tan cuadrado y queda solo el “café con pan” (dos golpes con un pie y uno con el otro). Esto se ve por la estandarización de los talleres, por desconocimiento, por no acercarse a preguntar. Por eso como buen corazón de fandango, no se debe de tener un mismo latido, el golpe fuerte está en una parte, uno debe de encontrar su punto fuerte. Muchas veces hemos oído que la gente dice que todo suena a Pájaro Cú y es por lo mismo, porque no entendemos ese golpe orgánico de cada son y de ser conscientes, uno tiene que pensar, saber qué son se está bailando para entonces agarrar el golpe. 

Otra cuestión que ha caído en desuso (que tiene que ver con el trabajo de investigación que desarrollo) es el de que la tarima; que es un espacio teatral,  un espacio escénico y comunitario, donde los bailadores personificamos con nuestro cuerpo, con nuestros gestos, lo que narran los cantadores, por ejemplo en La Guacamaya, las mujeres tenemos que volar, tenemos que imitar el vuelo de esa ave. En El Pájaro Carpintero desarrollamos todo el trabajo del carpintero, volar alrededor del árbol e imitar con el zapateado el sonido que hace el Carpintero, en El Toro Zacamandu, (son fuerte que se baila de a parejas), cuando te subes a bailarlo te subes a un duelo, no subes a hacerte el chistoso o chistosa, sino que te subes a enfrentarte a todo esto que es la naturaleza que es muy fuerte, entonces vas con toda una historia, con todos tus elementos que tienes en la danza y en tu propia vida y con tu paliacate vas creando formas para no dejarse embestir por tu pareja. Uno tiene que crear a partir de las formas tradicionales. 

Hay muchos sones que teatralizamos, pero esto ha caído en desuso, entonces los fandangos se vuelven monótonos y aburridos y no hay diferencia entre bailar un Pájaro Cu o un Carpintero o una Morena. Las abuelas se quejaban mucho de que ya no se volaba o de que sacaban el butaquito, y esto era porque la gente que observaba se burlaba.

Los fandangueros de hoy somos muy pocos, por eso es muy importante que las mujeres y hombres que estemos haciendo un trabajo musical, lleguemos a la tarima como a un instrumento, que es la percusión mayor del son jarocho, por eso debemos de saber cuáles son los volúmenes, los timbres de nuestro tacón. Primero empezar de la tradición y después desarrollarnos y también tenemos que tener elementos musicales para poder llevarlo a cabo.

Esta zona del sur es muy peculiar, el son jarocho es como un árbol y cada rama representa a una región en particular en la cual se canta, se baila o se toca de diferentes maneras. Hay lugares como la sierra de Soteapan, pueblos nahuas y popolucas que no existe el concepto de género, como en los sones de a mujeres que allí no lo bailan solo las puras mujeres, sino que lo bailan mujeres con hombres y hasta hombres con hombres. Cuando hemos ido a la mayordomía de San Pedro Soteapan y se tova un Pájaro Cú  o en un Siquisirí se suben 4 hombres a zapatear y no bailan de frente sino que siempre bailan en círculo y tiene que ver con su cosmogonía indígena que existe en esa región. 

En la Cuenca del Papaloapan existe una dotación de sones que solo se tocan allí, como el Fandanguito y El Jarabe Loco, aparte de la manera muy particular de ejecutar los sones. Entonces, las personas que nos interesa el baile, debemos de ser muy observadores los que nos interesa el baile y ver primero. Observar en qué región estás pisando y sobre eso conciencia del lugar donde estamos y no estandarizar las formas, porque el son jarocho parte de su magia y riqueza que es la diversidad y todos somos totalmente diferentes.

Entonces empezamos con que el son jarocho es un gran árbol que tiene muchas ramas, las variantes regionales para empezar y luego dentro de las variantes, las familias soneras que tienen estilos particulares de tocar, de cantar y de bailar el son y luego de eso nos vamos con los individuos, entonces nunca jamás un son será bailado igual que otro, porque cada uno es distinto. Como decía una abuela “cuando tú te subes a bailar un son, tú te subes a bailar tu historia”, Tu historia Rubí, tu historia Perry; y cada uno con su cuerpo, su forma y sus capacidades es como se expresa.

Les quería hablar también de las formas antiguas de bailar los sones jarochos. La tarima como espacio escénico, de teatralidad (trabajo que tengo hecho desde hace muchos años y que no se acaba, es demasiado porque existen todavía muchas cosas como decía Perry que no hemos descubierto, que no hemos investigado y se encuentran con muchos paralelismos de culturas de otros lados, tanto en culturas regionales como con otras de otras partes de América y del mundo, como África, y hasta con países del Medio Oriente). Entonces partimos de que la tarima es un arte, todavía tengo hipótesis y si alguien aquí tiene algo que quiera compartir respecto a eso, yo se lo voy agradecer muchísimo porque se dice que la tarima es más africana. Que los golpes, que la síncopa y que el tambor,  y yo no estoy tan segura. Pienso que la tarima es más bien indígena, que tiene que ver con un concepto indígena por la cuestión de la fiesta que se desarrolla alrededor de la tarima. En todas las culturas indígenas ancestrales (las culturas africanas también son culturas indígenas), se desarrolla el ritual alrededor de un arbol. Este ritual lo podemos encontrar en las danzas prehispánicas  y siempre es en forma de círculo. Se ha cuadrado un poco el son jarocho, pero en realidad anteriormente siempre ha sido circular o semicircular.

Partimos de que la tarima es el árbol y los que nos subimos a la tarima, subimos a ser parte de ese ritual, de comunicarnos con la madre tierra. Entonces nosotros los bailadores somos el medio para comunicarnos con lo que creemos que existe arriba (el cielo) y con lo que hay abajo (la tierra). Siempre en la tarima vamos a hablarle a ese espacio, se supone que la tierra es nuestra madre, ¿cómo le habla uno a su mama?, pues yo a mi mama, la China, le hablo despacito y de buen modo porque si no, no se que me vaya a hacer, a contestar…. Entonces siempre hay que zapatear conversando con la tierra. No hay que, de repente, sacar unos zapatos con clavos y darle sin pensar, porque eso es una influencia de los ballets folklóricos que a su vez éstos lo traían por imitar a los grupos de flamenco, que ellos sí realmente lo utilizan (la técnica del flamenco tiene que ver con el gatilleo  y con timbres) y nosotros con nuestro baile jarocho, no necesitamos traer clavos, nomás nos vamos a mal matar, no lo necesitamos, nuestro sonido tiene que ser lo más natural y lo que esté más cercano a la tierra.

Si están en un proceso de experimentar, de buscar con los clavos y los timbres pues entonces sí, búsquenle, pónganle cascabeles a sus zapatos, yo he experimentado con ellos y suena rico, pero hay que saber usarlos. Entonces sabemos que el zapateado es el acto de hablar con su madre (la tierra) y lo hace con respeto. Nada de zapatear y alocarnos en la tarima, eso de que el que zapatee más duro es el bailador chingón, no es verdad; aquí no hay mejor ni peor bailador, aquí todo es lo que queramos dar.

El fandango en sus orígenes, según la historia, es una de las manifestaciones que de las castas, del revuelto del revuelto; en el siglo XVIII, era el último estrato de las castas; lobo, indio, cambujo, salta pa´atrás y el último de todos era el jarocho. Y por eso es que es tan rica nuestra música, por la diversidad. A veces parecemos venezolanos o cubanos, indígenas, dominicanos, y de todos lados parecemos; porque es ahí en esa mezcla donde el son jarocho nace.

El fandango es un espacio de diversión, festivo, de convivencia y aprendizaje, en donde todos sacamos lo que somos, lo bueno y lo malo. O sea todo el mundo llega al fandango como es. Pero sí hay una estructura, una base tradicional, que sí debemos conocer y que sí debemos respetar para llevar un buen orden. Un orden dentro del caos. Y es el espacio de distribución en la fiesta, la tarima siempre va al centro, las tablas van acomodadas de tal manera que las bailadoras/res no estén dando la espalda a los músicos. Eso es muy importante porque si no el cantador ¿a quién le canta? 

El espacio es muy importante porque si no las bailadoras tienen su rollo por allá, los cantadores por aquí, entre que pelean también su verso y entonces el círculo no se cierra, la media luna ya no se genera y si eso no pasa la energía no es la misma. Las tablas tiene que ir acomodadas horizontalmente y las bailadoras deben de tener su espacio, tanto en el baile como de descanso.

Antiguamente se ponían dos hileras de sillas o bancas, ubicándose primeros las viejas bailadoras, luego las que más o menos sabían y en la colita nos sentabamos las muchachas; esos espacios son importantes de conservar porque son los que van manteniendo la fiesta. Todos ayudan a mantener una unión.

Como dicen los músicos “si no hay bailadoras pa´ que tocamos”. Ahorita los jóvenes no dicen eso, es más bien una vitrina de vanidades, de que me aprendí esta pisada y quiero explayarme y quiero que todo el mundo escuche mi súper armonía. Pues eso ya no es un fandango. Eso forma parte de otra cosa que puedes ir a hacerlo a un escenario, pero en un fandango uno tiene que conservar esos elementos tanto de ser tú, como individuo y cómo me integro y llego a formar parte de una comunidad, de un colectivo, y juntos nos disponemos a festejar y a recrear una tradición.

Sabemos que hay sones que bailan las mujeres en las comunidades más mestizas y que en la comunidades indígenas esa diferenciación no existe, ahí bailan todos con todos. Tampoco importa la hora de entrada ni de salida. Pero nosotros acudimos más a fandangos mestizos y urbanos, muchas veces y tenemos que ser más conscientes de eso y que no es al revés, de hacer fandango por hacer fandango, porque hoy amanecí con ganas de hacer fandangos. El Fandango tiene un motivo y tenemos que conservar esos elementos para decir que esto es un fandango si no es un “reven” o es otra cosa; un fandango es cuando hay una tarima, cuando hay música de cuerdas con la dotación jarocha, cuando hay instrumentos, canto y comida. Eso es un fandango.

Rubí hace una pausa y empieza a dialogar con los oyentes, pregunta por los sones de pareja y por los de a montón, que son solo de mujeres. Hablamos de su temática y de lo que cada uno representa. Rubí nos cuenta la manera de personificarlos, para que cuando estemos en la tarima sepamos representar a los sones que se ejecutan. 

El Butaquito: Antiguamente se jugaba al butaquito, al asientito o las sillitas, que era formar una especie de asientito donde subías al chamaquito y lo acarreabas  de acá para allá. A alguien se le ocurrió que quedaría bonito hacerlo en el son y así se creó y hoy forma parte de la tradición. El de agarrarse de la cintura y girar, tiene que ver con antecedentes netamente españoles, que así bailan las sevillanas en la actualidad, simulando un son mucho más antiguo que el butaquito.

La Morena: Cuenta Doña Adela Cazarín, (mujer de Minatitlán que emigro de Hueyapan de Ocampo, de una comunidad llamada El Coyol, debido a que en los años de 1940 hubo una migración muy fuerte hacia Minatitlán y Coatzacoalcos) que los fandangos que se hacían allí se hacían con la gente que había emigrado por la industrialización, por  Pemex y las vías del ferrocarril. Esta maravillosa mujer, que todavía vive, es de las más lucidas en cuanto a coreografía o teatralización en el zapateado, nos cuenta que en la mudanza, cuando dice “Adiós adiós mi morena adiós”, una debe de tocarse el corazón y dárselo a la tierra, ofrecerlo al cantador, ofrecerlo a nuestra madre o a nosotras mismas. A mi si me tocó ver en los fandangos de Minatitlán a las bailadoras viejas como la Chata Méndez, Doña Alejandra Ramírez y a Doña Adela Cazarín que eran las meras buenas, las doñas del fandango, que se arrancaban literalmente el corazón y si había un músico por ahí o cantador, iban y le prendían el corazón. Esos gestos eran muy bonitos. Doña Adela también decía que el corazón está en el pecho, donde uno siente cosas bonitas o cosas feas. No sentimos en el corazón, sino aquí en el pecho, ese es tu centro. Los viejos músicos cuentan eso, que enamoraban con la música, y que así conquistaban a su compañera, antes tenían prohibido acercarse a una muchacha y no podías decirle nada, ni en el fandango, solamente con música o con versos las enamoraban, y luego pues buscaban la manera de irse con ellas, luego de varios fandangos.

 

El Pájaro carpintero: Como me lo enseñó Doña Adela Cazarín es que uno debe imitar el vuelo de este pájaro que nunca está quieto, que siempre está buscando un árbol en donde hacer su casita. Cuando encuentra el árbol le da como tu taconeo, por eso cuando lo bailamos suena así. El desplazamiento en la tarima es circular, nunca bailas en un mismo lugar, siempre girando y dando vueltas, en rotación y traslación. Claro que eso marea, aparte de que todos tenemos miedo de caernos de la tarima, por eso las que bailan El Pájaro Carpintero son las que saben, las que tienen más experiencia en el baile. Una se sube a representar el vuelo de ese pájaro, no se sube a lucir la falda. Nuestro árbol es la tarima y vamos haciendo la labor del [pájaro] carpintero. Lleva una parte muy importante  ya que es de los sones que no lleva estribillo, entonces no tiene mudanza.

La función del son es para ridiculizar o exaltar. Es como una tribuna, lo bueno, lo malo, lo negativo o lo positivo, entonces por ejemplo en el son de El Presidente se hace alusión a un presidente de esa manera. Igual en El Borracho que también se debe saber bailar. A algunos no les va a costar nada hacerse de borrachos, pero tienen que zapatear. Hay dos o tres bailadores que lo hacen bien; en la región de los Tuxtlas están los Baxin o Andrés Moreno. Ellos son buenos bailadores y solo en esas zonas se toca. Lo tocan en muchos lados pero que te lo sepas no quiere decir que forme parte de los sones de esa región, del repertorio de esa tradición.

 

El Ahualulco: Es un son de cortejo, donde uno corteja a la bailadora. Antes en el fandango no se le  podía decir algo a la bailadora, se desarrollaba todo un lenguaje de gestos y símbolos. Este es un son de los pocos que quedan de arrieros, si escuchamos la versada habla mucho de Guadalajara y del Bajío y  de Michoacán  y toda esa zona. Son sones que nos llegaron a través de los arrieros y que se quedaron en Veracruz, justamente en esa zona de los Tuxtlas donde era el paso de mulas y de todo el cargamento que venía. La manera de bailar tiene que ver con una polca, como se bailaban es esos tiempos los sones.

 

El Jarabe Loco: Tiene que ver con las contradanzas, por el molinete que hacen, y por como giran en la coreografía y hacen el desplazamiento.

 

La Tuza: Dice Doña Adela que uno se ponía como una tuzita, tratando de imitarlas. Es bien cansado pero es bien bonito convertirse en tuzita. Otra manera es (como la tuza se mete en donde está el maíz a comer o debajo de la cama cuando tu estás dentro de las casa) es azuzar a la tuza, como: ¡sáquese!,  para que salga, entonces comienzas aplaudir, o con un chilillito o con un paliacate que tengas lo mueves para amenazar y que se salga la tuza de donde anda. Esas son sus dos formas.

 

La Culebra: En la actualidad es de los sones que no están dentro del repertorio del fandango pero es un son de recopilación. No hay testimonios directos de gente que haya bailado La Culebra, pero si hay escritos que dicen como se bailaba y  era pues simulando a una culebra. 

 

La Sarna: Es un son que hace honor a los climas de Veracruz,  ya que por todo te da comezón. 

Sarnícula emperadora 

madre de las comezones,

ven y ráscame un poquito

debajo de los calzones

En el estribillo las mujeres hacen referencia a la comezón rascándose y se salían de la tarima y comenzaban a rascar a toda la gente, simulando como que uno le pasaba la sarna a otro. Antes era muy bonito ver toda esa dinámica. En la actualidad, las mujeres no quieren representar a este son, porque les da pena teatralizarlo como tal; cuando cantan: “debajo de los sobacos” – dicen que no tienen sobaco.

 

La Iguana: Dentro de la región jarocha, este es un son de los llanos de Nopalapa. Muchas veces hemos visto que el bailador se tira al piso y comienza a zarandearse como tal, pero esto no significa que sepa bailarlo; el hombre debe de convertirse en una iguana; debe saber representar al reptil. Para eso debemos de observarlo mucho, en su hábitat y en su cotidianidad. Tiene una cadencia muy especial y va cayendo y va cayendo. Vemos actualmente en muchos fandangos que lo representan sacándose la camisa y brincoteando; esto proviene del Estado de Guerrero en donde así se baila este son. Los Baxin bailan muy bonito este son porque tienen una profunda convivencia con ese animal. Hacen todos sus movimientos, ponen sus huevos  y se ve bien bonito ver cómo los ponen mientras bailan. Las mujeres solo acompañamos, moviendo nuestras faldas.

 

La Indita: No es un son del sur, yo lo aprendí a en El Hato con Tía Juana Utrera. Ella me decía que en ese son se debe de hacer la reverencia (saludo a los cuatro puntos cardinales), o sea que saludas con tu pie y vas girando. No se zapatea fuerte, más bien son pasitos suaves como de comunicación con la tierra. Decía que cuando se empezaba el estribillo  “ hay indita indita indita” te parabas frente a los músicos y era a los primeros que hacías la reverencia.

 La Manta: Antiguamente se hacia el fandango de cocineras, un  día previo a la boda, después del fandango, llegaban unos jaraneros expresamente a acompañar a las cocineras en su vela y cuidado de la comida que se seriviria al día siguiente. Me tocó ver en la región de Hueyapan y en la localidad de Minzapan, que en los fandangos de cocineras, las mujeres sacaban una especie de  sabana o un trapo y bailaban con ella de forma muy lúdica y en “doble sentido”. 

Hay testimonios que narran que las mujeres, de la Cuenca de Papaloapan, tejían su colcha o mantel para sus nupcias y esta representaba toda su labor y  toda su historia. Como la película “ Como agua para chocolate” donde vemos que Pita, el personaje, pasaba toda su vida tejiendo una colcha para cuando se casara. En el fandango de las cocineras bailaban con ellas durante un son. No especifican que fuera el son de la Manta. Fue entonces, que a partir de estos testimonios y vivencias que yo incorporo y aporto el elemento del movimiento del rebozo y el paliacate al son de La Manta

 

El trompo: Durante el este estribillo se hace como que enrollas un trompito y le das vuelta. Tú giras también como un trompito. O sea que con las manos enrollas  al trompito y al mismo tiempo tú te das vueltas. Imitas el juego del trompo con movimientos serpenteantes.

 

El Piojo: Las mujeres hacen como una ollita con su paliacate y baten el chocolate. Alguien te ayuda a batir el chocolate, alguien mete su manita ahí también. Así lo he visto cómo lo bailan en Los Tuxtlas, es normal verlo entre los niños, es lúdico. Andrés Moreno lo baila muy bonito. Los niños lo brincan y se les hace divertido. Pero en verdad tiene un doble sentido porque el canto es a eso “ayúdame a batir el chocolate”, o sea que no es para niños.

 

La Tarasca o Chocolate: Por lo que yo sé, no tiene coreografía.

 

El Conejo: Son que cayó en desuso. Doña Adela también contaba que te convertías en conejito, entonces te la pasabas brincando. Yo lo he visto bailar en los Tuxtlas.

 

La Bamba: Tiene coreografía. En los ballets folklóricos lo bailan con un listón; eso lo vieron en el pueblo, en la fiesta tradicional y de ahí lo tomaron y lo escenificaron. Y ahí se veía la destreza del bailador. No era solo en La Bamba, sino con cualquier son de parejas. También se les tiraba billetes y monedas y los bailadores  se agachaban y los recogían con la frente sudada. También recogían el sombrero con la boca. 

 

La Bruja: Uno de los sones que también se folklorizó; no era con veladora, era con una botellita de coronita o con un vasito de agua. Esto lo hacían todos los bailadores, en muchas culturas existe, el bailador también tiene que demostrar muchas veces qué tan hábil es porque el espacio de baile es de duelo, de reto y de enamoramiento.

El Toro Zacamandú: Hoy muchos bailadores se ponen los cuernitos y hasta les hacen rulitos. Una vez vi en un fandango una confrontación de una familia de bailadores hombres de Nopalapa, era una jauría de paliacates que volaban por todas partes; se veía como magia. 

Cuando tú bailas un toro tienes que ir con toda la carga de lo que es ese animal, o sea quien no ha atravesado un potrero con un toro que dicen que es bravo, no saben lo que es bailar un toro. Ahí va toda la adrenalina de este son. También vi a la Chata Méndez de Minatitlán, su presencia era muy fuerte, y una vez vi como ella sometía a los hombres en El Toro, con el paliacate luego que los dominaba, los ataba y los bajaba. Nadie quería bailar con ella, era muy fuerte, y ella sola se subía y le echaba el ojo a alguien e iba y lo buscaba hasta amarrarlo. 

* *

No sé si conocen el caso del legendario Oreja Mocha [Carlos Escribano],  que perdió su oreja en un fandango, y es que antes la gente era muy celosa por eso uno debe de tener mucho cuidado cuando llega a una comunidad porque hay gente muy celosa de su gente y no saben qué se trae uno. Hay que ser cuidadoso y observar. Si uno primero ve cómo la gente se desarrolla y cómo hace su fandango, aprende mucho, quizás hasta mucho más que participando. No olvidemos que es un espacio de diversión y aprendizaje.

Existen muy pocas cantadoras hoy en día, mujeres sabias que llegan al fandango y se plantan a cantar verso tras verso sin repetirlos; ¿por qué? Porque el espacio del fandango históricamente ha sido un espacio masculino, dominado por los hombres. La función que cumplen las mujeres es bailar, entonces si una mujer se pone en un espacio de hombres tiene que llegar con suficientes armas para enfrentarse al otro cantador, pues porque nadie va a darte la bienvenida, te tienes que ganar el espacio, paso por paso, como en la vida, con sabiduría.

Con el tiempo se ha ido implementado que cuando se canta versos nadie se sube a bailar, antes no existía esta modalidad, pero al ver tantos cantadores, tantos músicos y bailadores queriendo participar se impuso esta estrategia para la convivencia en el espacio del fandango.

Una vez con un grupo de bailadoras en las fiestas de La Candelaria en Tlacotalpan llegamos al fandango de San Miguelito, y nos pusimos de acuerdo y nos nombramos “las más perras. Nos subimos a dominar la tarima y empezamos a decir: – “de a dos versos, de a dos versos y bailemos todas”. Lo logramos durante un son, era demasiada la euforia de los cantadores y de los bailadores que no estaban conectados al fandango, que solo querían lucirse.

¿Cuál sería la solución? Yo creo que hay muchas, una seria que el que va a entrar a bailar sepa, cuando uno está en un fandango  tienes que saber la dinámica de lo que está pasando, o sea, no puedo llegar al fandango y meterme luego a la tarima, porque entonces no estoy formando parte de la fiesta. Hay muchos que se bajan del caballo y ya están en la tarima, ni saben si el bailador o bailadora acaba de subir. Tienes que estar en el espacio. Tampoco tienes que hacer cola, como en el DF, que hasta policías había una vez en un fandango en el centro Cultural del Bosque, organizando la cola de bailadores. Uno tiene que ser consciente que somos parte una fiesta y que todos queremos disfrutar y gozar. Cada una debe de tener su propio estilo, recordemos  a Doña América Ramos de Comején, que era inconfundible en su baile, decían que lo hacía como hombre, por la fuerza que tenía. También está Tía Lena de Jaltipan, que es toda una escuela en el baile.

Se me hace interesante todos estos espacios de reflexión, como este también, de convivencia, donde aprendemos de la palabra del otro. Una vez en una demostración en el DF, quisieron hacer unos fandangos demostrativos con los viejos soneros para aprender de ellos, pero recuerdo que ya las señoras no querían bailar y no fue porque las jóvenes habíamos acaparado la tarima, más bien fue porque ellas ya no querían hacerlo; también ya están grandes y tienen achaques y cansancios propios de la edad. Ahora, si cuando una vieja bailadora te aparta para enseñarte o para invitarte a bailar, eso es bien bonito, porque te está compartiendo, es un honor y para eso debemos de estar abiertos.

En un fandango hay muchas funciones sociales, no nada más es el que toca, baila o canta, también lo conforman las cocineras y la gente que organiza. Para que sea un buen fandango se requiere de todos estos puntos. Mucha gente dice que el fandango es libre y democrático y todo el mundo puede venir a hacer y deshacer. Yo no comparto esa idea, a mí me enseñaron que cada cosa tiene su lugar dentro de una estructura y esta se debe de respetar. Es un espacio de convivencia y de mucho aprendizaje. Yo llego a compartir lo que se y a aprender del otro, entonces es por eso que yo creo que ha tenido tanto éxito nuestra fiesta, donde todos nos retroalimentamos de todos, sin que suene a teoría universal. Así lo vivo yo.

Es muy importante seguir recreando la tradición, en los espacios naturales pero también soy consciente de que hoy hay espacios urbanos, donde se está generando y regenerando el son jarocho. Por eso debemos de encontrar puentes entre los espacios rurales y urbanos para seguir retroalimentando la tradición. Yo soy de Coatzacoalcos y vivo en el DF, trabajo en un grupo que se llama Son de Madera y las cosas que hago de danza son cosas personales, que vienen de una tradición pero no necesariamente vienen de una tradición, entonces debe de quedar muy claro cuando estamos en un escenario y nos montamos en él, obedeciendo a otros factores, porque debemos de dar un espectáculo, y cuando estamos en un fandango estamos en un fandango. Entonces debemos de saber cuando estamos en un escenario, cuándo hay un compromiso de alguien que está viendo, que está pagando por verte y cuándo estamos en un fandango compartiendo. Eso tiene que quedar muy claro a la gente que estamos haciendo música en escenarios.

 

 

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 El tañido de una noche

La Manta y La Raya # 11                                                    septiembre 2020 ________________________________________________________________________

El tañido de una noche

 

para Toño (García de León) e 

Hilario (Diez Campos)

Alvaro Alcántara López

 

Pienso que pudo haber sido exactamente un día como hoy, pero de hace 25 años. Habíamos llegado por la tarde noche a un pueblo en rebeldía, un pueblo habitado por mujeres y hombres que decidieron confrontar al poder y oponerse contundente y enérgicamente a la construcción de un club de golf: Tepoztlán, Morelos. 

 El impulso de aquella visita fue sumarse a una constelación de amigos y conocidos, habitantes y vecinos de aquel pueblo, que habían tenido la magnífica idea de hacer un fandango para acompañar –desde la inteligencia y emoción que surge de la fiesta– la lucha por la defensa de aquel pueblo. El fandango dio comienzo entre titubeos y una emoción contenida ante la posibilidad de aquella celebración en la húmeda plaza del pueblo. Para ese entonces hacía varios años ya que una migración de jarochos y adeptos al son jarocho y fandango se había instalado entre estos cerros del estado de Morelos. No de en balde Tepoztlán se había convertido en el cobijo de uno de los grupos estelares del emergente movimiento jaranero. 

Nada o casi recuerdo del transcurrir del huapango. Sí, que poco antes de terminar, varios de los compañeros soneros subieron a la tarima a bailar un son de a montón, entre risas y desparpajo. En algún momento de la primera madrugada el fandango concluyó sin mucha convicción, pero sí con el cansancio campeando sobre nuestros cuerpos. Tras varios intentos por despedirnos para ir a dormir (cuando parecía que finalmente se lograría el cometido tras algunos intentos previos y fallidos, un nuevo son aparecía, testarudo y enajenado en alguno de nuestros instrumentos, para volver a prolongar la despedida) contundentemente alguien dijo “uunaaa” y solo entonces, como si una voluntad férrea nos ordenara, ahora sí, a emprender el rumbo, empezamos a caminar con decisión, dejando a nuestras espaldas una tarima ahora vacía. Los otros sobrevivientes de la fiesta tomaron el rumbo opuesto. Parecía llegar a su fin aquella jornada fandanguera de diciembre de 1995. No sería así.

Tal vez sólo fueron unos metros los que avanzamos en nuestra caminata, tal vez muchos, no tengo manera de saberlo. Y así, mientras orientábamos nuestros pasos para remontar las faldas de aquellos viejos cerros y sin que hubiese forma de haberlo presentido, justo al lado mío, se escuchó el rugir de una voz potente y recia que volviendo el cuerpo en dirección a la tarimba que recién nos había cobijado, estampó en el viento un tañido sostenido, a la manera de las zalomas que antaño se escuchaban en los mares de viento y vela o en la inmensidad del desierto y la sabana. Fue imposible no voltear maravillados, siguiendo los rastros que aquella voz dejaba en su camino, en busca de quién sabe qué o de quién sabe quién. Al recordarlo pienso que aquel tañido era, tal vez, la voz de la fiesta misma … queriéndonos comunicar algo.

La que sonaba vibrante y gozosa haciendo piruetas en el aíre era la voz de Hilario. No hubo tiempo para esperar. Tan inesperada como la primera, y a una distancia lo suficientemente amplia para que los cuerpos en la noche fueran apenas lucecitas animadas, otra voz igual de potente, igual de mágica, igual de fantástica, le respondió a la primera. Era la voz de Toño que, distante a varios cientos de pasos, respondía animosa a aquel llamado. Y así, aferradas a un fandango que aún no se cerraba, engordando al silencio y entonadas por fantasía, aquellas voces se quedaron abrazadas más allá del respiro, desprovistas de tiempo.

Abatimiento de voces a manera de despedida –no imaginaba que esta fuera una posibilidad en el lenguaje. Luego, volvimos en nosotros y el silencio sonó otra vez más recio que el mundo. Los dos hombres viraron sus cuerpos y continuaron la caminata en busca de su destino, como si nada hubiera pasado. Nosotros hicimos lo propio acompañando los pasos de Hilario, ese Hilario luminoso, de sol infantil y de corazón generoso, con el que yo he decidido quedarme. Nada se dijo después o nada recuerdo que se haya dicho –que es casi lo mismo. Sólo seguimos caminando hasta que nos llegó el sueño en la fría noche de aquel diciembre tepozteco.

Aquella voz antifonal armonizada, de dos que se hicieron uno en aquel tañido, se quedó en la noche y se quedó en mí como una caricia a ritmo de bolero, inscrita con carimbo en el recuerdo de mis días. Y me acompaña de cuando en cuando, cada cuarto de siglo o cada nueva ocasión que tengo de volver mirar aquellos cerros y visitar a los queridos amigos que allí sigo teniendo. Aquel abatimiento de voces a manera de despedida sigue sonando en mí, como un fandango que se sueña en un tiempo que no se cierra, como una voz que en el futuro sigue inventando su recuerdo.

 

Revista en formato PDF (v.11.1.2):

 

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La vergüenza me sujeta

La Manta y La Raya # 10                                                                 marzo 2020 ________________________________________________________________________

La vergüenza me sujeta.                                          Relato de vida de Andrés Vega Delfín

Una entrevista realizada por      Armando Herrera Silva y                   Román Güemes Jiménez

   

F. Garcia Ranz, 1982.

 

Nota introductoria

El presente texto es una entrevista grabada en audio en septiembre de 1994 en Boca de San Miguel, municipio de Tlacotalpan, Veracruz, en casa de la familia Vega Delfín. La transcripción se realizó a lo largo de los tres años siguientes. El texto es fiel al relato de Don Andrés Vega Delfín. Sólo se ordenaron los temas y se eliminaron algunas expresiones reiterativas.

A veintisiete años de haberse realizado esta entrevista, adquiere especial relevancia, en este 2021 que el Güero Vega cumple 90 años, habiéndose consolidado él mismo como verdadero arista popular, convertido ya en un referente del son jarocho; un intenso movimiento jaranero que en ese momento estaba en ciernes y que hoy ha trascendido las fronteras nacionales; una recuperación sin duda de  la fiesta del fandango, además de muchos seguidores que ahora tiene el Güero Vega, inmersos en el mundo del son jarocho y la fiesta del fandango.

En este texto, encontramos un relato ameno, fresco y muy divertido, aunque a la vez  dramático en algunas partes, del acontecer del sotavento veracruzano. Los temas que aborda tienen que ver con la visión de la vida, el trabajo, el entorno natural, la familia y por supuesto, la música y la fiesta del fandango; implican una historia local que sin duda, podemos extrapolarla al hoy casi extinto mundo rural en México.

Por otro lado, hay que decir que hoy, la familia Vega es un pilar fundamental del son jarocho, no sólo por el estilo inconfundible que al son le ha dado Don Andrés Vega Delfín, sino también porque muchos de sus descendientes de segunda y tercera generación son parte imprescindible del mundo del son jarocho.

Por último, comentaré que esta entrevista es parte de una serie de relatos que denominamos “Testimonios del Mago Papaloapan”, en los que se hizo registro de las historias de vida de varios músicos y poetas de la Cuenca del Río Papaloapan, en el sur del Estado de Veracruz, realizados por Román Güemes Jiménez y un servidor, entre 1994 y 1996.

Vaya pues el presente relato como homenaje a este patriarca del son que mucho le ha aportado a la música popular de México.

Armando Herrera Silva


 

Revista en formato PDF (v.10.1.0):

 

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Vaqueros y lanceros

La Manta y La Raya # 9                                                                         marzo 2019 ___________________________________________________________________________ Vaqueros y lanceros

Alfredo Delgado Calderón

 

Durante la Colonia, ni la Antigua Veracruz ni la Veracruz Nueva se bastaron a sí mismas para abastecerse de alimentos. A veces se obligaba a los arrieros a llevar sus propios bastimentos o a transportar granos y harinas gratuitamente, para paliar la escasez. Por tal motivo se repartieron tierras a negros y mulatos libres en los alrededores de Veracruz. Los llanos de Cotaxtla, Medellín y Veracruz eran fértiles, y allí pastaban hasta ciento cincuenta mil cabezas de ganado mayor, mientras que otro tanto bajaba a pastar durante el invierno, procedentes de Cholula, Puebla y Tlaxcala. Este ganado era conducido por vaqueros mulatos; y varios vaqueros más de la Veracruz se empleaban para cuidar el ganado de cuatreros y coyotes (Patiño, 1985). Así, las afueras de Veracruz se fueron llenando de ranchos de mulatos libres, que a cambio de no pagar tributos se alistaban como lanceros para acudir eventualmente a la defensa del puerto. El obispo Alonso de la Mota y Escobar en 1609 mencionaba sobre Veracruz: «es esta ciudad toda de vecinos españoles, tienen muchos negros y negras esclavos y otros muchos libres» y señalaba a las compañías de caballería que acudían a la defensa del puerto «que suelen ser los de todas las estancias, así de españoles como mestizos, mulatos y negros, que usan arma enastada» (Mota y Escobar, 1987:53-54). El arma enastada era la lanza que usaban los milicianos, y que por ello se les llamaba lanceros, pero también era la jara o garrocha utilizada por los vaqueros para acosar al ganado cuando lo arreaban, y la media luna empleada para desjarretar al ganado cimarrón. Esos mismos vaqueros y milicianos vivían en jaros o matas, isletas y manchones de selva que salpicaban los llanos y que sobresalían durante las inundaciones periódicas. Por eso se les empezó a llamar jarochos, aunque la palabra jaro también designaba a los puercos monteses y se cree que era una manera despectiva de llamar a esos vaqueros y milicianos que vivían en estado semisalvaje.  Esa era la vida en los alrededores de la ciudad de Veracruz, pero también en los inmensos llanos del Sotavento. Las tierras bajas de Veracruz eran tierras conquistadas y explotadas, arrancadas a sus antiguos dueños indígenas y dedicadas a la ganadería extensiva. Toda la economía respondía a un sistema centralista cuyo corazón residía en España y giraba en torno a la monarquía. Las comunidades indígenas fueron despojadas de cientos de miles de hectáreas de tierras comunales para entregarlas a los conquistadores o a sus descendientes. Los indios mismos fueron parte del botín; esclavizados durante las primeras décadas de la conquista, fueron moneda de cambio para que llegaran los primeros caballos y vacas desde Cuba y Santo Domingo. Luego, cientos de pueblos fueron dados en encomienda, para que a cambio de prestar servicios personales y entregar sus riquezas a los españoles, les enseñaran las bondades del cristianismo. Al final, la Corona se quedó con el tributo y las iglesias con los diezmos y primicias de las comunidades indígenas.  Eso dio pie para que en el Sotavento florecieran inmensas haciendas de ganado mayor: Corral Nuevo, Cuatotolapan, La Estanzuela, Los Almagres, Jesús del Calabozo, Nopalapan, San Agustín Guerrero, San Nicolás Sacapezco, Santa Catarina de Jaras, Santa Catarina de los Ortices, Santo Tomás de las Lomas, y otras más. Esas haciendas tenían entre cinco mil y veinte mil cabezas de ganado vacuno, la mayoría cimarrón. La mano de obra en un principio fue de esclavos negros y mulatos aunque pronto su mezcla con indígenas dio origen a una casta de hombres libres a los que más tarde se empezó a llamar rancheros y luego jarochos. Como hijos de negros y mulatos no tenían acceso a las tierras comunales indias, pero por ser hijos de indias tampoco heredaban la esclavitud. Esta casta era agrupada con el nombre genérico de chinos, pardos y mulatos, y en ella se incluía también a los zambos, mestizos, lobos y otras mezclas. Desempeñaban trabajos como vaqueros, arrieros, canoeros, carpinteros, zapateros, labradores y demás oficios que en general no querían desempeñar los españoles y que los indios tenían prohibidos. Desde fines del siglo XVII estaban obligados a organizarse en milicias de lanceros para cuidar las costas a cambio de no pagar tributo. Esos pardos y mulatos en los llanos ganaderos representaban hasta el 90% de la población, y en las cabeceras de las alcaldías y parroquias, como Acayucan, Chinameca, Cosamaloapan, San Andrés Tuxtla y Santiago Tuxtla eran hasta el 30 % de los habitantes. Muchos de estos pardos libres vivían en parajes, matas y jaros, donde formaban caseríos temporales, ya que cuando los hacendados o las autoridades pretendían cobrarles derecho de piso simplemente se mudaban de jurisdicción.  Desde el puerto de Veracruz hacia el sur eran los reinos del ganado, pues en 1780 pastaban en los llanos y tierras bajas más de doscientas mil cabezas de ganado vacuno, propiedad de veinte haciendas y de algunos ranchos, comunidades y cofradías. El Barlovento, en cambio, no llegaba a las veintisiete mil cabezas de ganado vacuno y cuarenta mil de ganado lanar. Esa dinámica ganadera que propició el surgimiento de los pardos y morenos libres del Sotavento, estuvo ausente en el Barlovento (AGN, Indiferente de Guerra, v. 23A).  

 


Revista # 9 en formato PDF (v9.1.0):