Los tiburones van a comer mucho verso

La Manta y La Raya # 13                                                        septiembre 2022 ________________________________________________________________________

Los tiburones van a comer        mucho vers*

Artemio Villeda 

 

 

 

* Textos y fotografías tomados del libro: Armando Herrera Silva (comp. y ed.), Los tiburones van a comer mucho verso. Historia de vida y cuaderno de versería de Artemio Villeda. Ediciones del lirio, México 2019.

 

Mi nombre es Artemio Villeda Marín, originario de Plan de Juárez, municipio de Xilitla, estado de San Luis Potosí. En 1938 me fui a vivir a Pánuco, a la edad de once años. En 1945 empecé tocando el violín, y con compañero en la guitarra, Hermenegildo Mendoza y, en la jarana, Alberto González; pero en el cuarenta y siete ya me junté con Genaro Martínez Alonso y Antero Tovar González y formamos ya el Trío Camalote, porque en el rancho Camalote había dos tríos y como el rancho no era muy grande, para no estorbarnos en las chambas, pues hicimos un solo trío. Por mis trovos ellos vieron que mejor agarrara la jarana que el violín y fue cuando se formó el Trío Camalote en 1947; tenemos 49 años como Camalotes.

El ejido Plan de Juárez está aquí por el camino que le nombramos de herradura, camino real, como a kilómetro y medio; y ahora que se hizo la carretera está como a dos kilómetros. Desde 1938 me vine a vivir a Pánuco, a la edad de once años. Por causa del destino yo quedé huerfanito de mamá en 1928. Yo nací en el veintisiete pero quedé con la abuelita de mi papá o sea con mi bisabuela y en el año que ella me faltó, me fui a Pánuco con la otra abuelita del ejido Camalote. Así fue como yo llegué a la huasteca veracruzana. Camalote es el nombre del ejido, pero también hay un zacate que se parece mucho al parán, se da a orilla del río y no lo quieren ni los burros porque es muy amargo. Nosotros pensamos ponerle otro nombre al trío pero ya la gente no nos dejó.

Bueno, mi papá también tocaba, porque somos gente, yo creo, ya con la sangre de músicos. Mi papá tocaba jarana y guitarra, pero mi tío Manuel Villeda hacía hasta los instrumentos y los tocaba todos; y a pesar de no saber ni una letra, por ahí le buscaba a los tonos. Un día le pregunté un tono que lleva la pasada como en La Malagueña y en El Rogaciano y le digo: “Oiga tío, este tonillo lo hallamos en la jarana y no sabemos ni qué…” “Y a ver suénale”—y él no sabía una letra— y le sueno, me dice: “Es un sol si bemol”. Y él no sabía nada de letras, no sabía la cosa de la nota y eso, era lírico, pero con un sentido muyespecial. Entonces por lado de los Villeda somos músicos de la música regional. Por el lado de mi mamacita, mi tío Carmen Marín tocaba el saxofón en una orquesta en aquellos años ahí en Tamasopo. Por ahí estuvo un tiempo y luego se fue a Valles. Siempre he trabajado. Trabajé muchos años de tractorista y como le decía endenantes, vale más haber nacido con suerte, a mí en la parcela que me tocó tengo un banco de material. Conforme me cae un billetito, como ahora, se vale comprar parcela, ya tengo para mis hijos 137 hectáreas, tengo como 23 de caña y lo demás de potrero y animalitos como unos 40. Tengo un toro brahmán, es del fierro de los Blanca Chip aquellos que están ya pa´ llegar a Tampico. Para nosotros los que menos tenemos, lo que nos ha ayudado mucho es que ya las subastas que había se han caído mucho. Porque un toro como ese que tengo, en una subasta anda arriba de unos veinticinco millones de los viejos y ahorita esto se ha estancado. Este me lo dieron en cuatro, torete, y hasta con facilidades de pago, ya pagué dos y para los otros me faltan como tres meses.

Yo no tomo, debo tener cerca de 20 años de no tomar definitivamente. Yo tomaba, pero en el trabajo nunca. A mí nunca me vieron ahogado o borracho en el trabajo. Algún día me citaba con un compadre, pero no en el trabajo, casi no acostumbraba estar tomando y estar trabajando. En San Joaquín, el día que fuimos la primera vez, a la hora que nos iban a pagar, el señor que nos llevó me dijo: “Lo felicito — dijo—, y me felicito al mismo tiempo”, y le digo: “¿Por qué?”, “Porque son los primeros músicos que vienen realmente a tocar. Aquí los músicos vienen a quedar tirados de borrachos, y me felicito yo porque me tocó traerlos”.

En el huapango huasteco hay que repartir bien las palabras

En el huapango huasteco puede cantar usted versos de cinco líneas y de seis, porque se vale repetir una cuando no lo hace de seis. Pero el celo que yo he tenido es que se haga la buena rima y el mensaje. Porque si nos vamos a agarrar a hablar de ese quiosco pa’ salir con una mata de café, muy lejos de lo que estamos, ¿entonces? Se necesita que el mensaje venga desde un principio. Para mí esa es la mejor trova, en el sentido de que sea la buena rima y el buen mensaje. Yo hice un trovo que el primer verso dice:

Yo de muchacho cantaba 

y tenía muy buena voz

y el talento me ayudaba, 

pero bendito sea Dios 

todo por servir se acaba.

Eso en lo que don Samuel Martínez Segura comentaba de que: en el trovo, los otros versos se van formando del primero en las puras terminaciones, ese es el trovo. Y en la cadena con la palabra que termina un verso, con esa empieza el otro, esa es cadena; como La Petenera que dice:

Es cosa muy temerosa 

oír el rugir del mar,

bella serafina ¡oh!, Diosa, 

si quieres ven a escuchar, 

en el centro de una rosa 

la sirena oirás cantar.

La sirena oirás cantar 

entre su pulida aldea, 

si la quieres retratar

con tinta papel de oblea, 

a orillas del ancho mar 

es donde ella se pasea.

Es donde ella se pasea 

con su vihuela tocando, 

año con año cambea, 

nuevos tonos entonando 

y una sardina cambrea

es la que la está peinando

Tenemos seis discos y casets tenemos cinco porque el primer disco Arriba Pánuco no se sacó caset. Para mí la mejor grabación fue la primera, la de Arriba Pánuco en 1966.

Con Pedro Rosas tocábamos mucho El Tecolote, La Chachalaca… Una vez hablando de ese huapango, mi compadre Nicandro Castillo me checaba, “Oiga compadre, ¿cómo ve ese huapango que se llama El Ranchero Potosino?” ¿Qué huapango es? —le digo— para mí es La Chachalaca, nomás le pusieron otra letra. “Ese es”, me dijo. Él era muy conocedor porque hizo muchas cosas. Yo sí lo admiré. Yo no puedo hacer tonadas, yo le hago un corrido diario, si quiere, nomás dígame de qué. Pero él hacia tonadas, ese “Ocaso” ya pa´ despedirse, una musiquita muy triste. Ya se acerca el plazo —decía—, ya era para despedirse, y hasta le hablaba al hermano Roque que ya estaba muerto: “allá nos vemos”, le decía.

Como buenos versadores recuerdo al Güero Nieto, Serapio Nieto, fue muy buen trovador. Yo le llegué a echar varios anzuelos a la gente para ver cómo me veían y sé que él siempre decía que yo, y yo siempre decía que él. Hay trovadores, pero algunos si no ofenden no pueden trovar. Para mí la trova es como que estamos platicando, si no me ofenden ¿por qué los voy a ofender?

Los Hermanos Calderón, potosinos también, tenían muy buena voz, mucha facilidad, en parte descompusieron el huapango. Tienen un Caballito que la cantada es pa´ que descanse el bailador; canta uno y luego el violín se opaca, el violín acompaña y luego entra el bailador con su mudanza y hace el cambio de zapateo. Y ellos tienen un Caballito que está cantando aquel y el violinista arriba con la música y el otro cantando… Pero según ellos lo estilizaron así. Luego El Querreque lo cantan corrido, cuando es contestado. Digo, que esto quede con todo respeto, pero esto lo hicieron ellos, estilizaron las cosas a su idea, pero para mí como que descompusieron. Yo a algunos les digo: “Mira, si un verso mío te lo doy o lo escuchas, no me lo descompongas, si no te gusta, haz uno, pero deja mis cosas como están”. Hay un verso de Las Flores que dice:

Nunca derrames tu llanto, 

desde ahorita te lo advierto

si es que me has querido tanto, 

cuando sepas que estoy muerto 

me llevas al camposanto 

muchas flores de tu huerto.

Entonces un compadre que tengo me lo canta, pero dice: “Si es que me quisiste”; “quisiste” quiere decir que ya no lo quiere y “querido” es que todavía.

En el Trío Tamazunchale, el de la guitarra canta un verso que dice:

Yo no sé qué voy a hacer 

contigo tan consentida, 

recuerdo y recordaré 

todos los días de mi vida

que en mis brazos te arrullé 

y ahí te quedaste dormida.

Empieza uno y termina otro, porque empieza terminando con “r” y no hay rima. Entonces ese verso dice:

Válgame Dios cómo haré 

contigo tan consentida, 

recuerdo y recordaré 

todos los días de mi vida

que en mis brazos te arrullé 

y ahí te quedaste dormida.

El otro dice:

Yo no sé qué voy a hacer 

cuando tú ya no me quieras, 

también te doy a saber

que mi amor te ama deveras 

y tú no lo quieres creer.

Aquí todo está rimado con “r” y eso no lo han observado ellos, entonces como que se van descomponiendo.

En La Presumida también el mero verso dice:

Yo miré a una presumida 

bailando con un soltero, 

andaba muy divertida

a él le sonaba el dinero, 

ella le decía: mi vida

¡Ay, señor, cuánto lo quiero!

Y ya me lo cantan de otro modo. Los del (Trío) Tamazunchale repiten dos veces “presumida”, Los Camperos lo cantan de otro modo y lo real es así. En el Cielito Lindo tienen un verso Los Camperos muy bonito:

De mi San Luis Potosí, 

cielito lindo,

les doy detalles 

tierra donde nací,

 cielito lindo

mi lindo Valles 

mi lindo Valles 

es cosa cierta

porque Valles es puerta, 

cielito lindo

de la huasteca.

Y ya no está la rima: “huasteca” con “puerta”, y ahí tienen las palabras, en lugar de que digan: “es cosa cierta” que digan: “porque de la huasteca / cielito lindo/ Valles es puerta”. Ahí están las dos cosas: rima y contenido, y está bien hecho porque sí está bonito ese verso.

Ahí en Tempoal, cuando nos hicieron el homenaje, había un concurso de composición de trovos. Como yo estaba de jurado, antes del concurso, les dije: Quiero que quede claro que no todos van a ganar, va a ganar uno, el que haga mejor las cosas, porque puede venir un trío de un rancho y trae porra y quiere ganar porque trae porra, que porque trae muchos que griten y le aplauden. En el huapango huasteco hay que repartir bien las palabras, si le pone más larga la palabra, le sobró caldo y le faltó pitanzas, como dicen aquí a la carne.

El otro día dijo uno un verso que dice:

Al otro lado del río 

oí cantar una ceiba, 

y en el cantido decía:

cuando mates tu puerco 

me das un elote.

Ni rima ni mensaje y yo lo oí. Le voy a poner un ejemplo de un verso con rima y mensaje:

Pues va de gustos a gustos 

en la nación mexicana, 

aunque les cause disgustos 

en tierra veracruzana,

me gusta Llano de Bustos, 

Tampico Alto y Ozuluama.

Ese es un verso con rima y mensaje. Ahí en Pánuco me tocó como jurado de tríos en composición y la maestra jefa del jurado, que venía de Bellas Artes, con todo respeto, cuando pasaron en plan de calentamiento Los Caimanes de Tampico, me dijo: “A estos los vamos a mandar al último lugar”, ¡y todavía no concursaban! Le digo: “¿y por qué?”, “Porque son profesionales”. Le digo: “Pero el público no sabe ¿Qué va a decir el público?: ¡mira qué jurado, no conocen!; a los mejores los está mandando al último”. Así nos fuimos y me preguntó: “¿Usted no va a calificar?” “No —le digo—, porque lo que ustedes hagan lo firmo nada más, porque veo que no vamos a salir de acuerdo”. Elaboraban los trovos y unos muy bien y querían dar el gano al trío de Huejutla porque ellos trovan los tres, y digo: “No trovan, contestan —le digo—, ¿qué califica usted?, cantidad o calidad”. Para mí uno le gana a cien. Uno que haga bien las cosas le gana a cien que hagan mal las cosas. Y fue como le saqué el campeonato a Los Caimanes porque los versos de Martín Godoy estaban más bien hechos y sería un error para mí, conociendo las cosas, no decirles cuál era el que estaba haciendo mejor las cosas. Por eso matan los concursos.

Los tiburones van a comer mucho verso

De la improvisada nosotros nunca pensábamos a dónde íbamos a llegar, pero en Las Mañanitas, en cualquier fiestecita en el rancho, yo le echaba versos a cualquiera, a veces hasta al gallo que iba pasando, así cosillas que eran tipo broma que nunca pensábamos que fuéramos a llegar a alegrar gente tan importante como don Fidel Castro, que anda más en Cuba. Y la primer vez que ya nos vio el público en un quiosco en Pánuco fue en 1952 en la gira de don Adolfo Ruiz Cortines, como candidato a la Presidencia de la República. Todavía me acuerdo de los versos que le canté, me acuerdo de uno que le gustó mucho porque le dije:

Mi Pánuco orgullo siente 

cuando lloran sus violines, 

le digo a toda la gente:

para alcanzar nuestros fines 

sólo con un Presidente 

como Adolfo Ruiz Cortines.

Ese verso le gustó mucho y me pidió todos los versos que le canté, que se los escribiera. Por ahí en una refresquería los escribí y se los di a uno de sus guardias y dijo: “No, lléveselos usted, él se los pidió”. Se los llevé personalmente y me regaló 50 pesos en 1952. Con eso me llevé a tomar café con pan a toda mi gente del ejido. El pan valía 10 centavos la pieza y la taza de café 15 centavos y, con 42 pesos, tomamos café con pan todos y nos sobró dinero de los 50 pesos.

Con don Luis Echeverría anduvimos en varias naciones, pero la más importante fue Cuba, por que casi hablan igual que nosotros, aunque medio mochito. En Estados Unidos cántate un verso y hay que traducirlo al inglés y como que pierde el sabor aquello. Nosotros allá con los cubanos nos entendíamos así como estamos ‘orita

Entonces me acuerdo que íbamos 82 mexicanos: iba María de Lourdes con el Mariachi México; el maestro Miguel Vélez Arceo llevaba el folklor veracruzano bailando el Chul, Matlachines, el huapango y nosotros acompañando la cosa del huapango. Eramos ochenta y dos gentes y llevaban a Rutilo Parroquín que era el trovador jarocho de allá del Santuario, Veracruz, ese era el que iba a trovar en plan de representar a México o a Veracruz en Cuba. Pero como que está difícil allí, ya ve cómo Tres Patines habla en puros versos… Andaban unos señores con su pañuelito aquí y hasta decía yo: “Bueno, ¿y esos qué?” ¡son los de la controversia! Yo no sabía que eran los que iban a contradecirse con Rutilo.

Yo iba como músico, no como trovador, pero el Gobernador que teníamos en Veracruz, don Rafael Hernández Ochoa, estaba cerquita cuando Rutilo empezó a patinar porque don Raúl Castro le dijo: “Mira, ¿quieres echarte a la bolsa a mi hermano?, recuérdale cuando estuvo en Tuxpan, eso le gusta mucho”. Ya empezó a patinar que el Tuxpan de Rodríguez Cano y se atrancaba y le daba. Entonces me habla el Gobernador: “Mira Camalote ven, cuando tú vayas le dices, no estuvo en Tuxpan, estuvo en Santiago de la Peña”. Le digo: “A ver si puedo” “Yo sé que sí puedes, yo por mí pa’que traíamos a aquél —dice—, pero ya lo trajimos”.

Bueno, nos tocó actuar. En mi verso primero es siempre sacar la atención, entonces dije yo el primer verso:

De Pánuco tierra mía

yo soy de los trovadores, 

cubanos yo les diría:

como buenos cumplidores, 

pa´ Castro y Echeverría 

venga un aplauso señores.

Ya saqué el aplauso. Entonces Velez decía que el que sacara más aplausos en la actuación, ése era el que iba mejorando su posición artística. Entonces el gobernador me pidió que cuando fuéramos a actuar que yo le dijera a Castro que no había estado en Tuxpan sino en Santiago de la Peña, entonces le dije yo:

Hoy mi canto lo saluda

y creo que nunca lo olvidas,

es cierto, no cabe duda

que entre las gentes amigas 

México y la Habana Cuba 

son dos naciones unidas.

Y otro aplauso. Entonces si ya dije aquí va el encargo del Gobernador dije:

De Castro les doy la seña, 

cuando su guerra empezó 

dice la gente tuxpeña, 

porque en México vivió, 

que en Santiago de la Peña 

ahí fue ‘onde se embarcó.

Allí fue cuando se fue a pelear contra Batista, entonces eso le gustó mucho a don Fidel. Nosotros teníamos una orden del director de que nadie se fuera a pasar de listo a ir a saludar a don Fidel.

Había que terminar la actuación y luego íbamos todo el grupo, pero éramos 82 y para tomarse una foto con él estaba difícil; pero él se viene sobre nosotros ¿cómo corríamos?, no teníamos mas que encontrarlo, nos abrazamos. Ya don Luis le dijo: “Mira Fidel, estos son los trovadores huastecos que tengo allá en Pánuco, criollitos de la huasteca”.

Esa foto estuvo más de un año en Jalapa, grande esa foto. Yo la tengo allá en mi casita que es la de ustedes. Esto fue entre ‘75 y ‘76. En el avión nos pidieron que los alegráramos. Yo pensaba que en el jet no se podía mover porque se ladeaba. Teníamos parranda allí tocando la pura jarana y el violín. Entonces dice el Gobernador: “¿Y por qué el de la guitarra no los acompaña?” entonces mi compadre le dice en broma, “Dígale al chofer que pare el avión para sacarla, porque va abajo en el equipaje,” entonces le dije un verso:

Este viaje es mi ilusión 

nunca lo podré olvidar, 

lo que siento en el avión, 

de que si llega a fallar, 

ya no vuelvo a mi nación

me voy a quedar en el mar.

Decía el del arpa, el compañero Rutilo, decía: “Los tiburones van a comer mucho verso”. Después ahí va Rutilo molesto por que lo habían apantallado los cubanos. Entonces en un verso también de broma, le dije yo:

En mi Veracruz vacilo 

para eso de la trovada, 

pero acá me salió filo 

la gente es muy preparada, 

viste al pobre de Rutilo

le dieron su revolcada.

Y entonces decía el del arpa, Mario dice: “Ni le muevas que va bien enojado”. Rutilo ya falleció, pero él siempre buscaba colocarse. Le presentaron a Jacobo Zabludowzki y luego no quería hacer otra cosa que andar detrás de él, tanto que yo me di cuenta que don Rafael Hernández Ochoa le dijo: “Vienes con Zabludowzki o vienes con nosotros”. Nomás porque era mucho mandar un avión a dejarlo y tuvimos que aguantarlo hasta que nos venimos.

Una vez me pasó un detalle en Pánuco con una cantadora que se llama Rosita del Ángel que por su buena voz y cantando le dicen La Charra, y la otra es mi comadre Emma Maza que está en el disco con los Cantores del Pánuco. Entonces mi comadre Emma tiene un verso que aplaca a cualquier cantador; ellas defendiendo a la mujer y el cantador atacando a la mujer.

Entonces ella al último tiene un verso que dice:

Emma Maza con honor 

defiende su ser sagrado, 

no seas ingrato y traidor,

por la leche que has mamado 

la mujer es lo mejor.

Con eso aplacan a cualquier cantador. Entonces esa vez me agarré con ella y dije, con eso me va a querer aplacar. Entonces más o menos me previne. Pero lo que más me molestaba es que Nacho Coronel, hermano de Juanito de Los Cantores del Pánuco, estaba mirando aquello, dije: “Aquí sí me apantalla, Nacho es el jurado”. Cuando ella me cantó ese verso que le contesto:

Esa es la época aquella, 

ahora ya no hay cariño, 

por presumirnos de bella 

ya no le dan pecho al niño, 

ahora mama una botella.

y entonces ya no me contestó y le digo:

Yo no te vengo a ofender 

y ni tampoco te riño, 

pero debes comprender

que la que le da pecho al niño 

pues se siente más mujer

y le tiene más cariño.

y se viene Nacho a felicitarme “yo aquí tenía que oír algo bueno”, dijo.

En Navolato, Sinaloa, me presentaron un jarocho, que tuviera yo una controversia con él y le digo “No, no se puede porque él canta jarocho, yo no puedo cantar jarocho, yo canto huasteco y él no canta huasteco y se va a ver mal”. Él era de un lugar que se llama El Viejón acá en la costa. Me dijo: “Yo canto El Querreque, ¿nos agarramos?”, “Bueno”, y que nos agarramos. Le dije:

Te demuestro mi amistad 

yo no te vengo a ofender, 

háblame con la verdad

porque yo quiero saber 

me digas cuál es la edad

cuando uno empieza a envejecer.

Entonces los compañeros le decían que a los 30 años, no que los 35, que bien conservado. Entonces él me contestaba “cuándo se siente” y yo estoy preguntando “cuándo se empieza”. Entonces se la tuve que decir yo:

Veo que en nada me ofendiste

¿por qué me voy a ofender?, 

la pregunta que me hiciste 

te la voy a hacer saber, 

desde la hora en que naciste 

empezaste a envejecer.

Después me empezó a atacar, que yo estaba gordo, que sacaba siete latas de manteca… echándome. Yo lo estuve dejando. Ya cuando según él se había sacado muchos aplausos, le digo:

Para alegrar la reunión, 

ya bastante te has burlado

te burlas que estoy panzón 

porque tú no has engordado;

¿y sabes porqué razón? 

porque tú estás afectado.

y que se enoja y el que se enoja pierde. Primero me levanté por delante para irlo frenando porque era muy grosero, le dije:

Como buen veracruzano 

yo te voy a contestar

y te pido de antemano 

no me vayas a faltar,

que yo con mi pecho sano 

soy muy decente en cantar.

Y me dijo que sólo que no fuera veracruzano no aguantaba groserías. Entonces le digo:

Sí, somos veracruzanos 

Pero no somos groseros

y a donde quiera que andamos, 

como humildes huapangueros, 

todo el tiempo nos portamos 

como buenos caballeros.

Hay palabras para hacer las cosas sin ofender.

Una vez doña María Esther Zuno nos llevó disfrazados de inditos, vestidos de manta para una película, que era netamente para el extranjero, que hasta nos decían “indios panzoncitos”. Porque nos vistió de inditos, pero todo eso se fue al extranjero. Tocando y echando verso, pero todo se fue a una filmación de una película para el extranjero. Nunca la vimos.

Mi compadre Lucio que es muy dicharachero, si va en la bicicleta y ve una raya dice, a lo mejor es la mía, y se regresa. Todos tenemos nuestra rayita en la que vamos a terminar. El cura yo lo oí una vez cuando un muchacho se accidentó y en la misa dijo: “Todos dicen: si no va no le pasa nada, él se iba a morir porque allí estaba su rayita”. Entonces por eso me baso yo, y fuera donde fuera, él iba a terminar. Dice:

Las vidas son puras rayas 

Para que nadie se sienta, 

La muerte no tiene fallas, 

si a buscarte se presenta 

te darás a las malhayas,

donde te escondas te encuentra.

¿A dónde se puede esconder que no le encuentre? Ya está que allí va a terminar y allí, así es.

No nomás el oro brilla…

De los músicos que yo conocí, con aquella facilidad de dedos, el Treinta Meses. En una cantina le hacía maravillas con los dedos como lo hace Heliodoro Copado; pero repartiendo un huapango para bailar como se acostumbra en Pánuco, Sinecio González fue lo máximo. Tocando el violín para bailar un huapango él sabía repartir los pasos cuando le dan el cambio de la mudanza. Eso era muy importante dentro del baile y eso lo hacía muy bien. De los músicos de violín hay muchos que se ponen a ensayar la tonada del huapango, y a él le gustaba ensayar entradas y salidas. Hay muchas entradas del huapango que todavía son de él. El que anduvo conmigo, Genaro Martínez, le agarró algunas muy importantes. Nomás que se fijen, el Trío Tamazunchale tiene muchas terminaciones de muchos huapangos que no le terminan con música, los terminan tipo mariachi: ay, ay, ay. Entonces como que le sacatean a terminar tocando. Digo, no vengo a hablar de ellos. Esa es su costumbre, eso es muy de ellos, pero el huapango tiene su salida con música. Entonces eso lo ensayaba Sinecio. Eso es muy de él.

Yo siempre lo recuerdo, músicos hubo muchos buenos y todo, pero en su especialidad para bailar, Sinecio González. Murió muy nuevo a la edad de 48 años. Originario de Pánuco, hijo de don Albino González que era el guitarrero y su hermano fue el dueño de la orquesta Albino González, la orquesta que tuvo en Tampico. Y Valente tocaba el tololoche también. Todos fueron músicos, nomás anda uno por allí que no aprendió, pero fue de una familia de músicos.

Yo conocí muchos jarochos: a los Zabaleta, aquellos Aguilar que por cierto se mataron allá en Pánuco en un accidente, estábamos en una feria. Nosotros tocamos mucho con Tomasita del Ángel la esposa de don Patricio Chirinos que fue el abuelo del gobernador que tenemos ahorita. Ella tocaba la jarana y cantaba muy bonito. Todavía por allí hay mujeres que cantan y bailan, pero que toquen ya casi no.

Yo tengo un verso que dice:

Son testigas estas canas 

de las cosas comprobadas,

cuando me querían las damas 

me acuerdo que sus miradas 

me servían de telegramas.

De cuando yo empecé a tocar, acá en Pánuco, el trío famoso que sonaba eran Sinesio González, Amado del Ángel y Sirenio Rivera: y a nivel de radio, y a nivel de la región eran los Cantores del Pánuco: Juan Coronel, Seferino Galindo e Inés Delgado. Esos eran los que más resaltaban.

Everardo Ramírez llegó después, cuando ya faltó Galindo porque le empezó a fallar la voz. Yo se lo he dicho a él y él lo sabe, puede ser hijo de nosotros tocando. Su papá se llamaba Epifanio Ramírez, era de Carbono, por allí.

La primera vez que nos escucharon fue en el quiosco de Pánuco, nos invitaron como campesinos y cuál sería la sorpresa de que habíamos ensayado La Huasanga para que bailaran unos chamacos que, por cierto todavía viven los dos, y que vamos viendo que bailaba don Camilo Guzmán con Genoveva Guzmán, la misma Huasanga tocando ese trío que le digo de Sinesio, Amado y Sirenio. Una diferencia, que ellos la llevaban en Sol y nosotros en tono de Re, más alta, más alegre. Pero traíamos pescuezo para hacer las cosas.

Entonces allí cambió tantito la cosa del huapango, en sentido que era el mismo, era la misma Huasanga, pero cambiada de tono. Esos eran los que se podían decir los mejores tríos. Y músicos de violín que conocí, Treinta Meses que era don Inocencio Zavala, pero casi nunca trajo trío organizado.

Después se metió con Los Cantores echando violín, pero yo cuando lo conocí era un señor grande, suelto, que tocaba con cualquiera, no como yo que he sostenido al Trío Camalote durante cuarenta y nueve años. Siempre a donde andamos, Camalotes y nunca me hallan por allí con otros que no sean mis compañeros aunque sea una hora.

Una vez nos hicieron un homenaje allá en Pánuco de puros trovadores, de los que cantan el huapango. Entonces me acuerdo de un verso que dice:

Ser músico es un problema, 

sufrido en ciento por ciento, 

porque aunque tenga una pena 

o lo agobia un sentimiento, 

cuando su instrumento suena 

demuestra que está contento.

Así pueda dejar un problema en la casa, su mujer muy mala o no sé, pero él en la fiesta tiene que estar como dice El Gusto:

Ya vine ya estoy aquí 

hasta que por fin volví 

para cantar el huapango 

el que más me gusta a mí.

Ese es un verso que me gusta cantarlo mucho en El Gustito porque es un huapango muy bonito y cada quien tiene su gusto. Algunos dicen: “Tócate el rey de los huapangos” ¿Cuál? “La Presumida”, otros que “El Cielito Lindo”, otros que “La Pasión” y cada quien tiene…, Fíjese que mi compadre Nicandro Castillo, el compositor de Las Tres Huastecas, puso a tocar El Zacamandú a todos los violinistas en Pánuco y había uno de El Molino que es el que más le gustaba cómo lo tocaba. Aparentemente todos tocan igual, pero no es igual, no le dan el mismo sabor. Él siempre se acordaba —dice— Oye que bonito toca el Zacamandú Hermilo Gómez, el papá de mi compadre Tomás Gómez que está en Victoria. El tiene una escuela de músicos de violín, chamaquitos tiene.

En El Zacamandú hay una paradita y hay que entrarle. Como le dije no vengo a ofender a nadie, pero lo cierto se habla; aquí hay tríos que en esa paradita dejan pasar tiempo. No digo que entren fuera de tiempo, pero dejan pasar un tiempo y nosotros allá se va uno derechito. Eso lo hacen en Valles, Tamazunchale…

De los bailadores, allí en Pánuco el que más ha salido por donde quiera es don Raúl Pazzi Sequera. Pero en los ranchos o como acá, Justino del Ángel que era de San Nicolás. Ese bailaba de aquí pa’ rriba silencito, para abajo lo que movía eran los pies. Arriba podía traer un vaso. Una especialidad bailando él, y mi compadre José Ortega de Chaquisí, que nada más lo conocían como el Negro Chaquisí, también bailaba muy bonito. Hubo muchos bailadores. El Molino fue muy famoso por sus bailadores, pero no eran de allí, venían de los ranchos.

Yo he visto que hay gente que salen a buscar, a rescatar nuestras raíces, nuestras costumbres y eso está ayudando. Eso no lo habíamos visto y sirve para que la juventud vaya agarrando cariño, porque esto es lo de nosotros. La música extranjera está como los idiomas, en lugar de aprender el náhuatl que es lo de nosotros, quieren aprender el inglés; porque allí hay más manera de conseguir trabajo, de conseguir billete. Así en la música.

Yo vi un reportaje en una revista donde medio se ponen en controversia Tito Guízar con Raúl Velasco, adonde le dice: “Tú te preocupas por sacar adelante artistas por su bonito cuerpo, y si son hijos de otro artista, eso es lo que te interesa, pero tú no te interesas por los talentos que valen más. Hay gente humilde que trae muy buen talento para hacer algunas cosas, eso no lo toman en cuenta”. Y eso es lo que él reclamaba y yo creo que sí. Como dijo el difunto Tariácuri, “No nomás el oro brilla, brilla más el pensamiento,” y eso son cosas muy bonitas.

En aquellos carnavales que se hacían en Tantoyuca, en la plaza me encontré a un señor, don Ignacio se llamaba. Me empezó a platicar la vida del viejo Elpidio. Decía que era nativo de Xoxocapa, municipio de Ilamatlán, Veracruz, caminaba doce leguas sobre el estado de Hidalgo, a ver a un español que se llamaba Salvador Murillo. La hacienda se llamaba Crisolco, donde vivía el español. Ahí iba el Viejo Elpidio a aprender el fandango español. Pero murió el señor y no aprendió bien. Por eso pensamos que el huapango es como una degeneración del fandango español. Y como le dije endenantes, cada huasteca le estiliza a su modo. Para nosotros, gente como el Viejo Elpidio son los pioneros, más atrás no sabemos. Pero para mí fueron los pioneros que sacaron el huapango para que nosotros siguiéramos ese camino, pero de ahí para atrás no sabemos. Y eso mismo lo ratifica mi compadre Nicandro Castillo, que lo que dijo ese señor era verdad. Él conoció al Viejo Elpidio, trabajó con él.

Yo oí una entrevista que le hacían a los Alegres de Terán. Ellos decían “Los Cadetes de Linares, Los Tigres del Norte, todos ésos, posiblemente sean mejores que nosotros, pero que reconozcan que nosotros hicimos la brecha pa’que ellos caminen. Abrimos la brecha con nuestra música norteña.” Así como ellos que también se sienten los pioneros de la música norteña, así nosotros reconocemos a El Viejo Elpidio, a mi compadre Nicandro Castillo, al difunto Roque… ya todos se adelantaron en el camino. Ellos son los pioneros de nuestra música huasteca.

 

 

 

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Manuel Polgar Salcedo

La Manta y La Raya # 13                                                        septiembre 2022 ________________________________________________________________________

Manuel Polgar Salcedo

Un portafolio fotográfico

 

 

Desde las playas del puerto a los pueblos de río arriba.

 

Fernando Guadarrama Olivera

El amor de Manuel Polgar Salcedo por Veracruz no es casual, lo trae en los huesos. Nacido y crecido en la capital del país y arqueólogo de la ENAH de formación, se topó con el fandango veracruzano  en 1998, cuando fue subdirector del Centro Comunitario Culhuacán, en donde conoció a Los Parientes de Playa Vicente, quienes organizaban allí, por aquellos años, unos concurridos festivales de son jarocho. Desde ese momento Manolo se ligó a la fiesta fandanguera para siempre. Pero Veracruz ya estaba presente en su historia familiar desde mucho antes, pues el viejo puerto fue para su abuelo paterno, el socialista exiliado español Ovidio Salcedo, el lugar en donde “recuperó su dignidad de hombre libre”. Fue allí donde don Ovidio volvió a nacer, el día que desembarcó del vapor Quanza, procedente de Casa Blanca, Marruecos, y pisó por primera vez la tierra de la antigua Chalchihuecan, en el año de 1941. La historia de su abuelo y su gratitud eterna con Veracruz le marcaron a Polgar Salcedo los rumbos de la vida, y su gusto por el son jarocho y la música porteña de origen cubano lo acabaron de convertir en veracruzano por decisión propia.

A partir del año 2000, Manuel visita muchas veces Veracruz, llevado por su amistad y relación cada vez mas fuerte con los jaraneros y fandangueros de los pueblos de tierra adentro, principalmente del municipio de Playa Vicente, y de los pueblos vecinos de la ribera del río Tesechoacán,  afluente del gran Papaloapan.  Allí conoce a Arturo Barradas y a su familia, pilares del renacimiento del son y el fandango jarocho, en esa región veracruzana que hace frontera con Oaxaca. Y es con Arturo y su gente que Manolo se integra y ayuda en la realización del primer festival de son jarocho en Playa Vicente, efectuado en julio del año 2004, que nace como un homenaje a los viejos soneros de la región. Este evento se convirtió después en el Festival del Tesechoacán, el cual lleva ya diez y siete años celebrándose en esta localidad de manera continuada, suspendiéndose solamente durante los dos recientes años de la pandemia del coronavirus. Y es también con la familia Barradas que gestiona y produce el documental Soneros del Tesechoacán. Sonidos del río (La Maroma producciones), en el año de 2007. 

Pero Playa Vicente no ha sido su único lugar de trabajo, también el pueblo de La Antigua, muy cerca del puerto, en donde estuvo a cargo de la Casa de la Cultura entre 2014 y 2015.

Su fascinación por Los Tuxtlas y su curiosidad de arqueólogo lo han llevado también frecuentemente de visita por los rumbos de Piedra Labrada, en la Sierra de Santa Marta, adonde colabora en proyectos con su amigo de muchos años el Antrop.  Alberto Córdoba.

Manuel se muda al puerto de Veracruz definitivamente en el año 2008, y en 2010 funda allí un restaurant – espacio cultural llamado “La República”, en honor a su abuelo Ovidio, el cual estuvo abierto solo dos años. Ubicado en la famosa Plaza de la Campana, en pleno centro histórico, este lugar se convirtió durante ese corto tiempo en refugio y foro de los grupos de son jarocho y son montuno del puerto de Veracruz y sus alrededores.

La cámara fotográfica y el gusto por la fotografía antropológica le llegan a partir de los cursos recibidos en la ENAH durante sus años de estudio. Desde entonces la cámara se convirtió en su compañera de viaje, y con ella ha ido registrando todo su periplo por Veracruz, desde las playas del puerto a los pueblos de río arriba.

La selección de imágenes que hoy nos entrega Manuel Polgar es solo una pequeña muestra del enorme acervo fotográfico que ha ido acumulando durante todos estos años en sus andanzas por el puerto y el Sotavento. Fotos llenas de paisaje, desde las laderas de Piedra Labrada en la Sierra de Santa Martha, hasta los maizales de las tierras bajas de Playa Vicente. Desde el Cerro de las Mesas en Tlalixcoyan hasta los potreros de las riberas del río Blanco. Desde los amaneceres en el Río La Antigua hasta los atardeceres nublados sobre la Isla de Sacrificios, pasando por las hermosas imágenes del moderno puerto mercante de Veracruz.

Mención especial merecen las imágenes de las viejas casonas abandonadas del centro histórico de Veracruz, que son hoy solo las ruinas de lo que fuera la antigua ciudad amurallada, y las fotos de los infaltables barcos de pescadores atracados en el muelle.

Fotos llenas de personajes también, anónimos la mayoría, como el vendedor de ropa, el de algodones y el masajista y su cliente en las playas del puerto. Y qué decir del dueto musical tocando para la familia sobre la arena, o del hombre lanzando sus redes al mar bajo la luna, o de la tradicional cascarita de futbol playero y los emocionantes duelos beisboleros en Villa del Mar, o el infaltable buzo improvisado que saca monedas en el mar del Malecón porteño.

Y finalmente los personajes conocidos que fueron apareciendo en los viajes, como la del jaranero playavicentino José María Álvarez “El Pariente”. O las de Doña Hermelinda y Don Benito, popolucas de Piedra Labrada. Ella cargando una vieja hacha de jade olmeca, y él mirando al cielo durante la ofrenda y el pedimento a Chane, dios de la selva y de los animales, o con una hermosa mazorca de maíz entre las manos. 

Imágenes todas capturadas por el lente emocionado de alguien que en cada foto nos deja una muestra de su profundo amor por Veracruz: nuestro querido amigo Manuel Polgar Salcedo.

 

 

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Laudería en la cuenca del Tepalcatepec

La Manta y La Raya # 13                                                        septiembre 2022 ________________________________________________________________________

¡Que suenen pero que duren!

Historia de la laudería                                                                            en la cuenca del Tepalcatepec

Victor Hernández Vaca

 

Victor Hernández Vaca. ¡Que suenen pero que duren! Historia de la laudería en la cuenca del Tepalcatepec. El Colegio de Michoacán, Zamora, Mich. 2008.

 

Nos detenemos en este interesante trabajo de Victor Hernández Vaca sobre la laudería en la cuenca del Tepalcatepec, el cual representa una importante contribución al estudio de la historia y organología mexicana.

En varios pueblos de la cuenca del Tepalcatepec se ejerce la actividad artesanal y artística de la construcción de instrumentos musicales, la población distinguida en esta ocupación es Paracho, Michoacán, reconocido como el principal centro manufacturero de instrumentos musicales de cuerda del país. Sin embargo, no es  la única localidad donde se construyen cordófonos, existen otras poblaciones donde se ocupan del viejo oficio; en el municipio de Paracho, en la comunidad purhépecha de Ahuiran, principalmente se fabrican instrumentos de cuerda frotada como: violines, violas, violonchelos y contrabajos. Por el rumbo de Zamora se localiza Tarecuato, donde se construye el antiguo y desconocido instrumento de origen colonial llamado tzirimchu. La Tierra Caliente y la Sierra Costa, comparten una alineación instrumental común, arpas, jaranas, vihuelas y violines conforman el conjunto de arpa grande. En Apatzingán, San Juan de los Plátanos, Nueva Italia, Buena Vista, Coalcomán, Arteaga, Tumbiscatío y más pueblos, viven las personas encargadas de construir esa dotación instrumental. En estas poblaciones el oficio de laudero es reproducido casi de manera anónima.

En general, como indica Victor Hernández Vaca en su trabajo, es poco lo escrito en torno a la historia de la laudería y los instrumentos musicales de cuerda de los pueblos de la cuenca del Tepalcatepec. Los textos tienden a repetir aseveraciones sin argumentos, como que fue Vasco de Quiroga quien transmitió el oficio de la guitarrería a la gente de Paracho. De los otros pueblos no se ha escrito casi nada al respecto, pues ni se conoce la existencia de otros centros lauderos en Michoacán. La mayoría de los escritos centran su estudio y análisis en la música y el instrumento musical observado como un objeto inanimado carente de significados más allá de sus afinaciones; olvidando muchas veces que el instrumento musical es parte de la cultura material de una sociedad. Los instrumentos musicales fungen como interlocutores con la historia, cultura, sociedad y economía de las poblaciones donde se construyen y suenan. Por lo tanto, el instrumento musical es un texto con gramáticas propias de la sociedad que los construyó y de la época en la que fueron construidos. De la misma manera, el trabajo de laudero contiene códigos sociales, culturales, filosóficos, estéticos y sonoros, que emiten mensajes de la sociedad española y del Tepalcatepec. Así, la laudería tradicional de la cuenca corresponde a un mismo sistema cultural evangelizador, que tiene su origen en el siglo XVI, que se transforma y evoluciona de un pueblo a otro de acuerdo al particular desarrollo de cada lugar o población de lauderos. El desarrollo de las regiones que confluyen en la cuenca no se da de manera uniforme, sino que cada población tiene su propia dinámica. Por eso vemos una laudería antigua en Paracho desde el siglo XVI, que se transforma sustancialmente en el siglo XX; mientras que esa misma laudería antigua se mantiene presente en la Tierra Caliente hasta la actualidad. 

 

 

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Virtuosismo y rutina

La Manta y La Raya # 12                                                             marzo 2021 ________________________________________________________________________

Virtuosismo y                             

                 rutina *     

 

Alejo Carpentier

 

 

 

 

 

 

 

* El presente texto forma parte del libro Ese músico que llevo dentro, de Alejo Carpentier.

 

En principio, no soy enemigo del virtuoso. El virtuoso –de acuerdo con una expresión italiana que data, si no me equivoco, del siglo XVII– es aquel músico o artista que ha llegado a tener “el completo dominio de una técnica”. Lo que significa, con otras palabras, que ha pasado a la categoría de maestro en su oficio. Y como maestro, se permite lo que no puede permitirse un aprendiz, en cuanto a la utilización de sus facultades naturales y su poder de ofrecernos, en cualquier momento, una ejecución trascendental.

Pero el virtuosismo, cuando se sistematiza, suele acompañarse de un vicio debido a un proceso de deformación profesional. El virtuoso, ufano de su virtuosismo, acaba por querer demostrar a todos que es el más virtuoso de todos los virtuosos. ¿Y cómo demostrarlo, si no ejecutando con mayor maestría y relumbre, lo que otros ejecutaron antes que él? Y cómo lograr que el público se dé cuenta de lo que quiere probar, si la prueba no se hace con obras que el público conozca muy bien?… Por lo tanto, si el virtuoso es pianista, tocará los conciertos más manidos; si éste no es lírico, se atendrá a las óperas que tienen romanzas que todo el mundo tararea. Y si es director de orquesta, andará por las capitales del planeta con un repertorio de diez sinfonías, ocho oberturas y cinco poemas sinfónicos, saliendo al escenario, cada vez, con una expresión entendida, que equivale a guiñar el ojo a sus oyentes, y a decirles: “¡Ahora verán ustedes cómo me suena la Quinta de Chaikovski!… ¡Ahora sabrán ustedes cómo debe tocarse la Sinfonía heroica!… ¡Ahora sabrán ustedes lo que es la obertura de Egmont!…”  Exactamente como cuando los grandes cocineros dicen: “Ustedes sabrán realmente lo que es una perdiz estofada, cuando prueben las perdices que yo preparo”.

De ahí que el virtuoso, que sabe entusiasmarse por su dominio técnico y su inteligencia de los textos, nos resulte enojoso, a veces, cuando leemos sus programas, en frío, lejos de la sala de concierto donde ejerce su poder de seducción sobre los públicos. Siempre es la misma sonata, el mismo concierto, la misma sinfonía. Las mismas sonatas, los mismos conciertos, las mismas sinfonías que tocaron, el mes pasado, el virtuoso alemán, el virtuoso polaco y el virtuoso austriaco. Y así, en otro dominio, actúan también –hay que reconocerlo– las bailarinas famosas.

Sin virtuosismo no hay danza de alta jerarquía. Más aún: la danza es probablemente la forma de arte que exige el mayor grado de virtuosismo por parte del intérprete. Pero esto entraña el eterno vicio que empequeñece, en cierto modo, la figura del virtuoso. Mientras mejor es el ballet, y más renombre tienen las estrellas, más monótono habrá de ser el repertorio… No hace falta publicar previamente los programas. Ya sabremos que habrá Lago de los cisnes y Cisne negro, Las sílfides, Coppélia, Giselle, Pas de quatre y Don Quijote. No niego que tales ballets sean los más firmes puntales de la danza académica, y que el trozo de bravura que es El cisne de Saint-Saëns deba figurar, desde los tiempos de Anna Pavlova, en el repertorio de toda gran danzarina –como todo gran pianista debe saberse los conciertos fundamentales. Pero… ¿acaso no existen otros ballets?… Me dirán los empresarios que los mencionados son “los que el público prefiere”. ¿Y qué saben ustedes, señores, si ésos son los que el público prefiere, puesto que no le han demostrado los muchos otros que han venido a enriquecer el repertorio coreográfico desde hace treinta años?…

El Nacional, Caracas, 5 de octubre de 1952.

 

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El granero del mundo

La Manta y La Raya # 12                                                             marzo 2021 ________________________________________________________________________

El granero del mundo

 

Relato de la tradición Tének

(Huastecos de San Luis Potosí)

José Cándido (relator)

Román Güemes Jiménez (entrevistador)

Armando Herrera Silva (edición)

 

Presentación

En diversas culturas indígenas de nuestro país, el mar y el agua, siempre han estado presentes dentro de su concepción cosmogónica. 

En el siguiente relato, contado por el sr. José Cándido, indígena Tének (Huasteco) de la comunidad de Tanjasnec, municipio de San Antonio, San Luis Potosí, podemos advertir estos elementos. Para los Tének, al igual que los mayas, el maíz no sólo es alimento, sino que representa su origen, de aquí que una de las deidades principales para los Tének sea Dhipák, Dios Maíz, quien tiene similitud con Yum Kaax, entre los Mayas. Por otro lado, la tortuga, es uno de los animales que se encuentra en muchas de las simbologías de las culturas mesoamericanas.

Este relato fue registrado en octubre de 1999. La entrevista la condujo el Antrop. Román Güemes Jiménez; la transcripción, corrección del texto y edición del mismo, de Armando Herrera Silva.

* * *

Un día, un arriero de la Huasteca, conducía sus bestias por la sierra y al pasar por el cerro puntiagudo que se llama Huitzmalotépetl, oyó cantar a muchos pájaros, lo cual llamó su atención. El arriero se detuvo a ver por qué tantos pájaros cantaban y hacían tanto escándalo; al momento de asomarse, vio que las hormigas arrieras formaban un camino y salían de adentro del cerro con granos de maíz, lo traían en la cabeza agarrados con sus colmillos. Los pájaros aprovechaban los granos que dejaban las hormigas tirados o regados, entones revoloteaban para comerlos. El cerro era muy alto, tan alto que llegaba hasta el cielo; por ahí es que las hormigas arrieras solían subir a cortar flores en el jardín del Creador. 

El hombre muy sorprendido salió y siguió su camino, pero como ya era tarde, llegó a un pueblo, ahí se quedó a dormir. Por la noche, contó lo que había visto en el camino, al pie del cerro. Fue así que uno de los sabios de ese lugar contó que, —hacía muchos años, cuando todo era el principio, el Dios del maíz, Dhipak, y los primeros hombres, guardaron allí el maíz en ese cerro, era como el granero del mundo.

Por esos días casi no había llovido y había mucha hambre. Así, que al oír al arriero, los ancianos se reunieron y decidieron ir primeramente a pedir a los seres divinos, a los Truenos Chicos, a ver si podían ayudarlos a sacar de ahí el maíz. Ellos, como son unos seres muy obedientes, todo el día hicieron la lucha por sacarlo, pero no pudieron. Ya cansados, les dijeron: —ya no tenemos fuerzas, mejor vayan a ver al Trueno Mayor que está en el oriente, donde nace el sol; ahí, en medio del mar es que vive. 

Entonces se organizaron los ancianos para ir a buscar al Trueno Mayor para ver si él podía hacer el favor de venir a sacar el maíz que estaba en ese cerro. Fijaron la fecha y salieron; caminaron mucho hasta llegar a la orilla del mar. Pero entonces no sabían cómo hacerle para cruzar y llegar hasta donde estaba El Mayor. Estuvieron ahí llamándolo, hasta que de pronto, vieron venir una tortuga gigante, como del tamaño de una casa. Llegó hasta donde ellos se encontraban parados, se detuvo delante de ellos y se volteó hacia el horizonte, entonces se subieron en su concha y empezaron la travesía por el mar, hasta llegar donde estaba El Mayor.

Cuando llegaron, se sorprendieron, pues era igual que un hombre, sin embargo, era a la vez un ser divino. Entonces El Mayor les dijo, − ¿qué hacen aquí ustedes?, ¿a qué han venido? Los mensajeros empezaron a contar lo que habían encontrado y lo que querían: “nosotros venimos a pedirle que vaya usted a sacar el maíz que han encontrado en un cerro, nuestro pueblo muere de hambre y necesitamos comer”. Él les respondió que ya estaba viejo y cansado; les dijo, —a mi edad ya no tengo fuerzas para caminar.

Sin embargo, los señores no se dieron por vencidos y le insistieron mucho, hasta que lo convencieron de ir a sacar ese maíz. Les dijo, —está bien, sí iré, pero necesito que me traigan una silla y un bastón que esté hecho de esa hierba que le llaman “ortiga”; también le dicen “mala mujer”. 

Los ancianos reunieron las cosas que él solicitaba y entonces lo llevaron cargado en las espaldas hasta el pie del cerro aquel donde se estaba enterrado el maíz, ahí lo bajaron. Él se paró y miró el cerro de abajo hacia arriba. 

El Mayor subió al lugar alto y con el bastón golpeó fuertemente el cerro y resplandeció un gran relámpago azul y el cerro empezó a arder. Después de eso, el cerro se partió en tres pedazos grandes y salió todo el maíz y se empezó a regar por el mundo. El Mayor levantó con la mano un pedazo de cerro y lo tiró hacia el este; de la misma forma tomó el segundo pedazo y lo tiró hacia el norte, y el último pedazo, con una sola mano lo tiró hacia el sur. 

Entonces extendió sus manos y ya con la fuerza del trueno, se fue por el aire hacia el lugar donde él vive en el mar.

Fue de esa manera como el pueblo se pudo alimentar y tuvo semillas para la siembra. Con el relámpago y la quemazón surgieron las diferentes clases de granos de maíz. Con el calor de las brasas, el maíz que estaba hasta abajo se puso morado por la fuerza del carbón, es al que le llaman chulum; luego el anaranjado se quemó un poco menos, siguió el maíz amarillo y el que estaba hasta arriba quedó blanco pues el calor casi no le llegó. 

Igualmente los pedazos de cerro que El Mayor arrojó, hoy los podemos ver desde lejos en la amplia región de la huasteca: al este, la sierra de Otontepec y Chicontepec (lugar de siete cerros), al norte la sierra de Tanchipa y el cerro de Bernal, al sur, la Sierra Madre donde vive la gobernadora, Tamazunchale (Tam, lugar; Uzum, mujer y Tzale, gobernar)…

 

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Fandango Feminista

La Manta y La Raya # 12                                                             marzo 2021 ________________________________________________________________________

Fandango Feminista

Un espacio comunitario seguro y de respeto.

 

Julia López Valenzuela

 

Primer Fandango Feminista. Deirdre Cassan.

 

Dolor y enojo: el patriarcado

El sábado 12 de noviembre de 2016, organizamos el primer Fandango Feminista en Punto Gozadera, un restaurante, foro, galería, punto de encuentro donde convergía gran parte del movimiento feminista de Ciudad de México en ese momento. Ubicado en el mero centro, este espacio transfeminista abría sus puertas a talleres, conversatorios, encuentros, asambleas, obras de teatro, conciertos, fiestas, proyecciones, exposiciones, donde se expresaban diversas voces feministas.

En esa época comencé a darme cuenta de un dolor muy profundo que de tan antiguo y constante, había terminado por normalizar. Ese dolor me tenía a mí y a la sociedad entera, partida por la mitad y lo hice más consciente cuando, por azares del destino, la vida me llevó a conocer a unas personas muy valiosas y fuera de lo común con quienes me identifiqué profundamente. Aprendí a cuestionarme de pies a cabeza y a cuestionar a la sociedad machista que me tenía tan achicopalada.

¿Por qué existe el género? ¿A quiénes les conviene dividirnos? ¿Por qué tenemos que escoger entre sólo dos formas de ser? ¿Quiénes tienen el poder y por qué? ¿A quién le agrede la diferencia? ¿Quién puede sentirse agredidx porque yo sea quien soy? ¿Qué es lo que me hace sentir tan sobajada? ¿Por qué tengo esta percepción de mí misma? ¿De quién es esa voz que tengo tan adentro de mí, que me hace sentir incapaz, que me hace ver como impostora, que me juzga y me rebaja, para la que nada de lo que yo haga será suficiente, la que me exige constantemente justificar mi lugar en el mundo, la que me pide explicaciones?

Esa voz es la voz del patriarcado. Ese señor enojado, blanco, rico y amargado -y hetero- que lo tiene todo y siempre quiere más. Tiene tanto poder que siempre (o casi siempre) consigue lo que quiere… y lo quiere todo. Tiene tanto poder sobre nosotrxs que ha logrado incluso instalarse en la conciencia de las mujeres, las disidencias sexogenéricas y las personas más oprimidas para convencerlas de que están en el justo lugar donde pertenecen y de que ahí se deben quedar. Comencé a identificar todas esas opresiones gratuítas que yo misma me imponía obedeciendo a esa voz machista y empecé a cuestionarla, a cuestionar sus fundamentos, sus derechos sobre mí. 

Autorreconocimiento y vínculos: una idea

Llevaba ya unos meses frecuentando este y otros espacios. Conocí y traté con personas muy valiosas con las que me sentí tan identificada que decidí dejar mi paradisíaca ciudad Xalapa, Veracruz, para venir a vivir a esta catastrófica Ciudad de México y continuar aprendiendo y desarrollando vínculos importantes para mí, reconociéndome y cuestionando todo. Estaba feliz pues había encontrado al fin una comunidad con la que me sentía completamente cómoda y segura de ser quien soy. Comencé a familiarizarme con las teorías cuir y el activismo transfeminista, con la disidencia sexual y la ternura radical. 

Ahí, con mi comunidad, aprendí la manera más humilde de transgredir al sistema, que es a la vez el acto más subversivo: ser unx mismx. Entendí que yo no era mi género, que yo era un cúmulo de experiencias, gustos, decisiones, opiniones, emociones y reflexiones diversas; que yo era tan infinitamente diversa en  mi personal expresión de ser, como infinitas son las personas que habitan y habitarán este mundo. Es decir, que lo que me hace igual a otrx es que somos diferentes. Somos iguales en la diferencia, y nuestro derecho humano es ser libres de vivir nuestra diversidad plenamente, de que se nos reconozca por ello, por nuestra única y diversa forma de ser y no por lo que se nos ha obligado a representar, directa o indirectamente desde el momento en que nacimos.

Me fui reconociendo parte de una comunidad que defendía el derecho de las mujeres y de todas las personas que no son hombres cisgénero (aquéllos hombres cuya identidad de género coincide con el sexo que se les fue asignado al nacer) a ser tomadxs en serio, a no ser discriminadxs. Derecho a que no se nos subestime, que no se nos invisibilice, que no se nos maltrate, que no se nos violente, que no se nos mate. Derecho a que se respete nuestra integridad, pues antes de cualquier diferencia somos seres humanos y como tal debemos ser tratadxs. 

Me hice parte de este movimiento y además de asistir a conversatorios, talleres, fiestas, seminarios, conciertos, encuentros, proyecciones, convivios, etcétera, fui participando con mi jarana y mi voz en algunos de estos eventos y manifestaciones y también comencé a dar talleres de jarana en dichos espacios. Un día, mientras bailábamos en un concierto ahí en La Gozadera, Ali Gua Gua, una gran amiga y vieja loba de mar con quien comparto el gusto por el son jarocho, me preguntó: “¿Y pa’ cuándo el fandango feminista?”. Nunca habíamos hablado del tema y ni siquiera tuvo que explicarme nada para que yo entendiera de inmediato lo que tenía que hacer.

Reglas de convivencia: el tejido

Desde que yo era una niña aprendí ciertas reglas de convivencia en el fandango que permiten que la fiesta se lleve a cabo de una manera ordenada y respetuosa. Estas reglas no están escritas, no se reparten entre la gente que acude, no se bajan de internet. Estas reglas se aprenden de la convivencia con diferentes generaciones de fandangueras y fandangueros dentro de la fiesta misma. Son reglas de respeto básico: si hay viejitos o viejitas, deben estar al frente de la tarima; si hay alguien con mucha experiencia o mayor experiencia que tú, debes permitirle pasar adelante; si quieres aprender, debes tocar bajito o no tocar para que puedas escuchar y permitir escuchar a la demás gente; si quieres bailar, debes esperar a que se divierta un rato la gente que está en la tarima antes que tú; si quieres cantar, debes escuchar atentamente lo que se ha cantado para no repetir el verso o para tener de qué cantar pues con cada verso se está proponiendo una temática; si alguien está cantando detrás de ti, te abres para que se acerque y se le escuche; si hay demasiada gente tocando o suena muy bonita la música y tu participación no es necesaria, no tocas y sólo escuchas o bailas, o cantas; si hay público presente, siempre se debe dejar despejado el frente de la tarima para que las personas que estén de espectadoras puedan disfrutar de la fiesta. Y lo que es más importante: siempre se debe prestar mucha atención a lo que pasa en el fandango, a la música, a la versada, al baile, a la interacción de la gente pues de eso se trata esta fiesta. Cada elemento es importante, pues forma parte de un entramado muy fino, y con respetuosa atención se pueden distinguir los dibujos su tejido.

Estas reglas se han ido desdibujando conforme se ha ido integrando a la comunidad, de manera exponencial, más y más gente que está empezando su proceso de aprendizaje ya que, al mismo tiempo, la generación de fandangueras y fandangueros más viejxs y experimentadxs va falleciendo y dejando con su ausencia muchos huecos de conciencia comunitaria, de sabiduría musical y ancestral. Esto, aunado a la violencia creciente y a la ruptura del tejido social, vuelve a la convivencia en el fandango cada vez más complicada, y por ende a la música menos apreciable.

Las mujeres somos seres humanos

El fandango es una fiesta comunitaria, lo que implica que cada una de sus partes es igualmente importante y necesaria para su realización, tanto dentro de la música y el baile, como fuera de ella y toda la organización que conlleva. Este carácter comunitario es lo que ha convertido al fandango en un acto subversivo y una tradición en resistencia. El fandango es por naturaleza incluyente, plural, comunitario y recreativo. Por esta razón, cada vez más y más gente quiere participar de él y se siente bienvenida y cobijada por su encanto. Pero si nos adentramos en este mundo, podemos observar que la realidad es un poquito diferente. Existen jerarquías, egolatrías, habladurías, secretos, discriminación, violencias implícitas y explícitas que son normalizadas o invisibilizadas por costumbre, o por conveniencia de las personas con más poder. Estos problemas, sin embargo, no son exclusivos del fandango ni tampoco lo definen. Son manifestaciones de una sociedad triste, desubicada, humillada y vejada. Es necesario luchar diariamente por cambiar todo lo que nos enferma y oprime: eso implica erradicar la violencia de todas nuestras relaciones personales y de todas nuestras actividades sociales. Una de ellas, claro está, es el fandango.

Dentro de la tradición del fandango jarocho, a la mujer se le exige representar estereotipos muy marcados. Es muy doloroso enfrentar miradas, comentarios y tratos despectivos cuando una no representa o no se ajusta a los cánones establecidos. Y aunque se pertenezca a dichas expresiones de género, de todos modos se sufre discriminación, vejación y violencia, ya que la sociedad es profundamente machista, y en el fandango se perpetúan sus prácticas. Lo cierto es que hasta hace bien poco (pensando en lo antigua que es esta tradición) a las mujeres no se les permitía tocar en público. Dentro del fandango, era mal visto que las mujeres tocaran instrumentos de cuerda y eran pocas las que cantaban, pues no debían destacar mucho en la música. Las mujeres únicamente debían ser vistosas en la tarima, instrumento al que sí podían acceder pues ahí arriba podían ser objeto de cortejo. Así pues, “el rol de las mujeres”, según la visión machista dominante, además de trabajar en la cocina, atender a la gente, alimentarla y ocuparse de la limpieza (entre otras labores, que siempre han sido feminizadas y por tanto, destinadas a las mujeres), era el de servir de “inspiración” a los hombres, que competían entre sí y para ver quién “se llevaría” a la mujer por medio de su versada o su ejecución musical. Esta situación aún persiste y es muy incómoda para las mujeres en general. Persiste dentro de la tradición del son jarocho y persiste también en todas las prácticas machistas de nuestra sociedad en las que no se toma en cuenta el deseo y la voluntad de las mujeres, ni tampoco sus capacidades, su vocación, o su trabajo invisibilizado. El único valor que la sociedad machista, en este caso la fandanguera, le da a la mujer, es el de reafirmar la valía de los hombres. 

Actualmente cada vez más mujeres se sienten con la confianza de tocar un instrumento. Sin embargo deben esforzarse el triple que cualquier hombre para ser tomadas en serio. Por ejemplo, si apenas estás aprendiendo a tocar y no eres una experta, algunos hombres y sus amigos dirán que tocas “mal” porque eres mujer; en cambio animarán a seguir practicando a cualquier hombre novato. Si tocas “bien”, lo adjudicarán a que seguramente eres esposa, novia, amante o alumna de algún hombre. Si bailas “bien”, será porque quieres la atención de los hombres. Si acaso una mujer quiere dar su opinión, ya sea hablada o por un medio escrito, se le obstruye, se le invisibiliza, se le ningunea. Si acaso la puede hacer pública, dirán que fue gracias a que un hombre “le dio chance”.

Es momento de que esto acabe. Las mujeres somos seres humanos, siempre lo hemos sido. Siempre hemos tenido voz, aunque no se nos escuchara. Siempre hemos escrito, aunque no se nos leyera. Siempre hemos hecho música. Y siempre hemos pensado por nosotras mismas aunque no se nos haya visto, consultado o tenido en cuenta. No necesitamos la condescendencia de nadie. Exigimos el respeto que merecemos. Exigimos que no se nos juzgue ni se nos invisibilice, exigimos ser tomadas en cuenta y que nuestra voz se escuche y se haga escuchar.

Yo no creo en las jerarquías. Esos códigos de convivencia que menciono están basados en el respeto y respeto merecen todas y cada una de las personas que acuden a un fandango, a no ser que alguna de estas personas le falte al respeto a otra; en ese caso, yo pensaría que se debería accionar de inmediato y en comunidad para resarcir el daño y que el respeto y la integridad de las personas prevalezca por sobre todas las cosas. Viéndolo de esta forma, ¿por qué no hacer un fandango donde se ejerciten las prácticas del respeto?

Primer Fandango Feminista

Habían llegado a mí noticias de los fandangos temáticos y en lo personal me habían parecido una fabulosa idea. Plantée entonces la idea de que el Fandango Feminista fuera un fandango temático, en el cual se priorizara la participación, no de los habitantes de una comunidad fandanguera en específico, sino la de las mujeres y las disidencias sexogenéricas de la comunidad fandanguera en general. En este fandango temático, la principal premisa sería (y aún lo es) la de hacer conciencia de las prácticas machistas que permean el fandango, en todos los niveles y actividades que llevamos a cabo dentro de él. Por ejemplo, si se va a cantar, poner atención en la versada ya que muchos de los versos que se cantan denigran a la mujer o se le trata como a un objeto. Habría que evitar cantar dichos versos, o modificarlos para cambiar su sentido. También habría que utilizar versos que trataran de diversas cosas y no sólo de amor romántico, pues este suele estar permeado de violencias normalizadas. En caso de no ser suficiente el material para versar, habría que componer nuevos versos para cantar en el fandango.

El machismo no sólo se refleja en la versada sino también en nuestro actuar y proceder en el huapango, en la forma en cómo se usa el espacio y el sonido. Así pues, quienes tendrían la prioridad de estar al frente del fandango serían las mujeres. Los hombres que quisieran ir al Fandango Feminista tendrían que dejar de lado su afán protagónico: tal vez solo ir de espectadores, o, en caso de que fueran demasiadas sus ganas por tocar, ponerse en la parte de atrás del fandango, aunque consideraran que “tocan mejor” y que es indispensable que se les escuche más que a nadie. En esta ocasión, lo principal era escuchar a las mujeres, sin importar lo mucho o poco que supieran o su calidad de interpretación. El fandango no existe para medirse los egos, el fandango existe para divertirse en comunidad e insisto en que su carácter comunitario implica el respeto, el respeto implica la humildad, la humildad implica el “no juicio” y no juzgar es un acto de amor.

El fandango para mí, como ya dije, es de naturaleza incluyente, por esta razón consideré necesario que no fuera separatista, es decir, que podía llegar quien así lo deseara con tal de que siguiera los lineamientos del evento de Facebook, que son las sugerencias arriba expresadas. La premisa principal era hacer conciencia de las prácticas machistas y transformarlas en prácticas de respeto. Y la finalidad de este fandango era, es y será, la de hacer comunidad entre las mujeres y las disidencias que participan de esta tradición. Conocernos, valorarnos, hacernos ver juntas y sentir nuestro respaldo, sabernos presentes y sentirnos seguras.

El primer Fandango Feminista se llevó a cabo el 12 de noviembre del 2016 (casualmente coincidió con el natalicio de Sor Juana Inés de la Cruz) en Punto Gozadera. Acordamos que la entrada sería gratuita y que la ganancia del consumo sería toda para el local, ya que este sería un evento sin fines de lucro. Amistades muy queridas vinieron de lejos (como Argelia Ramírez Ochoa) y de cerca (como Anna Arismendez) para apoyar en la organización. Mujeres con las que nunca había tratado se acercaron para ofrecer su ayuda, su tarima (Georgina López Barroso) y sus manos. Llegaron al huapango mujeres que admiro y que no imaginé que vendrían (como Clara Baxin y Lucero Farías), además de muchas más que conocí ahí mismo y que nos honraron con su presencia. Para esa primera edición se convocó a que nos compartieran versos feministas escritos para la ocasión y nos enviaron versada desde diferentes lugares de Veracruz, el resto del país, e incluso del extranjero. Citlali Aguilera instó a que por vía Facebook se propusieran pies forzados y a partir de ahí elaboró un bello, rico y diverso repertorio de versos con temática feminista. Estas voces se hicieron escuchar a pesar de no estar físicamente, pues imprimimos sus versos y los cantamos durante el huapango. La primera mitad del fandango se sintió un espíritu de alegría, entusiasmo y novedad. Nos mirábamos de vez en cuando a las caras con un gesto de emoción y de asombro pues hubo una respuesta entusiasta y espontánea al llamado. Se cantaron versos nuevos y se hicieron más al momento. Bailamos, nos divertimos y nos reconocimos unas en otras. 

Al principio hubo discretas y acertadas participaciones de algunos hombres. Pero conforme el tiempo y el alcohol fue corriendo, comenzaron a llegar más y más hombres con claras intenciones de boicotear el evento. Fueron imponiéndose hasta posicionarse al frente de la tarima, cantando y tocando fuerte y echando sus versos misóginos favoritos. Las mujeres, al sentirse desplazadas, comenzaron a irse o a arrinconarse y decidimos, tanto las encargadas del local como yo, terminar la fiesta por la paz. A pesar de este amargo final, quienes acudimos al llamado y disfrutamos la primera mitad del fandango, nos sentimos muy contentas. Fue una experiencia que nos hizo empoderarnos al sabernos presentes, valiosas y capaces de estar juntas si nos lo proponíamos.

Al día siguiente convoqué a encontrarnos de nuevo en Punto Gozadera, una tarde de esa misma semana, con quien así lo deseara, para dialogar y debatir acerca de la experiencia del primer Fandango Feminista. Nadie llegó. Desde luego no faltaron los comentarios en las redes sociales, algunos positivos y otros, la mayoría, negativos, sobre todo escritos por personas que no acudieron y que ignoraban completamente de lo que trataba la iniciativa. No me desgasté leyéndolos, pues no creo en ese tipo de críticas y no considero que lleven a un debate real. Yo creo en el trato directo y en ese momento sabía lo que estaba haciendo, por qué lo hacía y que mis móviles eran y son legítimos: la búsqueda del respeto, la paz y la equidad de género. 

Segundo Fandango Feminista

El segundo Fandango Feminista se llevó a cabo el 9 de septiembre de 2017, dos días después del terremoto que afectó el Istmo y diez antes del que azotó la Ciudad de México. Se realizó en Casa Gomorra, un espacio donde vivía una comunidad disidente que llevaba a cabo actividades transfeministas. Era la primera vez que este espacio se abría a la comunidad fandanguera, y como eran amistades mías, accedieron de buena gana. 

Andre Ortega, una compañera, que participó con su versada a distancia en el primer fandango feminista, convocó a las que quisieran verse antes del fandango para platicar y tal vez proponer algunos versitos nuevos para cantar. Para esta ocasión se llevó como invitada especial a Patricia Barradas Saldaña desde Playa Vicente: amiga mía, compañera de fandangos, integrante de los Soneros del Tesechoacán y antigua integrante del grupo Hojarasca, agrupación a la que pertenecíamos cuando chicas y que era integrada sólo por mujeres. Para mi sorpresa llegaron también otras tres hojitas llevadas por el viento feminista, Bibiana Pérez Bautista, Argelia Pérez Bautista y Argelia Ramírez Ochoa. Esta vez se pidió una cooperación de diez pesos en la entrada y vendimos torito y esquites para recaudar el dinero del transporte de nuestra compañera y poder darle algo simbólico. Lxs de Casa Gomorra se encargaron de la venta de la cerveza para la ganancia de su espacio.

Acudieron más mujeres a la convocatoria que la vez anterior. Además hubo presencia de la gente asidua a Casa Gomorra que vivían por primera vez la experiencia de un fandango. Esto le dio un carácter más laxo y diverso. En lo personal me sentí más segura de realizarlo ahí, pues contaba con el apoyo de la Casa. La experiencia de compartir con mis compañeras de Hojarasca, con otras amigas que también vinieron desde lejos (como Diana de Dos Amates) y con más mujeres que se veían gozosas, alegres y emocionadas, me hizo sentir empoderada y feliz. Acudió mucha gente. Al principio hubo poca y tranquila participación de hombres. Pero de nuevo, conforme fue llegando la noche, llegaron algunos machitos tóxicos y borrachos a intentar boicotear el fandango. No lo lograron pues ya casi estaba acabando, pero fue difícil correrlos una vez que había terminado el evento. Otra vez no faltó la controversia de lxs internautas a la que volví a hacer caso omiso, pero me enteré de que hubo varias mujeres que salieron en defensa del Fandango Feminista, lo cual me dio mucho gusto.

Tercer Fandango Feminista

Por motivos personales, en 2018 me fue imposible realizar el evento. Pero en marzo de 2019 convocamos al tercer Fandango Feminista, para realizarse el viernes 29, de nuevo en Casa Gomorra. Para este año invité a Ana Zarina Palafox Méndez, gran maestra de la versada, sonera, ejemplo de resistencia feminista en la tradición del son jarocho, a que impartiera su taller “Jugando con la rima” y nos compartiera su método para construir versos feministas y cantarlos durante el huapango. Quedamos en que se llevaría a cabo en Casa Gomorra los tres días previos al fandango y que por esta ocasión sería gratuito y dirigido únicamente a mujeres. De nuevo se cobrarían diez pesos en la entrada y las ganancias de la venta de bebidas, comida y entrada se destinarían a nuestra invitada especial.

Este año, para dicha mía, previo al fandango me encontré con que algunas mujeres comentaban en el evento de Facebook y debatían entre ellas sobre la pertinencia de la asistencia de los hombres a NUESTRO fandango. Me llené de alegría al saber que estas mujeres se habían apropiado ya de un espacio y una dinámica que había sido destinada justo para eso. Poca gente sabía que yo organizaba el Fandango Feminista, así que intervine en la conversación para presentarme y para defender la postura no separatista del Fandango Feminista. Primero que nada quise dejar en claro que no estoy en contra de los espacios separatistas, de hecho en algunos contextos me parecen importantes y necesarios. Si alguna decidía realizar un fandango separatista, yo me ofrecía a apoyarla, pero este fandango no lo era. 

Para mí es importante que el Fandango Feminista no sea separatista pues estoy convencida de que la comunidad del fandango es, aunque diversa, una sola y es responsabilidad de todxs llevar a cabo el fandango de la mejor manera posible. Por eso me interesa que las mujeres y las disidencias se sientan seguras al contar unas con otras en estos espacios, y si hay hombres que decidan asistir, que sea de una manera consciente y respetuosa para tender lazos de apoyo y resistencia. A veces la simple contemplación permite el aprendizaje y la reflexión. Pero si asisten hombres con afán de provocar o violentar, es necesario también que juntas y empoderadas, les hagamos frente y les plantemos límites. No todas las mujeres ni todos los hombres son iguales. De hecho, para mí el binarismo de género es la violencia más grande que nos ha infringido esta sociedad. Me es importante que este fandango sea incluyente pues, como yo pertenezco a una minoría LGBTQ+, valoro profundamente la diversidad y las separaciones me trastocan. 

La invitación al evento se difundió mucho y la noticia viajó de boca en boca. El taller “Jugando con la rima” fue muy concurrido y muy productivo, y al fandango asistieron una gran cantidad de mujeres, más que en las dos ediciones anteriores. Todas las participantes venían con gran fuerza y energía. La fiesta fue alegre de principio a fin y no faltaron los versos feministas y los coros de protesta en “El Colás”. Las risas y las miradas de complicidad abundaron y la nutrida participación y asistencia me hizo sentir acompañada, respaldada y feliz, como estoy segura que se sintió la mayoría. 

Para nuestro regocijo nos llegó de sorpresa Silvia Santos, otra invitada especial -traída por nuestra invitada especial-. Cantante, compositora, artista plástica y sonera de vanguardia que vino a hacer el fuerte a su compañera y a compartirnos sus postales, su música y su presencia. En esta ocasión, y aprendiendo de las experiencias anteriores, para evitar boicoteos machistas, decidí subir a la tarima frecuentemente para explicar de manera clara y respetuosa el propósito y las dinámicas del Fandango Feminista. Así fue como durante todo el huapango, las mujeres se mantuvieron al pie de la tarima y al frente del fandango, siendo mayoría en todo momento. Los hombres que acudieron se portaron a la altura, manteniéndose al margen y disfrutando de la fiesta tranquilamente. Éramos tantas, tan contentas y empoderadas que ninguno se atrevió a transgredir la fiesta. Ayudaron mucho las intervenciones que de cuando en cuando hacía para que se retomaran las reglas del fandango y muy importante fue la presencia de nuestra invitada especial y su compañera de batallas. Ambas, con su experiencia y buen humor, plagaron el fandango de confianza y alegría.

El tercer Fandango Feminista fue una experiencia muy positiva y empoderadora. Varias de las que asistimos continuamos teniendo comunicación y desde entonces hasta ahora se han llevado a cabo diferentes acciones y propuestas acordes tanto por las asistentes a los Fandangos Feministas, como por otras mujeres que hemos resonado en sintonía por la búsqueda de justicia, equidad, paz y respeto dentro de nuestra comunidad fandanguera.

Epílogo

En marzo de 2020 planeábamos realizar el cuarto Fandango Feminista, pero llegó la pandemia por COVID 19 y nos mandaron a confinamiento, así que no se pudo realizar, ni tampoco al año siguiente. Este año lo llevaremos a cabo y espero que sea recibido con la misma o mejor respuesta que la última edición. 

Quisiera agradecer a más mujeres que me han apoyado en esto de manera logística, moral o participativa: Ali Gua Gua, Argelia Ramírez Ochoa, Anna Arismendez, Ximena Camou, Citlali Aguilera, Georgina López Barroso, Andre Ortega, Patricia Barradas Saldaña, Bibiana Pérez Bautista, Argelia Pérez Bautista, Teresa Arias, Julia Piastro, Ana Zarina Palafox Méndez, Silvia Santos, Alejandra Cuervo, Sabrina Salem, Fabiola Gaytán, Ana Cruz Martínez, Nathalia Fuentes, Gloria Godínez, Elisa T Hernández, María Fernanda Sánchez Valdez, Alejandra Cecilia Prado y todas las que han asistido y seguido a distancia esta aventura. Para la realización de este texto fue de indispensable ayuda la lectura y corrección de estilo de mis queridas Elisa T Hernández y Julia Piastro a quienes agradezco especialmente.

 

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El burro que ríe y canta

La Manta y La Raya # 12                                                             marzo 2021 ________________________________________________________________________

El burro que ríe y canta

Esbozo antropológico de un                                     instrumento musical:                                                       la quijada equina*

Andrea Berenice Vargas García

 

Pedro Muñoz Sánchez

* Artículo publicado anteriormente en la revista Cuicuilco Núm. 66, pp.25.51, may-ago 2016, ENAH, México.

 

Introducción

La antropología implica, en la mayoría de los casos, una considerable porción de imaginación. La mirada antropológica, como sostiene Pascal Dibie, realiza lecturas analógicas: imaginativas y a la vez razonadas. Esta mirada “se inscribe en una trayectoria, que tiene algo de jubileo y algo de iniciación, hecha de partidas y regresos, de aperturas y callejones sin salida que, en definitiva, trazan nuestro itinerario intelectual y modelan nuestra vida” [Dibie 1999: 118].

El presente trabajo consiste en un ejercicio de imaginación razonada en torno a un instrumento musical sumamente particular: la quijada equina, la cual durante mucho tiempo pasó sin pena ni gloria dentro de los estudios de la música mexicana, ya fueran desde la musicología, la etnomusicología, la historia, la antropología, la etnohistoria e inclusive los estudios folcloristas.(1)

La siguiente descripción —parafraseada de autores como Chamorro [1984] y Contreras [1988], así omo de artículos periodísticos y publicaciones electrónicas— comúnmente suele encontrarse en las breves menciones que se hacen sobre este instrumento, palabras más palabras menos:

La quijada equina es un idiófono constituido por el maxilar inferior de un burro, mula o caballo con las piezas dentarias flojas, que se percute con la mano en acción directa y/o se luden los dientes y las muelas por medio de un cuerno de venado, un palo de madera o inclusive una varilla de metal, cumpliendo así a función de idiófono percutido y de ludimiento. Este instrumento es común en la montaña de Guerrero, la Costa Chica de Guerrero y Oaxaca y en algunas comunidades del Golfo de México, así como en países latinoamericanos y caribeños. Su procedencia presumiblemente es africana.

Es notorio que no existe una concordancia entre el avivado interés que este instrumento tan sonoro y peculiar incita, y lo que se habla y se escribe sobre él.(2)

Por ello, este trabajo tiene como objetivo central ofrecer un esbozo antropológico de la quijada como instrumento musical, para contribuir a llenar algunos huecos entre lo escaso que se ha dicho sobre este instrumento, así como destacar el valor que tiene actualmente en algunas tradiciones músico-dancísticas de nuestro país y rendirle honor a los quijaderos y, por supuesto, al difunto animal.

En este trabajo me dedicaré al apunte de algunas generalidades acerca de la quijada, para más adelante referirme específicamente a una tradición musical en la que cada día las quijadas son más famosas, más protagonistas, en contraste con otras músicas donde este instrumento se oculta, tímido, tras máscaras y danzas: el son jarocho y la Danza de los diablos, respectivamente.

El primero, debido al enorme impacto que ha tenido en la última década —nacional e internacionalmente, y gracias a los medios masivos de comunicación, internet y las redes sociales—, y la segunda, por la fuerza adquirida durante el movimiento etnopolítico por la reivindicación y el reconocimiento de los afromexicanos, específicamente en la Costa Chica.

Antes de comenzar, aclaro que este escrito no tiene la intenci  de hablar de la quijada en s isma (aunque se ha dicho poco y hay mucho por decir), sino como señalara Octavio Rebolledo en alusión a otro instrumento musical, el marimbol:

Lo que nos interesa es la “humanidad” en la que él se ha desenvuelto: las personas y las colectividades que lo han acogido y le han permitido seguir vivo, es decir, sonando a través de los a s […] Podré parecer excesivo, pero debemos reconocer que no nos interesa este instrumento en sí mismo, y que si […] ha motivado nuestro interés es sólo porque lo consideramos expresión de un trozo de humanidad personificada en él.  [Rebolledo 2005: 12-13].

Algunas referencias históricas del uso de la quijada en América

Al parecer, existe consenso uniforme respecto a la procedencia de la quijada como instrumento musical, o al menos a su ejecución, se sostiene que proviene de África. Unánimemente se piensa que la quijada o más bien, los quijaderos fueron traídos al Nuevo Mundo en los barcos esclavistas, repletos de hombres, mujeres y niños de un sin número de sociedades y culturas del Occidente y centro de África, quienes a su llegada a América fueron esclavizados y repartidos a lo largo y ancho de todo el continente.

Para sustentar esa afirmación sobre su origen, habría que recurrir a estudios profundos y sistemáticos sobre la presencia de la quijada en las músicas de África, y más específicamente estudios que ubiquen a ese instrumento en el periodo y espacio de la trata esclavista americana desde el siglo XVI.(3)

Aseverar que la quijada equina como instrumento musical en América proviene de la música africana es un argumento que no considera el hecho de que África no es un continente homogéneo, sino que es sumamente diverso étnica, lingüística, cultural y musicalmente [Mintz y Price 2012]. Esta diversidad conglomerada arriba al continente americano y se mezcla y fusiona con la diversidad nativa, europea e inclusive asiática. Es frecuente que respecto a la llamada “música con influencia africana” se parta de posturas estereotipadas y muchas veces erróneas de África y su musicalidad.(4)

Baste decir, por ahora, que el burro doméstico y algunos de sus antepasados efectivamente provienen de África (Equus africanos asinus, en el nombre lleva la penitencia). Además, un aspecto importante a considerar es que la práctica americana —en el amplio sentido del término— de tocar la quijada es, si no propia sí más usual, y común históricamente en comunidades descendientes de africanos en todo el continente, y por lo general, el que uso de la quijada como instrumento sonoro se extienda entre la población no afrodescendiente (indígena, por ejemplo), se debe al intercambio cultural, como sucede en el caso de México, como se verá más adelante. 

A falta de información sobre el uso de este instrumento en las culturas musicales de África, y más específicamente en aquellas que influyeron en el continente americano desde la época colonial, podría argüirse que más que un instrumento de origen africano, la práctica de ejecutar a la quijada equina como un instrumento sonoro se dio en tierras americanas, como una invención propia de las que más tarde serían las músicas de América. Lo que sucedió entre la aparición y la llegada del burro a nuestro continente —como animal de carga y como instrumento musical— queda sujeto a muchas y aventuradas conjeturas.

En el caso mexicano es difícil hallar referencias históricas que daten de la Colonia sobre la presencia de la quijada equina como instrumento sonoro, ya fuese en música o danzas, por ello, saber quiénes la ejecutaban, en qué momento y en qué prácticas músico-dancísticas es un enigma que quizá pueda develarse con una rigurosa, minuciosa y paciente búsqueda de fuentes y archivos. Sin embargo, en el caso de la quijada en Perú, donde este instrumento goza de vitalidad actualmente, existen registros de su uso que datan de finales del siglo XVIII, convirtiéndose hasta hoy en los registros más tempranos sobre la presencia de la quijada en América [Cornejo 2012].

Nicomedes Santa Cruz [2004: 29-32] le dedica atención a la quijada considerándola como uno de los instrumentos más representativos del “folclor afroperuano”, sobre todo en géneros musicales como el festejo, el panalivio y en el son de los diablos. En sus estudios, así como en los del cubano Fernando Romero [1939], se citan cinco documentos que registran la presencia de este instrumento entre los afroperuanos en los siglos XVIII y XIX. La referencia más temprana corresponde al libro El lazarillo de ciegos caminantes, de Alonso Carri e la Vandera, de 1773: 

Las diversiones de los negros bozales son las más bárbaras y groseras que se puedan imaginar. Su canto es un aúllo. De ver sólo los instrumentos de su música se inferirá lo desagradable de su sonido. La quijada de un asno, bien descarnada, con su dentadura floja, son las cuerdas de su principal instrumento, que rascan con un hueso de carnero, asta u otro palo duro, con que hacen unos altos y tiples tan fastidiosos y desagradables que provocan a tapar los oídos o a correr a los burros, que son los animales más estólidos y menos espantadizos [Carri e la Vandera (1773) 1985: 175-176].

Entre 1782 y 1785, en el Códice Trujillo del Perú del arzobispo Baltasar Martínez de Compa  , una lámina retrata a un miembro de la danza de los diablos ejecutando la quijada (véase fig 1). El 19 de junio de 1791, en el diario Mercurio Peruano [tomo II, f. 122], el articulista José Rosse Rubí confirma la presencia de la quijada y el quijadero en la orquesta de diablos: “Sacan una especie de ruido musical, golpeando una quixada de caballo, ó borrico, descarnada, seca, y con la dentadura movible”. Para 1820 y 1830, el pintor mulato Pancho Fierro deja testimonio del uso de la quijada en sus acuarelas (figs 2 y 3). En 1872 Federico Flores y Galindo constata la presencia del instrumento en un verso de su poema burlesco Salpicón de costumbres nacionales: “van juntos el cajón y la quijada/ que sorda zumba con feroz sonido”.

Estas pocas referencias bastan para mostrar la temprana presencia de la quijada como instrumento musical firmemente consolidado en América, específicamente en el Perú, desde el siglo XVIII al menos.(5)

Algunos investigadores como Santa Cruz, por mencionar alguno, se han aventurado a asegurar que Perú es la cuna de la quijada en América, es decir, de la práctica musical de ejecutarla. Al respecto, si bien existe una histórica relación de comercio e intercambio cultural entre nuestro país —específicamente las costas del Pacífico— y el Perú, afirmar que el “origen”de la quijada en México tiene impronta peruana sería una conjetura un tanto vaga.(6) Considero que tanto en el caso de la quijada como en otras manifestaciones culturales, la búsqueda de supuestas raíces tiende a ser infructuosa.

Una referencia interesante sobre el uso de la quijada equina en Norteamérica puede encontrarse en los diversos carteles de minstrel show de Estados Unidos (véase fig 4). Estos espectáculos cómicos —sumamente racistas— que datan de principios del siglo XIX se caracterizaban por su mofa de la cultura afroamericana del sur de ese país. En ellos se retomaban prácticas culturales para ridiculizarlas, sobre todo respecto a su música, lo que más tarde contribuiría de manera importante en la estereotipación de estas poblaciones sureñas.(7)

En el caso mexicano es difícil encontrar referencias claras sobre la presencia de la quijada equina en el escenario de la Nueva España, e inclusive en épocas más recientes. Una referencia temprana es proporcionada por Hans F. Gadow, naturalista polaco que entre 1902 y 1904 realizó una serie de viajes por el sur de México. En uno que hizo por la Costa Chica guerrerense —región caracterizada históricamente por el cuantioso número de asentamientos afrodescendientes—, describe una danza a la que él mismo nombra “Danza de buscar al tigre”:

Empezó la música; un viejo tuerto y manco tocaba el violín, con el arco sujeto al muñón del antebrazo; aquél hombre representaba la orquesta permanente. Uno de los danzantes tañía una jícara, sobre la que había estirado un pergamino, de cuyo centro salía un palo que, frotado con los dedos húmedos, emitía unos gruñidos. La mujer tocaba unas sonajas y el tamboril en la quijada bien seca de un asno, golpeando y restregando los dientes con una pieza de hierro, y golpeando el hueso con la mano al debido tiempo, de manera que los dientes flojos cascabeleaban [Gadow (1908) 2011: 370].

Este breve repaso por las fuentes históricas hasta ahora disponibles nos permite pensar que el uso de la quijada en América se consolida desde el siglo XVIII, seguramente como resultado de la creatividad e inventiva sí de africanos y afrodescendientes traídos por la fuerza a este continente, que despojados de sus matrices culturales, musicales y dancísticas, optaron por reinventarlas y recrearlas con los medios disponibles a su alcance.(8) Por ello puede aducirse que la quijada y su ejecución como instrumento musical son americanas, específicamente afro-americanas, en el más amplio sentido del término:

La cultura tiene “vida” porque su contenido sirve como un recurso para las personas que la emplean, la cambian, la encarnan. Los seres humanos enfrentan las exigencias de la vida cotidiana por medio de sus habilidades de interpretación e innovación, y su capacidad de manejar el simbolismo usando creativamente sus formas de comportamiento, no petrificándolas. Entonces, completamente al margen del problema de los orígenes históricos, los recursos culturales de los afroamericanos y de las culturas afroamericanas de ninguna manera se limitan a los elementos o complejos que pueden demostrarse de origen histórico africano; tales orígenes son mucho menos importantes que el uso creativo, continuo, que hacen de las formas, sin importar su origen, y los usos simbólicos que se les imparte [Mintz 1974: 19-20, citado en Good y Velázquez 2012: 8].

La quijada hoy

La quijada de burro, mula o caballo (o de burra, mulo y yegua) se ejecuta en varios géneros musicales de Latinoamérica y el Caribe (figura 5): el festejo, el son de los diablos y el panalivio en Perú; la cueca chilota en Chile; en la música rapanui de la Isla de Pascua; en la música garífuna de Belice, Honduras y Nicaragua; en el torbellino de Colombia y algunas músicas isleñas como en San Andrés y Providencia; en el punto cubano; en el son nica de Nicaragua y en la música miskita; en la música con motivo religioso en la región de Veraguas, Panamá; en el candombe de Argentina; en la música de Palo de Mayo y el calipso de países caribeños, entre otras más.

Y según las latitudes se le conoce de manera diferente: charrasca, carachacha, carraca, charaina, mandíbula, kahuaha, carretilla, o simplemente quijada. Significativamente, la mayor  de estas músicas conforman el patrimonio cultural de poblaciones afrodescendientes en el continente americano. En la actualidad, la presencia de este instrumento musical se acentúa con mayor fuerza, no únicamente en expresiones músico-dancísticas tradicionales, sino también en nuevas propuestas musicales —músicas emergentes—, las cuales revaloran el potencial sonoro de la quijada.(9)

En el caso de México, la quijada se interpreta tradicionalmente en dos regiones del país: el Pacífico y el Golfo, en las danzas de los diablos de la monta  de Guerrero y la Costa Chica de Guerrero y Oaxaca, y es muy aclamada en la actualidad en el son jarocho del Sotavento. Para los objetivos de este trabajo abordaré someramente algunas tradiciones músico-dancísticas mexicanas en donde la quijada mantiene un papel preponderante: la(s) Danza(s) de los Diablos de la Costa Chica y el son jarocho. Sin embargo, antes de detenerme en esos puntos, señalar lgunos de los aspectos físicos de este instrumento musical —que antes que todo fue animal y después cadáver— considerando la poca información que se tiene hasta hoy acerca de la quijada equina.

Guía del usuario

Una de las principales razones que dirigieron mi atención hacia este instrumento tan poco usual —al entender citadino— fue su carácter cadavérico. ¡Cuánta inventiva para sacarle riquísimos sonidos y vibraciones prolongadas a la calavera de un difunto jumento! La primera vez que escuché una quijada vibrante de burro, y la primera vez que tuve la oportunidad detener una entre mis manos, llegaron a mi mente un cúmulo de preguntas: su origen, la razón de su sonido, su precio, etcétera. Considero que algunas de estas interrogantes no son del todo impertinentes, así que me permitiré tomarlas de pretexto para guiar la siguiente parte del presente trabajo.

Es difícil saber con certeza cómo se le ocurrió a alguien usar un maxilar de un burro muerto como objeto sonoro. Podría imaginarse (considerando que la mirada antropológica es sobre todo imaginativa) que fue un encuentro casual con una quijada completamente seca y aflojada, un resultado de la curiosidad, la creatividad y de la inventiva, de la imaginación y del deseo de hacer sonar algo, lo que fuera. Este sonido feroz maravilló con seguridad a más de uno, creando así la necesidad de preparar más quijadas para fines sonoros. Nicomedes Santa Cruz narra la manera peruana de volver sonora la calavera del burro: 

Si al fin tenemos la suerte de conseguir una quijada, lo más probable es que no suenen sus molares por conservar, adheridos, entre las piezas y alvéolos, restos momificados de carne. Conviene entonces rociar ron de quemar sobre las muelas y prenderle fuego por unos instantes. Repetir esta operación varias veces y, finalmente, remojarla bien en ron de quemar y dejarla en el techo o azotea para que se seque al sol. Al cabo de varios días de repetir esta última operación, se advertirá que las muelas empiezan a aflojar y al menor golpe sueltan su peculiar sonido [Santa Cruz, 2004: 31].

Otra técnica conocida como maceración consiste en retirar la carne de la mandíbula de burro para después colocar al futuro instrumento en un recipiente con agua hasta que ésta lo cubra por completo. Dicho utensilio deber sentarse en un lugar cálido y el agua deberá cambiarse periódicamente, para que después de un tiempo las bacterias en el líquido se encarguen de descomponer el tejido. Esta técnica afloja ya de por sí la dentadura de la quijada, por lo cual no queda más que exponerla al sol para que quede bien seca.

Con honestidad, para los citadinos convendría más comprar una ya lista para ser tocada, lo que lleva a la siguiente reflexión: el precio. El auge del son jarocho incrementó la demanda de este peculiar instrumento y, por supuesto, su costo. Mientras que en las rancherías de Veracruz, por ejemplo, estos instrumentos se venden entre 200 y 300 pesos, las quijadas ofrecidas durante festivales de son jarocho duplican su valor. Además, en la Ciudad de México su exotismo las cotiza en 700 pesos en promedio, y si se cruza la frontera norte o se consulta por Internet los sitios de ventas en línea se encontrarán quijadas de entre 70 y 80 dólares más gastos de envío. Así que obtener una quijada es toda una inversión,(10) sobre todo para aquellos que no tenemos un rancho o un potrero.

¿De dónde viene ese sonido tan particular de la quijada?, ¿cómo decidirse por una? Al aflojarse las piezas dentarias de la quijada, y al golpear o incluso agitar el instrumento, éstas vibran y chocan en los alvéolos. Para que una quijada suene bien, las muelas no deben estar ni muy pegadas —pues no vibran— ni muy flojas— pues corren el riesgo de salirse. El tamaño de la quijada también determina si ésta sonará más grave o más aguda; algunas son más densas y pesadas que otras, o duras o muy frágiles. El sonido que se genera al raspar la dentadura dependerá del tipo de material con que se efectúe la acción: si es un palo de madera grueso o delgado, un pedazo de hueso, un asta de venado, inclusive una varilla de metal.

También influirá qué tan pareja se encuentre la dentadura del equino, o si se lude de arriba hacia abajo (o de enfrente hacia atrás, dependiendo de cómo se sostenga a la quijada: de forma vertical, con los dientes frontales hacia arriba, o de forma horizontal, con los dientes frontales hacia el frente)o viceversa. En realidad la quijada es un instrumento muy rico y con una gran variedad de sonidos, si uno se esmera en sacárselos. 

Cabe reflexionar sobre las consecuencias físicas y corporales de su ejecución. Personalmente considero que la quijada además de ser maravillosa —musical y conceptualmente— es tan poco higiénica como peligrosa. La quijada efectivamente es un idiófono percutido con la mano en acción directa, esta acción de golpe con la mano, agresiva y repetitiva, genera secuelas a corto, mediano y largo plazo. Los quijaderos suelen quejarse de dolores punzantes en el dorso de la mano, que se intensifican con la humedad y el frío. Además, como las maracas por ejemplo, la quijada es un instrumento sumamente corporal, que incluye no sólo el movimiento de las muñecas sino del brazo, el hombro e inclusive el cuerpo entero para lograr los contratiempos. Esto provoca inflamación de ligamentos y tendones, crujidos en el codo y la muñeca, por mencionar sólo algunos aspectos.

Tocar la quijada duele y, al principio, si se es novato y entusiasta, duele bastante. Respecto a la higiene, un percusionista, quijadero desde hace más de 20 años, me comentó que recientemente después de ejecutar el instrumento sentía la necesidad urgente de lavarse las manos. Se debe considerar que no todas las quijadas están completamente limpias, pues algunas conservan rastros de carne seca, piel y pelo. Con el raspado y el golpeteo constante, la quijada suelta un peculiar “polvo de hueso” que al respirarlo a más de uno le ha ocasionado alguna reacción o alergia.

Otra consecuencia es que alguno de los molares se rompa y quede peligrosamente afilado, en espera de un mal movimiento del quijadero para propinarle una verdadera mordida de burro, la cual, como es de esperarse, no tarda en infectarse. Algunos percusionistas, preocupados por la situación insalubre de la ejecución de la quijada, remojan unas horas el maxilar en agua clorada. Efectivamente esto las desinfecta y blanquea, sin embargo, afecta el hueso del animal, lo cual la vuelve demasiado frágil y la quijada no aguantará más que unos cuantos golpes antes de quebrarse. Otra opción es remojar la quijada en agua oxigenada, que la desinfecta de manera menos agresiva. Golpes, mordidas, machucones, pellizcos, torceduras, inflamaciones, infecciones y alergias son algunas de las secuelas que soportan los amantes del sonido tan especial del burro al carcajearse, seguramente de nosotros. 

Terminadas mis dudas, a continuación abordaré las tradiciones musicales mexicanas donde podemos encontrar el uso de la quijada hoy en día. No es una revisión exhaustiva, pues ello rebasar  los objetivos del presente trabajo. Me limitaré únicamente a describirlas a vuelo de pájaro o a trote de burro.

Máscaras y diablos

Es difícil especificar con exactitud desde cuándo data la ejecución de la quijada como instrumento musical en México. En un principio habrá que guiarse de la oralidad de músicos y danzantes. En nuestro país se tiene registrada su presencia hacia el sur, a ambos lados del territorio nacional: el litoral del Océano Pacífico y el Golfo de México, precisamente en dos regiones que se han caracterizado desde la época colonial tanto por la cuantiosa presencia de africanos y afrodescendientes, como por su actividad predominantemente ganadera y arriera, actividades donde caballos, mulas y burros tienen un papel estratégico. En el Océano Pacífico, en Guerrero y Oaxaca, se usa la quijada como instrumento de marcha en un sinnúmero de danzas de diablos. Por mencionar sólo dos: la Danza de diablos, en Tixtla, Guerrero —donde se acompaña además con cajita de madera y guitarra— y la Danza de los diablos de la Costa Chica de Guerrero y Oaxaca. La primera considerada como población mestiza, y la segunda afrodescendiente.

La danza afrodescendiente de los diablos(11) es una de las más famosas de la Costa Chica, sobre todo debido la injerencia de la corriente etnopolítica afromexicana, visible principalmente en esa región [Lara 2010], que desde los años ochenta del siglo XX pugna por el reconocimiento de la población afrodescendiente en México (por parte del Estado y la población civil en general), es decir, busca que se reconozca la contribución de los africanos y afrodescendientes a la historia del país, su peso en la conformación genética y sociocultural de los mexicanos y, con ello, poner fin a los actos discriminatorios, racistas y excluyentes hacia esa población.

Esta corriente etnopolítica cobra relevancia en la región costachiquense debido a la importante concentración de afrodescendientes allá sentados, autodiferenciados de la población indígena de la región (mixteca, amuzga y chatina principalmente) y de la población mestiza o no negra en general. La intención de consolidar una “identidad afromexicana” orilló al movimiento afromexicano a establecer ciertos factores sobre los cuales moldear un soporte a la construcción de la “afromexicanidad” en la Costa Chica. Esos elementos desembocaron en “particularidades culturales” [Hoffmann 2006: 120], entre las cuales destacaron sobremanera la música y la danza.(12)

La Danza de los diablos se lleva a cabo en vísperas del Día de Muertos, del 31 de octubre al 2 de noviembre, aunque actualmente también está presente en festivales, seminarios, foros, eventos y ferias culturales del ámbito afromexicano. De acuerdo con la historia oral de los afrodescendientes de la región, esta danza tiene al menos una antigüedad de 150 años, y la consideran como la representación del retorno de los muertos a este mundo.(13) También llamada de Tenangos, en esta danza participan en promedio 24 diablos menores; su padre, el Diablo mayor, Tenango o Pancho, que es quien porta el fuete y guía la danza como un capataz, y la esposa de éste, la Minga o la Vieja, quien además carga su hijo en brazos (representado por un muñeco de plástico); trío que es una representación satirizada del patrón y amo ganadero, de su mujer y de su descendencia.

Por lo general, el vestuario se compone de ropa vieja y maltratada para el caso de los hijos diablos, y de ropa de caporal para el Diablo mayor. Todos —a excepción de la Minga, quien porta una máscara de mujer blanca— llevan máscaras zoomórficas más que de diablos habituales, elaboradas en madera o cartón, con grandes orejas en vez de cuernos y barbas elaboradas con crin y cola de caballo. La Minga —que es un hombre vestido de mujer— se viste de forma exuberante.

Durante la danza —también conocida localmente como juego— la interacción que el Tenango y la Minga tienen con los espectadores es frecuente y fundamental para el desarrollo de la misma. La música se interpreta con bote o tigrera (instrumento considerado de origen africano, presente en diversas regiones de África y América), armónica (a la que localmente se le conoce como flauta) y, por supuesto, la quijada, conocida como charrasca. Esta danza consta de ocho piezas —Tendido, Zamora, Cruzado, El periquito, Los enanos, Segundo tendido, Jarabe y La Minga— [Moedano 2002] pero por lo regular se interpretan de cuatro a seis piezas únicamente, con sólo una o dos que incluyen coplas cantadas (Los enanos y El periquito).(14)

Esta danza se ha convertido en un elemento constitutivo de la identidad de las poblaciones afromexicanas de la Costa Chica a raíz de los discursos elaborados por investigadores y activistas del movimiento etnopolítico afromexicano de esa región, por lo que actualmente esta danza retoma con fuerza su influencia africana encarnada en dos de sus instrumentos musicales: la tigrera y la quijada; lo que la ha llevado a difundirse —muchas veces como un exotismo excesivo— por todo el país y en el ámbito internacional, como la más representativa de los grupos afrodescendientes de la Costa Chica.

Muestra de ello es su participación (el 25 de mayo de 2013) en un festival de la Unión Africana, realizado en Addis Abeba, Etiopía, en representación de la diáspora africana de México. Por medio del discurso de construcción identitaria afromexicana, en esta danza la quijada —junto con la tigrera— se convierte en una “huella de africanía”, con lo cual adquiere un tinte político que no se expresa en otras músicas mexicanas.

La sonoridad de la quijada también se encuentra entre los ñu saavi (mixtecos de la costa), como es el caso de la Danza de la quijada, procedente de Pinotepa de Don Luis y recientemente recuperada en Santiago Pinotepa Nacional, ambas en Oaxaca(15). Esta danza se efectúa durante el carnaval y en mayordomías a la Virgen de la Asunción y a Santiago Apóstol. Compuesta por 24 danzantes en promedio, toma como protagonista a la quijada, la cual se adorna con papeles de colores. La música que acompaña a la danza es una banda de viento, además de la quijada, que es la que marca el ritmo, junto con las sonajas que portan los danzantes. 

Como ocurre con muchas tradiciones dancísticas, la gente no sabe con certeza desde cuándo se comenzó a efectuar la Danza de la quijada y, desgraciadamente, no se ha investigado sobre esta tradición. Recientemente un grupo musical mixteco oriundo de Pinotepa de Don Luis, el grupo Cha Nandee, incorporó a su repertorio —que incluye piezas tradicionales y de reciente creación, como chilenas y boleros— la quijada como instrumento comunitario, retomado precisamente de las prácticas musicales de sus vecinos afrodescendientes, como un ejemplo del intenso intercambio cultural (y genético) entre ambas poblaciones. Uno de los fundadores de la agrupación afirma:  >>(15)?

La quijada de burro, son los afromexicanos quienes empezaron a utilizarla como instrumento, así que yo pienso que la quijada fue incorporada a la música de los mixtecos más tarde. Aunque sólo se había usado en la Danza de la quijada, hasta el momento, nosotros incluimos a la quijada como un instrumento comunitario en nuestra música, como una innovación (Aberlardo Hernández, comunicación personal, 1 feb 2014).

Aunque vigente, la ejecución de la quijada de burro en esa zona del país, la costa del Océano Pacífico, no es protagonista en la música y menos en la danza (salvo en la Danza de la quijada). Si bien tiene un papel importante, aún no despega con la fuerza con que ha revivido la quijada en el son jarocho. Por ello, abordaré el papel de este instrumento musical en el son y el fandango jarocho, debido a su cada vez más arraigada presencia.

La zopilotera jarocha

No está claro desde cuándo la quijada forma parte de la instrumentación “tradicional” del son jarocho, pero el testimonio del músico Andrés Vega Delfín (nacido en 1931) sugiere que, por lo menos, debe ser desde principios del siglo XX, en la región de los Tuxtlas y la cuenca del Río Papaloapan:

Él era [Andrés Vega] quien siempre hablaba de que de niño tocaba la quijada de caballo, raspada y golpeada, y que sonaba bastante regular. Tanto lo decía que comenzamos a manejar con un ojo hacia la orilla en busca de alguna (luego las íbamos coleccionando y almacenando… porque se rompían); y él era quien se quejaba de que anduviéramos cargando “esa zopilotera de pestilencia” [Pascoe 2003: 65].

El percusionista estadounidense —y jarocho por decisión desde hace más de veinte años— Willy Ludwig comenta que en los años ochenta del siglo XX, la quijada no fue un instrumento que se encontrara comúnmente en los fandangos jarochos, ni mucho menos en las presentaciones de los grupos [Willy Ludwig, comunicación personal, septiembre 2014]. A parte de él, sólo unos pocos tocaban ese instrumento en rancherías y pueblos apartados sobre todo del sur de Veracruz, y es a partir del Movimiento Jaranero(16) que la quijada de burro comienza sus andanzas hacia la fama. Presumiblemente uno de los primeros grupos en grabar un disco donde la quijada forma parte de la instrumentación es Mono Blanco, iniciador del movimiento, con Sones jarochos de Arcadio Hidalgo y el grupo Mono Blanco, de 1984. En una entrevista que realizó Juan Meléndez, Gilberto Gutiérrez, cabecilla del grupo Mono Blanco, afirma:

Como grupo empezamos a tener una presencia fuerte, veníamos embalados, ya que éramos un grupo que ensayaba, entonces llegábamos con propuesta, sones rescatados, porque teníamos el tiempo para hacerlo, pues andábamos de gira por lo menos seis meses al año. Montábamos los “Juiles”, y que montábamos este son y que este otro y agregamos la quijada, y luego el pandero, el mosquito y todo empezó ese proceso. La leona también. Sí, comenzamos a encontrar instrumentos desconocidos fuera de su región, ahora ya se perdió la regionalización, la instrumentación se generalizó y han resurgido instrumentos como el marimbol, etc. La tendencia es que la diferencia sonora es más por los grupos que por región [Meléndez 2004: 32].

A partir de entonces, el auge de grabaciones que incorporaron la quijada aumentó, quizá no tanto por copiar al grupo presumiblemente pionero, sino porque valoraron la sonoridad y las posibilidades del instrumento. Paulatinamente se vieron más quijadas —sacadas quién sabe de dónde— y, por supuesto, los crecientes amantes fuereños del son jarocho sentían la urgencia de poseer ese instrumento tan rústico, tan ranchero. Décadas después surge lo que se conoce como el Nuevo Movimiento Jaranero, y es en los albores del siglo XXI cuando se da el boom de quijaderos, quijaderas y quijadas, y se coloca definitivamente al maxilar cadavérico como un instrumento de percusión por excelencia del son jarocho.(17) Es tanto su apogeo, que los jarochos han encontrado una nueva manera de obtener recursos económicos: se dedican a la venta, búsqueda, recolección y preparación de quijadas de burro, caballo y mula.

Generalizando, hoy tácitamente se afirma que los instrumentos de percusión del son jarocho son por excelencia el zapateado, la quijada y el pandero [Figueroa 2007; García de León 2006: 38, 59], lo que sin duda es muestra de que la quijada llegó para quedarse en el son jarocho, sobre todo en las agrupaciones fuera del sotavento (véase fig 7). Sin embargo, en el escenario de un fandango jarocho campesino o ranchero por ejemplo, los viejos jaraneros no siempre tienen la misma opinión. Para ellos, tener esa “zopilotera” tronando en el o o puede ser despreciable. Y es que en un fandango la quijada se come a todos, estruendosa y potente, acapara todo el espacio auditivo (o quizá, esa es la intención de quienes la ejecutan). 

Al escribir Gilberto Gutiérrez sus recuerdos sobre Esteban Utrera — emblemático y querido músico jarocho fallecido en 2012— y sus cercanos jaraneros expresa: “Con ellos desapareció ara siempre un sonido con el que conocimos a Utrera, antes de que llegaran las quijadas, leonas y marimboles: un son llanero, veloz, siempre cambiante, más música que canto” [Gutiérrez 2012]. En la actualidad, los nuevos jaraneros buscan tocar muchas veces con muestras innecesarias de virtuosismo, como sucede generalmente con la quijada. Un buen quijadero sabe que la percusión que reina en el son jarocho es el zapateado y la tarima, por ello, la quijada —sobre todo en un fandango!— debe saber dialogar con los y las bailadoras. 

Actualmente la difusión masiva del son y el fandango jarocho sobre todo a través de Internet y las redes sociales contribuyó a una valorización positiva de la quijada, tan olvidada tiempo atrás —y este pasado parece reforzar su exotismo. Pero también la convirtió en un instrumento musical snob —rebautizada como donkey jawbone—, el cual, pareciera, sólo puede ser tocado si se puede pagar cursos de percusión jarocha, que van desde cooperación voluntaria o trueque, ó 20 pesos la hora hasta 300 pesos por clase —de aproximadamente dos horas— y, por supuesto, se debe llevar quijada propia, porque es impensable prestar una!

Jesús Camerino Utrera Pérez, hoy reconocido joven quijadero—quien me inspiró en gran medida para realizar este trabajo— me dijo en alguna ocasión, tras mi insistencia de que me enseñara algunos de sus “movimientos”: “La quijada no se enseña, se toca”. Nada más cierto. No es sencillo enseñar a tocar la quijada, y menos aún para el son jarocho. Se podrán mostrar algunos movimientos básicos, explicar qué sones son cruzados —a contratiempo— y cuáles no. Pero eso se aprende practicando y escuchando. Dudo mucho que en un curso exprés se le enseñe a uno el secreto de la síncopa y de la improvisación, del matiz, de la cadencia, de eso que unos llaman feeling.

Chucho tiene razón, para aprender quijada, sólo tocando. Pese a mi argumento, los egresados de estos cursos —en su mayor  jóvenes de distintas partes del país, incluso del extranjero, amantes de lo jarocho— lucen y relucen las vibrantes muelas del difunto burro. Para la mayor , poco importa si apagan el sonido de todo lo demás, o si aceleran el ritmo de los sones, o si en un fandango incomodan a los viejos jaraneros a quienes debemos todo el respeto. Lo que les interesa es mostrar la habilidad con la quijada y nada más.

En palabras de Alvaro Alcántara, “poseídos de una urgencia por acabar, estos recién iniciados no se percatan que la música como en la vida, entre más se corre menos se alcanza y que en el son entre más lento más se llega, que hay que caminar, como los chanecos, de espaldas” [Alcántara, 2000: 47]. A fin de cuentas, la quijada vibra de vida en el son jarocho, ya sea de manera altanera o humilde, apresurada o cadenciosa. No obstante, sigue sin decirse mucho sobre ella; por esta razón decidí detenerme un momento para hablar de su destacada presencia en el son jarocho.

Comentarios finales

Es ilustrador cómo este instrumento, sin importar realmente su supuesto su origen, se enraizó en nuestro país, en nuestras músicas y en la gente, y cómo la pasión que despierta es compartida desde la Patagonia hasta Estados Unidos, adaptándose a múltiples y variadas músicas, sonando y vibrando sin cansancio y cada vez más estruendosamente. Como instrumento musical afrodescendiente o afroamericano resuena el hecho de erigirse como el grandioso resultado de un complejo proceso de creación cultural [Mintz y Price 2012], producto de la imaginación, la inventiva, la necesidad de hacer sonar el mundo. Y de nuevo, tomo prestadas las palabras de Octavio Rebolledo:

“Este hecho insólito, de sobrevivir a pesar de todo, es mucho menos una virtud del instrumento en sí mismo que una muestra de la persistencia y genio de los músicos y comunidades que lo cobijan y que han sabido darle vida” [Rebolledo, 2005: 13].

A diferencia del prometedor destino que le depara a la quijada jarocha en la música mexicana, y más allá todavía, el burro vivo y coleando está en peligro de extinción. Pareciera poco creíble pero es cierto. Tantos siglos de uso y abuso de este animal, su sustitución por máquinas, el interés de las instituciones protectoras de animales por especies “más importantes”, entre otras circunstancias, han contribuido a mermar su población en México. Del censo que realizara la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) en 1991, conjuntamente con la asociación inglesa Donkey Sanctuary, contabilizando más de 1 000 000 de burros, el último Censo Agropecuario [2007] arroja la cifra de poco más de 500 000, además de 234 000 mulas y 1 339 000 caballos, aproximadamente. Y el número va en descenso. Deja mucho qué pensar, y más por hacer.

Tomando en cuenta lo anterior, concluyo reflexionando sobre las disímiles posturas que se tienen sobre la quijada: para algunos es una calavera arribista que se las da de instrumento musical, o simplemente un instrumento más como cualquier otro, pero algo más peculiar y tétrico, para otros, la quijada es un instrumento musical bello y sonorísimo, alegre como pocos, que representa, tal vez, una manera de hacerle recuperar al burro la sonrisa con la que nace, y que luego da paso —y por nuestra culpa— a esa mirada de tristeza perpetua; para otros más, la quijada es una metáfora de las injusticias de la vida, de la crueldad humana de la que el burro ni muerto puede descansar.

Notas

1 En el caso de México, la escasa atención prestada a este instrumento musical en los estudiosantropológicos, históricos, musicológicos, etcétera, puede explicarse por la enorme riqueza musical de nuestro país, la cual aún hoy no termina por agotar las investigaciones en múltiples ramos. Como ocurre con todo objeto de curiosidad científica, éste emerge como tal hasta que surgen los sujetos interesados en él y en aprender a mirarlo, imaginarlo y construirlo científicamente.

2 Si bien el auge de la quijada equina es sumamente reciente —principios del año 2000— anteriormenteya se habían realizado algunas breves referencias. Confróntese, por ejemplo, los trabajos de Juan Guillermo Contreras [1988: 122] y Arturo Chamorro [1984]. En éstos la alusión a la quijada equina es breve y concisa, sin ahondar en un elemento reiterativo sumamente polémico, su presunta procedencia africana.

3 El antropólogo, lingüista y etnomusicólogo inglés Roger Blench, quien ha investigado extensamente la música y los instrumentos musicales de buena parte del continente africano, así como de Asia y Oceanía, en sus escritos sobre la historia y los usos del burro en África [Blench 2004; Blench, De Jode y Gherzi 2004] no menciona jamás la utilización de la quijada como instrumento sonoro, aspecto que con seguridad no dejaría pasar inadvertido.

4 Premisas como la invariable y extendida presencia de tambores y la predominancia de percusiones, por ejemplo. Una revisión al respecto puede encontrarse en Ruiz [2007, 2011] y Ruiz T. [2011].

5 La antropóloga Marcela Cornejo Díaz ha dedicado años de investigación a la música tradicional de diversas regiones de Perú. Entre sus escritos figura un breve pero completo y sustancioso trabajo acerca de la quijada en la música peruana. Además de las referencias históricas que aquí señalo, basadas en gran medida en su trabajo, Cornejo [2012] apunta algunas más sobre la presencia temprana de este instrumento en aquel país.

6 Para quienes buscan tres pies al gato, conviene anotar que como en Perú, en la región costera del Pacífico mexicano (Guerrero y Oaxaca) a la quijada equina como instrumento sonoro suele nombrársele “charrasca”, según se entiende, voz onomatopéyica. Investigadores como Ricardo Pérez Montfort sostienen que en el son jarocho se dio la incorporación de instrumentos musicales “que mal que bien pertenecen a las tradiciones caribeñas y latinoamericanas como la quijada, la guacharaca, la armónica, las tumbadoras, etcétera” [Pérez 2002: 95].

7 En este enlace puede verse el ejemplo de un minstrel show de los años cincuenta del siglo XX, protagonizado por Freeman Davis (Brother Bones), quien ejecuta los huesos (bones, por lo común costillas de vaca que se entrechocan entre los dedos): ‹https://youtu.be/le1- YYY80XA›, última consulta: 11/01/2016. El sitio web Black Face! ofrece información abundante acerca de estos espectáculos, así como de sus principales exponentes y más conocidos personajes: ‹black-face.com/›, consultado el 11 de enero de 2016.

8 La principal actividad económica a la cual fueron destinados africanos y afrodescendientes en gran parte de América, sobre todo en los territorios que pertenecieron a la Corona española, fue la vaquería y la ganadería. La arriería también constituyó una actividad muy propia de los afrodescendientes, al menos en lo que respecta al caso de México. Esas actividades implicaban el uso intensivo de equinos [Velázquez e Iturralde 2012; Aguirre 1972].

9 En el siguiente enlace pueden escucharse diversos ejemplos de tradiciones musicales de Latinoamérica y el Caribe, donde tiene presencia la quijada equina. Asimismo, se incluyen ejemplos de músicas emergentes que adoptan a la quijada debido a sus amplias posibilidades musicales: ‹www.youtube.com/playlist?list=PL3egSIgPPVaLLQ9qIrKiRiTHlNhIHdMLz›.

10 Desde los años setenta del siglo XX, aproximadamente, la quijada equina fue muy demandada por las agrupaciones de música tropical. Sin embargo, es con el auge del son jarocho —con el Nuevo Movimiento Jaranero, y entrada la primera década del año 2000— que se incrementó considerablemente la demanda de este instrumento musical, debido a su masiva difusión por Internet y al surgimiento de cursos y talleres; lo cual lo convirtió en una mercancía a la manera de Appadurai, donde “el intercambio es la fuente del valor y no a la inversa”, y donde “la política (en el amplio sentido de las relaciones, presupuestos y luchas concernientes al poder) es lo que une valor e intercambio en la vida social de las mercancías [Appadurai 1991: 77].

11 Es más correcto referirse a las Danzas de los diablos en plural, pues esta expresión lúdica y músico-dancística presenta numerosas variantes (en el ensamble instrumental, en el dise  de las máscaras y la indumentaria, inclusive en el repertorio de piezas musicales que se interpretan), dependiendo de la localidad costachiquense donde se ejecute. Cabe mencionar que cada año en el municipio de Cuajinicuilapa, Costa Chica de Guerrero, se lleva a cabo un encuentro de danzas de los diablos a manera de concurso. Sin embargo, en este trabajo se hablará e la Danza de los diablos costachiquense en general.

12 La Danza del toro de petate y la Danza de la tortuga son algunas piezas afrodescendientesconsideradas como representativas de los afromexicanos de la Costa Chica, además de la Danza de los diablos. En la música, el corrido afromexicano y el fandango de artesa se conformaron como bastiones musicales de afromexicanidad en la región [cfr. Reyes 2008; Ruiz 2009; Vargas 2015].

13 Si bien entre los afrodescendientes de la Costa Chica no se conoce con certeza el significado “original” de la Danza de los diablos, varios investigadores se han dado a la tarea de analizarla y dotarla de una significación específica. Un balance al respecto puede consultarse en Reyes Larrea [2008]. El análisis del simbolismo de la quijada en esta danza ritual —un ejercicio hasta ahora no realizado— rebasa al presente escrito.

14 Una de las danzas de diablos m  difundidas, nacional e internacionalmente, es la de Collantes, municipio de Santiago Pinotepa Nacional, Oaxaca. All os músicos que conforman el ensamble instrumental de la danza, también forman parte del grupo Los Collanteños, con la misma instrumentación (armónica, tigrera y quijada), sólo añadiendo una guitarra y un acordeón en algunas piezas. Este grupo se presenta en fiestas, interpretando desde chilenas hasta boleros, cumbias y corridos.

15 Recientemente más localidades de la Costa Chica oaxaqueña se han dado a la tarea de establecer sus propias Danzas de la quijada. En el caso específico de Pinotepa de Don Luis, esta pieza recibe el nombre de “Los Collantes”, y según versiones locales, esto se debe a que el uso de la quijada fue inspirado por la Danza de los diablos de Collantes. Además, en la charrasca ejecutada por los músicos collanteños esta escrita la frase “Yá Collantes” (fig 6), que significa “Música de Collantes” (y significa “música” en mixteco de la costa).

16 Apuntes sobre este movimiento pueden encontrarse en Pérez Montfort [2002].

17 Este fenómeno puede considerarse como un claro ejemplo de invención de la tradición, el cual no alude a falsedad, sino al acto creativo que incluye “tanto las ‘tradiciones’ realmente inventadas, construidas, formalmente instituidas, como aquellas que emergen de un modo difícil de investigar durante un periodo breve y mensurable, quizás durante unos pocos años, y se establecen con gran rapidez”. No obstante, “en la medida en que existe referencia a un pasado histórico, la peculiaridad de las ‘tradiciones inventadas’ es que su continuidad con éste es en gran parte ficticia” [Hobsbawm 2002: 7]. 

Referencias

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Registros de laudería (II)

La Manta y La Raya # 12                                                             marzo 2021 ________________________________________________________________________

Registros de laudería antigua (II)

 

 Ruy Guerrero

 

 

En esta segunda entrega, celebramos la identidad con la permanencia en estado original, de dos instrumentos dignos de mención por ser testigos de algunos de los primeros desarrollos organológicos documentados, tanto en el caso de una jarana huasteca de 6 cuerdas y un requinto jarocho de 4 órdenes simples. 

 

Guitarra de son (requinto jarocho).  Tierra Blanca, Ver.

 

Arch. Ruy Guerrero

 

Con un brazo corto con 10 trastes a la caja y 14 trastes totales. Los trastes son de madera dura. El caso del diapasón es particular; es muy probable que dadas sus características, se trate de un instrumento de transición entre aquellos que tenían el diapasón al ras de la tapa y lo que en su momento fue una innovación y que cambió hacia un diapasón añadido que sobresale por encima de la tapa. El puente, contrastado con varios de los elaborados puentes de los instrumentos jarochos actuales, resalta por su sencillez. Es evidente la presencia de intervenciones o reparaciones con la adición de tacos de madera.  

Este requinto, como la gran mayoría de instrumentos sobrevivientes previos a 1990, está elaborado en una sola pieza escarbada. En torno a elementos ornamentales resalta la forma del tallado de la unión de la palma y el mango, siendo ésta en términos visuales muy similar al resultado que se da al unir (por ejemplo en el caso de guitarras renacentistas y barrocas), la palma al mango por medio de un ensamble de piezas. Las clavijas que posee la guitarra son de violín (torneadas).  

Es posible que el instrumento fuese construidos en los años 1960 ó inclusive un poco antes. De acuerdo con el depositario del instrumento, el maestro Eduardo Ugalde, músico e investigador, esta guitarra, a la que llamaba “requinto jarocho”, perteneció a José Raul Hellmer Pinkham (1913-1971); grato misterio pensar si este instrumento fué grabado en alguno de sus registros fonográficos. El maestro Ugalde afirmaba que el instrumento debía de ser del rumbo de Tierra Blanca. 

El instrumento –con excepción de la sustitución de las clavijas originales–, no ha sufrido ninguna modificación desde 1983, fecha de su resguardo. Colección particular. 

 

Jarana huasteca   Chicontepec, Veracruz

 

Arch. Ruy Guerrero

 

Se trata de un instrumento de Carlos Cruz Fajardo, destacado constructor de jaranas y quintas huapangueras de Chicontepec, Veracruz, hecha en 1986. Esta jarana resulta de interés por varios elementos. 

1.- El primero y mas evidente, es la particular distribución de 6 cuerdas en 5 órdenes, siendo el segundo orden el que presenta dos cuerdas, mismas que por su grosor, se asume se afinaban octavadas y no al unísono. 

2.- Si, y solo una vez que se consideran los testimonios de algunos constructores de Texquitote, San Luis Potosí, resalta la alta probabilidad que este tipo de jarana (sus proporciones, dimensiones, diseño así algunos elementos estéticos y ornamentales) haya sido el prototipo de instrumento que influenció con el tiempo el desarrollo de la jarana en esta comunidad. Esta aseveración se fundamenta  en:

i.- El diseño del clavijero, sencillo y cuadrado con dos canales paralelos escarbados a cuyos costado se colocan las clavijas. Además de un hoyo para colocar un cordel. Este diseño se encuentra replicado en algunas de las jaranas de Texquitote. En casa del Sr. Frumencio Merced, se conserva el clavijero recortado de una huapanguera  con diseño y barniz similares. Cabe resaltar que a este tipo de clavijero, él lo designa como “modelo tampiqueño”.

ii.- La correspondencia en los diseños de algunas de las plantillas acinturadas y con contornos similares a los que lauderos como Clemente Hernández se refieren de nueva cuenta como modelo Tampiqueño, haciendo alusión a un modelo antiguo (con más de 40 años de conocerlo) y en desuso actualmente en sus creaciones actuales. 

iii.- La presencia de una tapa sin barniz en la mayoría de su superficie salvo por un breve contorno que contiene adornos pirograbados. De nueva cuenta y bajo testimonio de varios lauderos de Texquitote, esta práctica de dejar la tapa sin barniz y solo con los contornos decorativos barnizados, estuvo presente en los instrumentos formales allí elaborados hace 20 o 30 años. 

 

 

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El baile de tarima

La Manta y La Raya # 12                                                             marzo 2021 ________________________________________________________________________

El baile de tarima

Andrés Moreno Nájera

Deborah Small

 

La transmisión de los saberes del son jarocho y su ejecución en la tarima se ha dado siempre, así lo marca la historia de cada comunidad. A través del tiempo se han formado buenos músicos y bailadores, la tradición oral así nos lo hace saber. Este hecho ha sido relevante en la conservación de las costumbres y tradiciones, patrimonio cultural de nuestros pueblos.

La mayor parte de las personas que viven donde aún están manifiestas estas expresiones culturales, aprenden por la observancia e imitación del baile en los huapangos, otras aprenden por la transmisión de saberes en el núcleo familiar, pero hay quienes acuden a las academias o talleres para aprender la música y el baile.

Hoy como ayer, hay muchos jóvenes que desean divertirse en la fiesta del huapango por su peculiar forma de convivir, de encontrar afinidad en gustos y placeres o de olvidarse por un momento del rutinario mundo del trabajo.

En aquellos tiempos el baile era asentado, marcadito y dibujado en la tarima confundiéndose el bordoneo de la guitarra con el golpe de los botines del bailador, la música no era abreviada lo que permitía hacer todo tipo de suerte en la tarima entre los bailadores que subían a la tarima con el afán de impresionar a los presentes. 

En el baile del borracho había mujeres que se ponían una botella de cerveza colosal o de ron Urquiola (el del viejito anchado) en la cabeza, guardando el equilibrio en el bamboleo del baile, había quienes disfrutaban bailando de rodillas al ritmo del zapateado, o los que recogían monedas o billetes de un peso o de cinco pesos con la frente que les arrojaban en la tarima.

Don Francisco Maldonado fue un diestro bailador en cuyo entorno se crearon leyendas como el de creer que los chaneques subían hasta el patio de su casa a enseñarle algunos secretos del baile, una de sus grandes habilidades era la de amarrar la banda con los pies en el son de la bamba.

Una de las primeras academias de enseñanza del huapango tradicional en nuestro pueblo la impulso por finales de los años cincuenta y principios de los sesenta una virtuosa jovencita, diestra en el baile de tarima, Flora Marina Turrent Fernández, hija de don Eugenio “Cheno” Turrent Rosas, quien al ver la inquietud de su hija mando a tumbar dos árboles de súchil y a lomo de bestia acarrearon las tablas para hacer en el jardín de la casa el entarimado, su gusto por el baile tradicional la llevo a incursionar en otras expresiones dancísticas del folclor nacional e internacional impulsando en la ciudad de México el Ballet Folclórico Ahuiyani.

Otro de los diestros bailadores fue Tirso “Ticho” Bustamante a quien buscaban los jóvenes y señoritas de los años sesenta-setenta para que les enseñara a bailar y ahí en el corredor de su casa en el barrio de San Pedro se ponía a enseñar, hasta ahí llegaban familiares, amigos y conocidos que llevaban el gusto de aprender a bailar.

Abundio Aparicio Cárdenas y su hermano Apolinar “Poli” acudían a los domicilios de las personas que querían aprender a zapatear, eran clases personalizadas con un estilo evolucionado. 

Cada uno de los bailadores de la época traía impreso el sello de la persona con quien habían aprendido y a su vez los instructores reproducían las formas y estilos difundidos en alguna película de la época. 

Otros bailadores con estilos propios más tradicionales fueron, el Negrito bailador del barrio de Campeche, Jacinto “Chinto” Medel del barrio de San Francisco, Primo Zamudio de estación Cuatotolapan pero asentado aquí en San Andrés, las Zúñiga de Morelos, las Mortera de San Pedro por mencionar a algunas, fueron personajes a seguir por sus estilos y formas de bailar.

 

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Las bailadoras del Sur

La Manta y La Raya # 12                                                             marzo 2021 ________________________________________________________________________

Las bailadoras del Sur

 

Rubí del Carmen Oseguera Rueda

 

Agustín Estrada

 

 

Parte de mi historia es que soy formado parte de una familia de músicos, bailadoras y cantadoras tradicionales de la región de los Tuxtlas, de una ranchería que se llama El Hato, municipio de Santiago Tuxtla. Los orígenes de mi familia paterna están ahí en ese caserío y mi madre es originaria  del istmo de Tehuantepec en Oaxaca, nací justo en esta zona del sur de Veracruz, punto constante, estratégico, de confluencias de muchas culturas y tradiciones (frontera con Tabasco, Oaxaca y Chiapas y la colita de Veracruz) entonces imagínense la diversidad cultural. Todos estos elementos nos ha formado como gente del sur, como habitantes de esta región.

Ustedes, que han estado aquí, todos estos días, han podido observar que Veracruz es todo esto y muchísimas cosas más. Para mí es muy importante ser bailadora de son jarocho pues ahora lo entiendo como un destino. Empecé a bailar muy chiquita, en los fandangos, aprendiendo de la abuela, de las primas y tías, porque en el rancho no había otra música que para bailar y poco a poco fui teniendo y entendiendo el sentido de una bailadora. Más adelante cuando estudie antropología, me di a la tarea de investigar los porqués del baile, de las bailadoras, ¿cuál es el significado? ¿Cuál es el sentido de ser una bailadora? Porque siempre vemos en los fandangos tradicionales a bailadoras viejas y no a jóvenes y ahora es al revés, hay más bailadoras jóvenes que bailadoras viejas. 

Hubo una época de mi vida fandanguera en que me tocó ver que las mujeres no querían ser bailadoras, sobre todo las jóvenes, que venían de la ciudad a formárse en los fandangos; no querían ser bailadoras porque les molestaba que los hombres les cantaran. Este “movimiento” femenino empezó a inquietarse por el canto y por tocar la jarana, de repente, no había bailadoras o éramos muy pocas, por eso hubo muchas confrontaciones entre mujeres que están en contra de bailar. Yo nunca tuve conflicto con eso. Para mí bailar renovar la tradición, bailar no es solo movimiento, bailar tiene que ver con la historia y con trasmitir lo que nos han heredado los abuelos. No es que ellos te sienten y te digan: “A ver mi hijita te voy a dar la clase de zapateado”.  Más bien es conviviendo con ellos que uno aprende. Mi historia también fue así, sin que nadie me explicara; fui de curiosa, preguntando, de metiche con las abuelas todo el tiempo con las abuelas y gracias a las herramientas metodológicas, que me dio el estudiar antropología, fui generando mis propias hipótesis.

Hace un momento, comentábamos con los compañeros, que se ha estandarizado muchísimo la forma de bailar y zapatear, una cosa es el escenario, que tiene que ver más bien con un trabajo, con el desarrollo más bien de la percusión y otra parte, que es la que a mí me interesa, es la del fandango, de la tradición, de cómo llevarlo a cabo a nivel musical. Lo mismo en las mujeres, es una gran responsabilidad ser bailadora, el zapateado es el corazón del fandango, las mujeres que se suben a hacer la percusión, tienen que tener un latido y muchas de las bailadoras lo hemos perdido. De saber llevar el golpe; por eso todo está tan cuadrado y queda solo el “café con pan” (dos golpes con un pie y uno con el otro). Esto se ve por la estandarización de los talleres, por desconocimiento, por no acercarse a preguntar. Por eso como buen corazón de fandango, no se debe de tener un mismo latido, el golpe fuerte está en una parte, uno debe de encontrar su punto fuerte. Muchas veces hemos oído que la gente dice que todo suena a Pájaro Cú y es por lo mismo, porque no entendemos ese golpe orgánico de cada son y de ser conscientes, uno tiene que pensar, saber qué son se está bailando para entonces agarrar el golpe. 

Otra cuestión que ha caído en desuso (que tiene que ver con el trabajo de investigación que desarrollo) es el de que la tarima; que es un espacio teatral,  un espacio escénico y comunitario, donde los bailadores personificamos con nuestro cuerpo, con nuestros gestos, lo que narran los cantadores, por ejemplo en La Guacamaya, las mujeres tenemos que volar, tenemos que imitar el vuelo de esa ave. En El Pájaro Carpintero desarrollamos todo el trabajo del carpintero, volar alrededor del árbol e imitar con el zapateado el sonido que hace el Carpintero, en El Toro Zacamandu, (son fuerte que se baila de a parejas), cuando te subes a bailarlo te subes a un duelo, no subes a hacerte el chistoso o chistosa, sino que te subes a enfrentarte a todo esto que es la naturaleza que es muy fuerte, entonces vas con toda una historia, con todos tus elementos que tienes en la danza y en tu propia vida y con tu paliacate vas creando formas para no dejarse embestir por tu pareja. Uno tiene que crear a partir de las formas tradicionales. 

Hay muchos sones que teatralizamos, pero esto ha caído en desuso, entonces los fandangos se vuelven monótonos y aburridos y no hay diferencia entre bailar un Pájaro Cu o un Carpintero o una Morena. Las abuelas se quejaban mucho de que ya no se volaba o de que sacaban el butaquito, y esto era porque la gente que observaba se burlaba.

Los fandangueros de hoy somos muy pocos, por eso es muy importante que las mujeres y hombres que estemos haciendo un trabajo musical, lleguemos a la tarima como a un instrumento, que es la percusión mayor del son jarocho, por eso debemos de saber cuáles son los volúmenes, los timbres de nuestro tacón. Primero empezar de la tradición y después desarrollarnos y también tenemos que tener elementos musicales para poder llevarlo a cabo.

Esta zona del sur es muy peculiar, el son jarocho es como un árbol y cada rama representa a una región en particular en la cual se canta, se baila o se toca de diferentes maneras. Hay lugares como la sierra de Soteapan, pueblos nahuas y popolucas que no existe el concepto de género, como en los sones de a mujeres que allí no lo bailan solo las puras mujeres, sino que lo bailan mujeres con hombres y hasta hombres con hombres. Cuando hemos ido a la mayordomía de San Pedro Soteapan y se tova un Pájaro Cú  o en un Siquisirí se suben 4 hombres a zapatear y no bailan de frente sino que siempre bailan en círculo y tiene que ver con su cosmogonía indígena que existe en esa región. 

En la Cuenca del Papaloapan existe una dotación de sones que solo se tocan allí, como el Fandanguito y El Jarabe Loco, aparte de la manera muy particular de ejecutar los sones. Entonces, las personas que nos interesa el baile, debemos de ser muy observadores los que nos interesa el baile y ver primero. Observar en qué región estás pisando y sobre eso conciencia del lugar donde estamos y no estandarizar las formas, porque el son jarocho parte de su magia y riqueza que es la diversidad y todos somos totalmente diferentes.

Entonces empezamos con que el son jarocho es un gran árbol que tiene muchas ramas, las variantes regionales para empezar y luego dentro de las variantes, las familias soneras que tienen estilos particulares de tocar, de cantar y de bailar el son y luego de eso nos vamos con los individuos, entonces nunca jamás un son será bailado igual que otro, porque cada uno es distinto. Como decía una abuela “cuando tú te subes a bailar un son, tú te subes a bailar tu historia”, Tu historia Rubí, tu historia Perry; y cada uno con su cuerpo, su forma y sus capacidades es como se expresa.

Les quería hablar también de las formas antiguas de bailar los sones jarochos. La tarima como espacio escénico, de teatralidad (trabajo que tengo hecho desde hace muchos años y que no se acaba, es demasiado porque existen todavía muchas cosas como decía Perry que no hemos descubierto, que no hemos investigado y se encuentran con muchos paralelismos de culturas de otros lados, tanto en culturas regionales como con otras de otras partes de América y del mundo, como África, y hasta con países del Medio Oriente). Entonces partimos de que la tarima es un arte, todavía tengo hipótesis y si alguien aquí tiene algo que quiera compartir respecto a eso, yo se lo voy agradecer muchísimo porque se dice que la tarima es más africana. Que los golpes, que la síncopa y que el tambor,  y yo no estoy tan segura. Pienso que la tarima es más bien indígena, que tiene que ver con un concepto indígena por la cuestión de la fiesta que se desarrolla alrededor de la tarima. En todas las culturas indígenas ancestrales (las culturas africanas también son culturas indígenas), se desarrolla el ritual alrededor de un arbol. Este ritual lo podemos encontrar en las danzas prehispánicas  y siempre es en forma de círculo. Se ha cuadrado un poco el son jarocho, pero en realidad anteriormente siempre ha sido circular o semicircular.

Partimos de que la tarima es el árbol y los que nos subimos a la tarima, subimos a ser parte de ese ritual, de comunicarnos con la madre tierra. Entonces nosotros los bailadores somos el medio para comunicarnos con lo que creemos que existe arriba (el cielo) y con lo que hay abajo (la tierra). Siempre en la tarima vamos a hablarle a ese espacio, se supone que la tierra es nuestra madre, ¿cómo le habla uno a su mama?, pues yo a mi mama, la China, le hablo despacito y de buen modo porque si no, no se que me vaya a hacer, a contestar…. Entonces siempre hay que zapatear conversando con la tierra. No hay que, de repente, sacar unos zapatos con clavos y darle sin pensar, porque eso es una influencia de los ballets folklóricos que a su vez éstos lo traían por imitar a los grupos de flamenco, que ellos sí realmente lo utilizan (la técnica del flamenco tiene que ver con el gatilleo  y con timbres) y nosotros con nuestro baile jarocho, no necesitamos traer clavos, nomás nos vamos a mal matar, no lo necesitamos, nuestro sonido tiene que ser lo más natural y lo que esté más cercano a la tierra.

Si están en un proceso de experimentar, de buscar con los clavos y los timbres pues entonces sí, búsquenle, pónganle cascabeles a sus zapatos, yo he experimentado con ellos y suena rico, pero hay que saber usarlos. Entonces sabemos que el zapateado es el acto de hablar con su madre (la tierra) y lo hace con respeto. Nada de zapatear y alocarnos en la tarima, eso de que el que zapatee más duro es el bailador chingón, no es verdad; aquí no hay mejor ni peor bailador, aquí todo es lo que queramos dar.

El fandango en sus orígenes, según la historia, es una de las manifestaciones que de las castas, del revuelto del revuelto; en el siglo XVIII, era el último estrato de las castas; lobo, indio, cambujo, salta pa´atrás y el último de todos era el jarocho. Y por eso es que es tan rica nuestra música, por la diversidad. A veces parecemos venezolanos o cubanos, indígenas, dominicanos, y de todos lados parecemos; porque es ahí en esa mezcla donde el son jarocho nace.

El fandango es un espacio de diversión, festivo, de convivencia y aprendizaje, en donde todos sacamos lo que somos, lo bueno y lo malo. O sea todo el mundo llega al fandango como es. Pero sí hay una estructura, una base tradicional, que sí debemos conocer y que sí debemos respetar para llevar un buen orden. Un orden dentro del caos. Y es el espacio de distribución en la fiesta, la tarima siempre va al centro, las tablas van acomodadas de tal manera que las bailadoras/res no estén dando la espalda a los músicos. Eso es muy importante porque si no el cantador ¿a quién le canta? 

El espacio es muy importante porque si no las bailadoras tienen su rollo por allá, los cantadores por aquí, entre que pelean también su verso y entonces el círculo no se cierra, la media luna ya no se genera y si eso no pasa la energía no es la misma. Las tablas tiene que ir acomodadas horizontalmente y las bailadoras deben de tener su espacio, tanto en el baile como de descanso.

Antiguamente se ponían dos hileras de sillas o bancas, ubicándose primeros las viejas bailadoras, luego las que más o menos sabían y en la colita nos sentabamos las muchachas; esos espacios son importantes de conservar porque son los que van manteniendo la fiesta. Todos ayudan a mantener una unión.

Como dicen los músicos “si no hay bailadoras pa´ que tocamos”. Ahorita los jóvenes no dicen eso, es más bien una vitrina de vanidades, de que me aprendí esta pisada y quiero explayarme y quiero que todo el mundo escuche mi súper armonía. Pues eso ya no es un fandango. Eso forma parte de otra cosa que puedes ir a hacerlo a un escenario, pero en un fandango uno tiene que conservar esos elementos tanto de ser tú, como individuo y cómo me integro y llego a formar parte de una comunidad, de un colectivo, y juntos nos disponemos a festejar y a recrear una tradición.

Sabemos que hay sones que bailan las mujeres en las comunidades más mestizas y que en la comunidades indígenas esa diferenciación no existe, ahí bailan todos con todos. Tampoco importa la hora de entrada ni de salida. Pero nosotros acudimos más a fandangos mestizos y urbanos, muchas veces y tenemos que ser más conscientes de eso y que no es al revés, de hacer fandango por hacer fandango, porque hoy amanecí con ganas de hacer fandangos. El Fandango tiene un motivo y tenemos que conservar esos elementos para decir que esto es un fandango si no es un “reven” o es otra cosa; un fandango es cuando hay una tarima, cuando hay música de cuerdas con la dotación jarocha, cuando hay instrumentos, canto y comida. Eso es un fandango.

Rubí hace una pausa y empieza a dialogar con los oyentes, pregunta por los sones de pareja y por los de a montón, que son solo de mujeres. Hablamos de su temática y de lo que cada uno representa. Rubí nos cuenta la manera de personificarlos, para que cuando estemos en la tarima sepamos representar a los sones que se ejecutan. 

El Butaquito: Antiguamente se jugaba al butaquito, al asientito o las sillitas, que era formar una especie de asientito donde subías al chamaquito y lo acarreabas  de acá para allá. A alguien se le ocurrió que quedaría bonito hacerlo en el son y así se creó y hoy forma parte de la tradición. El de agarrarse de la cintura y girar, tiene que ver con antecedentes netamente españoles, que así bailan las sevillanas en la actualidad, simulando un son mucho más antiguo que el butaquito.

La Morena: Cuenta Doña Adela Cazarín, (mujer de Minatitlán que emigro de Hueyapan de Ocampo, de una comunidad llamada El Coyol, debido a que en los años de 1940 hubo una migración muy fuerte hacia Minatitlán y Coatzacoalcos) que los fandangos que se hacían allí se hacían con la gente que había emigrado por la industrialización, por  Pemex y las vías del ferrocarril. Esta maravillosa mujer, que todavía vive, es de las más lucidas en cuanto a coreografía o teatralización en el zapateado, nos cuenta que en la mudanza, cuando dice “Adiós adiós mi morena adiós”, una debe de tocarse el corazón y dárselo a la tierra, ofrecerlo al cantador, ofrecerlo a nuestra madre o a nosotras mismas. A mi si me tocó ver en los fandangos de Minatitlán a las bailadoras viejas como la Chata Méndez, Doña Alejandra Ramírez y a Doña Adela Cazarín que eran las meras buenas, las doñas del fandango, que se arrancaban literalmente el corazón y si había un músico por ahí o cantador, iban y le prendían el corazón. Esos gestos eran muy bonitos. Doña Adela también decía que el corazón está en el pecho, donde uno siente cosas bonitas o cosas feas. No sentimos en el corazón, sino aquí en el pecho, ese es tu centro. Los viejos músicos cuentan eso, que enamoraban con la música, y que así conquistaban a su compañera, antes tenían prohibido acercarse a una muchacha y no podías decirle nada, ni en el fandango, solamente con música o con versos las enamoraban, y luego pues buscaban la manera de irse con ellas, luego de varios fandangos.

 

El Pájaro carpintero: Como me lo enseñó Doña Adela Cazarín es que uno debe imitar el vuelo de este pájaro que nunca está quieto, que siempre está buscando un árbol en donde hacer su casita. Cuando encuentra el árbol le da como tu taconeo, por eso cuando lo bailamos suena así. El desplazamiento en la tarima es circular, nunca bailas en un mismo lugar, siempre girando y dando vueltas, en rotación y traslación. Claro que eso marea, aparte de que todos tenemos miedo de caernos de la tarima, por eso las que bailan El Pájaro Carpintero son las que saben, las que tienen más experiencia en el baile. Una se sube a representar el vuelo de ese pájaro, no se sube a lucir la falda. Nuestro árbol es la tarima y vamos haciendo la labor del [pájaro] carpintero. Lleva una parte muy importante  ya que es de los sones que no lleva estribillo, entonces no tiene mudanza.

La función del son es para ridiculizar o exaltar. Es como una tribuna, lo bueno, lo malo, lo negativo o lo positivo, entonces por ejemplo en el son de El Presidente se hace alusión a un presidente de esa manera. Igual en El Borracho que también se debe saber bailar. A algunos no les va a costar nada hacerse de borrachos, pero tienen que zapatear. Hay dos o tres bailadores que lo hacen bien; en la región de los Tuxtlas están los Baxin o Andrés Moreno. Ellos son buenos bailadores y solo en esas zonas se toca. Lo tocan en muchos lados pero que te lo sepas no quiere decir que forme parte de los sones de esa región, del repertorio de esa tradición.

 

El Ahualulco: Es un son de cortejo, donde uno corteja a la bailadora. Antes en el fandango no se le  podía decir algo a la bailadora, se desarrollaba todo un lenguaje de gestos y símbolos. Este es un son de los pocos que quedan de arrieros, si escuchamos la versada habla mucho de Guadalajara y del Bajío y  de Michoacán  y toda esa zona. Son sones que nos llegaron a través de los arrieros y que se quedaron en Veracruz, justamente en esa zona de los Tuxtlas donde era el paso de mulas y de todo el cargamento que venía. La manera de bailar tiene que ver con una polca, como se bailaban es esos tiempos los sones.

 

El Jarabe Loco: Tiene que ver con las contradanzas, por el molinete que hacen, y por como giran en la coreografía y hacen el desplazamiento.

 

La Tuza: Dice Doña Adela que uno se ponía como una tuzita, tratando de imitarlas. Es bien cansado pero es bien bonito convertirse en tuzita. Otra manera es (como la tuza se mete en donde está el maíz a comer o debajo de la cama cuando tu estás dentro de las casa) es azuzar a la tuza, como: ¡sáquese!,  para que salga, entonces comienzas aplaudir, o con un chilillito o con un paliacate que tengas lo mueves para amenazar y que se salga la tuza de donde anda. Esas son sus dos formas.

 

La Culebra: En la actualidad es de los sones que no están dentro del repertorio del fandango pero es un son de recopilación. No hay testimonios directos de gente que haya bailado La Culebra, pero si hay escritos que dicen como se bailaba y  era pues simulando a una culebra. 

 

La Sarna: Es un son que hace honor a los climas de Veracruz,  ya que por todo te da comezón. 

Sarnícula emperadora 

madre de las comezones,

ven y ráscame un poquito

debajo de los calzones

En el estribillo las mujeres hacen referencia a la comezón rascándose y se salían de la tarima y comenzaban a rascar a toda la gente, simulando como que uno le pasaba la sarna a otro. Antes era muy bonito ver toda esa dinámica. En la actualidad, las mujeres no quieren representar a este son, porque les da pena teatralizarlo como tal; cuando cantan: “debajo de los sobacos” – dicen que no tienen sobaco.

 

La Iguana: Dentro de la región jarocha, este es un son de los llanos de Nopalapa. Muchas veces hemos visto que el bailador se tira al piso y comienza a zarandearse como tal, pero esto no significa que sepa bailarlo; el hombre debe de convertirse en una iguana; debe saber representar al reptil. Para eso debemos de observarlo mucho, en su hábitat y en su cotidianidad. Tiene una cadencia muy especial y va cayendo y va cayendo. Vemos actualmente en muchos fandangos que lo representan sacándose la camisa y brincoteando; esto proviene del Estado de Guerrero en donde así se baila este son. Los Baxin bailan muy bonito este son porque tienen una profunda convivencia con ese animal. Hacen todos sus movimientos, ponen sus huevos  y se ve bien bonito ver cómo los ponen mientras bailan. Las mujeres solo acompañamos, moviendo nuestras faldas.

 

La Indita: No es un son del sur, yo lo aprendí a en El Hato con Tía Juana Utrera. Ella me decía que en ese son se debe de hacer la reverencia (saludo a los cuatro puntos cardinales), o sea que saludas con tu pie y vas girando. No se zapatea fuerte, más bien son pasitos suaves como de comunicación con la tierra. Decía que cuando se empezaba el estribillo  “ hay indita indita indita” te parabas frente a los músicos y era a los primeros que hacías la reverencia.

 La Manta: Antiguamente se hacia el fandango de cocineras, un  día previo a la boda, después del fandango, llegaban unos jaraneros expresamente a acompañar a las cocineras en su vela y cuidado de la comida que se seriviria al día siguiente. Me tocó ver en la región de Hueyapan y en la localidad de Minzapan, que en los fandangos de cocineras, las mujeres sacaban una especie de  sabana o un trapo y bailaban con ella de forma muy lúdica y en “doble sentido”. 

Hay testimonios que narran que las mujeres, de la Cuenca de Papaloapan, tejían su colcha o mantel para sus nupcias y esta representaba toda su labor y  toda su historia. Como la película “ Como agua para chocolate” donde vemos que Pita, el personaje, pasaba toda su vida tejiendo una colcha para cuando se casara. En el fandango de las cocineras bailaban con ellas durante un son. No especifican que fuera el son de la Manta. Fue entonces, que a partir de estos testimonios y vivencias que yo incorporo y aporto el elemento del movimiento del rebozo y el paliacate al son de La Manta

 

El trompo: Durante el este estribillo se hace como que enrollas un trompito y le das vuelta. Tú giras también como un trompito. O sea que con las manos enrollas  al trompito y al mismo tiempo tú te das vueltas. Imitas el juego del trompo con movimientos serpenteantes.

 

El Piojo: Las mujeres hacen como una ollita con su paliacate y baten el chocolate. Alguien te ayuda a batir el chocolate, alguien mete su manita ahí también. Así lo he visto cómo lo bailan en Los Tuxtlas, es normal verlo entre los niños, es lúdico. Andrés Moreno lo baila muy bonito. Los niños lo brincan y se les hace divertido. Pero en verdad tiene un doble sentido porque el canto es a eso “ayúdame a batir el chocolate”, o sea que no es para niños.

 

La Tarasca o Chocolate: Por lo que yo sé, no tiene coreografía.

 

El Conejo: Son que cayó en desuso. Doña Adela también contaba que te convertías en conejito, entonces te la pasabas brincando. Yo lo he visto bailar en los Tuxtlas.

 

La Bamba: Tiene coreografía. En los ballets folklóricos lo bailan con un listón; eso lo vieron en el pueblo, en la fiesta tradicional y de ahí lo tomaron y lo escenificaron. Y ahí se veía la destreza del bailador. No era solo en La Bamba, sino con cualquier son de parejas. También se les tiraba billetes y monedas y los bailadores  se agachaban y los recogían con la frente sudada. También recogían el sombrero con la boca. 

 

La Bruja: Uno de los sones que también se folklorizó; no era con veladora, era con una botellita de coronita o con un vasito de agua. Esto lo hacían todos los bailadores, en muchas culturas existe, el bailador también tiene que demostrar muchas veces qué tan hábil es porque el espacio de baile es de duelo, de reto y de enamoramiento.

El Toro Zacamandú: Hoy muchos bailadores se ponen los cuernitos y hasta les hacen rulitos. Una vez vi en un fandango una confrontación de una familia de bailadores hombres de Nopalapa, era una jauría de paliacates que volaban por todas partes; se veía como magia. 

Cuando tú bailas un toro tienes que ir con toda la carga de lo que es ese animal, o sea quien no ha atravesado un potrero con un toro que dicen que es bravo, no saben lo que es bailar un toro. Ahí va toda la adrenalina de este son. También vi a la Chata Méndez de Minatitlán, su presencia era muy fuerte, y una vez vi como ella sometía a los hombres en El Toro, con el paliacate luego que los dominaba, los ataba y los bajaba. Nadie quería bailar con ella, era muy fuerte, y ella sola se subía y le echaba el ojo a alguien e iba y lo buscaba hasta amarrarlo. 

* *

No sé si conocen el caso del legendario Oreja Mocha [Carlos Escribano],  que perdió su oreja en un fandango, y es que antes la gente era muy celosa por eso uno debe de tener mucho cuidado cuando llega a una comunidad porque hay gente muy celosa de su gente y no saben qué se trae uno. Hay que ser cuidadoso y observar. Si uno primero ve cómo la gente se desarrolla y cómo hace su fandango, aprende mucho, quizás hasta mucho más que participando. No olvidemos que es un espacio de diversión y aprendizaje.

Existen muy pocas cantadoras hoy en día, mujeres sabias que llegan al fandango y se plantan a cantar verso tras verso sin repetirlos; ¿por qué? Porque el espacio del fandango históricamente ha sido un espacio masculino, dominado por los hombres. La función que cumplen las mujeres es bailar, entonces si una mujer se pone en un espacio de hombres tiene que llegar con suficientes armas para enfrentarse al otro cantador, pues porque nadie va a darte la bienvenida, te tienes que ganar el espacio, paso por paso, como en la vida, con sabiduría.

Con el tiempo se ha ido implementado que cuando se canta versos nadie se sube a bailar, antes no existía esta modalidad, pero al ver tantos cantadores, tantos músicos y bailadores queriendo participar se impuso esta estrategia para la convivencia en el espacio del fandango.

Una vez con un grupo de bailadoras en las fiestas de La Candelaria en Tlacotalpan llegamos al fandango de San Miguelito, y nos pusimos de acuerdo y nos nombramos “las más perras. Nos subimos a dominar la tarima y empezamos a decir: – “de a dos versos, de a dos versos y bailemos todas”. Lo logramos durante un son, era demasiada la euforia de los cantadores y de los bailadores que no estaban conectados al fandango, que solo querían lucirse.

¿Cuál sería la solución? Yo creo que hay muchas, una seria que el que va a entrar a bailar sepa, cuando uno está en un fandango  tienes que saber la dinámica de lo que está pasando, o sea, no puedo llegar al fandango y meterme luego a la tarima, porque entonces no estoy formando parte de la fiesta. Hay muchos que se bajan del caballo y ya están en la tarima, ni saben si el bailador o bailadora acaba de subir. Tienes que estar en el espacio. Tampoco tienes que hacer cola, como en el DF, que hasta policías había una vez en un fandango en el centro Cultural del Bosque, organizando la cola de bailadores. Uno tiene que ser consciente que somos parte una fiesta y que todos queremos disfrutar y gozar. Cada una debe de tener su propio estilo, recordemos  a Doña América Ramos de Comején, que era inconfundible en su baile, decían que lo hacía como hombre, por la fuerza que tenía. También está Tía Lena de Jaltipan, que es toda una escuela en el baile.

Se me hace interesante todos estos espacios de reflexión, como este también, de convivencia, donde aprendemos de la palabra del otro. Una vez en una demostración en el DF, quisieron hacer unos fandangos demostrativos con los viejos soneros para aprender de ellos, pero recuerdo que ya las señoras no querían bailar y no fue porque las jóvenes habíamos acaparado la tarima, más bien fue porque ellas ya no querían hacerlo; también ya están grandes y tienen achaques y cansancios propios de la edad. Ahora, si cuando una vieja bailadora te aparta para enseñarte o para invitarte a bailar, eso es bien bonito, porque te está compartiendo, es un honor y para eso debemos de estar abiertos.

En un fandango hay muchas funciones sociales, no nada más es el que toca, baila o canta, también lo conforman las cocineras y la gente que organiza. Para que sea un buen fandango se requiere de todos estos puntos. Mucha gente dice que el fandango es libre y democrático y todo el mundo puede venir a hacer y deshacer. Yo no comparto esa idea, a mí me enseñaron que cada cosa tiene su lugar dentro de una estructura y esta se debe de respetar. Es un espacio de convivencia y de mucho aprendizaje. Yo llego a compartir lo que se y a aprender del otro, entonces es por eso que yo creo que ha tenido tanto éxito nuestra fiesta, donde todos nos retroalimentamos de todos, sin que suene a teoría universal. Así lo vivo yo.

Es muy importante seguir recreando la tradición, en los espacios naturales pero también soy consciente de que hoy hay espacios urbanos, donde se está generando y regenerando el son jarocho. Por eso debemos de encontrar puentes entre los espacios rurales y urbanos para seguir retroalimentando la tradición. Yo soy de Coatzacoalcos y vivo en el DF, trabajo en un grupo que se llama Son de Madera y las cosas que hago de danza son cosas personales, que vienen de una tradición pero no necesariamente vienen de una tradición, entonces debe de quedar muy claro cuando estamos en un escenario y nos montamos en él, obedeciendo a otros factores, porque debemos de dar un espectáculo, y cuando estamos en un fandango estamos en un fandango. Entonces debemos de saber cuando estamos en un escenario, cuándo hay un compromiso de alguien que está viendo, que está pagando por verte y cuándo estamos en un fandango compartiendo. Eso tiene que quedar muy claro a la gente que estamos haciendo música en escenarios.

 

 

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