El pájaro carpintero

El pájaro carpintero

Músicos y lauderos de Veracruz

de Silvia González de León

 

Esta obra, que es un conjunto de obras y que es un proyecto colectivo, también va acompañado de hermosas coplas del maestro Gilberto Gutiérrez y de un maravilloso texto de la narrativa del maestro Juan Pascoe. La edición estuvo a cargo de Ediciones Odradek y la selección y cuidado corrió por cuenta del poeta Alfonso D´Aquino. Con la venia de todos ustedes y con una perspectiva estrictamente personal, ahondaré un poco más sobre el interesante trabajo fotográfico. No es una tesis de alguna investigación formal, ni una exhaustiva revisión del pasado, sin embargo, sí es un anecdotario de luces y sombras que, de manera “casual”, gracias al amor de Silvia por la fotografía, han quedados congelados para volverlos a disfrutar cada vez que abramos el libro; son también una fuente indirecta de algunos momentos de la revalorización del son a partir de la visión del emblemático grupo Mono Blanco que, afortunadamente para quienes los apreciamos, sus integrantes aparecen retratados en diferentes ocasiones. 

Se convierte este poema de luces, en un testimonio silencioso, pero no sin voz, ya que fue realizado con el alfabeto universal que solo el amor tiene. Al ser un lenguaje primigenio, el mensaje visual está disponible para todos, para los “letrados” y para los sabios de la vida, para los experimentados músicos y para los incipientes amantes de esta tradición, incluso para aquellos que solo les agrada participar como espectadores. También es un código cifrado que aporta innumerables ventanas por las que podemos saltar a diferentes caminos y –también– a diferentes tiempos, como puertas mágicas que solamente se abren si lo contemplas con el mismo ingrediente fantástico con el que fueron capturadas.   

Así, al ver la portada, se crea un momento sumamente impactante en el sentido de los instrumentos que han venido a menos en el fandango, me refiero a la bandola y al violín. En este sentido, solo me tocó ver a un músico de avanzada edad, sentado en un pórtico tocando algunos acordes con su vieja bandola para pedir ayuda económica a los transeúntes. También me trajo a la memoria que en aquellos emblemáticos fandangos que se realizaban en la Plaza Cervantina de Santiago Tuxtla, donde en ese entonces se ubicaba la Casa del Fandango, recuerdo que llegaba un señor, delgado, cubierto de canas, portaba un sombrero blanco de dos pedradas (y que del cual nunca supe su nombre), pero era sumamente visible que carecía de la mano derecha. Lo asombroso era que ese detalle no era motivo suficiente como para no poder ejecutar el violín, pues se asía fuertemente el arco con ayuda de unas vendas al antebrazo y así, como ejemplo de vida para muchos de nosotros, con alegría y con orgullo, ejecutaba el complicado instrumento.   

Son fugaces momentos cumbre capturados para siempre. Viendo esas fotografías puede uno viajar en el tiempo y revivir instantes relacionados a la impresión en sí, aún incluso sin haber estado en ese momento específico, pero probablemente tener la fortuna de haber conocido a tal personaje en esa precisa época o simplemente descubrir cómo eran esas gentes que nos legaron esta maravillosa tradición. Finalmente, algo que pareciera silente se convierte en una agradable voz que gráficamente describe algunas facetas de este gran movimiento.

Abrir el libro en cualquier página es tener la seguridad de encontrarse con un reflejo de nuestra propia alma, pues para alguien que vive y convive el son jarocho, vistos a la distancia, se dimensiona aún más su verdadera esencia. Añejado con paciencia y amor, después de veinte años, ha logrado germinar la semilla puesta en esta sementera cronológica. La fotografía es tan generosa como un fandango. 

Decía don Fernando Bustamante Rábago que ni Marx ni Lenin habían podido realizar la abolición de clases sociales como lo había logrado el fandango. De la misma manera, estas fotografías se entregan plenas a toda la comunidad, de tal modo que no es necesaria ninguna intelectualidad para disfrutarlas, solo precisamente disfrutarlas, para poder ser capturados paradójicamente por una captura. 

Este libro es el ejemplo claro de la creación de la comunitaria, pues desde el mismo momento que fue gestado, desarrollado e impreso, afortunadamente, han intervenido diferentes personalidades. Así mismo, es diverso el tipo de rostros y momentos, modelos y tiempos que no sabían que serían retratados. Es hermoso y alentador, descubrir detalles como las centenarias manos de “Tío Ruma” que ágiles recorrían las cuerdas del arpa. 

Al ver la foto de má´Juana sentí su abrazo y su sonrisa, de cómo nos esperaba en la entrada de su casa cuando íbamos a esos entrañables fandangos del primer viernes de marzo en el Hato, Municipio de Santiago Tuxtla, organizados por el maestro Gilberto Gutiérrez.  Es fantástico como una luz que espera inmóvil puede transportarnos al mundo dinámico de los recuerdos, donde los pensamientos revolotean como palomas agitadas.

También me parece estar viendo a un serio don Carlos Escribano –el famoso “Oreja Mocha”– hablando entre español y macehua, algo que yo no entendía ni oía claramente, pero que ese viaje me hizo recordar que el primer violín que tuve fue hecho por este gran músico y laudero, que trabajaba con herramientas muy básicas, pero con el coraje necesario para arrancarle a las dificultades esos sonoros instrumentos que tanto seguimos apreciando.

Dicen que la paciencia es la más heroica de las virtudes porque carece de toda apariencia de heroísmo, Así, imagino a Silvia, tratando de capturar el momento preciso sin importar las horas o los días que tenga que esperar para lograrlo –los amantes de la pesca o de la cacería entenderán esto más claramente.  

Podemos encontrar en el libro a aquellos jóvenes que apostaron su vida a la música y que hoy afortunadamente para todos nosotros, siguen ejecutando y construyendo instrumentos, cantando, zapateando o simplemente disfrutando de una cálida velada. Niñas que hoy son mamás y que siguen cantando, como Xóchitl Torres Herrera, u otras que se nos adelantaron en el camino como Dulce Jazmín Vázquez. 

Las fotografías presentadas son una evidencia y una fuente ilustrativa de muchos aspectos de la vida sonera, la construcción de instrumentos, los fandangos, los vestidos de las bailadoras, los músicos, en fin, en conjunto invitan a conocer más de cerca la diversidad enorme de los aspectos del son jarocho tradicional. 

La luz y las sombras unidas en un todo, bosquejando líneas que nos trasladan a otro mundo, a ese lugar donde siempre hemos sido felices a pesar de los pesares: los fandangos a los que asistimos o no; detalles y momentos especiales, de manera tal que, al contemplar esas obras, nos educamos y aprendemos a querernos más. Una calle desierta, una caja de instrumentos esperando ser adoptados, unas jaranas colgadas en la espalda, algunos grupos con sus integrantes, unos entonces jóvenes otros entonces viejos, poetas desgarrando la voz para completar la fiesta del paraíso. 

Gracias a estas hermosas fotografías, también podemos reproducir en nuestra mente los sonidos, desde el batiente tambor de guerra que es la tarima invitando a la comunidad; los trinos y bordones de la guitarra de sones; el acompañamiento de innumerables jaranas; la alegre y a la vez melancólica voz del violín serrano, junto con los estruendosos y agradables cantos de los versadores. Quizá una cara sonriente de un público que goza y que, absorto en el disfrute de la fiesta, no se ha dado cuenta que ese instante fugaz –gracias al educado ojo de Silvia– ha quedado impregnado de eternidad. 

Si este hermoso libro tardó un decenio en ver la luz, me pregunto cuántos proyectos ahora mismo estarán esperando amorosa y pacientemente el momento de hacerse públicos. En horabuena por la publicación de este hermoso libro, por favor, que vengan muchos más.

Héctor Luis Campos Ortíz. 

“Luz de Noche”, Tlacotalpan

31 de enero de 2024.

 


Revista núm. 16  en formato PDF (v.16.1.0):

 

Sección suelta  en formato PDF (v.16.1.0):


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