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Una aproximación al violín Tuxteco

La Manta y La Raya # 14                                                              marzo  2023 ________________________________________________________________________

Una aproximación al       violín tuxteco

 

Joel Cruz Castellanos

 

 

 

Volver a mirar… 

En el 2012 conocí a don Sabino Toto, violinero de la comunidad de Xoteapan municipio de San Andrés Tuxtla. Fuimos a un acarreo de la Virgen de Los Remedios que salió de San Andrés Tuxtla a Buenos Aires Texalpan. Era un diez de mayo y, después de una estancia en la Ciudad de México, recién regresaba a vivir a Los Tuxtlas. Salí de Santiago con destino a San Andrés, donde había quedado de verme con otros amigos. Se nos había hecho un poco tarde por lo que íbamos con prisa y ya en el camino encontramos la procesión cruzando la carretera, por lo que nos bajamos rápidamente del taxi para darle alcance. El sol estaba en el cenit y todo lo llenaba, mis ojos quedaron deslumbrados por la brillantez que mojaba mi cuerpo, en medio la orfandad de árboles y el olor del asfalto hirviente. 

La Virgen encabezaba el grupo y después de ella iban los cantadores en medio de decenas de sombrillas coloridas que danzaban al sonido de los rezos y el son, entrelazándose con una sincronía casi mágica. Los músicos no se veían pero su música se escuchaba muy fuerte y de entre las sombrillas aparecieron, primero los sombreros y luego los rostros colorados por el calor. El sonido de las jaranas era muy especial, muy diverso, esa es una música que no se escucha comúnmente en los huapangos, encantaba… ¡y sobre todo el sonido de los violines! Eran dos, uno muy pequeño que venía tocando don Ignacio Bustamante y el otro, que no encontré a primera vista, lo venía tocando don Sabino Toto. En algún punto del camino entramos en un arbolada que generó una sensación de frescor en medio de aquel calor incesante de mayo, seguimos caminando y cada que remudaban a la persona que cargaba el nicho de la Virgen se hacía una pequeña pausa en el tránsito. De pronto, cuando comenzamos a caminar de nuevo uno de los violines ya no estaba, solo quedaba don Sabino tocando; él era un hombre mayor, de estatura baja y tocaba un violín grande 4/4 (de 60 cm aproximadamente), su sonido era fuerte y su forma de tocar parecía una hoja que volaba en medio del viento, de tantas vueltas que daba; caminamos con él muy cerca, escuchando, sólo escuchando. De repente se hizo un descanso en el trayecto y nos ofrecieron de tomar pinole. Don Sabino ya se había percatado de mi fija atención y de la nada se me acercó y me dijo: “¿Te gusta la música de violín verdad? ¿Tocas un poco o quieres aprender?  yo aprendí a tocar en un sueño. Un día estaba soñando que estaba en una diversión y de repente mi padrino me decía: ¿Qué estás tocando ahijado? ¿Guitarra? No, lo que tú deberías tocar es el violín, entonces me daba uno y comenzaba a tocarlo, en el sueño él me daba el sonido y el instrumento, al otro día me desperté y fui a Los Pinos y compré este violín que estás escuchando.”

Los Tuxtlas (Veracruz) es una región que se ha distinguido desde la antigüedad, por el uso del violín en sus ensambles instrumentales de música de huapango. Los testimonios de la mayoría de los músicos y bailadores mayores de 50 años de los pueblos tuxtecos coinciden en que el violín era “el rey de los instrumentos”. Su valor residía en las creencias religiosas de las comunidades, al grado de que muchos músicos se rehusaban a tocar si no había por lo menos un violinero en el huapango. Esto sucedía porque existía la creencia de que el violín brindaba protección de la presencia del diablo en el huapango, ya que al tocar el instrumento con el arco, se hace la señal de la cruz. La gente de antes  creía que el diablo se acercaba a los huapangos porque, aunque estos sean de carácter religioso, se encuentra presente la energía negativa representada por los vicios, el alcohol y juegos de azar, entre otros.

Si bien en los últimos cuarenta años el son jarocho ha logrado evadir el riesgo de desaparecer en el que se encontraba hace unos cuantos lustros (gracias a los programas de promoción y reforzamiento de nuestra música, como los Encuentros de jaraneros, talleres y festivales, que han logrado que niños y jóvenes del sur de Veracruz se interesen en la música de jaranas y los huapangos), aún existen algunas expresiones culturales como los estilos regionales, las afinaciones antiguas o los rituales en torno a la tarima, así como la práctica y ejecución de algunos instrumentos como el violín, en los que estos intentos no han sido suficientes, volviendo así forzoso diseñar un proyecto integral que sea impulso para que estos aspectos de la herencia musical de nuestros pueblos se reintegre y perdure.

Durante las últimas décadas del siglo pasado, algunas agrupaciones que tenían como propuesta el rescate de los aspectos tradicionales básicos de la región, intentaron integrar el violín en su música. Sin embargo, el resultado fue la fusión del violín de música de cámara con el de la nueva interpretación de la música regional, generando un violín sonero con un nuevo sonido. La escasez de maestros y de investigación profunda en este instrumento devino en el sencillo desplazamiento del violín tuxteco, por el violín de la música llamada clásica.

Asimismo, en décadas recientes, el violín tuxteco tampoco tuvo gran cabida durante el rescate de esta música ahora en auge, tal vez debido a la escasez de maestros y a que el estilo en que es ejecutado dentro de la música tradicional es “poco virtuoso” y está más emparentado con las músicas indígenas, siendo uno de los instrumentos que más han conservado esta herencia. Otra de las posibles razones para el decrecimiento del interés hacia este instrumento, es su difícil adaptación en la laudería moderna. El violín de la música tuxteca difiere en gran medida de las plantillas estándar de los violines de concierto, los constructores cuentan con un universo de plantillas que son muy particulares en su mayoría han sido heredadas o inventadas por ellos mismos. La ejecución se detuvo en el tiempo y el instrumento  se sigue recargado sobre el pecho.

De esta manera, el sonido del violín en la música de huapango no es tan “mejorable” (con “mejorable” me refiero a que es un instrumento que desde su construcción hasta su ejecución se ha quedado suspendido en el tiempo, es un instrumento rústico, de poco volumen, que cuesta trabajo de aprender a construir y a tocar), como aquél de los instrumentos de cuerda percutida (por ejemplo, las distintas jaranas), los cuales pudieron fácilmente insertarse en el mercado a través de los talleres de son actual, que fueron la plataforma a través de la cual la mayoría de las personas que tocan son aprenden en los tiempos actuales. Por otro lado, el cambio en la creencias religiosas en las comunidades fueron transformando las prácticas rituales y las formas de celebración de las personas, habiendo un cambio de la religión católica (que está relacionada profundamente con el calendario agrícola), por las nuevas religiones protestantes:testigos de Jehová, séptimo día,  etc.

 Uno de los referentes más importantes en mi cercanía al violín tuxteco ha sido el trabajo de Héctor Luis Campos Ortiz, un gran amigo de Santiago Tuxtla y quien fue al primero al que escuche tocar el violín y quién también, desarrollando instrumentos, ha sabido encontrar un equilibrio entre las prácticas de laudería tradicional y las técnicas de laudería clásica, pero que sobre todo se ha encargado de mantener la presencia de este instrumento en muchos de los espacios musicales de mi comunidad. 

Los violines tuxtecos

Los violines tuxtecos son generalmente pequeños, más parecidos al rabel que al violín sinfónico, aunque en nuestra región no se le conoce con este nombre, aquí se le llama violín o yigui yigui. El violín tuxteco se construye por medio de la técnica de vaciado, generalmente se hacen de cedro, aunque en la actualidad la crisis que sufre la madera de este árbol ha hecho que los constructores exploren la sonoridad de otras maderas, como el nacaxtle o palo cuchara. Algunos fabricantes prefieren hacerlos de raíz de cedro, particularmente de los árboles de laderas. Los violines también se fabrican de las costaneras, que son las partes externas de árbol, éstas son consideradas basura puesto que los aserradores utilizan el tronco. Las costaneras facilitan mucho el trabajo de construcción del violín pues tienen una curvatura natural que les simplifica el tallado del fondo exterior del instrumento. Los violines se confeccionan de una sola pieza, es decir, que la caja de resonancia y mástil se construyen del mismo bloque de madera; la tapa, el diapasón y las clavijas se hacen de bloques independientes. Los carpinteros están acostumbrados a trabajar con herramientas de mano, como el machete, el birbiquín (berbiquí), la gurbia, escofina y el formón.

Aunque existe más o menos un concepto regional en las plantillas de los violines tuxtecos, cada constructor cuenta con sus formas particulares. Incluso, podemos decir que estos patrones se asocian según sus especificaciones con una u otra comunidad. En este sentido es frecuente que los tocadores reconozcan la procedencia del violín por su plantilla. El puente generalmente se fabrica de cedro porque se dice que éste conduce mejor el sonido, aunque también algunos constructores, como don Ignacio Bustamente, utilizaban el cuerno del toro. En la actualidad también se hacen de chagani o de maderas más duras como el cocuite, sin embargo, suele suceder que los violineros después de un tiempo de experimentar regresen a los puentes de cedro, ya que se piensa que es el que mejor suena.

El cordal se construye de cuerno de vaca y se amarra al botón con alambre de cobre o de lo que tengan a la mano. El diapasón también se hace de cedro. En los tiempos de antes se utilizaban pegamentos orgánicos como el sacte o algunos realizados a base de harina y plantas, pero actualmente se utiliza el resistol comercial para pegar las partes. El clavijero y la voluta son elementos ornamentales que distinguen al constructor, cada uno tiene su estilo particular para tallar la madera, hay quienes los realizan muy detallados, también quienes lo hacen un poco más sencillos.

Existen tres tamaños de violines: el requinto que mide entre 47 y 48 cm de longitud, con una caja  que mide 25 cm de largo; el violín segundo mide 56 cm de largo y su caja mide cerca de 32 cm; y el violín tercero que tiene las medidas de un violín 4/4 occidental.

Los arcos se construyen con madera de guásimo, aunque también los hay de cedro. El material que se usa para las cerdas es crin de caballo, los constructores se inclinan por las de color negro, aunque es difícil conseguirlas, por lo que  también se usa la crin blanca. La brea que se usaba tradicionalmente se hacía de sangre de palo mulato, se cosechaba la sangre y se hacía una bolita que se aplicaba en el pelo del arco.

En la actualidad quedan muy pocos constructores de violines, éstos se han ido acabando, por causas naturales y también porque no ha existido un relevo generacional con los jóvenes de sus comunidades. La mayoría de estos saberes se han quedado resguardados al interior de las comunidades rurales de Texcaltitan, Xoteapan, Buenos Aires Texalpan, Ohuilapan y Santiago Tuxtla. Los constructores que aún hacen violines son don Rodolfo Cobix y Eulogio Temich en la comunidad de Texcaltitan, Gaudencio y Santiago Escribano de Ohuilapan, ambas comunidades del Mpio de San Andrés Tuxtla; Héctor Luis Campos Ortíz de Santiago Tuxtla es quien a logrado encontrar un equilibrio entre la técnica tradicional de construcción y la técnica de laudería clásica, en épocas recientes también el constructor Julio Blas del mismo municipio ha comenzado a hacer violines. Sin embargo existen numerosas referencias de constructores entre los que podemos destacar a Carlos Escribano, Benito Juarez, Mpio. de San Andrés Tuxtla, Chemali Perea, Francisco Cadena, Feliciano Sinaca de Santiago Tuxtla, Nacho Bustamante, Felipe Bazán en Cerro Amarillo, Pablo Gómez de El coco y  Artemio Morales en Tescochapan.

La afinación y el encordado

Los violines tuxtecos tienen una afinación muy similar a la que se utilizan en los violines de cámara, la tonalidad depende de la altura a la que esté templada la música. En las comunidades de Buenos Aires Texalpan y Texcaltitan ubicamos una región sonora con una afinación en particular. De hecho, esta templanza corresponde a varias comunidades de San Andrés y me parece que tiene que ver con el uso del violín y la llamada media guitarra. La afinación es: Mi5–La4 –Re4–Sol3; mientras que en otros lugares como Santiago Tuxtla se afina más grave, una nota menos en relación a San Andrés, queda  Re5–Sol3–Do4–Fa3. Sin embargo, el hecho de que esta afinación coincida con la del violín clásico tiene implicaciones distintas en su ejecución, pues se utilizan solamente ciertas “posturas” «por mayor» o «por menor». Cuando el violín está afinado en Mi–La–Re–Sol (afinación del violín clásico) la postura «por mayor» equivale a la digitación de Re y cuando está siendo tocado por tono «menor» resulta equivalente a la digitación de Sol. 

Existe en el imaginario la idea de que el violín se afina como si fuera una guitarra de son y de hecho la idea no está tan errada. En realidad, se afina como una guitarra de son pero invertida, es decir, de abajo hacia arriba. Está es una especie de técnica pedagógica que los tocadores han desarrollado para poder enseñarle a los jóvenes los primeros pasos del instrumento y, es que las posturas del violín coinciden con las posturas de la guitarra de son.

En tiempos pasados o al menos en los primeros contactos que tuve con violines a principios de los 90 del siglo pasado, la mayoría utilizaban cuerdas nylon, de ese monofilamento azul que generalmente se usa para la albañilería o la pesca, la única cuerda que se utilizaba de metal era las mas aguda a la que comúnmente le llamaban “acero” y esa se la ponen (porque a la fecha sigue usándose) de una cuerda primera para del set de acero para guitarra sexta. Conforme fue pasando el tiempo se comenzaron a utilizar cuerdas de violín de las que se encontraban en las tiendas comerciales de San Andrés Tuxtla.

No se ha ido del todo

Aquel día de mayo que conocí a Sabino Toto marcó un antes y un después en mi vida, me llevó por un lado a establecer una relación muy cercana con él y, al mismo tiempo, con don Ignacio Bustamante y su familia, abriendo una ventana a un mundo que estando tan cerca, me era desconocido. En mi afán por aprender a tocar el violín comencé a asistir a muchos velorios de la Virgen de Los Remedios y a distintas celebraciones en sus comunidades. De manera constante y mediante la convivencia en la tarima y otros espacios logramos construir lazos muy fuertes de amistad y en mí nació un amor profundo por el violín y tuve la capacidad de notar su papel como agente integrador en la región. Desde entonces he decidido contribuir en lo que mis posibilidades me dan a que este instrumento se mantenga vivo en nuestros pueblos y también la memoria de mis amigos y maestros. Si bien el sonido del violín tuxteco se ha ido con cada uno de los músicos que se nos han adelantado, no se ha ido del todo y confío en que poco a poco se le escuchará de nuevo en el espacio sonoro de las montañas tuxtecas. 

 

Revista núm. 14  en formato PDF (v.14.1.1):

 

Artículo suelto en formato PDF (v.14.1.1):

 

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Los violineros

La Manta y La Raya # 11                                                    septiembre 2020 ________________________________________________________________________

Los violineros

Andrés Moreno Nájera

 

Deborah Small

El violín en los Tuxtlas fue un elemento que no podía faltar en un huapango, construido de manera rustica en la mayor parte de los casos, vaciados como se hace con  las jaranas, pegado con sajcte en los tiempos en que no existía el resistol, cuyo arco o vara se tallaba con sangre de palo mulato para poder sacarle los sonidos.

Instrumento relacionado con el mundo cosmogónico del campesino en estas tierras de encantos y de magia, cuya función era alejar el mal o al “amigo” de la fiesta para que no hubiera violencia, generada en muchas ocasiones por el apasionamiento de los músicos y cantadores.

De la década de los sesenta para atrás había muchos músicos en las comunidades y varios ejecutantes de ese instrumento, ya que la música cubría parte de las necesidades cívico-religiosas en los asentamientos nahuas y mestizos de nuestra región. 

Se tenía la idea que cuando moría una persona los ángeles lo recibían con música, por esta razón ellos lo despedían del mundo terrenal con música y cantos. Se tocaba durante el deceso, en la media velada, (siete días), durante el novenario en el levantamiento de la cruz, a los cuarenta días con el recogimiento de la sombra y en el cabo de año, en el despojo del luto.

También la música estaba presente en una velación de santos, en las bodas, en las entregas, o amenizando la fiesta de la comunidad, en cada una de ellas no podía faltar la presencia del violinero.

En cada comunidad había más de uno, así se pueden mencionar a Genaro Sixtega y Tranquilino Malaga en Tepancan, Rodolfo Cobix y Manuel Catemaxca en Texcaltitan, Ignacio Bustamante en Buenos Aires Texalpan, Pascual Mozo en San Isidro Texcaltitan, Santos Escribano en el Nopal, Rosendo Escribano y su hijo Carlos Escribano en Benito Juárez, Modesto Xolo en San Andrés, Santos Xolio en los Méridas, Sabino Toto en Xoteapan, entre otros, la presencia de ellos daba tranquilidad y estabilidad emocional en los músicos de un huapango.

El oficio de músico se trasmitía de padres a hijos y no era remunerado económicamente, pero se compensaba con la buena atención hacia ellos y sus acompañantes, la generosidad de la gente les procuraba alimentos (tamales, pan, tatabiguiyayo, pinole, etc.), para ese momento y para llevar a casa. En más de una ocasión eran compensados también con gallinas, huevos, maíz, frijol, queso, plátano, etc.

Al perderse las razones que hacia posible la presencia del violín, se fue perdiendo el gusto por su ejecución y su alejamiento de los huapangos.

Genaro Sixtega fue un violinero de la comunidad de Tepancan recordado por los ancianos del lugar, quien desde muy joven aprendió a tocar, según ellos el instrumento más fácil, tocaba un medio violín que emitía un sonido dulce de las cuerdas de tripa de su época, trascendiendo a distancia las notas de esos viejos sones de rancho.

Cuando un niño moría ahí estaba presente tocando piezas extrañas que solamente los músicos de antes sabían, lo hacía con respeto y seriedad. Se guardaba un silencio profundo y en las notas de los instrumentos parecía escucharse el llanto del niño con esos antiquísimos sones que solo ellos conocían y que casi no se cantaban. 

Solo era interrumpido el silencio espontáneamente por el ruidoso llanto de la madre que se extendía a otras mujeres, pero los músicos inmutables seguían con su cometido y se volvía a restablecer la quietud.

Don Genaro tocaba también la jarana y la guitarra de son, pero se inclinaba más por el violín porque le parecía más sencillo y le gustaba hacerlo hablar, además enseñar a los jóvenes que tenían interés por la música, Félix Cagal, con sus ochenta años encima continúa tocando, lo que su tío le enseño de niño, el es sobrino nieto de aquel legendario violinero.

Le gustaba limpieza en la ejecución y mantener el ritmo, por esta razón en los huapangos era animoso, guiando a los demás músicos, conservando el ritmo cuando algún bailador correteaba la música, no dejando que la descompusieran.

Hoy día la presencia del violín está casi desaparecida, solo se cuenta con un reducido número de ejecutantes todos ellos mayores de ochenta años que ya cansados por la edad y el trabajo no desean participar en los huapangos.

La esperanza es que el joven músico Joel Cruz Castellano, quien aprendió la ejecución de este instrumento con estos últimos maestros, no cese en su intento de transmitir el conocimiento aprendido entre los jóvenes y niños de Santiago y San Andrés Tuxtla, con la intención de recuperar la presencia del violín en los huapangos de la región.

 

Revista #11 en formato PDF (v.11.1.2):

 

Artículo suelto en formato PDF (v.11.1.2):

 

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La Rama de Santiago Tuxtla

La Manta y La Raya # 8 / septiembre 2018 ___________________________________________________________________________

 

Aquí está la rama
todos la llevamos
si no da el fandango
vivo lo quemamos…

Joel Cruz Castellanos

“La Rama” es una celebración que se realiza año con año en Santiago Tuxtla dentro del marco festivo de la navidad, consiste en la realización de 40 fandangos consecutivos que dan inicio el día 25 de diciembre y concluyen el 2 de febrero día de La Virgen de la Candelaria, en este periodo de tiempo se ubican dos momentos de la fiesta uno que desarrolla del 25 de diciembre al 6 de enero llamado: “La rama grande” en el que los huapangos se efectúan en los negocios y casas particulares de la zona céntrica y “La rama chica” que va del 6 enero al 2 de febrero en el que los huapangos se van al interior de los barrios. 

La primer rama sale del Palacio Municipal y a ellos le corresponde la organización del primer huapango, la rama utilizada es de un árbol conocido como nopotapi o paraíso, generalmente es adornada con mondongos de papel de china, frutas y unas lamparas hechas de una naranja mateca vaciada y una vela. 

 Un día de huapango de Rama los jaraneros llegan al rededor de las 8 de la noche para llevar la rama a la siguiente sede, se realiza un recorrido al que asisten los familiares y amigos de los caseros y el grupo de jaraneros que estará a cargo de la música en el huapango, el acompañamiento se hace con Las Pascuas y  se va cantando un estribillo que informa hacia donde la llevan por  ejemplo:

 A los Castellanos 
la rama llevamos, 
si no dan huapango 
vivos los quemamos. 

Cuando llegan amarran la rama al frente la casa donde será al día siguiente, así ya toda gente que pasa por ahí se entera de la ubicación del próximo huapango, regresan a la casa donde ya está tarima y la comida esperando para iniciar la fiesta.

Cuentan que antes la rama era llevada de casa en casa sin previo aviso y los caseros tenían la obligación de dar el huapango al día siguiente, de no ser así, se le fabricaba un muñeco efigie  y era quemado enfrente de su casa o negocio mostrando así el descontento de la población por no haber realizado el huapango. En los últimos años eso a cambiado, la secretaria de cultura municipal  realiza un rol y así se asegura la realización de los 40 fandangos, además de aportar las sillas, toldos, luces y una aportación monetaria para los músicos.

La rama articula un red de fandangos que van moviéndose por todo el pueblo de Santiago Tuxtla como tejiendo una red, construyendo una serie de reciprocidades que hacen posible la comunidad. Cada noche se consuma el ritual del fandango y el cariño y la camaradería son el resultado de la música y el baile. La rama se ha conservado porque genera comunidad, por que tiene un sentido para la vida de los tuxtecos, porque que asegura la continuidad fandanguera pues son 40 noche sen las que las niñas y niños tienen la oportunidad de aprender al modo de antes la música y el baile de sus abuelos.


                                                                                                              
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Revista # 8 en formato PDF (v.8.1.3):

 

La danza de los líceres

La Manta y La Raya # 4                                                                             marzo 2017


La danza de los Líceres

Joel Cruz Castellanos

 

Colectivo Tecalli

 

Entre los arroyos que bajan de la sierra surcando los pedregales, de entre la humedad siempre verde, surge el encanto en medio del monte. En la noche cuando todo parece dormir, quienes se aventuran a andar en la oscurana, monte adentro han visto al jaguar dios viejo que va tocando su tambor, marcándole el paso a todos los animales para que lleguen hasta abajo al talogan, la casa del agua, donde habita la vida, el chaneco viejo. Aquí por estos rumbos llenos de agua crecimos en medio de un universo que se ha ido construyendo con el paso del tiempo, alimentándose de los antiguos ritos, de los rayos, de los lugares encantados, de los árboles inmensos, del canto de cientos de aves que acompañan al sol en su despertar.

Santiago Tuxtla se ubica en una región del sur de Veracruz que ha sido habitada desde tiempos muy antiguos, los olmecas se asentaron aquí; los teotihuacanos, los aztecas, los nahuas, los totonacas y los españoles. Cada grupo humano ha contribuido en la construcción de un espacio cultural mestizo que se ha ido transformando con el ir y venir de los tiempos. La danza de los Líceres surge en este contexto, en medio de una tradición mítica y ancestral en la que el culto al jaguar y a las fuerzas elementales de la naturaleza forman parte vital de la cosmología. Aunque sus orígenes parecen estar diluidos en los veneros del tiempo; los líceres, es una danza de las que más arraigo tienen en Santiago Tuxtla.

La danza de los Líceres, la danza del jaguar, es un ritual que está relacionado con los ciclos agrícolas y la llegada de las aguas particularmente. Aunque en los últimos años con el ocaso del mundo campesino y del universo de saberes que lo habitaban, ha quedado reducido a escombros, la danza ha devenido en un juego y nada más, un ritual que va naufrago, perdido en medio de la modernidad, los nuevos valores, los nuevos oficios, pero qué sin duda sigue manteniendo una vínculo muy fuerte con los ciclos agrícolas y el fin de la temporada de seca, por lo que la gente de Santiago tiene una expresión para la temporada de Líceres y ya desde mayo cuando se dejan caer los primeros aguaceros se escucha entre los tuxtecos la expresión “ya huele a líceres” mientras el vapor va dibujando la tarde, siendo este hecho cotidiano y para muchas y muchos irrelevante, un testimonio vivo de la relación que existe entre el jaguar y la lluvia.

Colectivo Tecalli

 

Algunas versiones sobre el origen de la danza

En Santiago como en todos los pueblos hay personas que afortunadamente buscan o investigan el origen de las expresiones culturales de la región. En relación a la danza de los Líceres, existe mucho conflicto entre dos posturas dispares. Por un lado Don Fernando Bustamante y Don Clemente Campos que la danza procede de la época prehispánica, apuntan que esta está relacionada con el culto al jaguar, animal asociado con la vegetación que renace, la fertilidad y con ciertas enfermedades de la piel; es el xipetotec venerado en las fiestas de tlacaxipehualiztle, en las que se capturaba un prisionero que era desollado, su captor se vestía con la piel obtenida y corría por las calles hasta caer extenuado con la lluvia (información del museo tuxteco), al igual que muchas danzas de tigres que se celebran en distintas partes de México en las mismas fechas. Por el otro lado esta la versión respaldada por el actual cronista de la ciudad, el Maestro Eneas Rivas Castellanos, quien plantea el nacimiento de la danza en un tiempo más cercano, relata que durante una celebración religiosa en el barrio de San Diego, un felino tomó por sorpresa a la muchedumbre mientras rezaba. Los que se encontraban en el lugar comenzaron a gritar ¡Al lince! ¡Al lince! Pues ellos no conocían el nombre del jaguar. Después de un buen susto, la gente se dio a la tarea de cazar ese animal. Dicen que al año siguiente, un señor, por mera curiosidad usó la piel de ese animal para conmemorar la ultima entrada de un felino al pueblo de Santiago.

Los Líceres
Esta celebración inicia el 13 de junio, día de San Antonio, el 24 día de San Juan y concluye el 29 día de San Pedro y San Pablo y las víspera de cada de santo, aunque también hasta hace algunos años salían los fines de semana que quedaban dentro de este período. Es una danza que realizan los hombres disfrazados. Con un traje que consiste en un dos piezas; una que cubre todo el cuerpo y se amarra en el pecho, la otra es una capucha que tiene forma de triángulo o a veces termina en dos puntas asemejando las orejas del jaguar, se hacen unos pequeños orificios en los ojos y en la boca. Los trajes se fabrican de tela de algodón, dicho material se consigue en los comercios cercanos a Santiago, generalmente en San Andrés Tuxtla, centro comercial de la región. Las telas tienen motivos floridos o de algún otro tipo como: la bandera mexicana, la virgen de Guadalupe o paliacate, entre otros, aunque lo que más se ocupa son colores fijos, en combinaciones de dos o tres colores; algunas personas dicen que antes los trajes se hacían de manta y les pintaban las manchas del jaguar con pintura, sin embargo, este modelo de traje está en desuso. La danza se realiza sin música, aunque existe un espacio sonoro que se genera a partir de los sonidos que emiten los disfrazados, quienes van por las calles del pueblo maullando, gimiendo y hacen asemejando los sonidos del jaguar. La representación consiste en ir bailando encorvado, con una mano atrás que va agarrando una reata, asemejando la cola del jaguar. La danza tiene distintas facetas, hay momentos en el que el lícer corretea a los que no están disfrazados, se le llama “echar carrera”, en otros casos se coquetea, se carga a “pilonche” y se baila alrededor de las personas, principalmente si son mujeres que no están disfrazadas. Cuentan que tiempo atrás, este era el único momento en el que los muchachos podían acercarse a las mujeres antes de contraer el compromiso, muchas parejas ya quedaban de acuerdo para platicar un poco más de cerca. Las personas que no están disfrazadas tienen un rol importante en la danza pues se mofan de los encapuchados, gritándoles versos burlones, alusivos al color del traje que llevan.

Ese de azul se mete en su baúl
Ese de rojo le pican los piojos
Ese de verde come mango verde
Ese de amarillo le pica su fondillo
Ese de blanco salta pa’l barranco

Desde las cuatro de la tarde se empiezan a agrupar los jóvenes en cada barrio, se juntan en grupos grandes, se pueden agrupar hasta 50 o más. Una vez que reúnen un número considerable, se van en pandilla a ponerse el cuero, –como le llaman al hecho de rentar el traje–. La renta se efectúa en distintas casas particulares que ya se sabe que prestan el servicio, la oferta de trajes se acomoda sobre la cama o sobre la mesa de la casa, ahí los jóvenes buscan y escogen el traje que mas le agrade. Es común que se los chicos intercambien los zapatos para que sea más difícil reconocerlos, la renta del traje vale aproximadamente $30 pesos mexicanos y se puede ocupar el traje toda la tarde. Los trajes están numerados en la parte posterior, la señora que los renta anota el nombre de la persona junto al número para saber la identidad de quien lo porta, esto facilita que en dado caso de que se violente algún disfrazado, se le pueda ubicar rápidamente. Toda la pandilla se disfraza al mismo tiempo, es un ritual, hay un ambiente de fiesta, todos lo muchachos gritan, ríen, hacen chistes sobre sus compañeros, se mofan de cualquier situación.

Marco Victorio de la Cruz

Antes las pandillas salían de cada barrio, ahora la mayoría se congregan en el barrio de Xogoyo. Aunque salgan de donde salgan, la pandilla debe recorrer todo los barrios del pueblo, en donde la gente les espera sentada en sus corredores o en la acera de las calles. Los jóvenes mayores que no se ponen el cuero esperan a los líceres en la plaza Cervantina o en el parque para “echar carrera”. Cuando se acercan los líceres, corren en estampida rumbo al parque, que ya se encuentra repleto de gente. Los correteados pasan rápidamente por la plaza avisando que detrás vienen los líceres, los niños se esconden detrás de las madres, algunas muchachas hasta se persignan del miedo que tienen al verlos. Todos comienzan a gritar, hay quienes despavoridos se refugian en la iglesia –lugar que los líceres respetan y no se meten–. Recorren todos los barrios del pueblo, saltan y arrastran las largas mangas de los trajes. Pareciera que caminan en cuatro patas, se suben a las jardineras de las casas, cuelgan de las ventanas, corretean automóviles y se mofan de la gente.

Si alguna de las personas que están en la calle es conocido, intentan cargarlo, lo manchan con carbón que llevan en las manos, se genera una atmósfera única, la gente les grita. Algunos niños observan desde la ventana, ese río de colores y sonidos pasando por las calles, sus mamás les gritan que salgan a la calle, que no teman, si algún niño llora por el miedo, se le pide a un lícer que se quite las máscara para que vea el niño que es una persona y que no tiene nada que temer. Después de su recorrido, se concentran en la plaza que poco a poco se llena de hombres tigre mientras el sol cae tras el Cerro del Vigía. Se convierte en un lugar mágico en el que todo queda dibujado por las imágenes de un pueblo que hace colores su sentimiento y su historia. Un recuerdo que difícilmente se desvanece, es como si flores o manchas de color caminaran al compás de un ritmo oculto en cada sonrisa, en cada juego. Los líceres caminan alrededor de las jardineras y calles repletas de niñas y niños que juegan y reinventan su historia, para acomodarla en estos tiempos. El pueblo se queda impregnando de esta magia, su espíritu habita en las paredes y los corredores. No hay silencio, los bramidos resuenan, chocan entre los callejones haciendo una música que no se termina, que se mantiene como una canción eterna, infinita.

Dicen los mayores que ahora las cosas son distintas, antes la cosa era danzar, bailar, jugar con la reata, sin embargo, resulta evidente que las nuevas generaciones no han logrado entender en su contexto la danza de los líceres, quizá porque el sentido agrícola que permeaba la vida de antes, se ha ido perdiendo cada vez más y más. Existen personas que aprovechándose de la máscara golpean muy fuerte con los chilillos, al grado que lesionan gravemente a quienes sólo salen a jugar. A veces cuando un lícer se propasa con algún bravo del pueblo, se genera una bronca, pero el que no esta disfrazado debe tener cuidado porque los líceres son muy solidarios, y ponerse con uno, es ponerse con todos, entonces, por esa razón y aunque duela, difícilmente muestran su descontento, han habido broncas muy grandes y hasta la policía ha tenido que intervenir para calmar los ánimos.

Karla Martínez

Los líceres cada año muestran una cara distinta, las cosas van cambiando, los procesos socioculturales que vive nuestro país influyen. La migración, la creencia de que fuera del pueblo puedes abrirte un futuro genera que año con año cientos de jóvenes partan al norte o las grandes ciudades. Se van no solo de Santiago, si no de toda la región, esto provoca que cada vez hayan menos personas que se disfracen, menos personas que participen y aunque todavía son muchos los que se quedan, antes eran más. En mis recuerdos de la infancia, hay pandillas que llenan calles enteras, recuerdo claro cómo desde el balcón de la casa de mi primo mirábamos esa bulla de colores y ruidos. Era impresionante ver el alboroto. Corríamos espantados a ponernos detrás de mi mamá o de mi abuela, y casi en silencio, mirábamos pasar la pandilla. Mi abuela se emocionaba, en sus ojos se dejaban ver los tiempos de antes, mi mamá nos decía que no tuviéramos miedo, hasta les hablaba y los dejaba pasar a nuestro escondite para que nos dieran de chilillazos. Les decía que nos enseñaran su rostro para que supiéramos quienes eran y entendiéramos que detrás de los encapuchados había personas conocidas.

En la actualidad existen muchas personas trabajando para que la danza no se pierda, para recuperar el sentido inicial de esta celebración. Para alejar los malos momentos que han enturbiado los días más felices de junio. Hay muchas actividades educativas en las escuelas y espacios públicos para informar sobre como se debe portar el traje, en años recientes surgió la organización “El lícer”, que congrega a todas las personas del pueblo ocupadas en el asunto. Una de las acciones a nivel institucional que se han emprendido en los últimos años es realizar un concurso para motivar a los barrios a organizarse y vestirse, este concurso si bien ha servido para llamar la atención y es muy apabullante el número de personas que se disfraza ese día, ha tenido también un efecto poco positivo en el sentido de que ya las pandillas se guardan para ese día y no quieren hacer el recorrido tradicional por todo el pueblo, el concurso generalmente se realiza el 29 día de San Pedro y San Pablo, ya será el momento de que la comunidad reflexione sobre el impacto de estas acciones en el desarrollo de la danza tradicional.

A pesar de todo esto, los líceres son orgullo y símbolo de identidad de nuestra tierra, las madres disfrazan a sus hijos desde pequeños, ellas mismas fabrican sus trajes, se sienten felices de que sus niños finalmente van a formar parte de la celebración. Aunque ya el baile que celebra las lluvias y el mundo campesino se encuentre agonizando, la danza nos conecta con la sabiduría ancestral, con lo que sigue vivo de aquel mundo, seguimos danzando para que llueva y se pueda sembrar el maíz, aun sin saberlo seguimos.

La danza de los líceres se ha mantenido porque genera lazos importantes entre las personas que participan, que recorren el pueblo, en esos momentos nacen los mejores recuerdos de sus vidas, ya sea vestidos o siendo correteados por alguno de las pandillas, buscando guarida en la casa de la abuela o en la casa de algún desconocido que les brinda asilo. En esta dimensión de lo real, es el pueblo el que se esmera en que la danza no se pierda porque es importante para la vida. Más allá del discurso de la cultura o la definición de nuestra identidad, aquí se visten por gusto, se aguarda el mes de junio para comer semillas de vaina y en el aguacero de la tarde convertirse en jaguar, el antiguo dios de estas tierras.

 

Karla Martínez

 

 


Revista completa en formato PDF (v.4.1.1):

 

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El encuentro con La Virgen

La Manta y La Raya # 0                                                                                             octubre 2015


 Joel Cruz Castellanos

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Artículo en formato PDF: 

Hace poco más de cuatro años, don Felipe Lara, bailador de Santiago Tuxtla, me invitó por vez primera a acompañarlo a buscar a La Virgen de los Remedios; la iba a velar en su casa y la quería traer con música. Rápidamente distinguí que era una buena oportunidad para participar de esta tradición que estaba fuertemente ligada a la música de jarana y de la que ya había escuchado en los relatos que alguna vez nos compartieran don José Palma y don Juan Zapata en aquellas tantas tardes que pasamos juntos en el parque de Santiago, hace más de diez y nueve años. Así que invité a algunos amigos a que fuéramos sin saber muy bien a qué nos estábamos asomando: y fuimos. Ya después me contó don Felipe Lara que a La Virgen le gustaba la música y que si no había música ella cambiaba de expresión su rostro y su piel se ponía colorada. Cuando yo escuchaba eso me daba cuentade la importancia que tenía entonces nuestra labor como músicos. Les compartí a mis compañeros y todos nos entusiasmamos mucho. Varios llegamos a la cita.

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Eran las siete de la mañana de un día de abril del 2006, en esa época el sol es muy gentil y sale tan sutilmente que lo puedes mirar directamente. Nos trepamos a una camioneta con gente que acompañaba a la familia de don Felipe, nosotros los chamacos íbamos todos emocionados y un poco sin saber lo que nos esperaba, en el camino nos repartieron tortas y refrescos. Llegamos a San Andrés como a las ocho de la mañana, entramos por el rumbo de la vieja estación de ferrocarriles, nos bajamos de la camioneta de
redilas y caminamos hasta una capilla con don Felipe y su familia, tocamos unos sones para afinarnos y después de esperar un buen rato, La Virgen llegó, venía de otro velorio celebrado en Hueyapan, la traían en la batea de una camioneta pequeña y unas cantadoras venían entonando plegarias: Venimos Reina hermosa, al pie de tus altares, con flores y cantares. No había jaraneros y cuando llegaron una mujer morena tomó el nicho de la Virgen y lo bajó ella sola, caminó con el nicho en la espalda hasta que la colocó en su capilla.

Ese fue el primer contacto que tuve con La Virgen de los Remedios. Cuando estuvo en su altar, la gente que la traía de Hueyapan le cantó otras alabanzas, entre ellas una tonada de despedida y al terminar de cantar, con lágrimas en los ojos, salieron todos juntos. Luego entró la gente de Santiago rodeando de poco en poco a la Virgen. Le rezaron y prendieron veladoras. Todo el mundo ahí se persignaba ante ella, le lloraban, le rezaban. Acto seguido un señor que le decimos El Brujo, tomó el nicho y se lo echó a la espalda, la sacó de la capilla y comenzamos a caminar, adelante de la procesión iba el señor de los cohetes, anunciando el tránsito de la procesión, luego La Virgen y las y los cargadores, le seguían las señoras que cantan plegarias y atrás, nosotros los músicos. Sólo se toca y no se canta, y aunque nosotros no sabíamos nada de cómo se acarreaba a La Virgen, de alguna manera existen códigos que se sobreentienden, así que, sin saberlo, al parecer lo hicimos bien. Llegamos caminando hasta la salida de San Andrés, ahí nos esperaban dos vehículos: uno para La Virgen y otro para la gente que acompañaba a la familia. La subieron en una camioneta y a los músicos nos pidieron que nos subiéramos con ella y que le tocáramos todo el camino para que no fuera triste. El aire se llevaba el sonido, era muy difícil mantener el son, todos nos mirábamos para seguir tocando. Mientras miraba las comunidades que están en la carretera me imaginaba cómo la música, finalmente, trazaba un camino y sin duda dejaba un rastro, una huella a seguir. El sol estaba muy fuerte, era el medio día y había muchas nubes en el cielo, el paisaje era cálido, los palos de nanche estaban en flor y uno que otro roble amarillo rompía con el verdor casi continuo…

Llegamos a Santiago y nos bajamos en la mera entrada, poco antes de donde está la cruz, al sonido de los arranques comenzamos el trayecto hacia la casa de don Felipe, caminamos un tramo de la carretera: la gente que pasaba en sus autos se persignaba y miraba con gusto la procesión; algunos alcanzaban a preguntar: ¿en dónde la van a velar? y a gritos alguien de la bola contestaba: ¡En ca’ Felipe Lara, allá por la diez y seis. Allá no’vemos! Entramos al pueblo por el barrio de Buena Vista, que está en la parte más alta, son calles muy angostas y empinadas, las casas son pequeñas, aún se conservan muchas casas de madera. La gente por esos barrios tiene unos jardines muy bonitos, con rosas de castilla, matas de albahaca y de chile chilpaya, al fondo se ve todo el centro del pueblo. Todos salieron a las calles a mirar a La Virgen y cuando tenían oportunidad tocaban el nicho haciendo una cruz y luego se persignaban, se notaba mucha alegría, decían que hacía mucho que ella venía triste porque ya no había músicos que la acompañaran pero aquella vez éramos como diez. Seguimos atravesando el barrio de la sexta para después encaminarnos hacia Puente Chiquito y luego la calle 16 de septiembre. La gente seguía saliendo a mirar la peregrinación con mucha alegría, algunos llorando; sentí que, por mucho, todo lo que hacíamos valía la pena, comprendí que el hecho de ser músico en esta región va mucho más allá del dinero y de la fama, sino que la cuestión aquí es cumplir con un compromiso social con el que la gente detrás de nosotros fue responsable y que nosotros por el hecho de traer una jarana o una guitarra al hombro ya habíamos adquirido ese compromiso también, a través de sus enseñanzas.

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Llegamos a casa de don Felipe, La Virgen entró a su casa, los cohetes seguían tronando en el cielo, el son que sonaba era La Bamba, cuando colocaron a La Virgen en su altar paramos la música. Ya nos estaban esperando con platos de mole y refrescos, todo estaba listo, comimos, platicamos un poco, luego nos dispersamos y quedamos de vernos en la noche para hacer el huapango. Esa misma noche varias señoras nos invitaron a participar en sus velorios; ese año fuimos como siete veces por La Virgen y el siguiente y el siguiente… Desde entonces acompañamos a la gente, si la van a velar les dicen: vayan a ver a Los Castellanos, ellos siempre la van a buscar. A mí me gusta mucho y me da alegría que nos relacionen con La Virgen, ya la casera nos conoce y a veces cuando la vamos a dejar nos vamos a la otra velada, a alguna ranchería del rumbo de San Andrés. Esto nos ha servido para conocer a muchos amigos y también para comprender cómo es que funcionan estas celebraciones, expresiones comunitarias que no dependen de las instituciones, ni de los proyectos culturales, …más bien tienen su origen en los sentimientos y en la fe de las personas.

El fin de semana pasado don Felipe veló a La Virgen y nuevamente nos invitó. El casi no camina, todavía hace seis años bailaba, pero ya no, sólo nos observa y en sus ojos hay alegría, pero también mucha melancolía. Él no pierde su fe, no pierde la esperanza de estar mejor y en algunos años poderse echar aunque sea unos taconeos en la tarima: mantiene las ganas de compartir con sus amigos estos momentos que son los que permanecerán en nuestros recuerdos.

Las cosas van cambiando, los viejos se nos están yendo, con ellos una época y un estilo de tocar, pero también un estilo de vivir la vida, una forma de percibir el compromiso, una forma natural, orgánica de ser músicos y aunque uno quisiera regresar el tiempo es imposible. Lo que creo es que sí podemos aprender de ellos estos valores y la disposición para que nuestro tiempo, lejos de estar marcado por el ego y la vanidad, esté marcado por la unidad y el compromiso.

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