La Manta y La Raya # 14 marzo 2023 ________________________________________________________________________
Bertha Llanos
Testimonios recogidos por Alec Demster en Santiago Tuxtla, 2005
* Entrevista y grabados tomados del libro: Ni con pluma ni con letra. Testimonios del canto jarocho. Investigación y grabados de Alec Dempster. 2° edición 2022, Fogra Editorial, México.
Mi papá murió en 1955. El 21 de mayo cumplió cincuenta años, y él murió de cincuenta y cuatro años. Ahora, échale cuál fue su año; de muerto tiene cincuenta. Aquí hay muchas personas que lo conocieron, pero ya muchos han muerto, personas muy ancianas. Mi papá era campesino, sabía muchas cosas. Él aquí tenía una tiendita. Aquí, esta casita estaba arriba de un barranco, era de caña, era de palos de antes. Pero él desde chamaco dice que empezó a componer palabras. Toribio Guzmán fue su maestro. Aprendió tercer año, y ya. Supo muchas cosas, sabía leer y escribir. No aprendió más que tercer año, pero es que antes era tercer año, no que ahora las niñas de tercer año no saben ni cuántos gramos tiene el kilo. Entonces, yo estudié dos meses de primer año, dos meses de primaria tengo; ni siquiera me medio explico. Muchas veces la atención, ¿verdad? A mí me ha gustado mucho leer libros. En libros, en revistas, en periódicos, se encuentran palabras que se pueden utilizar. Mi papá también lo miraba. Llegó el tiempo que ya no miraba: mi mamá y yo le leíamos, y si venía una persona, y decía: “Le voy a hacer una poesía; ¿cómo es?”. Le decía cómo es, porque no lo miraba. Se relacionaba con el gobierno, cuando fue presidente de la república Lázaro Cárdenas; fue en el cuarenta y seis. La relación del código de Ley de Tierras Ociosas. Él se hizo representante, y con la ley en la mano invadió las tierras de por acá que estaban ociosas. Pero ya después ya no lo dejaron, porque aquí hubo un tiempo que todo eso por acá eran ejidos; todavía, donde viven ahí Margarita y mi hijo Diego. Es ejido en La Octava. Ahí todos eran ejidos. Entonces vino la ley, que todo el que tenía el ejido lo entregara a su dueño. Los terrenos los volvieron a entregar. Los de Ángel Carvajal, Rosario Carvajal, todos esos terrenos habían agarrado para sembrar: sembraron mango, cedro, chagani, muchas cosas, y se los dejaron a los señores dueños, porque así vino la ley. Hasta mataban; como en la política. Pero ahora no hacen lo de antes. Un tostón y pa’dentro. Un tostón, y a comprar gente. Porque unos cincuenta centavos ganaba un hombre trabajando en el campo. Claro: les dan su tostón y pa’dentro. Así les quitaban gente. ¡Era una cosa! Se mataron, y se hicieron. Peligroso. Mi papá cantaba en mexicano. Tiene unas décimas en español y mexicano:
Al pie de una colina
donde la rosa creció
vine a contemplar tu nombre
con todo mi corazón.
Pero ese dice en mexicano:
Itzintlan ce tepetontli,
campa xochitl mohuapana,
iceizoctzin noyolotzin quitilana.
Él lo aprendió todo en mexicano y los arregló; como usted sabe su idioma, usted arregla a su idioma, y ya lo compuso. Pero usted puede fundarse. No deje pasar el tiempo. Ponga su fun-damento, que el libro lo tiene aquí [señala su cabeza]. Bueno, póngate a pensar.
Mi papá estaba durmiendo y decía: —¡Catalina, levántate! Mi mamá se levantaba. —¿Qué quieres, Juan? —¡Escribe! —ya se ponía a escribir un sueño que soñó—:
Soñé con una fortuna hace muchísimos días, que algún día yo sería hombre de mucho poder, que llegaría a tener lo que ninguno tenía.
Esos estribillos, mi papá los hizo.
Según decían antes mis antepasados, lo embrujaron. No sé qué. Él ya estaba malo, estaba enfermo. Era muy enamorado, así como estaba, todo chueco, todo chirrisco, y él para el amor fue “del alacrán la cola”:
He llegado a esta función
a ver si doy golpe en bola,
para cantar este son
entre rosas y amapolas,
porque yo para el amor
soy del alacrán la cola.
Fue muy enamorado, pero borracho no. Eso fuelo que tuvo Juan Llanos.
Chano Escribano es su consuegro de Manuel, mi hijo. Ese tiene mucho verso que le ha comprado. Le compró a mi papá mucho verso. Ese tiene unos versos que dicen: “¿Cuáles son las cuatro esquinas / del reglamento sumario?”. Pero ya no me acuerdo. Tengo muchos escritos, pero mi gente no quiere luchar, arreglarlos. Pero si ellos me los leyeran, yo los compongo. Tanto que cantaba era Manuel Valentín. Venía aquí: mi papá le enseñó todas las tonadas. Aquí fue conocido cantador, pero ya los cantadores viejos, ahora ya no dan. Nicho Vichi sabe muchos versos, porque aquí compró también, y aquí venía a aprender con mi papá. Le apilaban con su jarana, con su requinto, la segunda, la tercera, violín, y era un alboroto que hacía mi papá, y tenía una tiendita. Vendía mercancía de abarrotes. Vendía entonces, no era alcohol, era aguardiente: un poquito, así, en un vaso, verde, verde. Era yerba. Dos centavos. Te lo tomabas. Ya, venían:
—Un dos.
—¿Qué quiere?
—Hierba.
Al aguardiente le metían hierbabuena, y salía verde, verde. Muchos licores hacia mi papá: manzana, perón, membrillo; muchas cosas hacía. Hacían vino; vendían aquí, en las fiestas, las botellas. Nanches. ¿Cuánto, no? Todavía nanche, pues, está privando; pero los demás, ya. Gabriel Arnau es el que hacía también. Aquí venía con mi papá. ¡Bueno! Muchas cosas que hoy no las oigo. Eso fue antes. Aquí venían muchos cantadores a cantar y no sé qué tanto. Venían de por allá, hablándole en mexicano, y él contestaba. Cantaban en mexicano y contestaba como hoy que cantan en inglés. Cantan como quieren. Por ejemplo, usted llega y me dice:
—Chimotal.
—Ya nana (`buenos días’).
Ya sé que me dijo buenos días, pero yo le respondo: “chimotal”; siente, pero ahorita hay todavía personas grandes de edad que saben mexicano.
Había un compositor que le decían el Vate Comoapefío, era Crescenciano Brígido. Lo vino a saludar en versos, y mi papá contestando, y se lo dijo hablado y luego cantado. Ya mi papá le siguió cantando, y ya no dio el otro la medida. En Comoapan hay personas que saben mucho, y en Soconusco. En San Andrés hay mucho anciano que toca jarana y la guitarra, o, como digo, guitarra de sones. ¡Mi papá, pa’l requinto! Requinto, segunda, tercera, de todo. Guitarra de son. Canciones. Don Ricardo Castellanos también hizo mucho verso; un señor que se llamaba Manuel Guzmán, Felipe Palma: eran cantadores. También se alcanzaban con cualquier cosa. Mi hija, Rosa Lara, también se alcanza. Mi hija mayor sacó el corrido de Colosio, cuando mataron a Colosio, y La Laguna Verde: de repente, cuando puede, le alcanza. Mi papá se vivía nada más escribiendo. Por eso, cuando le venían hablando en verso, enseguida contestaba. No eran versos ya sabidos, sino nacidos del pensamiento. Hubo uno que llegó bien pelado, todo rapado, y estaban dos ahí, y le sale uno:
En la cumbre de un taray
cantó un pájaro gorrión.
¡Hombre, qué tijeras traes!
Es bonito ser pelón,
pero no de a tiro ráiz.
Entonces, el otro le dio coraje:
—Contéstalo.
—No vaya a haber tiros.
—No. Si hay tiros, yo respondo. Yo aquí traigo.
Porque era en Cabada. Porque ahí la gente le gusta mucho. Entonces, dice mi papá:
En una naranja vana,
yo recuerdo que te di.
Anda, avísale a tu nana
que si me rasuré así
fue porque me dio la gana,
no por darte gusto a ti.
Hay que tener coco. El cerebro es pura bolita que está trabajando. Inmediatamente, acomodar esa palabra; ahí está el chiste. Pero en un huapango llega uno y canta y el otro le contesta; como el argumento, ¿no? Los versos picones. El poeta nace, no se hace. Ahora estudian poesía, para componer estudian poesía.
Antes le decían a mi papá:
—Tú tienes el bastón del diablo, porque enseguida respondes.
—Déjenme de salvajadas. Busquen ustedes el motivo en su propia cabeza, que para eso la tienen.
Y así es. Póngase a pensar. Cuando duerme, cuando está solo, póngase a meditar, y va a ver cómo las palabras le nacen y usted las pone. Por ejemplo, estás viendo la tele y de todas las musarañas que están naciendo, ¿usted se alcanza un verso? Ahí lo saca.
Digo que ahora las palabras son otras, hay que buscar. Como viene usted, de por ahí, viene buscando otra palabra, otra idea, y la encuentra. Porque todavía hay. Yo voy a dejar muchas cositas el día que me marche de aquí eternamente, pero mis hijos pues no las aprecian. Yo no, yo aprecié todo lo de mis pa-dres, pero ahora, en esta época que ya estoy perdiendo la vista, ¡cuántos papelitos ando guardando! Cuando me muera, me van a buscar todo.
Yo hice una poesía conforme a la Biblia, pero esa poesía es de un texto. Salmo 105 o 119. Ya no me acuerdo. Ese dice:
Sostenido por la fe,
llegaré yo a mi destino,
porque Tu palabra es
Tu altísimo Dios divino:
lámpara a mis pies,
lumbrera a mi camino.
Es un texto; porque la Biblia dice: “su pálabra es lámpara a tus pies y lumbrera a mi camino”. Es salmo, 105, 119.
Ya no me dieron esperanza de que vuelva a ver. Pero, si Dios quiere, ¿verdad? Todo lo sabe Dios. Nosotros queremos componer, pero para nosotros todo es dificil. Pero para Dios todo es fácil. Muchas veces, lo que a nosotros se nos hace dificil —pues somos mundanos, somos terrenales—, pero el Padre Celestial lo sabe todo. Ya no hay otro. ¿Cuántos dioses hay? Un solo Dios verdadero, y si hay mil dioses se encierra en uno. Aquí en el mundo, pues, muchos dioses y diosas. ¿Cuántos quieren ser dioses y diosas? Pero no se puede.
¿Ya no se acuerda de Salomón?
Cuando me pongo a trovar,
en versos dibujo historia.
Ahora te voy a contar
lo que hizo la reina mora:
a Salomón fue a tantear
dónde estaba su memoria.
Yo quisiera adivinar
como el Sabio Salomón,
pero me pongo a pensar
que puedo perder la acción
en la suma de quebrar.
Una reina a Salomón
lo tanteó de tal manera,
como hombre adivinador,
que al momento le dijera:
“Dígame, de estas dos flores,
¿cuál será la verdadera?”.
Luego dijo Salomón
que lo esperara la reina,
y al momento sacó
la abeja real montera,
y ni así le adivinó
cuál sería la flor de cera.
Arrodillada la Reina,
no le pudo adivinar.
Dijo la reina: `¿Cuál era
la rosa más natural,
porque una es hecha de cera?”.
Salomón quedó pensando,
cómo podía adivinar,
en su mente descifrando,
dijo que: “La abeja real
puede irme asegurando
cuál será la natural”.
Profundamente, no pudo
el gran sabio Salomón:
quedó en duda y no seguro,
no le dio contestación.
A tiempo dicen mis labios,
sin perder las amistades:
¿para qué tener agravios?
Toditas son vanidades,
ni Salomón siendo sabio
adivinó las verdades.
Ni el gran sabio Salomón
adivinó la verdad:
según su declaración,
fue la reina de Sabá
la que le ganó la acción.
No quiero ser Salomón,
ni tampoco un adivino.
Será la declaración
que la ley de los destinos
es del cielo a la mansión.
Me dicen que Salomón
era un sabio muy profundo;
no tenía competidor,
porque era un rey sin segundo,
pero le ganó la acción
una reina de este mundo.
Y él, que era sabio, nada…
Todos los versos los debe de tener en la memoria. Hay que argumentar en cuentas. El otro que dice del “artículo sesenta”, cómo se quiebra una cuenta. Muy bonito. De quebrados y multiplicados:
Si yo tuviera cien pesos,
no los había de cambiar,
porque después del ingreso
a no se puede contar,
porque en tostones hay progreso
de a veinte ni decimal.
La suma y resta es unión
a la cuenta de un ingreso.
Dividir una porción
es muy poquito progreso.
Doscientos tostones son
la cantidad de cien pesos.
De plano lo que argumente
esta contabilidad,
que suma y resta se cuente,
multiplicando igualdad,
que son quinientos de a veinte
cien pesos la cantidad.
Las cuentas son muy cabales,
todas van en progreso;
suma y resta son iguales,
multiplicando es impreso:
mil monedas decimales
es el total de cien pesos.
En las notas de este verso
los dos totales se ven.
Si quieren ver el progreso,
no lo traten con desdén:
mil décimos son cien pesos,
y dos mil quintos también.
La suma y la resta pone
igual multiplicación;
la división dispone
a verificar la acción;
la quiebra es la que compone
la cuenta y aclaración.
Cuando me pongo a trovar,
mi corazón se contenta.
Los versos de argumentar
del artículo sesenta,
en la forma de sumar
cómo se quiebra una cuenta.
Hay que sumar y restar
y multiplicar también.
Dividir, primer lugar,
como aquí se nos presenta,
que sea sin modificar
el artículo sesenta.
Vamos a poner: cien pesos,
¿cuánto viene a resultar?
En la cuenta de progreso
hay que sumar y restar,
y en la división, por eso
la voy a multiplicar.
—¿En tostones, cuántos son
la cantidad de cien pesos?
—De la misma cuenta hoy
en la suma del progreso:
doscientos tostones son
la cantidad de cien pesos.
El argumento es patente;
lo que de plano confieso
con mi humilde pensamiento,
digo lo que es el ingreso:
que son quinientos de a veinte
la cantidad de cien pesos.
Primero buscaban que rime el verso, y ahora ya no. Ya no hay rimo. Na’más como sale. El rimo va con tres o cuatro palabras adelante, y no es como primero. Son versos viejos:
Por esta calle me voy,
por la otra doy la vuelta,
porque me tienen cautivo
los claveles de tu huerta.
Fíjate. Antes no creas que eran tontos los viejos; que viejos antiguos no sabían, también. Los versos viejos que hicieron, que dice:
La tierra no sé en dónde
celebran no sé qué santo
y rezando no sé qué
se gana no sé qué tanto.
Tenían su cabecita. Antes cantaban y hablaban, y ahora no. Cantaba mi papá: comentaba y cantaba y hablaba, y luego volvía a tocar a la última palabra. Otra vez ya cantaba. Si alguien se atreve a cantar como antes, va a ser admirado, porque ya nadie canta así. Nicho Vichi cantaba también, pero no le da. El que daba muy bien era Venancio Mendoza; ese sí cantaba muy bonito, Manuel Valentín, ya se murieron.
“El borracho”, nada más que lo sepan bailar. Aquí habían unos señores que bailaban muy bonito “El borracho”. Cada quien agarraba su botella y se ponían a danzar. Hasta chocaban las botellas muy bonito.
El que toma aguardiente
de sinvergüenza se pasa,
de la tienda se hace cliente
y se olvida de su casa.
Hoy nada más están gritando. “El palomo”, ya cuando mundanceaban, para atrás, para atrás, para atrás. Para ‘lante, para ‘Iante, para ‘Iante. Muy bonito, pero hay que saberlo bailar. “La guacamaya”, “El pájaro manzanero”, “Los chiles”, “El venado”; pero la danza del venado, ya no. Ya todo es moderno. Antes no eran brincoteos, como ahora. Bailaban “La bamba”, pero bien asentadito: estiraban una banda, sea de cinta o sea de tela, lo estiraban con los pies, y como ellos saben bailar “La bamba”, lo amarraban. Amarraban la banda y la desataban entre los dos bailadores. Aquí se rifaron con reloj en mano, y ganaron los de Catemaco.
Versos del pájaro manzanero
Vengo de la serranía
de los campos de Guerrero;
qué suerte será la mía,
y qué viaje tan rastrero,
les diré cómo decía
el pájaro manzanero.
Qué bonita cuando llueve,
que suena la songonera:
dan las ocho, dan las nueve,
y yo sin verte siquiera.
Vámonos, si tú me quieres,
a la tierra manzanera.
Cantando dijo un gorrión
cuando levantó su vuelo:
“Mira qué bonitos son
los ojitos de mi cielo”,
como dijo el guapetón
pajarito manzanero.
Cantaba el pecho amarillo,
y le contestó el jilguero:
“Vámonos para el castillo
de los campos de Guerrero,
adonde se oye el silbido
del pájaro manzanero”.
Ya me voy a mi cantón,
amigos y compañeros;
es la última oración
que les dice un misionero,
porque aquí se acaba el son
del pájaro manzanero.
Muy junto de tu ventana
voy a poner un letrero:
“Levántate de mañana,
y verás lo que te quiero;
mira, paloma, que te ama
el pájaro manzanero”.
Un pajarillo volando
dijo al pájaro vaquero:
“Mi pala ando buscando;
dime, tú que eres matrero,
adónde nos encontramos,
soy pájaro manzanero”.
Para cantar este son
del pájaro manzanero,
hay que subir al balcón
del castillo de Guerrero,
para ver con atención
dónde se anida el jilguero.
El pájaro manzanero
se paró en un arbolito,
y le cantaba al jilguero:
“¿Por qué lloras, chiquitito?
Tu dolor es pasajero,
dicen que eres muy bonito”.
Yo le hablo común y corriente, según nuestra amistad, y que usted vea que yo siempre soy sincera. Me gusta el respeto y la sinceridad, la nobleza. Yo soy una mujer de criterio firme y honrado. No quiero más allá ni más acá, ni un punto más ni menos.
En esta actualidad han cambiado las palabras, porque ya hay tanto estudio. Antes hablaban materialmente, pero hoy ya es de otro. Ya la canción, aunque no rime, habla la canción; ya no buscan el ritmo.
“El buque de más potencia” lo hizo mi papá:
¿Quién fuera el buque de más potencia,
para arrojarme al fondo del mar?
Para sacarte, perlita hermosa,
que yo en tus brazos me he de arrullar.
Tú me juraste un dichoso día,
y de testigo pusiste a Dios,
que me amarías sinceramente
sin separarnos nunca los dos.
Aquí te dejo estas tres canciones
para que las cantes, yo ya me voy,
porque la cantes con tu boquita,
que son recuerdos que yo te doy.
Ay, quién pudiera besar los labios,
o son de azúcar o son de miel;
pero en mi mente llevo grabado
el bello nombre de esa mujer.
Ese es “El buque de más potencia”. Ese, se lo llevó de aquí Gilberto Zapata a la difusora en Veracruz. Entonces, “El buque de más potencia” no era “El buque”, porque mi papá le decía “quién fuera el barco de más potencia”; pero el que se puso como el autor en Veracruz le puso “El buque”. Es todo lo que él le compuso.
“Peregrina de los ojos purpurinas” [sic], también. Muchas, muchas, canciones hizo mi papá. Venía así, una persona como usted, y venía y le decía: “A ver, escríbemelo, voy a aprender la tonada”. Por ahí lo iba a cantar en Veracruz. Ya eso se des-parramó y se desparramó. Ya luego, venían autores de Cosamaloapan, venían autores de Veracruz, venían autores de Xalapa, y así: en esas canciones que mi papá vendió a diez centavos y los versos, ya no me acuerdo. Era puro centavo. Por ejemplo, el que acabo de decir, ese de rosas y amapolas, es una cadena; eso es muy bonito, le habla de todo.
Grábese un verso de amor. Yo le voy a decir:
Quisiera que lloraras
al escuchar mis versos,
así como he llorado
al escribirlos yo.
Quisiera que sintieras
en cada frase un beso,
en que la letra vieras
un sueño de los dos.
Viene un señor y me compraba el macito de escritos que están todos de a pedacitos y rotos. Yo le digo:
—No.
—Se le van a perder. Véndamelos.
—Ahí que se pierdan. Van a pudrir conmigo.
Un señor de San Andrés, un Isba, un compositor.
También trataron de comprarme la libreta de pascuas, y ellos vienen a vender aquí porque la gente vienen y compran, y ahí los pasan y ahí los venden, de así, de letras de molde.
En otro día que usted venga, yo voy con la memoria fresca y voy a buscar un librito, que tengo un librito que mi papá dejó, que habla muy bonito. Muy bonitas poesías, como “El año viejo”; ¿usted ya hizo la poesía del año viejo? Yo hice, pero ya no me acuerdo. Como los Reyes, cuando los Reyes llegaron, y todo eso. Eso tie-nen los nombres, lo que dieron.
Me arrepentí. Ya no voy a ver. Que el Señor disponga lo que guste. Estoy en sus manos.
[Entrevistada en 2005, Santiago Tuxtla]
Revista núm. 14 en formato PDF (v.14.1.1):
Artículo suelto en formato PDF (v.14.1.1):