Esta obra, que es un conjunto de obras y que es un proyecto colectivo, también va acompañado de hermosas coplas del maestro Gilberto Gutiérrez y de un maravilloso texto de la narrativa del maestro Juan Pascoe. La edición estuvo a cargo de Ediciones Odradek y la selección y cuidado corrió por cuenta del poeta Alfonso D´Aquino. Con la venia de todos ustedes y con una perspectiva estrictamente personal, ahondaré un poco más sobre el interesante trabajo fotográfico. No es una tesis de alguna investigación formal, ni una exhaustiva revisión del pasado, sin embargo, sí es un anecdotario de luces y sombras que, de manera “casual”, gracias al amor de Silvia por la fotografía, han quedados congelados para volverlos a disfrutar cada vez que abramos el libro; son también una fuente indirecta de algunos momentos de la revalorización del son a partir de la visión del emblemático grupo Mono Blanco que, afortunadamente para quienes los apreciamos, sus integrantes aparecen retratados en diferentes ocasiones.
Se convierte este poema de luces, en un testimonio silencioso, pero no sin voz, ya que fue realizado con el alfabeto universal que solo el amor tiene. Al ser un lenguaje primigenio, el mensaje visual está disponible para todos, para los “letrados” y para los sabios de la vida, para los experimentados músicos y para los incipientes amantes de esta tradición, incluso para aquellos que solo les agrada participar como espectadores. También es un código cifrado que aporta innumerables ventanas por las que podemos saltar a diferentes caminos y –también– a diferentes tiempos, como puertas mágicas que solamente se abren si lo contemplas con el mismo ingrediente fantástico con el que fueron capturadas.
Así, al ver la portada, se crea un momento sumamente impactante en el sentido de los instrumentos que han venido a menos en el fandango, me refiero a la bandola y al violín. En este sentido, solo me tocó ver a un músico de avanzada edad, sentado en un pórtico tocando algunos acordes con su vieja bandola para pedir ayuda económica a los transeúntes. También me trajo a la memoria que en aquellos emblemáticos fandangos que se realizaban en la Plaza Cervantina de Santiago Tuxtla, donde en ese entonces se ubicaba la Casa del Fandango, recuerdo que llegaba un señor, delgado, cubierto de canas, portaba un sombrero blanco de dos pedradas (y que del cual nunca supe su nombre), pero era sumamente visible que carecía de la mano derecha. Lo asombroso era que ese detalle no era motivo suficiente como para no poder ejecutar el violín, pues se asía fuertemente el arco con ayuda de unas vendas al antebrazo y así, como ejemplo de vida para muchos de nosotros, con alegría y con orgullo, ejecutaba el complicado instrumento.
Son fugaces momentos cumbre capturados para siempre. Viendo esas fotografías puede uno viajar en el tiempo y revivir instantes relacionados a la impresión en sí, aún incluso sin haber estado en ese momento específico, pero probablemente tener la fortuna de haber conocido a tal personaje en esa precisa época o simplemente descubrir cómo eran esas gentes que nos legaron esta maravillosa tradición. Finalmente, algo que pareciera silente se convierte en una agradable voz que gráficamente describe algunas facetas de este gran movimiento.
Abrir el libro en cualquier página es tener la seguridad de encontrarse con un reflejo de nuestra propia alma, pues para alguien que vive y convive el son jarocho, vistos a la distancia, se dimensiona aún más su verdadera esencia. Añejado con paciencia y amor, después de veinte años, ha logrado germinar la semilla puesta en esta sementera cronológica. La fotografía es tan generosa como un fandango.
Decía don Fernando Bustamante Rábago que ni Marx ni Lenin habían podido realizar la abolición de clases sociales como lo había logrado el fandango. De la misma manera, estas fotografías se entregan plenas a toda la comunidad, de tal modo que no es necesaria ninguna intelectualidad para disfrutarlas, solo precisamente disfrutarlas, para poder ser capturados paradójicamente por una captura.
Este libro es el ejemplo claro de la creación de la comunitaria, pues desde el mismo momento que fue gestado, desarrollado e impreso, afortunadamente, han intervenido diferentes personalidades. Así mismo, es diverso el tipo de rostros y momentos, modelos y tiempos que no sabían que serían retratados. Es hermoso y alentador, descubrir detalles como las centenarias manos de “Tío Ruma” que ágiles recorrían las cuerdas del arpa.
Al ver la foto de má´Juana sentí su abrazo y su sonrisa, de cómo nos esperaba en la entrada de su casa cuando íbamos a esos entrañables fandangos del primer viernes de marzo en el Hato, Municipio de Santiago Tuxtla, organizados por el maestro Gilberto Gutiérrez.Es fantástico como una luz que espera inmóvil puede transportarnos al mundo dinámico de los recuerdos, donde los pensamientos revolotean como palomas agitadas.
También me parece estar viendo a un serio don Carlos Escribano –el famoso “Oreja Mocha”– hablando entre español y macehua, algo que yo no entendía ni oía claramente, pero que ese viaje me hizo recordar que el primer violín que tuve fue hecho por este gran músico y laudero, que trabajaba con herramientas muy básicas, pero con el coraje necesario para arrancarle a las dificultades esos sonoros instrumentos que tanto seguimos apreciando.
Dicen que la paciencia es la más heroica de las virtudes porque carece de toda apariencia de heroísmo, Así, imagino a Silvia, tratando de capturar el momento preciso sin importar las horas o los días que tenga que esperar para lograrlo –los amantes de la pesca o de la cacería entenderán esto más claramente.
Podemos encontrar en el libro a aquellos jóvenes que apostaron su vida a la música y que hoy afortunadamente para todos nosotros, siguen ejecutando y construyendo instrumentos, cantando, zapateando o simplemente disfrutando de una cálida velada. Niñas que hoy son mamás y que siguen cantando, como Xóchitl Torres Herrera, u otras que se nos adelantaron en el camino como Dulce Jazmín Vázquez.
Las fotografías presentadas son una evidencia y una fuente ilustrativa de muchos aspectos de la vida sonera, la construcción de instrumentos, los fandangos, los vestidos de las bailadoras, los músicos, en fin, en conjunto invitan a conocer más de cerca la diversidad enorme de los aspectos del son jarocho tradicional.
La luz y las sombras unidas en un todo, bosquejando líneas que nos trasladan a otro mundo, a ese lugar donde siempre hemos sido felices a pesar de los pesares: los fandangos a los que asistimos o no; detalles y momentos especiales, de manera tal que, al contemplar esas obras, nos educamos y aprendemos a querernos más. Una calle desierta, una caja de instrumentos esperando ser adoptados, unas jaranas colgadas en la espalda, algunos grupos con sus integrantes, unos entonces jóvenes otros entonces viejos, poetas desgarrando la voz para completar la fiesta del paraíso.
Gracias a estas hermosas fotografías, también podemos reproducir en nuestra mente los sonidos, desde el batiente tambor de guerra que es la tarima invitando a la comunidad; los trinos y bordones de la guitarra de sones; el acompañamiento de innumerables jaranas; la alegre y a la vez melancólica voz del violín serrano, junto con los estruendosos y agradables cantos de los versadores. Quizá una cara sonriente de un público que goza y que, absorto en el disfrute de la fiesta, no se ha dado cuenta que ese instante fugaz –gracias al educado ojo de Silvia– ha quedado impregnado de eternidad.
Si este hermoso libro tardó un decenio en ver la luz, me pregunto cuántos proyectos ahora mismo estarán esperando amorosa y pacientemente el momento de hacerse públicos. En horabuena por la publicación de este hermoso libro, por favor, que vengan muchos más.
Una antología de ensayos guarda cierto paralelismo con una selfie contemporánea, en la cual una mirada orientada hacia adelante elige el ángulo desde el cual observar aquello que ha quedado a nuestra espalda -y que sólo puede reconocerse porque se ha avanzado en el camino. Por ello, aunque pueda resultar contra intuitivo, una antología de autor (con lo que de mirada retrospectiva conlleva) propone una recolocación de los textos en el presente y en el futuro.
Los ensayos que Pérez Montfort comparte en Detrás de la verde arboleda constituyen un documento de historia cultural, en la medida que nos propone vías alternativas para interrogar al mundo jarocho en sus presentes y pasados. Y esto es así, por tres gestos que el lector podrá reconocer en esta obra:
1. porque los ensayos aquí reunidos permiten comprender los procesos históricos que han hecho posible la consolidación y continuidad de una tradición musical festiva de alcance regional, a lo largo de dos siglos;
2. porque los testimonios que aquí se narran permiten observar a una tradición cultural –la jarocha– en el momento mismo en que se reinventaba a sí misma y renovaba su memoria.
3. y, tercero, porque aún sin proponérselo, estos textos pueden ser leídos como el síntoma de una nostálgica anticipación histórica, dotados de aquel impulso que alguna vez Walter Benjamin consignara como una de las funciones de la historia y del compromiso social de los historiadores: arrancar a la tradición de las manos del conformismo “que está siempre a punto de someterla”.
Los editores de esta revista celebramos la aparición de este libro, felicitamos a su autor e invitamos a nuestros elegantes lectores a leer y disfrutar esta obra de reciente aparición.
Programa de desarrollo cultural Sotavento. Conaculta. 2003
“¿Te vas a poner el cuero?”
Es una frase que invoca la temporada de inicio de los Líceres, una de las festividades emblemáticas de Santiago Tuxtla, toda una tradición en lós días de San Antonio, San Juan, San Pedro y San Pablo. Practicada también –aunque con fechas propias y sus variantes locales– en distintas entidades del país como Puebla, Tabasco y Guerrero.
“La danza del Lícer”, un juego que divierte a niños y adultos pero, que también infiere temor a lo desconocido, al ser que se esconde bajo otra piel. Ponerse el cuero, vestirse de Jaguar, imitarlo, emitiendo su bramido y sus movimientos, danzar poseído como si de él mismo se tratara, correr velozmente tras la presa hasta alcanzarla, amedrentarla con los movimientos, el rugido y el “chilillo” como prolongación de la garra y, dominada la presa, subirla en hombros, darle vueltas, pegarle de forma indulgente y ponerlo salvo en la tierra, a reiniciar la danza y rugir poseído por el ancestraly mítico animal.
Esto, constituye solo un pasaje de una tradición ancestral. de origen prehispánica, reinterpretada en la Colonia con otra cara en el proceso del mestizaje cultural.
“La danza del Lícer”, constituye una de las más arraigadas tradiciones culturales de la región de Los Tuxtlas. Lo encontramos en el mito de creación de la humanidad a partir de la unión de un Jaguar y una mujer (hecha de Maíz). La importancia de esta cosmovisión de origen olmeca, nos presenta una cara de este antiguo pueblo prehispánico que basó su poderío y su grandeza en el cultivo de la tierra y, principalmente, del Maíz.
En la presente obra, Héctor Luis Campos Ortíz, analiza la “danza del Jaguar” en sus distintas advocaciones, donde el autor muestra la relación que hay entre el Jaguar y el Ma1z, representada a través de la “danza de los Líceres”.
El libro, nos dice su autor, tiene como finalidad valorar la importancia de nuestra “danza de los Líceres”, su historia y su origen. Se propone analizar también las variaciones rituales y ramificaciones de la “danza del Tigre”, con el propósito de motivar y dar pie, a nuevos estudios que profundicen en el tema.
Para a Dirección General de Culturas Populates, Indígenas y Urbanas, de la Secretaría de Cultura, es una satisfacción la publicacion de la presente obra, que, sin duda, motivará la curiosidad por conocer en toda su expresión, una de las principales tradiciones de la danza y la ritualidad con profundas raíces en la cosmovisión olmeca.
El Patrimonio Cultural Intangible, representado en una de las expresiones de los usos sociales, rituales y actos festivos, como lo mánifiesta “La danza del Lícer” en el presente trabajo, abonará en su conocimiento, comprensión de sus significaciones y simbolismos de manera que permita el reconocimiento del patrimonio cultural de origen olmeca.
Consideramos que la obra en comento, fortalece los esfuerzos por revalorar las actividades comunitarias de profunda raíz, como lo es la danza vinculada a los personajes fundamentales de la mitología olmeca, elTecuani y el Maíz. El patrimonio cultural de los habitantes de Santiago Tuxtla, tendrá continuidad y reconocimiento por parte de sus habitantes mientras se renueve en cada festejo, fiesta o ceremonia ritual, en el que se presente “La danza del Lícer”.
Para la Dirección General de Culturas Populares, Indígenas y Urbanas, y el Programa Regional del Sotavento, la difusión y fortalecimiento de las manifestaciones Y expresiones del Patrimonío Cultural Inmaterial por parte de los creadores Y promotores de la región de Los Tuxtlas renueva también la tarea institucional de apoyo a la préservación y salvaguardia de dichas expresiones culturales.
Una antigua tradición hermenéutica nos ha obsequiado la provocativa imagen de la naturaleza como un texto a descifrar, del gran libro de la naturaleza. En su más reciente poemario titulado Embosquecerse, Citlali recurre al neuma de la poesía ri[t]mada para proponer una exploración sensorial que incita “a sentir la fronda”. En su precisa escritura transcurren grillos memoriosos, mariposas de mil imaginaciones, ranas surgidas de sueños, pájaros de agua o las semillas de la tierra. Lo que surge de la contemplación, de la apertura de los sentidos son mucho más que descripciones, analogías o metáforas. También son anhelos, convicciones, mensajes cifrados de quién sabe qué intenso verdor: “Ya no camino, en las plantas de mis pies… brotan raíces.”
Sus versos recrean al tiempo encarnado en instantes, observancias o emociones acontecidas en lo más íntimo del bosque. La bruma depositada en los ojos, el sol que anima el andar, la placenta de donde todo brota encuentra en la poética voz de Citlali la posibilidad de respirar en palabras. La acompañan, en diálogo cercano y, al tiempo, provocador, las imágenes exultantes e íntimas de Karo Carvajal. La curaduría de esta colaboración de imágenes fotográficas y poéticas corrió a cargo de Edith Lira Vázquez.
Los Editores
Pájaros
Existe el cielo para llenarlo de pájaros
Para que sus alas desbaraten el silencio y nazca el aire.
Por eso los arrojamos al viento, al precipicio invisible es que se cuelgan.
Hace algunas décadas que Enrique Martín Briceño (Mérida, Yucatán, 1964) se ha convertido con todo merecimiento en uno de los conocedores y difusores más importantes del quehacer cultural y artístico de nuestro país. Si esto es rotundamente cierto a escala nacional, adquiere dimensiones sobresalientes cuando nos referimos a la cultura y música popular de su querida Yucatán.
Publicado en 2020, el año de inicio de la pandemia, Como un sonoro arroyito reúne un conjunto de artículos y textos diversos publicados por Martin Briceño en La Jornada Maya que, como se anota en la contraportada del libro, abundan en “aspectos de la historia regional, la cultura maya, la música, el teatro, la cocina y otras expresiones culturales de Yucatán, con erudición e indudable amor por el legado cultural de esta singular región mexicana.”
Se trata de una compilación de textos deliciosos, rebosantes de conocimiento y vida, además de sensibles e impregnados de la generosidad necesaria, para compartir con sus lectores lo que se ha aprendido, escuchado, leído, visto o vivenciado en primera persona. Los sesenta textos que conforman Como un sonoro arroyito se encuentran distribuidos en seis secciones: Música (11 textos), Teatro (6), Cultura maya (10), Otras expresiones patrimoniales (10), Historia 11 y Ensayos (2).
En particular, los amantes de la música yucateca encontraran en este estupendo libro (publicado por la editorial Libros en red www.librosenred.com), más de un estímulo para seguir sumergiéndose en los veneros de la música yucateca que, como anota su autor, constituye “un sonoro arroyito con el que Yucatán ha alimentado el caudal de la música mexicana, sobre todo en el terreno de la canción.” Antropólogo, musicógrafo, melómano, cantante, promotor cultural, escritor, amante de su tierra y muchas otras pasiones y talentos más, Enrique Martín Briceño es uno de los autores a los que es preciso seguir leyendo.
Siendo uno de los investigadores y practicantes más prolijo, versado y entusiasta de las tradiciones orales y lírica popular de México, Raúl Eduardo González irrumpe nuevamente en la escena editorial con El sueño del armadillo. Refranero apócrifo de Juan Charrasqueado, publicado en Morelia en 2021. Se trata de un vasto poemario confeccionado a partir de refranes, frases y proverbios que Raúl Eduardo glosa ingeniosa y certeramente, apelando a la estructura de la décima espinela.
En esta ocasión y, como ya lo hiciera en un trabajo previo (La vihuela en el llano, 2018), el libro constituye una afortunada colaboración con el artista plástico Alec Dempster, quien es el autor de las ilustraciones que fungen como contrapunto visual de los dichos, sentimientos y opiniones que el autor de las décimas ha hecho despuntar de la boca de Juan Charrasqueado -ese personaje ficticio de la canción ranchera al que González convierte en la encarnación humana del sagaz armadillo.
Acercarse al trabajo poético que Raúl Eduardo González nos comparte en este libro significa sumergirse en una antiquísima tradición poética de la cual El sueño del armadillo es una venturosa y bien lograda actualización. Al respecto el mismo autor nos dice: “En aras de la comunicación y de la efectividad del mensaje, ayer y hoy los decimistas han sido refraneros; sus estrofas ponen los dichos en contexto, y estos les sirven para expresar con precisión y belleza lo que quieren decir”. No sería extraño que el lector reconozca en algunas de estas décimas, el influjo del afamado versador jarocho Constantino Blanco Ruiz, “Tío Costilla”, cuya obra R.E.G., admira y reconoce. Pero, sin duda, también encontrará en estos refranes glosados, el talento, oído musical y contundencia poética que acompañan, por ejemplo, al verso de fundamento; y todo ese universo lírico, González lo expande y reinventa haciendo eco de una pasión y conocimiento refranero que le viene de familia y, a la cual, rinde homenaje haciendo presente la memoria de los suyos:
Mi abuelo decía pausado/que había que reflexionar/y que no se había de dar/ningún hecho por sentado. /Decía: “piensa en lo pasado/y haz tú mismo tu consejo/de nada sirve estar viejo/sin madurar cada vez/la memoria sólo es/la cultura del pendejo.
Los Editores LMyLR.
[«El sueño del armadillo. Refranero apócrifo de Juan Charrasqueado», por Raúl Eduardo González, a la venta en Librerías Gandhi, Mercado Libre (México), Casa del libro (España), Librería de la U (Colombia), entre otros puntos de venta alrededor del mundo. Más información y links de compra en: bit.ly/suenoarmadillo]
Zonte (apócope de Zontecomatlán) es uno de los nueve municipios serranos que conforman la Huasteca Meridional, también conocida como Región de Chicontepec o Sierra de Huayacocotla. Por su situación geográfica, constituye uno de los municipios veracruzanos más aislados y marginados. Su presencia ante otros pueblos se explica de la siguiente manera: limita al NO con Ilamatlán, otro municipio apartado; al N con el estado de Hidalgo, es decir; Xochiatipan sería la población principal más próxima; con Benito Juárez al NE, pueblo de fuerte presencia indígena; al SE con Tlachichilco, municipio veracruzano más extremo; con Texcatepec al S y Huayacocotla (Huaya) al SO. Su altitud es de 570 m.s.n.m.; su superficie es de 216.33 km2. El clima es cálido extremoso y, en ocasiones, el invierno es crudo. Según datos del último censo, la población total del municipio suma 10,565 habitantes, de los cuales no más de 1,500 viven en la cabecera municipal. Las vías de comunicación con que se cuenta son muy limitadas y, de hecho, a Zontecomatlán sólo se puede acceder por dos terracerías en muy mal estado, una de las cuales se desprende de Huayacocotla y la segunda viene de Benito Juárez, tomando rumbo en El Paraje. Estos caminos, que se unen en Zonte, están en proceso de mejoramiento y se espera que muy pronto se dignifiquen, ya que además de serle útil a la población serrana, significaría una ruta directa hacia la Ciudad de México.
Independientemente de la nomenclatura formal que pudiéramos emplear, el municipio en cuestión se localiza en la zona conocida localmente como La Cañada, inmenso, tajo por donde transitan las azulosas aguas del Río Zontecomatlán, cuyo caudal se forma por los nacimientos del Cerro Plumaje y se enriquece con los tributos del río proveniente de Pino Suárez, que se hermanan en el propio poblado. Kilómetros más abajo, este manto diáfano transita junto con el Río Garcés o Xoxocapa; después, se suma el Río Hules para formar, en Acececa, el Río Calabozo, tributario mayor del Pánuco. En toda esta travesía, ya no tan transparente puntos abajo, estas aguas van de-lineando y conformando pueblos y comunidades indígenas o mestizas cine eventualmente viven de la pesca (sobre todo de una variedad de miriápodos llamados ateuitla que, como bien lo señala el paisano Ildefonso Maya Hernández, se pescan a pedradas) y cotidianamente utilizan sus aguas para lavar y para beber. El río es un elemento valiosísimo para la • vida de este pueblo y de las demás comunidades asentadas en sus márgenes, pues además de embellecer el paisaje serrano, brinda muchos beneficios para la sobrevivencia.
En cuanto a los aspectos económicos se refiere, la población de este municipio se dedica fundamentalmente a la agricultura y, en menor escala, a la ganadería. En cuanto a la primera actividad, es de subrayar la importancia que tiene la producción chilera. En todo el municipio, y comunidades aledañas, la siembra de este producto es sobresaliente. Aquí se cultiva una clase llamada regionalmente xohchili al que, después de madurar, seleccionan y desvenan para someterlo al rucio sacrificio del kopili para quedar transformado en el famoso chilpoctli, delicia de la cocina nacional e internacional. Grandes cantidades de este producto despacha Zonte cada año a distintas partes del mundo.
EI evidente aislamiento geográfico y la marginación social de este municipio (más lacerante en épocas pasadas) ha posibilitado, prácticamente, la existencia de añejas pautas socio-culturales que han sabido mantenerse a flote y sobrevivir a la pretendida masificación. Una de esas expresiones de la cultura local que ha trascendido hasta estos días, ha sido la música; sobre todo la música de huapango o son huasteco, que en la zona de La Cañada guarda un especial atributo que la distingue del resto de la Región Huasteca; y teniendo a Zonte como importante ámbito natural, hemos llamado a este antiguo estilo huapanguero: Son Zonteño. Una de las peculiaridades de esta variante huapanguera, es la antigua factura acusada en la mayoría de los sones y huapangos (y en algunos de sus pocos músicos) del repertorio tradicional. Encontramos en esta área —que involucra a comunidades de otros municipios— una serie de sones (aunque algunos de ellos ya son cantados) raramente presentes, o definitivamente desconocidos, en el repertorio del resto de la Huasteca. Todo este universo sonoro es, repetimos, prácticamente desconocido e inédito. Su permanencia y desarrollo ha estado en mano de los músicos locales, cuyo número va a la baja. Infinidad de sorprendentes sones siguen alegrando la fiesta zonteña por excelencia: el carnaval, que acá tiene un mágico contenido y un inacabable desarrollo. Actualmente, en términos generales, se puede mencionar a dos personalidades del Son Zonteño: Serafín Fuentes Marín y Élfego Villegas Ibarra; ambos, músicos completos del género huasteco; excepcionales cantores y conocedores de esta tradición. Por lo que respecta al Profesor Serafín Fuentes Marín, nació en Zontecomatlán el 12 de octubre de 1923. Su padre era originario de Yatipán, Hidalgo; y su señora madre era de Zonte. Don Galo y Doña Sofía se conocieron aquí en el pueblo y, tiempo después, se casaron. Nos comenta el profesor Serafín que su infancia estuvo llena de privaciones, debido a la pobreza material de sus padres. Esto lo obligó a que, de niño, anduviera siempre acarreando leña en sus espaldas, puesto que su señora madre hacía pan, chorizo y tamales para vender. Este niño que acarreaba leña de los cerros, en sus ratos libres oía a don Ramón Ortega tocar su viejo violín.. Cuando don Ramón iniciaba su vespertina tarea, Serafín se acercaba sigiloso para aprenderle todas sus vueltecitas al momento de ejecutar un son viejo. Cuando ya tenía suficientes sonidos en la memoria, se devolvía a casa y al otro día, ya pardeando, volvías por más. De este modo aprendió a afinar el oído y a pulir su gusto por el huapango. Después, empezó a escuchar a don Arnulfo Álvarez Fuentes y a sus hermanos Enrique y Jesús, de los mismosapellidos. Todos ellos muy buenos huapangueros, además de ser sus parientes. Esto último, si lo seguimos señalando resultaría muy reiterativo, puesto que en este pueblo —como en muchos otros del mismo tamaño— todos, de alguna manera, son parientes. De este modo don Serafín se decidió a aprender a tocar el violín y, al paso del tiempo, lograr hacerlo el instrumento de su predilección; pero, en esos días de pobreza, el problema mayor era cómo agenciarse un violín. El asunto se resolvió una tarde que fue a leñar; allá en lo alto del cerro se encontró un buen tronco de jonote con el que empezó a construirse un riístico violín de aprendiz. Con esta madera elementalmente devastada,. se inició en el oficio de violincro. Tiempo mas tarde, el profesor Melquiádes López Pacheco le prestó un violín propiedad de su sobrino Irineo del Valle. Con este nuevo instrumento mejoró un poco más su aprendizaje. Más adelante, unos zonteños que radicaban en la Ciudad de México, O. E, entre ellos su tío Ernesto Fuentes Ortega, regalaron un violín al pueblo, y el general Élfego Chagoya regaló un clarinete de doble cadencia y una batería. Con esos instrumentos se formo una orquestita. Con ese violín; ya hecho en fábrica, se fue enseñando un poco más. Continuó ensayando piezas, valses y huapangos.
A otros importantes músicos que recuerda son: a don Evodio Pérez, don Daniel Ilernández (del Barrio Zoyotla). Nabor López, Lázaro Hernández (maravilloso vendedor de aguardiente que se valía de su violín para atraer a los clientes a quienes, una vez concluido el son, les despachaba, desde arriba de su mula que cargaba los barriles o castañas, aytí-dándose con una manguera), Pedro Reyes, (campesino del Barrio Tecuapa), Pino Hernández, Nabor López, Mauricio Hernández y Fuentes, Teófano Hernández. Cliserio Hernández (que llegaba al pueblo con sus disfrazados para bailar en el carnaval), estos eran los violinistas de antes, todos fallecidos, menos Teófono que radica en la Cd. De México. Los violinistas de ahora son más escasos, se reducen a Margarito Saavedra y a Roy Jiménez. En cambio, guitarreros siempre ha habido más. Los de antes eran: don Lino Herrera (también tocaba jarana huasteca, aunque no estaba integrada al conjunto), Víctor del Valle Herrera (alegre y pícaro a quien don Serafín le hizo un huapango), don Juaquín López (don Juachi), Aurelio López, Salomón Morales, Genaro Sagahón, Enrique Álvarez Fuentes, Jesús Villareal Cordero, Fernando Moreno, José López, Aurelio López y Timoteo Naranjo. Ahora se pueden nombrar a Fego Villegas Ibarra y a los hermanos Arturo, Eduardo y Víctor Fuentes Castro; a Lino Olivares Fuentes, Margarito Saavedra, Roy Jiménez, José Jerónimo (de La Candelaria),, Benito Tolentino (Barrio de Tetipa) y a Braulio Sandoval (Barrio Zoyotla).
Para este tiempo, nos cuenta el pro-fesor, ya se oía al Viejo Elpidio Ramírez, cine había salido de Xoxocapa -llamatlán, Veracruz- a probar suerte a México, D. E, y de él tomó algunas cadencias cuando lo oía en la radio, ya que el Viejo tocaba con un estilo muy parecido al son zonteño porque Xoxocapa —tierra natal de Elpidio, hombre que se adjudicó toda la preciosidad de nuestro repertorio huapanguero— queda cerca de Zontecomatlán. Ya para 1949, Fuentes Marín emigró para la Ciudad Capital a buscar acomodo como músico. Apoyado por el torero Rafael Flor, junto con otros músicos de guitarras sextas, llegó a tocar en algunas radiodifusoras. Un día, cuando tenía actuación en la radio, mandó una carta. a Tayde Fuentes Cordero, en la que le decía: “Si gustan oírme tocar huapango por la radio, echen a anclar la planta; yo toco a las 16:45…” En Aquellas épocas había una fuente de luz cine había obsequiado al pueblo el memorable don Estanislao Villegas, mejor recordado como don Tanis. Fue la prime-ra vez que los zonteños escucharon a un coterráneo por la radio. Don Víctor del Valle Herrera (guitarrero de don Serafín aquí en este solar y alma del carnaval zonteño), también escuchó la radio; y una vez que Fuentes Marín vino de paseo al pueblo, le dijo: “Hermano Finso, cuando te oí tocar por radio, hubiera querido estar ahí adentro…” Pero el des-tino de don Serafín definitivamente no estaba en el altiplano… Regresó a su tierra un poco desilusionado por no haber encontrado compañeros que lo hicieran fuerte. A la fecha, aún se lamenta de no haber corrido con tan buena suerte… Así se inicia en lo que ha bautizado como su orfandad. Parecía ser que el infortunio lo perseguía, porque a los pocos días de su retorno, su mejor guitarrero. don Víctor del Valle Herrera, el cacahuate, falleció “envuelto por la selva , por el arrullo del viento al azotar las hojas” como prefiere decirlo don Finso. Este fue el inicio, ya no (ligamos (le la orfandad, sino de una persistente soledad. El tiempo corrió, y un buen día aparece por su casa Fego Villegas y maduran un buen dúo tradicional, que era el modo de hacer huapango, ya que el trío nació después. Fego asimiló y perfeccionó la tradición con don Serafín y fue por un buen rato su buen guitarrero.
Élfego Villegas Ibarra nació en Zonte el 19 de abril (le 1944, y para ese tiempo era tul joven interesado en cap-tar y entender la cultura de su pueblo. Se desempeñaba allá en varios oficios: la ebanistería, transmitida por su señor padre; la laudería, captada por la profunda capacidad de observación; y, entre otras cosas, la buena voz y el excelente sentido musical. Cuando Fego se va a radicar a Xalapa, Veracruz, en 1974 para integrarse al Grupo Tlen-Huicani de la Universidad Veracruzana, don Finso retorna nuevamente a la soledad, y es cuando aparece Timoteo Naranjo Mérida con quien comparte varios años la tradición huapanguera en bailes, actos cívicos y en parrandas caseras. Desafortunadamente Timoteo, también ebanista, tornó un sendero que, a la postre, lo llevó a la tumba hace un par de meses. También con la muerte de Timo el Son Zonteño pierde a un buen elemento. Actualmente, a don Serafín le da gusto que uno venga de paseo por Zonte, porque así puede ejecutar su música, y sobretodo si vienen los Villegas. Ya estando acá, podemos comprobar también la excelente eficacia de don Serafín como anfitrión, porque los alimentos se deben de tomar a la hora, sin ningún retraso. Ya aquí. en la tranquilidad de su vieja casa tradicional, se le puede apreciar, con sus 76 años a cuestas, sentado ahí en el corredor sosteniendo amena plática con los vecinos y amigos; y ya por la tarde, se van acercando algunos jóvenes deseosos de aprender su arte; entre ellos destacan sus ahijados- a quienes les está enseñando. A estas alturas, ya Margarito Saavedra es uno de sus aventajados alumnos.
Hoy, además de Villegas Ibarra, acompañan en este fonograma al maestro Serafín el profesor Daniel Jácome Gómez. músico originario de Las Mesillas municipio de lxhuatlán de Madero. Veracruz, que durante 30 años se desempeñó como integrante del Grupo Tlen-Huicani de la U.V., y junto con Villegas también formó el trío Los Cantores de la Huasteca, grabando varios discos.
El trío huasteco que hoy estamos escuchando, está integrado por don Serafín Fuentes Marín (violín y primera voz), Élfego Villegas Ibarra (guitarra quinta huapanguera y voz) y en la jarana huasteca Daniel Jácome Gómez.
EL PROGRAMA
1.- La manta vieja (Son tradicional. Letra de S. E M.). Son muy tradicional, escuchado en las épocas de la infancia de don Serafín a don Pedro Chávez, a Eladio Ramírez; después, a Julián Ramírez y a Federico. Cuando don Serafín tenía 10 años de edad, don Pedro Chávez ya era un hombre de 75 años. Eladio también ya era mayor; ambos eran indios y vestían de manta, a la usanza antigua. Don Julián era mestizo y nativo de Xoxocapa… Cuentan que el viejo Elpidio venia a tocar a Zonte en las épocas del carnaval y que también lo hacía todos los fines de semana para huapanguear Este son no tenía letra y don Serafín se la puso allá por 1950 para alegrar un poco más al carnaval. Este son se baila zapateado y es de los más gustados por los disfrazados que van bailando casa por casa, en comparsas formadas por parejas de varones que se visten de viejos y viejas, es decir, varones y mujeres. Existe otro son de La Manta, pero es distinto, un poco anterior a este.
2.– La llorona (Son tradicional. Letra de S. E M.). Son antiguo sin letra fija, ya que se cantaba utilizando versos sueltos o variados, al cual don Serafín le hizo la le-, tra en 1953. Se trata (le un son que pue-de tocarse en cualquier etapa del carnaval, fiesta que se inicia un viernes antes del miércoles de ceniza. Se anuncia golpeando innumerables latas y echando cohetes desde la madrugada del viernes. Se trata de tina variante muy especial de la Llorona. digamos, nacional; pero con otro encanto, mismo que la naturaliza en imite, donde se ha tocado y escuchado desde los tiempos pasados.
3.– La chachalaca (Son tradicional de carnaval). Este son se cantaba únicamente con versos sueltos. Don Serafín hizo la letra recientemente. Se habla de que se acostumbra dentro del repertorio zonteño desde hace muchos años, expresión que no arroja mucha luz sobre su antigüedad. pero que al menos libra de la preocupación a nuestros informantes. Tanto en su melodía como en su ritmo es distinto a la otra chachalaca, son o huapango a quien don Nicandro Castillo y don Temo Villeda tratan de emparentar, no sin justa razón, con el ranchero potosino.
4.– El perro (Son tradicional) Este son se baila un poco más zapateado, razón por lo cual los disfrazados lo solicitan a menudo, ya que se presta para realizar múltiples evoluciones. Antiguamente se cantaba con versos sueltos, alguno de los cuales hacía referencia al nombre del son; pero don Serafín, según él para hacerlo más carnavalesco, le com-puso una letra en donde se hablara más del perro, animal que en Zonte, como en muchos otros lugares, está íntimamente ligado con la casa y las actividades de la cacería.
5.– Carnaval zonteño (Son tradicional. Letra de S.E M.) Este son, que ya existía de manera instrumental (como todos los sones), fue elegido por don Serafín para rendirle un merecido tributo a la fiesta zonteña por excelencia: el carnaval. Se pueden apreciar en esta composición todos los pormenores de las carnestolendas huastecas (le esta zona.
6.– Son de carnaval (Son tradicional). Se trata de un son huapangueado sin letra. De este tipo de sones existe una infinidad, situación que ha propiciado desde tiempo atrás que muchas personas se los adjudiquen, una vez habiéndoles puesto letra y colmo! hasta un chocante nombre. Estas antiguas obras musicales huastecas. aunque sean anónimas y carezcan de un nombre específico (porque nunca lo tuvieron, porque no lo necesitaban o porque con el paso de las décadas se olvidó), son de mucha utilidad y en el huapango tienen una función vital, ya que los músicos (que no necesitan de esas referencias al momento de ejecutarlos dado que sólo vienen a la memoria y ya) los emplean para que descansen los cantores y para que los bailadores cobren nuevos bríos. Por algo llegaron a nuestra época de esta manera. Don Serafín pertenece al grupo de esos compositores actuales que no necesitan apropiarse de la obras musicales populares para tener presencia en el medio huapanguero. Él es honesto y las cosas las dice cual son.
7.– La mariposa (Son tradicional. Letra de S. E M.). Se trata de otro de los grandes sones huapangueados muy solicitados en el carnaval. La melodía de este son inspiró en don Serafín la nueva letra que hoy lo acompaña y que en Zonte ya todos se saben.
8.– Azucena bella (Son tradicional. Letra de S. E M.). En 1958 el profesor Serafín compuso la letra de este son del repertorio tradicional, y nos comentó que es muy distinta en muchos aspectos a la azucena bella que grabó el Viejo Elpidio. En el carnaval o en cualquier otra ocasión se toca esta Azucena, hoy ya integrada al huapango en toda la huasteca.
9– La primavera (Letra y música de S. E M.) Huapango cuyo arreglo se inició en 1953 y fue concluido en 1960. Nace cuando don Serafín se extasiaba con la pre-sencia de la “estación más deliciosa” y todo lo que ella significa: canto de aves, vuelo de mariposas, presencia de flora-ción en campos y jardines domésticos. Desde 1953 se introdujo al carnaval.
10.– El pájaro cu (Son tradicional) Nos cuenta el profesor Serafín cine’ conoció este son ya con el estribillo, hoy muy viejo, que aludía al ferrocarril, concretándose él sólo a hacerle unos versos para enriquecer un poco más la temática; pero que el nombre del son es el tradicional y que no se trata de ninguna copia actual.
11.– El volado gavilán (Son tradicional. Letra de S. E M.) Este son pertenece al carnaval zonteño. La letra fue compuesta con los fines ya señalados en otros sones. Actualmente ya se canta para alegrar la fiesta.
12.– Son de carnaval (Son tradicional) Son huapangueado. Se baila muy zapateado. Forma parte fundamental del repertorio usado, sobre todo, para el carnaval.
13.– La chuparrosa (Son tradicional. Letra de S. E M.) Se trata de otro son del carnaval y con letra reciente. Su ritmo es huapangueado. Es considerado un son muy antiguo y muy bailado en el carnaval.
14.– Teresa Dolores (Tradicional. Letra de S. E M.) Son viejo del carnaval. La letra fue hecha hace varias décadas. El baile de este son es muy lento, obedeciendo a la cadencia y ritmo del mismo.
* * *
El trabajo que hoy presentamos constituye, sobre todo, un merecido homenaje y reconocimiento profundo a la persona del profesor Serafín Fuentes Marín por su importante presencia y trabajo a favor de la música tradicional de la Huasteca, a la que ha dedicado toda una vida como músico, compositor, cantor y entusiasta sostenedor del carnaval, ámbito donde el son y el huapango pueden alcanzar su máximo desenvolvimiento y desarrollo. Asimismo, queremos dejar un testimonio musical del maestro, tal y como lo han solicitado muchos músicos de nuestra región. A este reconocimiento se han sumado también el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, y la Dirección General de Culturas Populares a través del Programa de Música Popular que coordina el Antropólogo Fernando Híjar S. Reiteramos nuestra gratitud al Antropólogo Alfredo Delgado Calderón, Subdirector de Arte Popular de la D.G.C.P., por su decidido apoyo, respaldo y comprensión para que este fonograma pudiera realizarse. Asimismo, patentizamos nuestro agradecimiento sincero a la Antropóloga xalapeña Raquel Torres Serdán por su apoyo decidido para la organización de este material; de igual forma, agradecemos ampliamente al maestro Manuel Vazquez Domínguez y a la Empresa SIGMA, por el trabajo de tantas horas en beneficio del formato final de Son Zonteño. Finalmente, y cumpliendo con un deseo especial del maestro Fuentes Marín, dedicamos cumplidamente este trabajo al pueblo de Zontecomatlán de López y Fuentes, Veracruz, por ser una tierra sostenedora del son y del huapango; pero sobretodo del precioso carnaval, fiesta que permite bailar, de la noche a la mañana, durante cinco largos días. También nos recomendó el maestro poner mucho cuidado en lo siguiente: no olvidar hacer mención que, este trabajo que hoy escuchan, salda totalmente la deuda que contrajo con ustedes m 1949, año del corto exilio voluntario.
Román Güemes Jiménez.
Tecalantla, Veracruz.
Octubre de 1999.
Notas
(1) Término introducido y empleado por Alfonso Medellín Zenil en Exploraciones en la Región de Chicontepec o Huasteca Meridional, Temporada I, Xalapa-Enriquez, Ver., 1955. Editora del Gobierno de Veracruz, 1982.
(2) Del náhuatl tzontecomat (jícara en forma de cabeza) y del locativo abundancial —tla(n). Lugar donde hay abundancia de tzontecómatl. Existe la tendencia de traducir el topónimo como “el río de las calaveras, suponiendo que la palabra clave es tzontecomitl, cabeza, alejándose de la búsqueda. Si Cuatecontaco significa “En el lugar del cuatecómitl, huaje cirial o cuatecomate”. ¿Por qué no pensar que Zontecomatlán es el lugar del tzontecómatl, una posible variedad de jícara con la forma ya especificada?
(3) Xohchili o xochili, literalmente significa “chile verde”, aunque podría pensarse que, por los dibujos y ralladuras que presenta el producto, la partícula xo– pudiera indicar “florido”.
(4) Copili, construcción de varas y lodo, en forma de horno, que se emplea para ahumar el xolichili. Localmente se castellaniza como copil.
(5) Chilpoctli, su significado más inmediato es “chile expuesto al humo”. En todo nuestro país se le conoce con el nahuatlismo chipotle o, peor aún, como chile chipocle.
La Manta y La Raya # 14 marzo 2023 ________________________________________________________________________
Rancho de Guinda. Santiago Tuxtla 1982
Pedro Gil y
Luis Campos
Grabaciones de Campo
La Manta y La Raya. 2023
Como ya ha sido anunciado, La Manta y La Raya se complace en presentar las grabaciones realizadas en 1982 por Francisco García Ranz y Armando Chacha Antele, de don Pedro Gil y don Luis Campos, músicos campesinos de las tierras bajas de Santiago Tuxtla, Veracruz. Una producción que lleva por título Guinda 1982.
Tres textos, escritos desde diferentes puntos de vista, acompañan, explican y enriquecen al conjunto de grabaciones:La puerta de Guinda, Km 19. Un poquito más allá empiezan los llanos. de Armando Chacha Antele; Al son de don Pedro Gil y don Luis Campos. Notas de campo, de Francisco García Ranz; y Guinda – o la memoria que pende de un hilo, de Alvaro Alcántara López. En los textos nos encontramos con recuerdos de hace 40 años, con los que se reconstruye una historia en la que se pone en contexto no solo la música grabada sino la vida de estos músicos, así como algunos aspectos de la sociedad campesina de esta región de Los Tuxtlas.
La colección se compone de 14 registros sonoros grabados in situ:
01La Guacamaya02La Bruja03El Siquisirí
04La Morena05El Pájaro Carpintero 06El Buscapiés
07El Colás 08El Fandanguito conDesenojadas
09El Palomo 10El Cascabel11Plática
12El Toro 13El Pájaro Cú14Pascuas
Tanto los registros sonoros como los textos antes mencionados, se encuentran en la Fonoteca de La Manta y La Raya (www.lamantaylaraya.org) para su consulta en línea. La edición del audio estuvo a cargo de Francisco García Ranz y Leo Heiblum .
La Manta y La Raya # 14 marzo 2023 ________________________________________________________________________
Migrar
de
StephanieDelgado
grabado en Cubeta Records,Ciudad de México, 2022
Stephanie Delgado (Hueyapan de Ocampo, 1989), músico y cantante veracruzana, hace su debut como solista con un disco generoso y comprometido al que ha titulado Migrar. Se trata de una producción compuesta por diez piezas de su autoría que recuperan la memoria de su terruño resignificadas por las experiencias de transitar el mundo y crecer arropada con las músicas que lo sueñan. La acompañan en esta aventura una alineación titular conformada por Juan Pablo Martínez (piano y teclado), Aníbal García (multipercusión) y nuestro querido Jorge Cortés (bajo eléctrico), quien además fue el responsable de la producción musical de la –casi– totalidad de los números que hacen el disco. Se suman a ellos, una pléyade de músicos invitados que incluye nombres ya célebres en la escena de la música contemporánea nacional.
Con un ánimo de apertura a los aires frescos y un impulso determinado por fijar su decir en la escena musical, Migrar constituye la reivindicación de una identidad construida y reapropiada en el ir y venir por las sonoridades de la vida. ¡Enhorabuena a Stephanie Delgado por este disco debut!
Las íntimas letras que salen de su emoción, en gozoso contrapunto con la brillante música que habita el disco, nos hace pensar que lo mucho que tiene de bueno este cede será aún más potenciado, por todo aquello que Stephanie D y sus músicos reconocerán como su patrimonio, tras haberlo imaginado, grabado y sonado en vivo unas cienes de veces. ¿A dónde la llevará este disco? Tal vez sólo ella pueda intuirlo:
La Manta y La Raya # 14 marzo 2023 ________________________________________________________________________
Yanga El costo de la libertad
de Alfredo Delgado
INAH
No resulta exagerado afirmar que las historias en torno al personaje histórico conocido como Yanga han estado atravesadas por una serie de estereotipos, mitos y verdades a medias –y también, es justo decirlo, de abiertas falsificaciones. Hasta ahora.
El nuevo libro que Alfredo Delgado nos entrega se propone, precisamente, desmontar la «historia de bronce» generada alrededor de este personaje y presenta, en cambio, una sólida, inteligente y documentada investigación historiográfica que hace de Yanga y sus colaboradores, una parte más de una larga y continuada historia de negociaciones, conflictos y resistencias, en donde la agencia social de las personas de origen africano se hace más que patente.
Bajo una perspectiva de larga duración, Delgado Calderón documenta puntualmente el papel que desde la segunda mitad del siglo XVI desempeñó el puerto de Veracruz, como centro de dispersión de personas de origen africano que huían de la esclavitud y que encontraron en el espacio triangular Córdoba–Alvarado–Puerto de Veracruz, una zona de refugio y la posibilidad de forjarse una vida distinta. Se muestra entonces que Yanga fue uno de varios líderes cimarrones que habitaron aquella área y que, con toda seguridad, la fundación de San Lorenzo de Cerralvo se llevó a cabo algunos años después de que Yanga había desaparecido. Lo que deja en evidencia, la puesta en marcha de toda una política disidente implementada por más de siglo y medio, en el intento de la población de origen africano por mejorar sus condiciones de vida en una sociedad colonial.
Vale la pena destacar que un aporte fundamental de este trabajo es que Alfredo Delgado prolonga sus pesquisas hasta fines del periodo colonial, para reconstruir así las tensiones, peripecias y agravios que debieron encarar los habitantes del pueblo negro recién creado, de parte de sus vecinos, tanto del mundo español asentado en Orizaba, Córdoba y haciendas ganaderas vecinas, como de los pueblos indios de la zona.
De esta manera, el investigador del INAH Veracruz y actual director del Museo de Antropología de la Universidad Veracruzana, pone en práctica un desplazamiento que lo diferencia de toda la historiografía anterior: hace del mítico personaje de Yanga el recurso analítico que le permite reconstruir una historia social compleja y profunda, marcada por el conflicto y la lucha social, la búsqueda de acceso a la tierra y la construcción y defensa de la autonomía de un pueblo negro.
El costo de la libertad. De San Lorenzo de Cerralvo a Yanga, una historia de largo aliento (INAH, 2022) constituye un magnífico ejemplo de la historia profesional que hace tiempo se viene haciendo en el estado de Veracruz y en México. Y los selectos lectores de nuestra revista deben poner esta importante obra como una de las lecturas obligadas del año que corre.