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Bertha Llanos

La Manta y La Raya # 14                                                              marzo  2023 ________________________________________________________________________

Bertha Llanos

Testimonios recogidos por Alec Demster       en Santiago Tuxtla, 2005 

 

* Entrevista y grabados tomados del libro: Ni con pluma ni con letra. Testimonios del canto jarocho. Investigación y grabados de Alec Dempster. 2° edición 2022, Fogra Editorial, México.

 

 

Mi papá murió en 1955. El 21 de mayo cumplió cincuenta años, y él murió de cincuenta y cuatro años. Ahora, échale cuál fue su año; de muerto tiene cincuenta. Aquí hay muchas personas que lo conocieron, pero ya muchos han muerto, personas muy ancianas. Mi papá era campesino, sabía muchas cosas. Él aquí tenía una tiendita. Aquí, esta casita estaba arriba de un barranco, era de caña, era de palos de antes. Pero él desde chamaco dice que empezó a componer palabras. Toribio Guzmán fue su maestro. Aprendió tercer año, y ya. Supo muchas cosas, sabía leer y escribir. No aprendió más que tercer año, pero es que antes era tercer año, no que ahora las niñas de tercer año no saben ni cuántos gramos tiene el kilo. Entonces, yo estudié dos meses de primer año, dos meses de primaria tengo; ni siquiera me medio explico. Muchas veces la atención, ¿verdad? A mí me ha gustado mucho leer libros. En libros, en revistas, en periódicos, se encuentran palabras que se pueden utilizar. Mi papá también lo miraba. Llegó el tiempo que ya no miraba: mi mamá y yo le leíamos, y si venía una persona, y decía: “Le voy a hacer una poesía; ¿cómo es?”. Le decía cómo es, porque no lo miraba. Se relacionaba con el gobierno, cuando fue presidente de la república Lázaro Cárdenas; fue en el cuarenta y seis. La relación del código de Ley de Tierras Ociosas. Él se hizo representante, y con la ley en la mano invadió las tierras de por acá que estaban ociosas. Pero ya después ya no lo dejaron, porque aquí hubo un tiempo que todo eso por acá eran ejidos; todavía, donde viven ahí Margarita y mi hijo Diego. Es ejido en La Octava. Ahí todos eran ejidos. Entonces vino la ley, que todo el que tenía el ejido lo  entregara a su dueño. Los terrenos los volvieron a entregar. Los de Ángel Carvajal, Rosario Carvajal, todos esos terrenos habían agarrado para sembrar: sembraron mango, cedro, chagani, muchas cosas, y se los dejaron a los señores dueños, porque así vino la ley. Hasta mataban; como en la política. Pero ahora no hacen lo de antes. Un tostón y pa’dentro. Un tostón, y a comprar gente. Porque unos cincuenta centavos ganaba un hombre trabajando en el campo. Claro: les dan su tostón y pa’dentro. Así les quitaban gente. ¡Era una cosa! Se mataron, y se hicieron. Peligroso. Mi papá cantaba en mexicano. Tiene unas décimas en español y mexicano: 

Al pie de una colina 

donde la rosa creció 

vine a contemplar tu nombre 

con todo mi corazón. 

Pero ese dice en mexicano: 

Itzintlan ce tepetontli, 

campa xochitl mohuapana, 

iceizoctzin noyolotzin quitilana. 

Él lo aprendió todo en mexicano y los arregló; como usted sabe su idioma, usted arregla a su idioma, y ya lo compuso. Pero usted puede fundarse. No deje pasar el tiempo. Ponga su fun-damento, que el libro lo tiene aquí [señala su cabeza]. Bueno, póngate a pensar. 

Mi papá estaba durmiendo y decía: —¡Catalina, levántate! Mi mamá se levantaba. —¿Qué quieres, Juan? —¡Escribe! —ya se ponía a escribir un sueño que soñó—: 

Soñé con una fortuna hace muchísimos días, que algún día yo sería hombre de mucho poder, que llegaría a tener lo que ninguno tenía. 

Esos estribillos, mi papá los hizo. 

Según decían antes mis antepasados, lo embrujaron. No sé qué. Él ya estaba malo, estaba enfermo. Era muy enamorado, así como estaba, todo chueco, todo chirrisco, y él para el amor fue “del alacrán la cola”: 

He llegado a esta función 

a ver si doy golpe en bola, 

para cantar este son 

entre rosas y amapolas, 

porque yo para el amor 

soy del alacrán la cola. 

Fue muy enamorado, pero borracho no. Eso fuelo que tuvo Juan Llanos. 

Chano Escribano es su consuegro de Manuel, mi hijo. Ese tiene mucho verso que le ha comprado. Le compró a mi papá mucho verso. Ese tiene unos versos que dicen: “¿Cuáles son las cuatro esquinas / del reglamento sumario?”. Pero ya no me acuerdo. Tengo muchos escritos, pero mi gente no quiere luchar, arreglarlos. Pero si ellos me los leyeran, yo los compongo. Tanto que cantaba era Manuel Valentín. Venía aquí: mi papá le enseñó todas las tonadas. Aquí fue conocido cantador, pero ya los cantadores viejos, ahora ya no dan. Nicho Vichi sabe muchos versos, porque aquí compró también, y aquí venía a aprender con mi papá. Le apilaban con su jarana, con su requinto, la segunda, la tercera, violín, y era un alboroto que hacía mi papá, y tenía una tiendita. Vendía mercancía de abarrotes. Vendía entonces, no era alcohol, era aguardiente: un poquito, así, en un vaso, verde, verde. Era yerba. Dos centavos. Te lo tomabas. Ya, venían: 

—Un dos. 

—¿Qué quiere? 

—Hierba. 

Al aguardiente le metían hierbabuena, y salía verde, verde. Muchos licores hacia mi papá: manzana, perón, membrillo; muchas cosas hacía. Hacían vino; vendían aquí, en las fiestas, las botellas. Nanches. ¿Cuánto, no? Todavía nanche, pues, está privando; pero los demás, ya. Gabriel Arnau es el que hacía también. Aquí venía con mi papá. ¡Bueno! Muchas cosas que hoy no las oigo. Eso fue antes. Aquí venían muchos cantadores a cantar y no sé qué tanto. Venían de por allá, hablándole en mexicano, y él contestaba. Cantaban en mexicano y contestaba como hoy que cantan en inglés. Cantan como quieren. Por ejemplo, usted llega y me dice: 

—Chimotal. 

—Ya nana (`buenos días’). 

Ya sé que me dijo buenos días, pero yo le respondo: “chimotal”; siente, pero ahorita hay todavía personas grandes de edad que saben mexicano. 

Había un compositor que le decían el Vate Comoapefío, era Crescenciano Brígido. Lo vino a saludar en versos, y mi papá contestando, y se lo dijo hablado y luego cantado. Ya mi papá le siguió cantando, y ya no dio el otro la medida. En Comoapan hay personas que saben mucho, y en Soconusco. En San Andrés hay mucho anciano que toca jarana y la guitarra, o, como digo, guitarra de sones. ¡Mi papá, pa’l requinto! Requinto, segunda, tercera, de todo. Guitarra de son. Canciones. Don Ricardo Castellanos también hizo mucho verso; un señor que se llamaba Manuel Guzmán, Felipe Palma: eran cantadores. También se alcanzaban con cualquier cosa. Mi hija, Rosa Lara, también se alcanza. Mi hija mayor sacó el corrido de Colosio, cuando mataron a Colosio, y La Laguna Verde: de repente, cuando puede, le alcanza. Mi papá se vivía nada más escribiendo. Por eso, cuando le venían hablando en verso, enseguida contestaba. No eran versos ya sabidos, sino nacidos del pensamiento. Hubo uno que llegó bien pelado, todo rapado, y estaban dos ahí, y le sale uno: 

En la cumbre de un taray 

cantó un pájaro gorrión. 

¡Hombre, qué tijeras traes! 

Es bonito ser pelón, 

pero no de a tiro ráiz. 

Entonces, el otro le dio coraje: 

—Contéstalo. 

—No vaya a haber tiros. 

—No. Si hay tiros, yo respondo. Yo aquí traigo. 

Porque era en Cabada. Porque ahí la gente le gusta mucho. Entonces, dice mi papá: 

En una naranja vana, 

yo recuerdo que te di. 

Anda, avísale a tu nana 

que si me rasuré así 

fue porque me dio la gana, 

no por darte gusto a ti. 

Hay que tener coco. El cerebro es pura bolita que está trabajando. Inmediatamente, acomodar esa palabra; ahí está el chiste. Pero en un huapango llega uno y canta y el otro le contesta; como el argumento, ¿no? Los versos picones. El poeta nace, no se hace. Ahora estudian poesía, para componer estudian poesía. 

Antes le decían a mi papá: 

—Tú tienes el bastón del diablo, porque enseguida respondes. 

—Déjenme de salvajadas. Busquen ustedes el motivo en su propia cabeza, que para eso la tienen. 

Y así es. Póngase a pensar. Cuando duerme, cuando está solo, póngase a meditar, y va a ver cómo las palabras le nacen y usted las pone. Por ejemplo, estás viendo la tele y de todas las musarañas que están naciendo, ¿usted se alcanza un verso? Ahí lo saca. 

Digo que ahora las palabras son otras, hay que buscar. Como viene usted, de por ahí, viene buscando otra palabra, otra idea, y la encuentra. Porque todavía hay. Yo voy a dejar muchas cositas el día que me marche de aquí eternamente, pero mis hijos pues no las aprecian. Yo no, yo aprecié todo lo de mis pa-dres, pero ahora, en esta época que ya estoy perdiendo la vista, ¡cuántos papelitos ando guardando! Cuando me muera, me van a buscar todo. 

Yo hice una poesía conforme a la Biblia, pero esa poesía es de un texto. Salmo 105 o 119. Ya no me acuerdo. Ese dice: 

Sostenido por la fe, 

llegaré yo a mi destino, 

porque Tu palabra es 

Tu altísimo Dios divino: 

lámpara a mis pies,

 lumbrera a mi camino. 

Es un texto; porque la Biblia dice: “su pálabra es lámpara a tus pies y lumbrera a mi camino”. Es salmo, 105, 119. 

Ya no me dieron esperanza de que vuelva a ver. Pero, si Dios quiere, ¿verdad? Todo lo sabe Dios. Nosotros queremos componer, pero para nosotros todo es dificil. Pero para Dios todo es fácil. Muchas veces, lo que a nosotros se nos hace dificil —pues somos mundanos, somos terrenales—, pero el Padre Celestial lo sabe todo. Ya no hay otro. ¿Cuántos dioses hay? Un solo Dios verdadero, y si hay mil dioses se encierra en uno. Aquí en el mundo, pues, muchos dioses y diosas. ¿Cuántos quieren ser dioses y diosas? Pero no se puede. 

¿Ya no se acuerda de Salomón? 

Cuando me pongo a trovar, 

en versos dibujo historia. 

Ahora te voy a contar 

lo que hizo la reina mora: 

a Salomón fue a tantear 

dónde estaba su memoria. 

Yo quisiera adivinar 

como el Sabio Salomón, 

pero me pongo a pensar 

que puedo perder la acción 

en la suma de quebrar. 

Una reina a Salomón 

lo tanteó de tal manera, 

como hombre adivinador, 

que al momento le dijera: 

“Dígame, de estas dos flores, 

¿cuál será la verdadera?”. 

Luego dijo Salomón 

que lo esperara la reina, 

y al momento sacó 

la abeja real montera, 

y ni así le adivinó 

cuál sería la flor de cera. 

Arrodillada la Reina, 

no le pudo adivinar. 

Dijo la reina: `¿Cuál era 

la rosa más natural, 

porque una es hecha de cera?”. 

Salomón quedó pensando, 

cómo podía adivinar, 

en su mente descifrando, 

dijo que: “La abeja real 

puede irme asegurando 

cuál será la natural”. 

Profundamente, no pudo 

el gran sabio Salomón: 

quedó en duda y no seguro, 

no le dio contestación. 

A tiempo dicen mis labios, 

sin perder las amistades: 

¿para qué tener agravios? 

Toditas son vanidades, 

ni Salomón siendo sabio 

adivinó las verdades. 

Ni el gran sabio Salomón 

adivinó la verdad: 

según su declaración, 

fue la reina de Sabá 

la que le ganó la acción. 

No quiero ser Salomón, 

ni tampoco un adivino. 

Será la declaración 

que la ley de los destinos 

es del cielo a la mansión. 

Me dicen que Salomón 

era un sabio muy profundo; 

no tenía competidor, 

porque era un rey sin segundo, 

pero le ganó la acción 

una reina de este mundo. 

Y él, que era sabio, nada… 

Todos los versos los debe de tener en la memoria. Hay que argumentar en cuentas. El otro que dice del “artículo sesenta”, cómo se quiebra una cuenta. Muy bonito. De quebrados y multiplicados: 

Si yo tuviera cien pesos, 

no los había de cambiar, 

porque después del ingreso 

a no se puede contar, 

porque en tostones hay progreso 

de a veinte ni decimal. 

La suma y resta es unión 

a la cuenta de un ingreso. 

Dividir una porción 

es muy poquito progreso. 

Doscientos tostones son 

la cantidad de cien pesos. 

De plano lo que argumente 

esta contabilidad, 

que suma y resta se cuente, 

multiplicando igualdad, 

que son quinientos de a veinte 

cien pesos la cantidad. 

Las cuentas son muy cabales, 

todas van en progreso; 

suma y resta son iguales, 

multiplicando es impreso: 

mil monedas decimales 

es el total de cien pesos. 

En las notas de este verso

 los dos totales se ven. 

Si quieren ver el progreso, 

no lo traten con desdén: 

mil décimos son cien pesos, 

y dos mil quintos también. 

La suma y la resta pone 

igual multiplicación; 

la división dispone 

a verificar la acción; 

la quiebra es la que compone 

la cuenta y aclaración. 

Cuando me pongo a trovar, 

mi corazón se contenta. 

Los versos de argumentar 

del artículo sesenta, 

en la forma de sumar 

cómo se quiebra una cuenta. 

Hay que sumar y restar 

y multiplicar también. 

Dividir, primer lugar, 

como aquí se nos presenta, 

que sea sin modificar 

el artículo sesenta. 

Vamos a poner: cien pesos, 

¿cuánto viene a resultar? 

En la cuenta de progreso 

hay que sumar y restar, 

y en la división, por eso 

la voy a multiplicar. 

—¿En tostones, cuántos son 

la cantidad de cien pesos? 

—De la misma cuenta hoy 

en la suma del progreso: 

doscientos tostones son 

la cantidad de cien pesos. 

El argumento es patente; 

lo que de plano confieso 

con mi humilde pensamiento, 

digo lo que es el ingreso: 

que son quinientos de a veinte 

la cantidad de cien pesos. 

Primero buscaban que rime el verso, y ahora ya no. Ya no hay rimo. Na’más como sale. El rimo va con tres o cuatro palabras adelante, y no es como primero. Son versos viejos: 

Por esta calle me voy, 

por la otra doy la vuelta, 

porque me tienen cautivo 

los claveles de tu huerta. 

Fíjate. Antes no creas que eran tontos los viejos; que viejos antiguos no sabían, también. Los versos viejos que hicieron, que dice: 

La tierra no sé en dónde 

celebran no sé qué santo 

y rezando no sé qué 

se gana no sé qué tanto. 

Tenían su cabecita. Antes cantaban y hablaban, y ahora no. Cantaba mi papá: comentaba y cantaba y hablaba, y luego volvía a tocar a la última palabra. Otra vez ya cantaba. Si alguien se atreve a cantar como antes, va a ser admirado, porque ya nadie canta así. Nicho Vichi cantaba también, pero no le da. El que daba muy bien era Venancio Mendoza; ese sí cantaba muy bonito, Manuel Valentín, ya se murieron. 

“El borracho”, nada más que lo sepan bailar. Aquí habían unos señores que bailaban muy bonito “El borracho”. Cada quien agarraba su botella y se ponían a danzar. Hasta chocaban las botellas muy bonito. 

El que toma aguardiente 

de sinvergüenza se pasa, 

de la tienda se hace cliente 

y se olvida de su casa. 

Hoy nada más están gritando. “El palomo”, ya cuando mundanceaban, para atrás, para atrás, para atrás. Para ‘lante, para ‘Iante, para ‘Iante. Muy bonito, pero hay que saberlo bailar. “La guacamaya”, “El pájaro manzanero”, “Los chiles”, “El venado”; pero la danza del venado, ya no. Ya todo es moderno. Antes no eran brincoteos, como ahora. Bailaban “La bamba”, pero bien asentadito: estiraban una banda, sea de cinta o sea de tela, lo estiraban con los pies, y como ellos saben bailar “La bamba”, lo amarraban. Amarraban la banda y la desataban entre los dos bailadores. Aquí se rifaron con reloj en mano, y ganaron los de Catemaco. 

Versos del pájaro manzanero 

Vengo de la serranía 

de los campos de Guerrero; 

qué suerte será la mía, 

y qué viaje tan rastrero, 

les diré cómo decía 

el pájaro manzanero. 

Qué bonita cuando llueve, 

que suena la songonera: 

dan las ocho, dan las nueve, 

y yo sin verte siquiera. 

Vámonos, si tú me quieres, 

a la tierra manzanera. 

Cantando dijo un gorrión 

cuando levantó su vuelo: 

“Mira qué bonitos son 

los ojitos de mi cielo”, 

como dijo el guapetón 

pajarito manzanero. 

Cantaba el pecho amarillo, 

y le contestó el jilguero: 

“Vámonos para el castillo 

de los campos de Guerrero, 

adonde se oye el silbido 

del pájaro manzanero”. 

Ya me voy a mi cantón, 

amigos y compañeros; 

es la última oración 

que les dice un misionero, 

porque aquí se acaba el son 

del pájaro manzanero. 

Muy junto de tu ventana 

voy a poner un letrero: 

“Levántate de mañana, 

y verás lo que te quiero; 

mira, paloma, que te ama 

el pájaro manzanero”. 

Un pajarillo volando 

dijo al pájaro vaquero: 

“Mi pala ando buscando; 

dime, tú que eres matrero, 

adónde nos encontramos, 

soy pájaro manzanero”. 

Para cantar este son 

del pájaro manzanero, 

hay que subir al balcón 

del castillo de Guerrero, 

para ver con atención 

dónde se anida el jilguero. 

 

El pájaro manzanero 

se paró en un arbolito, 

y le cantaba al jilguero: 

“¿Por qué lloras, chiquitito? 

Tu dolor es pasajero, 

dicen que eres muy bonito”. 

Yo le hablo común y corriente, según nuestra amistad, y que usted vea que yo siempre soy sincera. Me gusta el respeto y la sinceridad, la nobleza. Yo soy una mujer de criterio firme y honrado. No quiero más allá ni más acá, ni un punto más ni menos. 

En esta actualidad han cambiado las palabras, porque ya hay tanto estudio. Antes hablaban materialmente, pero hoy ya es de otro. Ya la canción, aunque no rime, habla la canción; ya no buscan el ritmo. 

“El buque de más potencia” lo hizo mi papá: 

¿Quién fuera el buque de más potencia, 

para arrojarme al fondo del mar? 

Para sacarte, perlita hermosa, 

que yo en tus brazos me he de arrullar. 

Tú me juraste un dichoso día, 

y de testigo pusiste a Dios, 

que me amarías sinceramente 

sin separarnos nunca los dos. 

Aquí te dejo estas tres canciones 

para que las cantes, yo ya me voy, 

porque la cantes con tu boquita, 

que son recuerdos que yo te doy. 

Ay, quién pudiera besar los labios, 

o son de azúcar o son de miel; 

pero en mi mente llevo grabado 

el bello nombre de esa mujer. 

Ese es “El buque de más potencia”. Ese, se lo llevó de aquí Gilberto Zapata a la difusora en Veracruz. Entonces, “El buque de más potencia” no era “El buque”, porque mi papá le decía “quién fuera el barco de más potencia”; pero el que se puso como el autor en Veracruz le puso “El buque”. Es todo lo que él le compuso.

“Peregrina de los ojos purpurinas” [sic], también. Muchas, muchas, canciones hizo mi papá. Venía así, una persona como usted, y venía y le decía: “A ver, escríbemelo, voy a aprender la tonada”. Por ahí lo iba a cantar en Veracruz. Ya eso se des-parramó y se desparramó. Ya luego, venían autores de Cosamaloapan, venían autores de Veracruz, venían autores de Xalapa, y así: en esas canciones que mi papá vendió a diez centavos y los versos, ya no me acuerdo. Era puro centavo. Por ejemplo, el que acabo de decir, ese de rosas y amapolas, es una cadena; eso es muy bonito, le habla de todo. 

Grábese un verso de amor. Yo le voy a decir:

 Quisiera que lloraras 

al escuchar mis versos, 

así como he llorado 

al escribirlos yo. 

Quisiera que sintieras 

en cada frase un beso, 

en que la letra vieras 

un sueño de los dos. 

Viene un señor y me compraba el macito de escritos que están todos de a pedacitos y rotos. Yo le digo: 

—No. 

—Se le van a perder. Véndamelos. 

—Ahí que se pierdan. Van a pudrir conmigo.

Un señor de San Andrés, un Isba, un compositor. 

También trataron de comprarme la libreta de pascuas, y ellos vienen a vender aquí porque la gente vienen y compran, y ahí los pasan y ahí los venden, de así, de letras de molde. 

En otro día que usted venga, yo voy con la memoria fresca y voy a buscar un librito, que tengo un librito que mi papá dejó, que habla muy bonito. Muy bonitas poesías, como “El año viejo”; ¿usted ya hizo la poesía del año viejo? Yo hice, pero ya no me acuerdo. Como los Reyes, cuando los Reyes llegaron, y todo eso. Eso tie-nen los nombres, lo que dieron. 

Me arrepentí. Ya no voy a ver. Que el Señor disponga lo que guste. Estoy en sus manos. 

[Entrevistada en 2005, Santiago Tuxtla] 

 

Revista núm. 14  en formato PDF (v.14.1.1):

 

Artículo suelto en formato PDF (v.14.1.1):

 

mantarraya 2

Ni con pluma ni con letra

La Manta y La Raya # 14                                                              marzo  2023 ________________________________________________________________________

Ni con pluma ni con letra

Testimonios del canto jarocho

Alec Dempster

Anona Books Fogra Editorial

 

 

 

Me dicen que eres poeta,

porque eres muy alcanzado;

pero tú no me sujetas,

aunque seas muy estudiado,

ni con pluma y ni con letra,

ni en versos argumentados.

                 Feliciano Escribano

Ni con pluma ni con letra es una colección en la que Alec Dempster reúne testimonios de cantadores de la región de los Tuxtlas, a quienes conoció y entrevistó, en principio, por su profunda curiosidad en la música jarocha. Cuando conversó con ellos, la mayoría rondaban los 70 años; Alec pudo recoger sus recuerdos, vívidos y profundos, del tiempo en que anduvieron cantando, tocando y algunos bailando en los fandangos regionales, que a mediados del siglo XX representaban aún una forma festiva fundamental, en pueblos y comunidades rurales. Para cuando estos cantadores fueron entrevistados, su paso por los huapangos y parrandas —salidas en grupo durante las fiestas de fin de año para entonar “Las pascuas”, cantos navideños tradicionales— era, para la mayoría, cosa del pasado; con el interés y la sensibilidad de Alec, recordaron vívidamente momentos de su devenir como cantadores. El presente volumen reúne estos pasajes importantes de su vida que, luego de una esmerada transcripción y edición, llegan hoy a los lectores al cabo de algunos lustros de haber sido registrados.

En los Tuxtlas, y probablemente en otras regiones del sur de Veracruz, el de cantador era un oficio medianamente especializado: el que cantaba versos no estaba obligado a tocar un instrumento; así lo muestran los testimonios de varios de los entrevistados, quienes, aunque vivieron en un entorno de grandes músicos, no tenían por fuerza que pulsar un instrumento ellos mismos para desarrollar su actividad. No es el caso de todos, por supuesto, pues hay los que tocaban y los que bailaban; eso sí, se asociaban con buenos músicos para poder desarrollar su arte, en cualquier caso.

En las entrevistas y en varias de las coplas que entonan, los cantadores se refieren a su arte como algo que no se aprende en el ámbito escolar, reconocen su falta de conocimiento de la escritura, y sin embargo sostienen que la facultad de cantar es un don que se trae de nacimiento y que no se puede aprender en la escuela, como lo indica esta copla “para presumir” del repertorio de Juan Llanos:

No creas que soy buen poeta, 

de pensamiento elevado;

no conozco mucha letra, 

porque no soy estudiado, 

pero tú no me sujetas, 

aunque seas muy alcanzado.

Don Leoncio Tegoma, por su parte, describe: “Yo creo que el que va a ser músico ya viene de allá; cada uno Dios le da su destino”. De esta capacidad innata, de este “destino” reconocido por los cantadores se desprende el título del volumen, fragmento de una copla, variante de la anterior y transmitida a Alec Dempster por don Feliciano Escribano, que podría ser dirigida en una controversia a un contrincante de quien se dice que es “poeta”, “muy alcanzado” y “muy estudiado”. Sin embargo, él cantador declara que el letrado rival no podrá sujetarlo “ni con pluma y ni con letra / ni en versos argumentados”. Así pues, no basta con conocer la letra para llegar a ser cantador; pero ¿qué es, entonces, lo que se requiere?

El que quiera cantar versos debe tener, además de la voz y el gusto para entonarlos, la memoria para conservarlos en la mente. Advierte don Martín Coyol que “tampoco tuve escuela”; en los fandangos, dice: “así, un cantador, nada más con oír el verso que me dijera, [me] lo grabé”. De manera que el que quisiera cantar debía “poner cuidado” en lo que otros cantaran y además, como veremos, podría auxiliarse en su quehacer de los escritos, e incluso de las coplas y las letras de las canciones que se tocaban en la radio; pero, en cualquier caso, debería desarrollar una gran memoria para llevar a cabo su quehacer.

Los entrevistados conocieron en su infancia y vivieron en su juventud un ambiente de fandangos y parrandas que favorecía la labor de tocadores y cantadores, que encontraban un espacio singular para manifestar sus talentos, hacer brillar sus instrumentos con afinaciones diversas, lucir sus habilidades como bailadores y vincularse estéticamente con sus comunidades para celebrar la belleza, encontrar el amor, disfrutar el momento. Y algo más que eso: establecer una comunicación, un diálogo poético con los otros cantadores, como lo menciona don Raymundo Domínguez: “tú vas buscando al otro, cómo van sus versos; tú vas buscando, y, si él es abusado, también va buscando los tuyos. Mira: salen unos versos a todo dar, porque ya van los dos versos, se van combinando […] es que él va buscándote, como tú vas, va buscándote un pie de tu verso, un piecito de en medio, o el último, o el primero. Él te lo va buscando, para que vaya combinándolo”; así lo muestra este par de coplas de la versión de “El zapateado” cantada por Dionisio Vichi y Salvador Tome, entre muchas otras estrofas sucesivas donde los cantadores “van buscándose”, y sus coplas “se van combinando”:

Al cortar un lirio blanco,

yo creía que era azucena,

porque trascendió bastante, 

igualito a una gardenia;

también de tu amor me encanto, 

hermosísima trigueña. [Vichi]

Y en un jardín de azucenas, 

flores me puse a cortar. 

Que me gusta tu cadena 

cuando sales a bailar:

con el rocío del sereno,

de lejos se ve brillar. [Tome]

El cantador ha de comprender, pues, que en su actividad debe procurar el diálogo: no canta solo para sí mismo, canta para los otros y con los otros. De modo que en los fandangos los cantadores encontraban ocasión para manifestar su sensibilidad y oficio: el vestido de las bailadoras era un motivo recurrente para acomodar un verso en el momento, y elogiar la belleza de la mujer, declarar el sentimiento que el cantador sentía por ella, e incluso solicitar veladamente que le dijera su nombre, como en esta copla del vasto repertorio de don Martín Coyol:

De ladrón me dan la fama, 

pero yo nada robé;

sé que me robó la calma 

la del vestido café,

que no sé cómo se llama.

Había que “adaptarles sus versos”, como dice don Leoncio Tegoma; en esta, y en muchas otras coplas, el impulso lo constituía el color del vestido que llevaban. Por su parte, las buenas bailadoras podían, por su belleza y su habilidad, ver coronada su cabeza con los sombreros de los asistentes, que cambiarían al final de la ejecución del son por un refresco. Y además de estas recompensas o galas, gozarían, por supuesto, de los versos que los cantadores les dedicarían, aunque en ocasiones podrían causar incomodidad a algunos oyentes, tanto como la habilidad de los bailadores o la pericia de los músicos para tocar un son o dominar una afinación desconocida para otros.

 Los cantadores tenían en su actividad, además, la satisfacción de pasear y divertirse; viajar era parte de su destino, según lo pregonan estos versos de don Félix Machucho que nuevamente culminan con la declaración de su invencibilidad en las controversias:

Soy hombre de garantía 

cuando me pongo a versar: 

paseando todos los días,

te lo puedo comprobar 

que el que me llega a ganar 

no ha nacido todavía.

Tanto los cantadores como los músicos concurrían a los fandangos, organizados por motivos religiosos o de esparcimiento, y lo hacían por gusto; excepcionalmente eran remunerados. Eso sí, en los fandangos había alcohol y lo probaban; algunos sí llegarían a enviciarse, pero no necesariamente bebían para embriagarse en los huapangos, sino para inspirarse, acaso, pues el alcohol era “un material que es buenísimo pa la versada”, como dice don Leoncio Tegoma; asimismo, podía servir a los cantadores para entonarse y disponer la garganta, como lo describe don Salvador Tome, quien bebía: “Unas dos, tres copitas, no pa pasarse, porque si tomas de más, ya no sirves pa un carajo; na’más pa ponerte al punto y la garganta componérsela”.

Según lo mencionan varios de los entrevistados, entre los cantadores había una competencia tácita, tanto por la claridad y potencia del canto como, sobre todo, por la capacidad para cantar coplas de repente y, de ser necesario, sostener un debate en “versos picados” con otro, ya fuera con versos sabidos de antemano o con versos improvisados “nacidos del pensamiento”, como los llama Bertha Llanos. En la controversia, los cantores podían echar mano de los “versos de argumento”, es decir, aquellos que en los que se plantea al contrincante una reflexión sobre un tema determinado, o podían adaptar o improvisar coplas que hicieran referencia a la situación, como piropos, saludos o alusiones a los asistentes a la fiesta. El secreto era aguantar, responder, no quedarse callado ante los versos del otro, como se lo dijera don Juan Llanos a don Feliciano Escribano: “cualquier cantador que viene por la mano y te dice un verso, tú le contestas enseguida y le das la respuesta, y como que tú vas a salir adelante después de él”. Sin embargo, siempre se corría el riesgo de que el contrincante no supiera perder…

Muchas veces, a medida que el alcohol iba surtiendo efecto, la tensión entre los cantadores se evidenciaba, las interpelaciones se hacían manifiestas y no pocas veces terminaban en la violencia física, como lo manifiesta más de algún cantador, víctima de un rival vencido por la efectividad de sus versos. Los fandangos formaban, pues, un espacio de convivencia, pero también de conflicto: no era muy bien visto que un cantador fuera a otra comunidad y destacara por encima de los locales, a riesgo incluso de su propia vida.

Por otro lado, amén de estos peligros terrenales, don Dionisio Vichi aclara que el fandango es música “del pecado”, en la que el maligno se recrea y, aunque nadie lo pueda ver, anda bailando en la tarima con la gente que se divierte en la fiesta, procurando la burla y el escándalo. Y la aparición de este personaje se vuelve aún más perturbadora en los relatos de don Leoncio Tegoma, cuya actividad como curandero lo llevaría a tener encuentros con este singular “amigo”. Así, los cantadores deben encomendarse a Dios en su labor, por todos los riesgos que implica concurrir a los fandangos.

En el panorama que los cantores refieren, destaca el nombre de un trovador que alimentó fuertemente la tradición de la poesía popular en la región de los Tuxtlas. Se trata de Juan Llanos (ca. 1901-1955), gran cantador e improvisador, hablante de náhuatl que podía incluso cantar coplas en esa lengua. Aunque sabía tocar el requinto y la jarana, y aunque enseñaba no solo los textos sino también las tonadas a los cantadores, los testimonios no dan cuenta de que participara en los fandangos; probablemente porque quienes lo recuerdan lo conocieron ya en su madurez, en la tienda donde ofrecía lo mismo víveres que aguardiente y versos, aquellas “palabras que componía” —como señala su hija, Bertha Llanos—, que le compraban los cantadores de fandango de la región. Pero cuando iban a buscarlo a su  tienda, don Juan podía responder y salir airoso con el canto, con los instrumentos y los versos ante cualquiera que quisiera poner a prueba su gran talento poético y musical. Además de su padre, Bertha recuerda otros cantadores que fueron importantes en su época, como Ricardo Castellanos, Manuel Guzmán, Felipe Palma, Venancio Mendoza y Manuel Valentín.

Si bien la actividad de estos juglares se centra en la memoria y la tradición oral, la escritura aparece como un referente que se suma al entorno mágico y permea la vida de los cantadores; los libros, las libretas y los cancioneros son objetos poderosos que no solo conservan los textos y auxilian la memoria del cantador, sino que pueden representar por sí mismos conjuros eficaces para deshacer enredos y vencer dificultades. Con el apoyo de los versos comprados y con la capacidad memorística de cada cual, los cantores llegaban a atesorar un repertorio que constituía un patrimonio fundamental, del cual se vanaglorian, y que les permite salir airosos en los fandangos.

Así pues, los cantadores aprendían sus coplas de otros, con el auxilio de la radio o en los papeles que compraban; debían repasar los versos “pa’cá y p’allá en el pensamiento”, dice Dionisio Vichi; “recorriendo en el pensamiento”, dice Feliciano Escribano. De tanto conocer y cantar los versos “que traían”, los “versos sabidos”, estos llegaban a salir “de repente” como hechura del cantador que en determinadas circunstancias y en apego a su sensibilidad y talento podía variar y adaptar, reelaborar, o bien, crear, en términos de un acervo y una estética tradicionales que conocía y que actualizaba en su voz. A fin de cuentas, ese es el sentido de la tradición oral: la apropiación y la reelaboración de un patrimonio común en un momento dado.

El conocimiento y la conciencia de su talento y oficio no dejan de ser motivo de orgullo para los cantadores: su capacidad para trovar, la cantidad de coplas que atesoran en la memoria, así como la claridad y potencia de su voz, son todos rasgos que ellos ponderan y a los cuales hacen referencia en sus testimonios y en sus versos, como lo podrán constatar los lectores en este volumen que reúne una buena cantidad de coplas provenientes de la memoria y de los escritos de los cantadores entrevistados. Por supuesto, abundan las coplas de amor y hay otras sobre asuntos diversos, pero la capacidad y la actividad del cantador es un tema recurrente en el repertorio de muchos de los juglares de Ni con pluma ni con letra.

La amplitud y la riqueza de las entrevistas dan cuenta no solo del gran interés de Alec Dempster en el oficio de los cantadores, sino que muestra la manera en la que pudo intimar con ellos en fluidas y sensibles conversaciones, en las que se nota cómo el entrevistador pudo ganarse la confianza de sus interlocutores. La curiosidad y el esmero de Alec en el registro han permitido que podamos contar hoy con un rico y vívido acervo de relatos personales y textos poéticos que son a la fecha irrecuperables en su mayoría. Quien quiera adentrarse en la vida y el oficio de estos juglares veracruzanos tiene aquí un documento inigualable, lo mismo que quien quiera conocer las viejas coplas que cantaban, que sin duda permitirán enriquecer el repertorio de los fandangos actuales en los que los cantadores jóvenes han comenzado a interesarse también en el desarrollo de sus recursos poéticos.

Raúl Eduardo González

 

 

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