La Manta y La Raya # 4 marzo 2017
150 sones jarochos,
Juan Meléndez de la Cruz
(recopilación y selección)Prog. Desarrollo Cultural del Sotavento, Sec. Cult. Art. Oaxaca, IEC Tabasco, IVEC, Asoc. Minatitlán 100 años. México, 2017.
Scriptura Iuvenum Musicorum
Bamba que fuiste domeñadora
en la ribera y en los plantíos
que acurrucaste los sueños míos
sino en la hamaca en la mecedora.
Tus requinteos suenan ahora
en puritanos salones fríos
y al darnos coba –sin alma y bríos–
te mixtifica la embajadora.
Fragmento del poema
¡Venga otro son!
Gonzalo Beltrán Luchichí
Ana Zarina Palafox
A fines de los años sesentas del siglo pasado existió un fervor por la música latinoamericana, aderezado con conciencia social, socialismo y esperanzas bolivarianas. Humberto Aguirre Tinoco, gran promotor y visionario del son y de Tlacotalpan, era condiscípulo de mi tío Jesús Palafox, en arquitectura en la UNAM. Allí fue irradiado de este fervor de la patria grande, Latinoamérica unida, y visionario, como era, se enfocó en su querido Sotavento.
Grabadora en mano recorrió las memorias de viejos músicos que, halagados por su interés, le compartieron versos. Nombró a su recopilación Sones de la tierra y cantares jarochos.
Yo conocí copias de ese trabajo –finalizado en 1976 y repartido por el mismo Humberto en fotocopias a los pocos interesados de ese tiempo. Salvo esa amistosa y esperanzada distribución, permaneció inédito hasta 1983 cuando una editorial leonina lo sacó a la luz en condiciones adversas para el compilador; posteriormente el IVEC lo reeditó, sin embargo, con pésimos resultados. Fue hasta diciembre de 2004 que, gracias a las entusiastas y justicieras gestiones de Honorio Robledo, Rafael Figueroa Hernández y Horacio Tenorio, se publicaron mil ejemplares a través del Programa de Desarrollo Cultural del Sotavento, esta vez con mejor distribución. Esta edición inicia con un invaluable material obtenido de las entrevistas realizadas a Humberto con el que se hace un recuento histórico. A Humberto se le dio la mitad del tiraje de esta edición con la finalidad de que los pudiera vender directamente y así paliar un poco las precarias condiciones económicas en las que estuvo durante sus últimos años de su vida. A pesar de estos esfuerzos la mayor parte del tiempo Sones de la tierra y cantares jarochos fungió como archivo secreto de sólo un par de grupos VIP del movimiento.
Casi dos años antes, en febrero de 2003, escribí un texto llamado “Las letras del son” del cual pongo un extracto:
Al son en México no se le puede dar el tratamiento de “canción”. Yo defino al son mexicano como “una estructura rítmico-armónica con una melodía base definida”. Esta estructura puede incluir una predefinida modalidad literaria (coplas, seguidillas, octosílabos o no, cómo se repetirán, la posible existencia de un estribillo, etc.). Si hablamos del son jarocho o huasteco, las libertades creativas e interpretativas son enormes. Un son se parece más a una pieza de jazz (tema, armonía base, desarrollo, improvisación) que a una canción. Además es cíclico (un formato de estrofa-interludio que se repetirá un número indefinido de veces, entre la entrada y el fin). Alguna vez, escribiendo sobre el violín tradicional en México para una revista gringa (Fiddler Magazine), titulé parte de mi artículo como “Son Doesn´t Mean SONG” (son no significa canción).
Personalmente, cuando intento explicar esto a músicos que tocan otros géneros, mi ejemplo favorito es decir que, en un fandango, lo correcto sería “vamos a tocar UNA guacamaya” (frase que además escuché en fandangos, hace años), porque “vamos a tocar LA guacamaya” implicaría que sólo hay una manera de interpretarla. Lo valioso de los sones es su mutabilidad, que les garantiza una actualización constante. Y una manera de entenderlo es escuchar todas las versiones que nos sea posible de un mismo son.
¿Por qué hablar de otro libro y de un texto mío cuando se trata de prologar el de Juan Meléndez? Porque la sincronicidad existe. Los historiadores analizan los hechos; como soy bruja, me doy el lujo de decir que es el Cosmos y sus efluvios lo que induce a acciones concretas a través del inconsciente colectivo. 25 años antes provocó la génesis de un movimiento y en 2004 decidió dotar de más herramientas al mismo para un discurso textual más elaborado.
Entonces es cuando el Encuentro de Jaraneros de Tlacotalpan y el Movimiento Jaranero cumplían 25 años, que Juan Meléndez decide socializar el trabajo de compilación que ya venía realizando desde sus inicios, con fines ilustrativos para él mismo y sus allegados.
Además de ser una colección muy vasta (suficiente y hasta sobrada en relación al corpus de estrofas que necesita cualquier jaranero o cantor de oficio), propone un par de formas de clasificación de los sones por el baile y por el canto, además de hacer la diferenciación entre sones y canciones (de autor con letra fija).
Algo que valoro mucho de este acucioso y casi impecable trabajo, es la inclusión de todo el panorama actual del son jarocho campesino o estilizado, antiguo o recién compuesto, cultural o comercial. Para efectos de esta recopilación, todas son estrofas y merecen ser consignadas en este memorial que Juan puso en las manos de quien lleve gusto de cantar. Juan se basa en muchas fuentes académicas, orales y fonográficas y da cuenta de una selección –como él mismo aclara– personal y subjetiva pero, a mi ver, muy atinada.
Algo más importante aún es lo extenso de la distribución de este material. En manos de muchos jóvenes (y otros no tanto) he visto la edición original nuevecita, destartalada, reencuadernada, en hojas sueltas, en fotocopias arrugadas y, en algún momento aciago, hasta escaneado y pirateado en la red. Legalmente o piratamente, su función social es ser la biblia de los jóvenes jaraneros.
Celebro, por lo mismo, esta reedición e invoco que tenga dos cometidos principales: el primero es recuperar las memorias textuales enfatizando las temáticas y la ilación de las estrofas para no cantar desordenados en el fandango –diría Andrés Moreno.
El otro cometido se parece a lo que menciona un profesor en el documental Bertsolari (versadores del País Vasco):
“Para ser improvisador debes de aprenderte todos los versos que existen en tu tradición.Ya que los memorices y analices, olvídalos.
Sólo hasta que ese momento llegue, serás capaz de hacer los tuyos”.
Enhorabuena, Juan Meléndez. Gracias a tu esfuerzo –que se suma al de los ancestros trovadores medievales– hoy podrán empezar a hacer sus versos los hijos del Movimiento.
Ana Zarina Palafox
septiembre de 2016.
Notas
(1) En latín, la biblia de los jóvenes músicos.
Revista completa en formato PDF (v.4.1.1):