La Manta y La Raya # 4 marzo 2017
La danza de los Líceres
Joel Cruz Castellanos
Entre los arroyos que bajan de la sierra surcando los pedregales, de entre la humedad siempre verde, surge el encanto en medio del monte. En la noche cuando todo parece dormir, quienes se aventuran a andar en la oscurana, monte adentro han visto al jaguar dios viejo que va tocando su tambor, marcándole el paso a todos los animales para que lleguen hasta abajo al talogan, la casa del agua, donde habita la vida, el chaneco viejo. Aquí por estos rumbos llenos de agua crecimos en medio de un universo que se ha ido construyendo con el paso del tiempo, alimentándose de los antiguos ritos, de los rayos, de los lugares encantados, de los árboles inmensos, del canto de cientos de aves que acompañan al sol en su despertar.
Santiago Tuxtla se ubica en una región del sur de Veracruz que ha sido habitada desde tiempos muy antiguos, los olmecas se asentaron aquí; los teotihuacanos, los aztecas, los nahuas, los totonacas y los españoles. Cada grupo humano ha contribuido en la construcción de un espacio cultural mestizo que se ha ido transformando con el ir y venir de los tiempos. La danza de los Líceres surge en este contexto, en medio de una tradición mítica y ancestral en la que el culto al jaguar y a las fuerzas elementales de la naturaleza forman parte vital de la cosmología. Aunque sus orígenes parecen estar diluidos en los veneros del tiempo; los líceres, es una danza de las que más arraigo tienen en Santiago Tuxtla.
La danza de los Líceres, la danza del jaguar, es un ritual que está relacionado con los ciclos agrícolas y la llegada de las aguas particularmente. Aunque en los últimos años con el ocaso del mundo campesino y del universo de saberes que lo habitaban, ha quedado reducido a escombros, la danza ha devenido en un juego y nada más, un ritual que va naufrago, perdido en medio de la modernidad, los nuevos valores, los nuevos oficios, pero qué sin duda sigue manteniendo una vínculo muy fuerte con los ciclos agrícolas y el fin de la temporada de seca, por lo que la gente de Santiago tiene una expresión para la temporada de Líceres y ya desde mayo cuando se dejan caer los primeros aguaceros se escucha entre los tuxtecos la expresión “ya huele a líceres” mientras el vapor va dibujando la tarde, siendo este hecho cotidiano y para muchas y muchos irrelevante, un testimonio vivo de la relación que existe entre el jaguar y la lluvia.
Algunas versiones sobre el origen de la danza
En Santiago como en todos los pueblos hay personas que afortunadamente buscan o investigan el origen de las expresiones culturales de la región. En relación a la danza de los Líceres, existe mucho conflicto entre dos posturas dispares. Por un lado Don Fernando Bustamante y Don Clemente Campos que la danza procede de la época prehispánica, apuntan que esta está relacionada con el culto al jaguar, animal asociado con la vegetación que renace, la fertilidad y con ciertas enfermedades de la piel; es el xipetotec venerado en las fiestas de tlacaxipehualiztle, en las que se capturaba un prisionero que era desollado, su captor se vestía con la piel obtenida y corría por las calles hasta caer extenuado con la lluvia (información del museo tuxteco), al igual que muchas danzas de tigres que se celebran en distintas partes de México en las mismas fechas. Por el otro lado esta la versión respaldada por el actual cronista de la ciudad, el Maestro Eneas Rivas Castellanos, quien plantea el nacimiento de la danza en un tiempo más cercano, relata que durante una celebración religiosa en el barrio de San Diego, un felino tomó por sorpresa a la muchedumbre mientras rezaba. Los que se encontraban en el lugar comenzaron a gritar ¡Al lince! ¡Al lince! Pues ellos no conocían el nombre del jaguar. Después de un buen susto, la gente se dio a la tarea de cazar ese animal. Dicen que al año siguiente, un señor, por mera curiosidad usó la piel de ese animal para conmemorar la ultima entrada de un felino al pueblo de Santiago.
Los Líceres
Esta celebración inicia el 13 de junio, día de San Antonio, el 24 día de San Juan y concluye el 29 día de San Pedro y San Pablo y las víspera de cada de santo, aunque también hasta hace algunos años salían los fines de semana que quedaban dentro de este período. Es una danza que realizan los hombres disfrazados. Con un traje que consiste en un dos piezas; una que cubre todo el cuerpo y se amarra en el pecho, la otra es una capucha que tiene forma de triángulo o a veces termina en dos puntas asemejando las orejas del jaguar, se hacen unos pequeños orificios en los ojos y en la boca. Los trajes se fabrican de tela de algodón, dicho material se consigue en los comercios cercanos a Santiago, generalmente en San Andrés Tuxtla, centro comercial de la región. Las telas tienen motivos floridos o de algún otro tipo como: la bandera mexicana, la virgen de Guadalupe o paliacate, entre otros, aunque lo que más se ocupa son colores fijos, en combinaciones de dos o tres colores; algunas personas dicen que antes los trajes se hacían de manta y les pintaban las manchas del jaguar con pintura, sin embargo, este modelo de traje está en desuso. La danza se realiza sin música, aunque existe un espacio sonoro que se genera a partir de los sonidos que emiten los disfrazados, quienes van por las calles del pueblo maullando, gimiendo y hacen asemejando los sonidos del jaguar. La representación consiste en ir bailando encorvado, con una mano atrás que va agarrando una reata, asemejando la cola del jaguar. La danza tiene distintas facetas, hay momentos en el que el lícer corretea a los que no están disfrazados, se le llama “echar carrera”, en otros casos se coquetea, se carga a “pilonche” y se baila alrededor de las personas, principalmente si son mujeres que no están disfrazadas. Cuentan que tiempo atrás, este era el único momento en el que los muchachos podían acercarse a las mujeres antes de contraer el compromiso, muchas parejas ya quedaban de acuerdo para platicar un poco más de cerca. Las personas que no están disfrazadas tienen un rol importante en la danza pues se mofan de los encapuchados, gritándoles versos burlones, alusivos al color del traje que llevan.
Ese de azul se mete en su baúl
Ese de rojo le pican los piojos
Ese de verde come mango verde
Ese de amarillo le pica su fondillo
Ese de blanco salta pa’l barranco
Desde las cuatro de la tarde se empiezan a agrupar los jóvenes en cada barrio, se juntan en grupos grandes, se pueden agrupar hasta 50 o más. Una vez que reúnen un número considerable, se van en pandilla a ponerse el cuero, –como le llaman al hecho de rentar el traje–. La renta se efectúa en distintas casas particulares que ya se sabe que prestan el servicio, la oferta de trajes se acomoda sobre la cama o sobre la mesa de la casa, ahí los jóvenes buscan y escogen el traje que mas le agrade. Es común que se los chicos intercambien los zapatos para que sea más difícil reconocerlos, la renta del traje vale aproximadamente $30 pesos mexicanos y se puede ocupar el traje toda la tarde. Los trajes están numerados en la parte posterior, la señora que los renta anota el nombre de la persona junto al número para saber la identidad de quien lo porta, esto facilita que en dado caso de que se violente algún disfrazado, se le pueda ubicar rápidamente. Toda la pandilla se disfraza al mismo tiempo, es un ritual, hay un ambiente de fiesta, todos lo muchachos gritan, ríen, hacen chistes sobre sus compañeros, se mofan de cualquier situación.
Antes las pandillas salían de cada barrio, ahora la mayoría se congregan en el barrio de Xogoyo. Aunque salgan de donde salgan, la pandilla debe recorrer todo los barrios del pueblo, en donde la gente les espera sentada en sus corredores o en la acera de las calles. Los jóvenes mayores que no se ponen el cuero esperan a los líceres en la plaza Cervantina o en el parque para “echar carrera”. Cuando se acercan los líceres, corren en estampida rumbo al parque, que ya se encuentra repleto de gente. Los correteados pasan rápidamente por la plaza avisando que detrás vienen los líceres, los niños se esconden detrás de las madres, algunas muchachas hasta se persignan del miedo que tienen al verlos. Todos comienzan a gritar, hay quienes despavoridos se refugian en la iglesia –lugar que los líceres respetan y no se meten–. Recorren todos los barrios del pueblo, saltan y arrastran las largas mangas de los trajes. Pareciera que caminan en cuatro patas, se suben a las jardineras de las casas, cuelgan de las ventanas, corretean automóviles y se mofan de la gente.
Si alguna de las personas que están en la calle es conocido, intentan cargarlo, lo manchan con carbón que llevan en las manos, se genera una atmósfera única, la gente les grita. Algunos niños observan desde la ventana, ese río de colores y sonidos pasando por las calles, sus mamás les gritan que salgan a la calle, que no teman, si algún niño llora por el miedo, se le pide a un lícer que se quite las máscara para que vea el niño que es una persona y que no tiene nada que temer. Después de su recorrido, se concentran en la plaza que poco a poco se llena de hombres tigre mientras el sol cae tras el Cerro del Vigía. Se convierte en un lugar mágico en el que todo queda dibujado por las imágenes de un pueblo que hace colores su sentimiento y su historia. Un recuerdo que difícilmente se desvanece, es como si flores o manchas de color caminaran al compás de un ritmo oculto en cada sonrisa, en cada juego. Los líceres caminan alrededor de las jardineras y calles repletas de niñas y niños que juegan y reinventan su historia, para acomodarla en estos tiempos. El pueblo se queda impregnando de esta magia, su espíritu habita en las paredes y los corredores. No hay silencio, los bramidos resuenan, chocan entre los callejones haciendo una música que no se termina, que se mantiene como una canción eterna, infinita.
Dicen los mayores que ahora las cosas son distintas, antes la cosa era danzar, bailar, jugar con la reata, sin embargo, resulta evidente que las nuevas generaciones no han logrado entender en su contexto la danza de los líceres, quizá porque el sentido agrícola que permeaba la vida de antes, se ha ido perdiendo cada vez más y más. Existen personas que aprovechándose de la máscara golpean muy fuerte con los chilillos, al grado que lesionan gravemente a quienes sólo salen a jugar. A veces cuando un lícer se propasa con algún bravo del pueblo, se genera una bronca, pero el que no esta disfrazado debe tener cuidado porque los líceres son muy solidarios, y ponerse con uno, es ponerse con todos, entonces, por esa razón y aunque duela, difícilmente muestran su descontento, han habido broncas muy grandes y hasta la policía ha tenido que intervenir para calmar los ánimos.
Los líceres cada año muestran una cara distinta, las cosas van cambiando, los procesos socioculturales que vive nuestro país influyen. La migración, la creencia de que fuera del pueblo puedes abrirte un futuro genera que año con año cientos de jóvenes partan al norte o las grandes ciudades. Se van no solo de Santiago, si no de toda la región, esto provoca que cada vez hayan menos personas que se disfracen, menos personas que participen y aunque todavía son muchos los que se quedan, antes eran más. En mis recuerdos de la infancia, hay pandillas que llenan calles enteras, recuerdo claro cómo desde el balcón de la casa de mi primo mirábamos esa bulla de colores y ruidos. Era impresionante ver el alboroto. Corríamos espantados a ponernos detrás de mi mamá o de mi abuela, y casi en silencio, mirábamos pasar la pandilla. Mi abuela se emocionaba, en sus ojos se dejaban ver los tiempos de antes, mi mamá nos decía que no tuviéramos miedo, hasta les hablaba y los dejaba pasar a nuestro escondite para que nos dieran de chilillazos. Les decía que nos enseñaran su rostro para que supiéramos quienes eran y entendiéramos que detrás de los encapuchados había personas conocidas.
En la actualidad existen muchas personas trabajando para que la danza no se pierda, para recuperar el sentido inicial de esta celebración. Para alejar los malos momentos que han enturbiado los días más felices de junio. Hay muchas actividades educativas en las escuelas y espacios públicos para informar sobre como se debe portar el traje, en años recientes surgió la organización “El lícer”, que congrega a todas las personas del pueblo ocupadas en el asunto. Una de las acciones a nivel institucional que se han emprendido en los últimos años es realizar un concurso para motivar a los barrios a organizarse y vestirse, este concurso si bien ha servido para llamar la atención y es muy apabullante el número de personas que se disfraza ese día, ha tenido también un efecto poco positivo en el sentido de que ya las pandillas se guardan para ese día y no quieren hacer el recorrido tradicional por todo el pueblo, el concurso generalmente se realiza el 29 día de San Pedro y San Pablo, ya será el momento de que la comunidad reflexione sobre el impacto de estas acciones en el desarrollo de la danza tradicional.
A pesar de todo esto, los líceres son orgullo y símbolo de identidad de nuestra tierra, las madres disfrazan a sus hijos desde pequeños, ellas mismas fabrican sus trajes, se sienten felices de que sus niños finalmente van a formar parte de la celebración. Aunque ya el baile que celebra las lluvias y el mundo campesino se encuentre agonizando, la danza nos conecta con la sabiduría ancestral, con lo que sigue vivo de aquel mundo, seguimos danzando para que llueva y se pueda sembrar el maíz, aun sin saberlo seguimos.
La danza de los líceres se ha mantenido porque genera lazos importantes entre las personas que participan, que recorren el pueblo, en esos momentos nacen los mejores recuerdos de sus vidas, ya sea vestidos o siendo correteados por alguno de las pandillas, buscando guarida en la casa de la abuela o en la casa de algún desconocido que les brinda asilo. En esta dimensión de lo real, es el pueblo el que se esmera en que la danza no se pierda porque es importante para la vida. Más allá del discurso de la cultura o la definición de nuestra identidad, aquí se visten por gusto, se aguarda el mes de junio para comer semillas de vaina y en el aguacero de la tarde convertirse en jaguar, el antiguo dios de estas tierras.
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